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Una cana al aire (Cuentos de sábado en la tarde)

Adriana y Sebastián están casados cada uno, en un estado civil que puede llamarse feliz, cómodo, o, más bien, estable, pero deciden viajar juntos a tierra caliente.

Alejandra Jaramillo Morales * / Especial para El Espectador
28 de noviembre de 2020 - 04:16 p. m.
"Nuestras maletas no llegaron, le dice Sebastián al hombre y Adriana agrega las entregamos a tiempo, muy temprano, somos personas cumplidas".
"Nuestras maletas no llegaron, le dice Sebastián al hombre y Adriana agrega las entregamos a tiempo, muy temprano, somos personas cumplidas".
Foto: Pixabay
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A Elsa Drucaroff

Sebastián pasa en el taxi por el Park Way. Adriana lo espera en la esquina del restaurante paisa. Cuando Sebastián la ve siente un leve calor que le recorre el cuerpo, Adriana, con un morral en la espalda, rumbo a una ciudad de tierra caliente con él. Increíble, piensa. El taxista, por petición de Sebastián, le hace cambio de luces y ella se agacha y con la mirada busca en la silla de atrás a su colega. Cuando lo ve se acomoda el morral en el hombro y sacude el pelo de leona de un lado al otro. A Sebastián le parece que ese es un gesto de decisión que se relaciona con el destino final de ese viaje. Adriana está emocionada, hace tantos años trabajan en el mismo lugar y nunca se había dado la oportunidad de que viajaran juntos y solos.

Adriana y Sebastián están casados cada uno, en un estado civil que puede llamarse feliz, cómodo, o, más bien, estable. Adriana no pone en peligro su relación por nada del mundo, que los enamoramientos lleguen y se vayan, como la espuma, porque mi marido no lo cambio por nada. Sebastián vive hace un par de años con una mujer a la que ama con tranquilidad, aunque sabe que esa relación es frágil y puede deshacerse en cualquier momento. Pero Adriana no es un peligro. Con ella siente ese gusto de los profesionales que se dedican a la palabra, al discurso. Lo excita oírla hablar. Sus colegas no podrían imaginarse que ellos sintieran gusto de estar cerca, son seres opuestos. Quizás por eso su jefe no los había mandado nunca a viajar juntos. Muchas veces las discusiones entre Sebastián y Adriana parecían para los demás una batalla campal y las investigaciones en que participaban los dos podían irse al traste por sus pugnas. Sin embargo, con los años descubrieron que podían disfrutar esas diferencias y que gracias a las múltiples peleas que han tenido, cada uno ha adquirido un lugar propio en el trabajo. Sebastián siente que ha sido capaz de descubrir la tolerancia y hasta a aprender de una mujer como Adriana. Así que este viaje no sería pensable para la gente que los rodea, mientras para ellos es todo, menos un azar sin repercusión.

Sebastián mira a Adriana con el mayor detalle, como nunca la había mirado antes. Le gusta que venga ya preparada para el calor, lo que él no podría hacer. Adriana lleva unas sandalias de tiritas muy delgadas, negras, con una plataforma que le acentúa los pies. No se pinta las uñas de los pies, observa él, como las de las manos. Tiene los pies muy blancos, pero se les nota aún una tenue línea de un bronceado anterior. El pantalón caqui de botas amplias y ceñido en las caderas que deja ver esas nalgas que más de una vez han dejado a Sebastián absorto. Y esa camiseta esqueleto de líneas blancas y rojas horizontales donde se esconden los senos amplios que él imagina muy caídos, pero que igual quiere moldear con sus manos. Por encima un saco blanco y una bufanda de tonos grises que desentona con el resto de la pinta.

