Una charla con María Teresa Calderón, una de las curadoras de “Primera y última”
María Teresa Calderón Pérez, historiadora y gestora cultural, dirige el Centro de Estudios en Historia (CEHIS) de la Universidad Externado, grupo que lleva más de quince años investigando el siglo XIX. Ella, junto a Carlos Villamizar, María Paola Rodríguez y Andrés Góngora, curaron la exposición “Primera y última: dos cartas para Colombia”.
Laura Camila Arévalo Domínguez
María Teresa Calderón explicó para El Espectador los principales objetivos de esta muestra: conferir contexto para afinar las preguntas sobre el presente y pensar el futuro de Colombia. Según ella, las principales preguntas que se desprenden de esta exposición se centran en cómo era la sociedad de 1821 y quiénes fueron sus constituyentes, pero, sobre todo, a quiénes representaban. También habló de los acontecimientos que condujeron a la carta de 1991 y sus implicaciones en la sociedad colombiana.
¿Cuál es la reflexión que les interesó suscitar con estas constituciones tan distintas? Le propongo la posibilidad de que se entienda que es una comparación o un paralelo sobre dos tipos de sociedades colombianas...
Comencé a estudiar la manera de trabajar las dos cartas, simplemente por la coincidencia del bicentenario de la cucuteña y los treinta años de la Constitución del 91. No era tanto una intención por compararlas: son contextos radicalmente distintos, pero sí me pareció interesante reflexionar sobre ellas para generar preguntas. Creo que tiene sentido abordar la reflexión histórica cuando esa profundidad te ayuda a comprender tu presente. La frase “el que no conoce su historia está condenado a repetirla” no tiene fundamento. La historia nunca se repite, lo que es interesante de mirar históricamente un proceso es que te confiere contexto para afinar las preguntas sobre el presente y pensar el futuro. Me pareció interesante la mirada sobre la carta de 1821 y otro tanto sobre la de 1991 para que nos hiciera entender por qué a pesar de esa carta extraordinaria, que es la del 91, seguimos teniendo problemas tan profundos y estructurales.
En la sala de exposiciones temporales hay una serie de cuadros en los que están los constituyentes que, en su momento, firmaron la carta de 1821. Los registros que tenemos de sus caras son esos cuadros y ellos fueron pintados por su peso en la Colombia de ese entonces. ¿Cuál cree que podría ser la reflexión de un colombiano actual al verlos? Casi que son las fotos de figuras muy desconocidas para los ciudadanos del presente.
Nosotros fuimos un virreinato de nivel medio, básicamente pobre comparado con los grandes virreinatos coloniales como el del Río de la Plata y la Nueva España, y no tuvimos una tradición pictórica de altísima calidad porque no hubo grandes escuelas sobre ese tema. La pintura en el siglo XIX tenía una función distinta a la que tiene hoy. El grueso de la que tenemos, que no está desprovista de calidad, refleja esos “prohombres” que estuvieron presentes durante la firma de la carta de 1821. Lo que quisimos fue contar el contexto en el que se produjo esa carta y mostrar quiénes fueron esos constituyentes y qué tipo de sociedad reflejaban. No teníamos mucho que mostrar de ese tiempo, así que el reto o la pregunta que nos hicimos fue: ¿cómo acercar a un ciudadano de hoy a esa sociedad de 1821? Quisimos que los colombianos entraran a la muestra y, primero, se enfrentaran al hecho de que estos señores se reunieron en una iglesia; es decir, en un espacio sagrado. Que ese proceso se inició con una misa y terminó con un juramento en el que los constituyentes y los pueblos refrendaron la audiencia de esa Constitución. Es decir, fue fundamentalmente un proceso religioso.
Para usted, ¿Cuáles son los niveles de lectura que puede tener esta muestra?
Podría dividirse en las preguntas sobre cómo era la sociedad de 1821 y quiénes fueron esos constituyentes, pero, sobre todo, a quiénes representaban, además de qué tipo de sociedad diseñaron y cómo un representante de la plástica realista recoge ese tema histórico y lo recrea: Juan Cárdenas.
Hay una figura central en esta muestra: el telón de la Plaza de Bolívar que pintó Juan Cárdenas y ahora está en el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo.
