Una aproximación a la idea del amor desde Soren Kierkegaard y Octavio Paz
De “La llama doble. Amor y erotismo”, libro de Octavio Paz, y de las reflexiones de Soren Kierkegaard en “La estética del matrimonio”, surgen varias ideas sobre cómo la idea del amor ha servido para anhelar la eternidad y reafirmar también que solo somos “vivacidad”.
Andrés Osorio Guillott
Romper con el ideal romántico de que el amor trasciende a la muerte. El amor, por fuerte que sea hacia otra persona, no deriva en un vínculo que vaya más allá de nuestro paso por el mundo. El amor, en sus múltiples manifestaciones, termina reafirmando es la intensidad de las pasiones que lo conforman, la intensidad del sentimiento y de la forma en que nosotros como especie lo expresamos.
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Romper con el ideal romántico de que el amor trasciende a la muerte. El amor, por fuerte que sea hacia otra persona, no deriva en un vínculo que vaya más allá de nuestro paso por el mundo. El amor, en sus múltiples manifestaciones, termina reafirmando es la intensidad de las pasiones que lo conforman, la intensidad del sentimiento y de la forma en que nosotros como especie lo expresamos.
“El amor no vence a la muerte: es una apuesta contra el tiempo y sus accidentes . Por el amor vislumbramos, en esta vida, a la otra vida. No a la vida eterna sino, como he tratado de decirlo en algunos poemas, a la vivacidad pura. (...) El amor no es la eternidad; tampoco es el tiempo de los calendarios y los relojes, el tiempo sucesivo. El tiempo del amor no es grande ni chico: es la percepción instantánea de todos los tiempos en uno solo, de todas las vidas en un instante. No nos libra de la muerte pero nos hace verla a la cara”, escribió Octavio Paz en La llama doble.
Como dice el mexicano en su libro, no hay amor sin erotismo, y en esa frase, donde se puede caer en la confusión que él mismo menciona por su íntima relación, está una parte importante de esa “vivacidad pura”. El erotismo, a diferencia de la sexualidad, posee imaginación. Esa idea, plasmada en el texto, ya nos acerca más a nuestra condición humana. El erotismo tiene que ver con lo sexual, pero es mucho más diverso y complejo que lo segundo, pues aunque lo erótico pueda terminar en el sexo, sus caminos son diversos, y dependen justamente de esa fugacidad del instante y de las ideas que provienen de la imaginación y la creatividad.
Lo pasional es efímero. Los placeres y los sentimientos poseen la misma característica. Y en ellos recae el anhelo de lo imperecedero. No es solo el amor. A la felicidad también la soñamos como algo eterno. Todo aquello que es finito, que nos recuerda nuestro destino, tiende a ser deseado como su contrario si este está relacionado con el bienestar, pues la tristeza o la desdicha puede ser finita, pero no por ello deseamos que dure eternamente.
“Amamos a un ser mortal como si fuese inmortal. Lope lo dijo mejor: a lo que es temporal llamar eterno. Sí, somos mortales, somos hijos del tiempo y nadie se salva de la muerte. No sólo sabemos que vamos a morir sino que la persona amamos también morirá. Somos los juguetes del tiempo y sus accidentes: la enfermedad y la vejez, que desfiguran el cuerpo y extravían al alma. Pero el amor es una de las respuestas que el hombre ha inventado para mirar de frente a la muerte. Por el amor le robamos al tiempo que nos mata por unas cuantas horas que transformamos a veces en paraíso y otras en infierno. De ambas maneras el tiempo se distiende y deja de ser una medida. Más allá de felicidad o infelicidad, aunque sea las dos cosas, el amor es intensidad; no nos regala la eternidad sino la vivacidad, ese minuto en el que se entreabren las puertas del tiempo y del espacio", afirmó Paz.
“A lo que es temporal llamar eterno”. De esa cita de la poesía de Lope de Vega, aparece aquello que Soren Kierkegaard mencionaba sobre el concepto de amor romántico en La estética del matrimonio de la siguiente manera: “La inmediatez del amor romántico se muestra en la necesidad natural sobre la que únicamente reposa. Fúndase en la belleza: por una parte la belleza sensible, por otra la que, pudiendo manifestarse en lo sensible, en y con lo sensible, no se deja examinar, sino que está constantemente a punto de manifestarse, y sólo se muestra por momentos. Aunque fundado esencialmente en lo sensible, este amor tiene su nobleza, porque implica cierta conciencia de la eternidad: porque es su sello de eternidad lo que distingue de la voluptuosidad al amor… el amor romántico tiene una analogía con el orden moral en la presunta eternidad que lo ennoblece, y lo salva de la pura sensualidad. Lo sensual es, en efecto, cosa del momento. Busca una satisfacción instantánea y, cuanto más refinado, más sabe hacer del instante de goce una pequeña eternidad. La eternidad verdadera del amor, que es la verdadera moralidad, tiene por primer efecto, pues, salvarlo de lo sensible”.
El punto común con Kierkegaard está en ese escape de lo efímero, en esa “salvación de lo sensible”, pero el filósofo danés introduce el concepto de belleza. Un concepto subjetivo que no tiene que ver con lo físico, y que en Paz, por ejemplo, poco tiene que ver con la idea del amor. Traerlo a colación sirve para aclarar que en la acción de amar hay un elemento estético que está relacionado con el deseo de eternidad, pero que en esa misma acción lo que se busca no es lo bello, sino el complemento y el abandono de esa sensación de vacío: “La hermosura, además de ser una noción subjetiva, no juega sino un papel menor en la atracción amorosa, que es más profunda y que todavía no ha sido enteramente explicada”. (...) El amor no es deseo de hermosura, es ansia de “completud”", dijo el poeta mexicano.
Un escape de nuestra propia finitud y una búsqueda, al parecer incesante, por la “completud”. El amor, en medio de sus tintes rosas y sus palabras empalagosas, esconde en su esencia varios secretos del comportamiento humano. Detrás de él está ese roce con el existencialismo que nos habla del absurdo y del desasosiego, pero también está ese acercamiento con el poder. Muchas son las vías que conducen a nuestra condición cuando se habla del amor como algo más allá de un sentimiento que perece en la costumbre y en su misma característica finita. “El amor es subversivo", anotó Paz cuando demostró que en él, por medio de la sexualidad, se caía la lógica del amo y el vasallo. El amor es “la vivacidad pura, el latido del tiempo", y la reafirmación de que nuestro anhelo de eternidad se halla en la fuerza de los instantes que conforman nuestra vida.