Adriana, piensa Sebastián, se arregló más de la cuenta hoy, lleva maquillaje en los cachetes y un colorete rojo en los labios que él no le había visto nunca. Esos detalles novedosos lo alegran, le hacen sentir que esa mujer podría estar conectada con su deseo y que tal vez no será tan difícil lograr que se quede a dormir con él. La verdad es que ni Adriana ni Sebastián son de las personas que planearían mucho un viaje como este. Nunca han hablado de que se gusten. No encontrarían cómo decirlo, por eso él se imagina que ella lo entenderá cuando se tomen la primera cerveza juntos y le lance un par de piropos. Adriana no sabe cómo seducir a su oponente intelectual, pero desde hace mucho tiempo presiente que algo más los mueve a tanta disputa y espera descubrir la manera. Se acuerda de que él le ha contado de un bar adonde le gusta ir a bailar, allá en esa ciudad de tierra caliente y pequeña a la que se dirigen, y bueno, algo podrá empezar allí. Sebastián se acuerda de que su mujer lo miró suspicaz cuando lo vio sacar la ropa desde la noche anterior. Desde cuándo tan organizado, debió pensar ella, cuando en realidad él es de esos hombres que en los últimos minutos meten en la maleta los tres chiros que primero encuentran y nunca planean la ropa para el día siguiente. (Recomendamos de la autora: Las incertidumbres del amor posglobal).

Pues Sebastián trataba de imaginarse cómo le gustaría a Adriana. Él también eligió un pantalón claro, una camisa rosada y una chaqueta azul. Los zapatos, piensa mientras mira las sandalias de Adriana, los eligió cerrados, nunca le ha gustado la tierra caliente y por eso prefiere resistirse a esos atuendos que al final usa por culpa del bochorno. Adriana le pregunta si no le va a dar calor con esos zapatos y él le explica que en la mochila lleva sandalias, que en el hotel se cambia. La familiaridad con que Adriana le habla lo estremece. Como si todos los años de discutir sobre temas teóricos hubieran servido para acercarlos en lo íntimo. Mientras el taxi avanza por la avenida el Dorado, Sebastián y Adriana conversan de temas insustanciales. Sebastián ya conoce el hotel donde van a quedarse, en la esquina hay un lugar de arepas buenísimo, cuenta. En el aeropuerto seguro nos recoge un chofer de la universidad que los invita, mencionan también la novela que Adriana trae en el bolso y la que Sebastián quiere comprar en el aeropuerto de Bogotá antes de salir.

Adriana y Sebastián se bajan del avión, vienen contentos, conversadores. Aún no tocan el tema de la presentación que harán en la tarde sobre el proyecto de investigación y tampoco hablan de sus deseos para la noche. El único tema comprometedor que salió fue la posible ida a bailar, que a los dos les aligeró el camino. Al bajar las escaleras del avión Adriana siente el calor que le entra por los poros, con los años ha aprendido a convivir con el calor. Sebastián en cambio siente cómo los pies se le hinchan desde el primer paso, es un bogotano a carta cabal y el calor nunca podrá soportarlo. Adriana ha colgado la bufanda en la cartera y lleva el saco colgado en el antebrazo. Sebastián la mira, le gustan sus hombros, que nunca antes había visto, en especial le gustan esas pecas que salen de la espalda y que para Sebastián muestran edad, sol y elegancia. Entran al aeropuerto, a la sala de entrega de equipajes.

Es todo tan rústico, tan pueblerino, quisieran decir, pero prefieren guardarse el comentario antiprovincia. Sebastián supone que Adriana debe ser una fan de las ciudades de tierra caliente y le preocupa quedar como un xenófobo ante ella, principalmente en este momento, en que lo que más quisiera es caerle bien por un día con su noche. Adriana podría burlarse del espacio, de la ciudad, no sería ni la primera ni la última vez que lo haría, pero no se siente bien al no saber si están al lado de algún otro invitado al congreso, no le gusta que personas que puedan reconocerla después escuchen sus conversaciones, y seguro que en el vuelo venía gente que va al congreso. (Otro cuento de Alejandra Jaramillo Morales: El infierno).