Cárdenas se dedicó a investigar a los ciudadanos de carne y hueso. Se dedicó a mirar cuadros de época como los de Figueroa y Espinosa en los que están, en segundo y tercer plano, los soldados y las mujeres que acompañaban a los ejércitos. Comenzó a fotografiar esas imágenes pequeñas y a ampliarlas, pero cuando vio que se le pixelaban, las pintó. Con los bocetos de la vendedora ambulante, el peón, el campesino, el cura, reconstruyó lo que fue la Plaza Mayor de Santa Fe en la década de 1830. Para el telón situó la reconstrucción que hizo del espacio y de los edificios sobre la plaza y ubicó de manera atemporal personajes del siglo XIX, pero todos ellos con el mismo plano. Personajes que vivieron en distintos momentos del siglo XIX pintados en edades distintas, así que la obra es como una suerte de ficción. No pintó lo que había, sino lo que recogió a lo largo de su reflexión historiográfica, dándose la licencia de poner a todos estos personajes que vivieron en distintos momentos en una misma imagen.
Del especial “¡Oh arte inmarcesible!”, le sugerimos leer: Los lápices que duraron mil días
Hablemos sobre la escultura sin cabeza de José Ignacio de Márquez. ¿Por qué está ahí? La situaron mirando hacia las pinturas de los constituyentes de 1821.
Sí, él fue constituyente en la carta de 1821. Esa estatua fue elaborada a principios del siglo XX y estaba en la plazoleta del Palacio de Justicia. Después de la toma y cuando la fueron a sacar para moverla, la estatua perdió la cabeza, nadie sabe muy bien cómo. El acontecimiento que produjo las revoluciones en el orden hispánico, que a su vez condujeron a las independencias, fueron las abdicaciones que el rey Fernando VII hizo de sus reinos a Napoleón y, en el lenguaje de la época, ese hecho se vivió como una acefalia, como una pérdida de la cabeza: el imaginario que existía era que la sociedad era como un cuerpo. Era desigual porque los miembros de un cuerpo son distintos. Esta metáfora viene de la teología católica y dice que lo que unifica el cuerpo es la cabeza. Un cuerpo con cabeza es un sujeto político. Los reinos se articulaban a través del monarca, que era la cabeza de ese imperio. Cuando el rey abdicaba a su corona y entregaba sus reinos, los pueblos sentían que habían perdido su cabeza. Ese símil entre el imperio acéfalo y la estatua de Márquez es para mostrar esa historia que se repite y se repite. No hemos conseguido construir una sociedad pacífica y reconocedora de la diversidad.
La obra de Juan Cárdenas fue elegida para la muestra. ¿Cómo se eligieron estos cuadros? Sus versiones de Bolívar hablan de lo mucho que ha estudiado al personaje y a la historia pasada del país.
Si nos hubiésemos quedado con la pintura decimonónica, nunca hubiésemos sabido cómo fue Bolívar en su proceso vital. Gracias a Juan Cárdenas, ahora podemos ver ese proceso. Cárdenas tiene muchas representaciones urbanas o paisajísticas que sirven para, por ejemplo, explicarle a un ciudadano de hoy que la sociedad de ese momento era desigual, pero corporativa. Que la noción de individuo no existía y las personas tenían unos estatus jurídicos distintos, porque hacían parte de distintas corporaciones: si nacías siendo hija de un artesano, seguramente harías parte de una corporación artesanal. Intentamos mostrar eso con esos cuadros de Juan Cárdenas.
Sobre el concepto de guerra: parece que la exposición propone una reflexión sobre los momentos de conflicto en los que surgieron estas dos cartas.
Hay un rasgo que creo que parte de la cultura política no solo colombiana sino hispanoamericana, y es que los conflictos políticos tienden a constitucionalizarse. Nos podemos fijar en lo que ha pasado aquí: en el proceso de paz, la guerrilla propuso una constituyente y ahora, durante este reciente paro nacional, salió de nuevo el tema. Pero si miras, América Latina tiene las mismas discusiones, algo que para un norteamericano es incomprensible. Y sí, quisimos mostrar que estas constituciones se produjeron en unos contextos muy difíciles y buscaban pacificar la sociedad. Los retos en cada caso fueron distintos: en la Constitución de 1821 la guerra era contra España. La de 1991 se produjo en un contexto de violencia atroz después de una elección popular que acabó con la vida de varios precandidatos a la presidencia. Lo cierto es que seguimos sin lograr pacificar el país y yo me pregunto si eso se logra con una constituyente, seguramente no. La carta de 1991 tiene derechos hasta a la felicidad y eso lo que finalmente te dice es que las constituciones son letra muerta si no hay instituciones que arbitren la realización de los acuerdos allí recogidos.
