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Nubia Gala-Seibert nació en Colombia, pero fue lejos de esta donde descubrió su vocación artística y pudo desarrollarla. Aquel descubrimiento se dio en medio de un azar forjado de búsquedas que la llevaron a abandonar su casa familiar, en uno de los barrios más peligrosos de Cali, para emprender un viaje por Centroamérica, Estados Unidos y Canadá cuando apenas era una adolescente.
La artista caleña narró las peripecias de este viaje en su primer libro, Calle la libertad, que se estructura como un testimonio hibrido, que oscila entre la biografía novelada y la crónica de viajes, de lo que significa buscar el sentido de la vida. En sus páginas corre la incertidumbre, pero también el coraje y la fuerza que la impulsó a desafiar su propia realidad para intentar transformarla.
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Nubia estudió teoría del color, diseño, pintura y dibujo en Fullerton College, y continuó su educación pasando por Rancho Santiago College, Art Center College of Design y Glassell School of Art. Su trabajo se ha expuesto en diversos países, incluyendo Estados Unidos e Indonesia. Conversé con la autora sobre lo que ha significado contar esta historia y sobre el modo en que ha sido recibido su trabajo artístico en el extranjero y en Colombia.
¿Cómo tomas la decisión de contar tu historia?
Desde hace unos veinte años, cuando contaba mis aventuras, mis viajes, mi historia de como salí país, la gente terminaba diciéndome que debería de escribir un libro. Esas voces se sumaron a mi propia voz interna que me decía que escribiera mi historia. Pero cuando empezó la pandemia, y me cuestioné mi existencia y vi el riesgo que corríamos la humanidad, decidí que tenía que escribirlo, era ahora o nunca. Así que empecé a traducir lo que había escrito del inglés a español.
En la novela vemos recreado un relato profundo y desgarrador de la búsqueda de destino e identidad, ¿es la escritura literaria un ejercicio de la memoria?
Pienso que la memoria, la imaginación, los sueños contribuyen a la escritura. Lo que guardamos en la memoria es material fértil para escribir poesía, ficción o no ficción y de los recuerdos sacamos los temas que más nos apasionan, nos duelen, más nos agradan o nos dan felicidad.
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Yo guardé todas las cartas de mis amigos y mi familia por más de 40 años, y cuando las volví a releer descubrí que recordaba hechos que mi imaginación había reconstruido. Recordamos un mismo evento con diferentes sentimientos, emociones y detalles, así que creo que la imaginación también juega un papel importante al escribir.
Hablando de tus otras exploraciones artísticas, ¿cómo nace el interés por la pintura y la escultura?
El interés por la pintura nació de mi deseo de hacerle un regalo a mi mamá, que estaba en Colombia, para el día de la madre. Luego con lo que quedó de las pinturas pinté la casa de mi abuelo: las montañas, los platanales, los tejados y las flores. Una amiga que me visitó, vio lo que había hecho y me declaró pintora para mi sorpresa. Yo no me reconocía en esas palabras porque nunca antes había pintado ni había tenido la oportunidad de cultivar el arte. Tenía dieciocho años y vivía en Ottawa, Canadá.
Con la escultura fue diferente. En algún lugar vi una entrevista a Dolorosa, una reconocida escultora que vivía en Yakarta, Indonesia. Me di a la tarea de buscarla. Llegué a su estudio y le dije que quería aprender. Ella puso un bola grande de arcilla frente a mí y me dijo esculpiera una figura humana. Le dije que nunca había hecho algo así y le pregunté si tenía un modelo o al menos una fotografía. Me respondió: “Has vivido con seres humanos toda la vida, ahora ponle todos tus sentimientos y hazlo con el corazón”. Hice a una mujer arrastrando una toalla. Cuando terminé, noté que lo que tenía en frente era a mí misma.
Un mes después, Dolorosa me invitó a participar en su exposición, llamada Dolorosa and Friends, en la mansión del embajador de Holanda en Yakarta.
¿Cuál ha sido tu relación con Colombia a nivel artístico?
A pesar de que físicamente me he mantenido alejada de Colombia, mi conexión emocional e intelectual sigue siendo fuerte. He buscado vías para conectarme con mis raíces. Además, mi obra está impregnada de mi herencia colombiana.
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A nivel internacional, por medio de consulados y embajadas, tuve la oportunidad de presentar mi obra a la comunidad colombiana en Estados Unidos, Indonesia y Dinamarca. Mi experiencia en el exterior ha sido muy gratificante.
En Colombia, llegué a la Tertulia hace unos quince años en busca de oportunidades. Un funcionario me preguntó quién me había recomendado. Llegaba sin recomendación alguna. Mientras yo trataba de explicarle esto, él siguió en su computador sin mostrar mayor interés. Al otro día regresé con una carta de recomendación del Departamento de Relaciones Exteriores para ver qué pasaba: de pronto me convertí en un valioso ser humano. Esa dinámica me entristeció, no entendía cómo el mérito y el esfuerzo personal no era reconocido, por qué eran necesarias “palancas”. Mi experiencia en el exterior ha sido distinta.