En la sala de espera del equipaje el calor aumenta. Los pasajeros se van acomodando alrededor de las cintas. Sebastián se fija en el momento en que crece ese silencio de las transiciones, de los momentos en que los seres sienten una suerte de no estar en el mundo, de virtualidad o, mejor, de insignificancia. Le parece que si algo grave les sucediera en ese momento no podrían hacerse cargo de sus emociones. Adriana y Sebastián, en voz muy baja, hablan de ese estado, de lo insignificante, y a Adriana le parece normal que Sebastián tenga esa sensación. Ella misma, le cuenta, siempre que debe esperar una maleta teme que no podrá reconocerla. Adriana, y Sebastián la escucha con total atención, le cuenta que en esas ocasiones mira todas las maletas pasar y ante cada una se pregunta si puede ser la suya y ella no puede recordarla.

Es un miedo raro, piensa Sebastián, pero concuerda perfectamente con su teoría de la insignificancia en esos momentos. Las cintas empiezan a moverse y durante varios minutos se mueven solas. Cuando empiezan a salir las maletas, Sebastián mira a Adriana. Quiere saber cómo es su mirada ante ese miedo que le ha relatado. Ella lo ve de reojo y se sonríe, con una picardía que a Sebastián lo seduce. Le dice que él vio la maleta de ella y que no se preocupe, que hoy no tiene que temer. Los pasajeros van tomando sus maletas y van saliendo del lugar. El aeropuerto es tan pequeño que desde el lugar donde están Sebastián alcanza a saludar al señor que viene a recogerlos. Es un hombre muy amable que ya lo ha recogido en otras oportunidades, le dice a Adriana, que no alcanza a ver cuál es el señor. Sebastián ve que pasan muchas maletas y nada que salen las de ellos, como que hoy no nos van a llegar las maletas, dice. Adriana se ríe y en ese momento se oye llegar el carro del equipaje, traen nuevas maletas. A esa ciudad los pasajeros viajan con muchas cajas y eso le sorprende a Adriana, pero una vez más se guarda su comentario sobre la tierra caliente. Sebastián le pregunta si vio la película de la mujer que se quedó a vivir en un aeropuerto y ella responde que no, pero que sí leyó un cuento de un escritor colombiano donde un hombre en el último momento, antes de subir al avión, pierde tiquetes y billetera y todo, y se queda a vivir por siempre en el aeropuerto. Sebastián le dice que eso sí le daría miedo, quedar atrapado en un no-lugar.

Adriana se ríe de su vocabulario teórico, hasta ese momento no habían caído tan bajo, piensa, y le sigue la corriente, de hecho, lo que más le gusta de este viaje con Sebastián es que sabe que no tienen que pelearse por lo teórico, representan para el congreso un mismo pensamiento. Yo tenía un tío que estaba loco y en las muchas ciudades donde vivió, dormía en los terminales de transporte, dice Adriana. Bueno, dice Sebastián, si a mí me da esa locura ojalá sea en un aeropuerto, no me imagino el resto de la vida viendo pasar gallinas y racimos de plátano de un lado a otro en un terminal de provincia.

Las maletas se van acabando y los pasajeros también. Si llegar a ese espacio lo hacía insignificante, quedarse casi solos frente a las cintas aumentó en Sebastián la sensación de que un pequeño viento los podría hacer desaparecer. Sebastián está muy acalorado. Quiere tener por fin las sandalias y esa camisa de manga corta, la veintiúnica que tiene, para quitarse el agobio. Adriana vuelve a concentrarse en las maletas. Quedan muy pocas, la roja de tapa dura, que han visto desde que empezaron a circular, un morral morado de alpinista, un maletín negro con amarillo tan lleno que parece que se va a reventar, dos maletas negras, muy nuevas y de la misma marca, Adriana supone que serán de un mismo dueño. Cómo pueden llegar maletas a un aeropuerto sin dueño, te imaginas qué terrible sensación, dar y dar vueltas sin que nadie te descubra. Sebastián se ríe del comentario infantil de Adriana y agrega que seguro las maletas de ellos estarán llorando en el avión, pues por pequeñas nadie las vio. Entonces Sebastián piensa en lo estúpido que fue al sugerirle a Adriana que las embarcaran. Esos dos morrales cabían de sobra en cabina, pero él, que quería pasear con Adriana por el aeropuerto, mirar libros, tomar café, pensó que lo mejor era aforar el equipaje. Ya estaríamos en el hotel, piensa Sebastián, y se imagina el bar en la terraza, estarían sentados junto a la piscina tomándose el trago de cortesía que les da el hotel.