María Teresa Calderón explicó para El Espectador los principales objetivos de esta muestra: conferir contexto para afinar las preguntas sobre el presente y pensar el futuro de Colombia. Según ella, las principales preguntas que se desprenden de esta exposición se centran en cómo era la sociedad de 1821 y quiénes fueron sus constituyentes, pero, sobre todo, a quiénes representaban. También habló de los acontecimientos que condujeron a la carta de 1991 y sus implicaciones en la sociedad colombiana.
¿Cuál es la reflexión que les interesó suscitar con estas constituciones tan distintas? Le propongo la posibilidad de que se entienda que es una comparación o un paralelo sobre dos tipos de sociedades colombianas...
Comencé a estudiar la manera de trabajar las dos cartas, simplemente por la coincidencia del bicentenario de la cucuteña y los treinta años de la Constitución del 91. No era tanto una intención por compararlas: son contextos radicalmente distintos, pero sí me pareció interesante reflexionar sobre ellas para generar preguntas. Creo que tiene sentido abordar la reflexión histórica cuando esa profundidad te ayuda a comprender tu presente. La frase “el que no conoce su historia está condenado a repetirla” no tiene fundamento. La historia nunca se repite, lo que es interesante de mirar históricamente un proceso es que te confiere contexto para afinar las preguntas sobre el presente y pensar el futuro. Me pareció interesante la mirada sobre la carta de 1821 y otro tanto sobre la de 1991 para que nos hiciera entender por qué a pesar de esa carta extraordinaria, que es la del 91, seguimos teniendo problemas tan profundos y estructurales.
En la sala de exposiciones temporales hay una serie de cuadros en los que están los constituyentes que, en su momento, firmaron la carta de 1821. Los registros que tenemos de sus caras son esos cuadros y ellos fueron pintados por su peso en la Colombia de ese entonces. ¿Cuál cree que podría ser la reflexión de un colombiano actual al verlos? Casi que son las fotos de figuras muy desconocidas para los ciudadanos del presente.
Nosotros fuimos un virreinato de nivel medio, básicamente pobre comparado con los grandes virreinatos coloniales como el del Río de la Plata y la Nueva España, y no tuvimos una tradición pictórica de altísima calidad porque no hubo grandes escuelas sobre ese tema. La pintura en el siglo XIX tenía una función distinta a la que tiene hoy. El grueso de la que tenemos, que no está desprovista de calidad, refleja esos “prohombres” que estuvieron presentes durante la firma de la carta de 1821. Lo que quisimos fue contar el contexto en el que se produjo esa carta y mostrar quiénes fueron esos constituyentes y qué tipo de sociedad reflejaban. No teníamos mucho que mostrar de ese tiempo, así que el reto o la pregunta que nos hicimos fue: ¿cómo acercar a un ciudadano de hoy a esa sociedad de 1821? Quisimos que los colombianos entraran a la muestra y, primero, se enfrentaran al hecho de que estos señores se reunieron en una iglesia; es decir, en un espacio sagrado. Que ese proceso se inició con una misa y terminó con un juramento en el que los constituyentes y los pueblos refrendaron la audiencia de esa Constitución. Es decir, fue fundamentalmente un proceso religioso.
Para usted, ¿Cuáles son los niveles de lectura que puede tener esta muestra?
Podría dividirse en las preguntas sobre cómo era la sociedad de 1821 y quiénes fueron esos constituyentes, pero, sobre todo, a quiénes representaban, además de qué tipo de sociedad diseñaron y cómo un representante de la plástica realista recoge ese tema histórico y lo recrea: Juan Cárdenas.
Hay una figura central en esta muestra: el telón de la Plaza de Bolívar que pintó Juan Cárdenas y ahora está en el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo.
