Un viaje de reencuentros
A la manera de una película de carretera, ‘Retratos en un mar de mentiras’, dirigida por Carlos Gaviria, recorre el paisaje nacional desde su belleza hasta sus conflictos.
Liliana López Sorzano
Esta vez la cinematografía colombiana no transcurre con los viajes del viento sino con los viajes de la realidad.
Retratos en un mar de mentiras se adentra en el viaje físico y emocional que emprende su protagonista, Marina (Paola Baldión), al volver a su pueblo de olas y brisa marina del que fue desplazada por la violencia.
Seguramente volverá la crítica insistente sobre la realidad colombiana adherida a la gran pantalla. Carlos Gaviria, su director y guionista, afirma que es un asunto inevitable hablar sobre lo que se vive y se ve. “Uno vive en Colombia y no se puede hacer una película donde todos salgamos bailando y levantando la patica. Somos un país violento. Hemos estado en una guerra civil que ha durado 60 años y que ha producido 10% de desplazados. Esa cifra es una barbaridad y un hecho innegable”, confiesa. En efecto, uno de cada 10 colombianos ha sido sacado de su casa contra su propia voluntad, y este filme retrata una de tantas historias que produce esta situación alarmante en los países con conflictos armados.
Durante más de una década, Gaviria, quien ha trabajado en documentales, en televisión (director de Mujeres asesinas y Rosario Tijeras), tenía esta película en construcción. Después de sus estudios de cine en Estados Unidos, realizados gracias a un beca de Focine, regresó a Colombia. La combinación de la distancia confrontada con una nueva cercanía de identidad produjo este guión que muestra el asombro de una Colombia que puede ser al mismo tiempo maravillosa y terrible.
A través de un viaje desde Bogotá hasta la costa norte que emprenden Marina y su primo, un fotógrafo itinerante (Julián Román) para reclamar las tierras de su abuelo fallecido (Edgardo Román), se irá revelando un pasado lleno de dolor y de muerte que explican la amnesia y el aparente mutismo de la protagonista.
Paola Baldión es una actriz colombiana que antes de irse a estudiar actuación a Montreal figuró en algunos papeles en la televisión. Paola interpreta a Marina, un personaje que casi no habla y que con la mirada y la expresión corporal logra una actuación sobresaliente.
El filme consigue mantener un buen equilibrio entre la miseria, una realidad dominada por la violencia y un paisaje como bello escenario que contrasta con la brutalidad de la acción. El humor y la ironía en un plano político son una de las herramientas utilizadas que logran matizar y aligerar el drama posterior y que, al final, logran ese fiel retrato de un país dominado por dos extremos: cuatro millones de desplazados y los mayores índices de felicidad en sus habitantes.
Este jueves se proyecta por segunda vez en el Festival de Berlín en la sección Generation 14 Plus. Esta es una curiosa sección del festival, única en su género, porque no sólo funciona como plataforma para las últimas producciones nacionales e internacionales, sino que presenta óperas primas aptas para jóvenes audiencias por su temática o su punto de vista, sin que tengan que ser hechas para este público objetivo. Además es la única sección que recibe premios de manera extraoficial. Los Osos de Cristal son entregados por un jurado compuesto por siete jóvenes, y uno internacional otorga 7.500 euros al mejor largometraje.
Esta vez la cinematografía colombiana no transcurre con los viajes del viento sino con los viajes de la realidad.
Retratos en un mar de mentiras se adentra en el viaje físico y emocional que emprende su protagonista, Marina (Paola Baldión), al volver a su pueblo de olas y brisa marina del que fue desplazada por la violencia.
Seguramente volverá la crítica insistente sobre la realidad colombiana adherida a la gran pantalla. Carlos Gaviria, su director y guionista, afirma que es un asunto inevitable hablar sobre lo que se vive y se ve. “Uno vive en Colombia y no se puede hacer una película donde todos salgamos bailando y levantando la patica. Somos un país violento. Hemos estado en una guerra civil que ha durado 60 años y que ha producido 10% de desplazados. Esa cifra es una barbaridad y un hecho innegable”, confiesa. En efecto, uno de cada 10 colombianos ha sido sacado de su casa contra su propia voluntad, y este filme retrata una de tantas historias que produce esta situación alarmante en los países con conflictos armados.
Durante más de una década, Gaviria, quien ha trabajado en documentales, en televisión (director de Mujeres asesinas y Rosario Tijeras), tenía esta película en construcción. Después de sus estudios de cine en Estados Unidos, realizados gracias a un beca de Focine, regresó a Colombia. La combinación de la distancia confrontada con una nueva cercanía de identidad produjo este guión que muestra el asombro de una Colombia que puede ser al mismo tiempo maravillosa y terrible.
A través de un viaje desde Bogotá hasta la costa norte que emprenden Marina y su primo, un fotógrafo itinerante (Julián Román) para reclamar las tierras de su abuelo fallecido (Edgardo Román), se irá revelando un pasado lleno de dolor y de muerte que explican la amnesia y el aparente mutismo de la protagonista.
Paola Baldión es una actriz colombiana que antes de irse a estudiar actuación a Montreal figuró en algunos papeles en la televisión. Paola interpreta a Marina, un personaje que casi no habla y que con la mirada y la expresión corporal logra una actuación sobresaliente.
El filme consigue mantener un buen equilibrio entre la miseria, una realidad dominada por la violencia y un paisaje como bello escenario que contrasta con la brutalidad de la acción. El humor y la ironía en un plano político son una de las herramientas utilizadas que logran matizar y aligerar el drama posterior y que, al final, logran ese fiel retrato de un país dominado por dos extremos: cuatro millones de desplazados y los mayores índices de felicidad en sus habitantes.
Este jueves se proyecta por segunda vez en el Festival de Berlín en la sección Generation 14 Plus. Esta es una curiosa sección del festival, única en su género, porque no sólo funciona como plataforma para las últimas producciones nacionales e internacionales, sino que presenta óperas primas aptas para jóvenes audiencias por su temática o su punto de vista, sin que tengan que ser hechas para este público objetivo. Además es la única sección que recibe premios de manera extraoficial. Los Osos de Cristal son entregados por un jurado compuesto por siete jóvenes, y uno internacional otorga 7.500 euros al mejor largometraje.