Ahora están ellos dos solos junto a las cintas que se han detenido. Sebastián llama al funcionario de la aerolínea, el que estaba revisando el equipaje de los pasajeros que iban saliendo, el hombre se acerca con paso lento. Nuestras maletas no llegaron, le dice Sebastián al hombre y Adriana agrega las entregamos a tiempo, muy temprano, somos personas cumplidas. Tranquilos, debe ser que el equipaje viene en el próximo vuelo, a veces hay tanto equipaje por traer que no alcanzan los compartimentos del avión. Ya les averiguo. Sebastián le pregunta si pueden enviarles las maletas al hotel, ellos deben llegar a trabajar en poco tiempo. Hoy no es posible, hay un problema internacional de seguridad aérea y no pueden entregarle el equipaje a nadie más, es más, estas maletas que ustedes ven ahí, por orden del comando central de aviación internacional, deben ser destruidas en menos de media hora. Ya verán, ahora viene el rompemaletas, yo creo que se robará alguna que otra cosita, pero el grueso del equipaje debe quedar quemado en las hogueras, que ahora mantienen encendidas a los lados de la pista. Hoy no es un día muy seguro para andar con equipaje. Lo lamento, agregó y se fue supuestamente a averiguarles algo del equipaje.

Sebastián quedó extrañado y no sabía qué hacer. Pensó en las cuatro cosas que traía en la maleta y le pareció que podía perderlas, pero antes de sugerir que hicieran eso, pensó en las mujeres, en su mujer, en que ella seguramente nunca dejaría su maleta para que un rompemaletas la destruyera, y como no quería importunar a Adriana, esperó a que ella hablara. Adriana lo miró con dulzura, se le notaba, pensó Sebastián, que estaba calculando sus palabras. Este estado de insignificancia tenía que ser horrible para ella, pensó él, una mujer de tanto ímpetu, perdida en un aeropuerto de provincia esperando una maleta que no puede perder. No sé qué hacer, dijo Adriana, es que no me gusta la idea de que alguien se quede con mis cosas, pero si nos quedamos, vamos a llegar tarde a la conferencia. No importa, dijo Sebastián, si es importante tu maleta, esperamos. Vamos a averiguar a qué hora llega el otro vuelo. Adriana no quiso salir del lugar del equipaje, así que Sebastián fue a avisarle al conductor que aún no podían salir y fue a preguntar en la aerolínea cuánto faltaba para que llegara el siguiente vuelo

En efecto, antes de que Sebastián regresara, llegó un hombre muy bajo, gordo, tenía barba rala y los huesos de los pómulos extremadamente prominentes, de manera que los ojos pequeños y oscuros quedaban en el fondo, hundidos, y daban la impresión de calavera. El hombre no le dio miedo. Sin saludarla, casi como si no la hubiese visto, el hombre recogió las maletas sobrantes y se las llevó en un carro que Adriana oyó alejarse incluso detrás de la cortina de cauchos por donde entraban los equipajes. Sebastián, de regreso, vio que a esa hora debían estar en el congreso. Nada podían hacer, pensó, él no iba a contrariar a Adriana, la acompañaría en ese trance de insignificancia hasta que lograra recuperar su maleta. Cuando lo sintió muy cerca Adriana se volteó y le dijo que ya se habían llevado el equipaje sobrante. Sebastián sintió compasión por Adriana, la vio indefensa y no supo cómo consolarla. Las maletas llegan en una hora, le dijo, y la llevó del brazo hacia el fondo del lugar y la invitó a sentarse en el suelo, cerca de la puerta, donde entraba un poco de aire. En este pueblo no corre el viento, le dijo Adriana con una sonrisa maliciosa, había roto por fin su pacto interior de no burlarse de la ciudad de tierra caliente. Sebastián soltó una carcajada y se quejó de no haberse venido vestido con ropa adecuada para tanto calor.