Cárdenas se dedicó a investigar a los ciudadanos de carne y hueso. Se dedicó a mirar cuadros de época como los de Figueroa y Espinosa en los que están, en segundo y tercer plano, los soldados y las mujeres que acompañaban a los ejércitos. Comenzó a fotografiar esas imágenes pequeñas y a ampliarlas, pero cuando vio que se le pixelaban, las pintó. Con los bocetos de la vendedora ambulante, el peón, el campesino, el cura, reconstruyó lo que fue la Plaza Mayor de Santa Fe en la década de 1830. Para el telón situó la reconstrucción que hizo del espacio y de los edificios sobre la plaza y ubicó de manera atemporal personajes del siglo XIX, pero todos ellos con el mismo plano. Personajes que vivieron en distintos momentos del siglo XIX pintados en edades distintas, así que la obra es como una suerte de ficción. No pintó lo que había, sino lo que recogió a lo largo de su reflexión historiográfica, dándose la licencia de poner a todos estos personajes que vivieron en distintos momentos en una misma imagen.
Del especial “¡Oh arte inmarcesible!”, le sugerimos leer: Los lápices que duraron mil días
Hablemos sobre la escultura sin cabeza de José Ignacio de Márquez. ¿Por qué está ahí? La situaron mirando hacia las pinturas de los constituyentes de 1821.
Sí, él fue constituyente en la carta de 1821. Esa estatua fue elaborada a principios del siglo XX y estaba en la plazoleta del Palacio de Justicia. Después de la toma y cuando la fueron a sacar para moverla, la estatua perdió la cabeza, nadie sabe muy bien cómo. El acontecimiento que produjo las revoluciones en el orden hispánico, que a su vez condujeron a las independencias, fueron las abdicaciones que el rey Fernando VII hizo de sus reinos a Napoleón y, en el lenguaje de la época, ese hecho se vivió como una acefalia, como una pérdida de la cabeza: el imaginario que existía era que la sociedad era como un cuerpo. Era desigual porque los miembros de un cuerpo son distintos. Esta metáfora viene de la teología católica y dice que lo que unifica el cuerpo es la cabeza. Un cuerpo con cabeza es un sujeto político. Los reinos se articulaban a través del monarca, que era la cabeza de ese imperio. Cuando el rey abdicaba a su corona y entregaba sus reinos, los pueblos sentían que habían perdido su cabeza. Ese símil entre el imperio acéfalo y la estatua de Márquez es para mostrar esa historia que se repite y se repite. No hemos conseguido construir una sociedad pacífica y reconocedora de la diversidad.
La obra de Juan Cárdenas fue elegida para la muestra. ¿Cómo se eligieron estos cuadros? Sus versiones de Bolívar hablan de lo mucho que ha estudiado al personaje y a la historia pasada del país.
Si nos hubiésemos quedado con la pintura decimonónica, nunca hubiésemos sabido cómo fue Bolívar en su proceso vital. Gracias a Juan Cárdenas, ahora podemos ver ese proceso. Cárdenas tiene muchas representaciones urbanas o paisajísticas que sirven para, por ejemplo, explicarle a un ciudadano de hoy que la sociedad de ese momento era desigual, pero corporativa. Que la noción de individuo no existía y las personas tenían unos estatus jurídicos distintos, porque hacían parte de distintas corporaciones: si nacías siendo hija de un artesano, seguramente harías parte de una corporación artesanal. Intentamos mostrar eso con esos cuadros de Juan Cárdenas.
Sobre el concepto de guerra: parece que la exposición propone una reflexión sobre los momentos de conflicto en los que surgieron estas dos cartas.
Hay un rasgo que creo que parte de la cultura política no solo colombiana sino hispanoamericana, y es que los conflictos políticos tienden a constitucionalizarse. Nos podemos fijar en lo que ha pasado aquí: en el proceso de paz, la guerrilla propuso una constituyente y ahora, durante este reciente paro nacional, salió de nuevo el tema. Pero si miras, América Latina tiene las mismas discusiones, algo que para un norteamericano es incomprensible. Y sí, quisimos mostrar que estas constituciones se produjeron en unos contextos muy difíciles y buscaban pacificar la sociedad. Los retos en cada caso fueron distintos: en la Constitución de 1821 la guerra era contra España. La de 1991 se produjo en un contexto de violencia atroz después de una elección popular que acabó con la vida de varios precandidatos a la presidencia. Lo cierto es que seguimos sin lograr pacificar el país y yo me pregunto si eso se logra con una constituyente, seguramente no. La carta de 1991 tiene derechos hasta a la felicidad y eso lo que finalmente te dice es que las constituciones son letra muerta si no hay instituciones que arbitren la realización de los acuerdos allí recogidos.