Horas después se encendieron las cintas de equipaje. Sebastián y Adriana se miraron sorprendidos, no habían oído aterrizar ningún avión, pero pensaron que debería llegar en pocos minutos. Se alegraron. Estaban cerca de llegar a la hora del baile y no querían perderse esa actividad. Adriana se levantó del piso cuando vio que una maleta apareció entre la cortina de caucho. Se acercó a las cintas ahora en compañía de Sebastián y vieron salir maleta tras maleta, caja tras caja. La cinta se llenó de equipaje. Te imaginas que nuestras maletas estén acá y no podamos reconocerlas, dijo Sebastián y Adriana le sonrió, te pegué el miedo, le dijo ella ahora con gestos angustiados, pero tiernos, pensó Sebastián. Se quedaron ahí parados viendo las maletas dar vueltas. Sebastián preocupado por los comentarios sobre seguridad que había hecho el funcionario de la aerolínea, Adriana pensando en su equipaje, en qué de lo que traía ahí, libros, maquillaje, ropa, era tan importante como para no dejar que ese enano gordo y sin fuerza los quemara, qué problema había en eso, tal vez si aceptara salir de allí llegarían al hotel y todo seguiría su curso. En ese momento oyeron el avión aterrizar. Parados, sin poder separarse de las cintas, mirando el equipaje. Luego la sala se llenó de pasajeros. Todos fueron tomando sus maletas y salieron del aeropuerto sin ningún problema. Sebastián se asomó y vio al conductor afuera esperándolos. Le hizo un gesto con la mano de que ya salían. Las maletas seguían dando vueltas, como un pollo asado, pensó Adriana, pero las de ellos no aparecían. El funcionario se acercó y les dijo ya llegaron las de ustedes, no se preocupen. Sebastián afinó su mirada, vio pasar las pocas maletas que quedaban, las siguió de un lado a otro de la cinta y las vio desaparecer entre la cortina de caucho varias veces, ninguna era la suya ni la de Adriana. Quiso disculparse con Adriana por su idea de aforarlas, pero las palabras no le salieron. La sala otra vez quedó desierta. El conductor se despidió a la distancia. El funcionario se fue sin decirles una palabra más. Pocos minutos después llegó el rompemaletas y se llevó el equipaje que quedaba.

Sebastián y Adriana se acomodaron una vez más en el suelo. Adriana le pidió que le contara cómo era el hotel, que se lo describiera con la mayor cantidad de detalles que pudiera y Sebastián cumplió su deseo, luego las calles de la ciudad que ella no había conocido antes y finalmente el lugar de la rumba. Sintieron hambre. Adriana salió a buscar comida en el aeropuerto. La noche ya había caído. No había un alma en el lugar. Sebastián se ofreció a buscar comida en los alrededores y se fue. Adriana se quedó en la sala de equipaje. Le llegó el olor de la quemazón. Hacemos bien en esperar, nuestras cosas no pueden terminar así, pensó. Sebastián regresó tiempo después con unos sánduches. Comieron sentados en el suelo. Las cintas se encendieron una vez más, dieron varias vueltas. Sebastián quería encontrar alguien con quien quejarse, pero ya sabían que estaban solos en el aeropuerto. No salió ninguna maleta, las cintas se apagaron. El calor desapareció con la noche y Adriana y Sebastián necesitaron arruncharse y taparse con la bufanda de Adriana, que resultó ser mucho más grande de lo que Sebastián hubiera imaginado cuando la vio envuelta en el cuello de la mujer. De tanto esperar, se quedaron dormidos.

Los despertó el ruido de un avión que se acercaba. La mañana había empezado hacía rato, pensó Sebastián cuando miró el reloj y le dio rabia haber pasado la noche en esa suerte de inconsciencia. Se despegó del cuerpo de Adriana. Ella se levantó, se acomodó el pelo y se amarró el brasier. Sebastián lamentó no haberse dado cuenta antes de que su compañera de trabajo se había soltado el sostén antes de dormir. Le molestó no haber sido capaz de convencerla de que las maletas no eran importantes y que podrían irse al hotel y pasar mejor la noche. El mismo funcionario entró y los saludó como si no supiera que estaban ahí desde el día anterior. Buenos días, les dijo, qué tal el vuelo. Los demás pasajeros empezaron a entrar. Se acercaron a la cinta de equipaje. Adriana también se paró frente a las cintas. Sebastián se sentó en el piso, había perdido las esperanzas. Adriana miraba fijamente cada maleta, cada caja. Sebastián la miraba pensando que ella esperaba que alguna de esas maletas se convirtiera de un instante para otro en su morral. Sintió rabia con Adriana, quiso arrastrarla, sacarla del aeropuerto y gritarle cuán estúpida había sido por quedarse ahí solo por recoger una insignificante maleta, pero su síndrome de insignificancia no le permitió moverse. Entonces la vio lanzarse y agarrar el morral. Sebastián salió corriendo y recogió su maleta. Una vez se encontraron, los dos con sus maletas en el hombro, se miraron fijamente. Muchos segundos de una mirada que al final no podía decir nada. Sebastián bajó la mirada, miró el reloj, vamos, ya es hora de hacer el check in del regreso a Bogotá. Adriana se agarró de su brazo, con una notoria intimidad, y lo siguió.

* Escritora bogotana. Ha publicado cuatro novelas, La ciudad sitiada (2006), Acaso la muerte (2010), Magnolias para una infiel (2017) y Mandala (2017) un proyecto de escritura digital, una novela construida para ser leída de múltiples maneras. Tres libros de cuentos, Variaciones sobre un tema inasible (2009), Sin remitente (2012) y Las grietas (2017), libro ganador del concurso Nacional de novela y cuento de la Cámara de Comercio de Medellín y entre los quince nominados del premio Hispanoamericano de cuento Gabriel García Márquez 2018. Ha publicado dos novelas para adolescentes con el sello Loqueleo; Martina y la carta del monje Yukio (2015) y El canto del manatí (2019). Ha publicado numerosos artículos sobre literatura y cultura y tres libros de crítica literaria y cultural, entre ellos Nación y Melancolía: narrativas de la violencia en Colombia (2006) y Disidencias, trece ensayos para una arqueología del conocimiento en la literatura latinoamericana del siglo XX (2013). Es docente de la Universidad Nacional de Colombia donde trabaja en el Departamento de Literatura y en la Maestría en Escrituras Creativas.

Por Alejandra Jaramillo Morales * / Especial para El Espectador

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Berta(2263)28 de noviembre de 2020 - 08:47 p. m.
Leí 17 veces la palabra "maleta", después no fui capaz de seguir con la lectura.
gaj(kitsn)28 de noviembre de 2020 - 07:34 p. m.
El viernes pasado obtuve $ 28755 con el argumento de que estoy desempleado.Necesito mantener nuestro examen, por lo tanto, trabajé duro hace una semana y gané $ 19500. Le doy a mis amigos y compañeros para que hagan ese trabajo. Debes percibir qué cantidad de dólares ganó en una semana por favor estudie este sitio para tomar realidades adicionales.... 𝒘𝒘𝒘.𝒄𝒐𝒎𝒆𝒓𝒄𝒊𝒐22.𝒄𝒐𝒎
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