Una conversación sobre “Las cartas del Boom”
Margarita Valencia, Camilo Hoyos y Federico Díaz-Granados conversaron sobre “Las cartas del Boom”, una compilación de la correspondencia de los escritores Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Mario Vagas Llosa y Julio Cortázar.
Margarita Valencia, docente e investigadora de la Maestría en Estudios Editoriales del Instituto Caro y Cuervo, fue una de las invitadas a este conversatorio, en el que se tocaron distintos ángulos para analizar esta correspondencia. Como lo dijeron los editores del libro, Las cartas del Boom “narra el momento de máximo auge de este cuarteto, en el que los creadores parecían empezar a escribir menos solos para tocar en conjunto como parte de una misma literatura”.
En sus intervenciones, Valencia habló de Cuba como la posibilidad que encontraron estos cuatro escritores para discutir sobre la política latinoamericana. Según ella, fueron ellos quiénes primero se hicieron la pregunta de cómo configurarse como latinoamericanos. “Se inventaron ese origen. Esa unidad nació de ellos, a partir de sus obras, pero también de sus conversaciones, de sus cartas”, dijo la también editora y traductora, quien agregó que, a pesar de ese grupo de países que se juntaron a partir de su amistad, también fue la oportunidad para las diferencias: México, Colombia, Perú y Argentina los acercaba, pero también les revelaba matices esenciales para sus posturas políticas y estilos a la hora de escribir.
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Valencia le dedicó varios minutos a hablar de Cortázar, “el menos vendedor de todos ellos y el único que trabajaba”. Lo describió como el que abrió el camino para los otros tres escritores, como el hombre que abrió posibilidades. En el libro, esta opinión fue confirmada por las percepciones que Fuentes, Vargas Llosa y García Márquez expusieron sobre el escritor argentino.
Sobre esto, Federico Díaz-Granados leyó El argentino que se hizo querer por todos, la carta que García Márquez escribió cuando murió el escritor de Rayuela: “Los ídolos infunden respeto, admiración, cariño y, por supuesto, grandes envidias. Cortázar inspiraba todos esos sentimientos como muy pocos escritores, pero inspiraba además otro menos frecuente: la devoción. Fue, tal vez sin proponérselo, el argentino que se hizo querer de todo el mundo. Sin embargo, me atrevo a pensar que si los muertos se mueren, Cortázar debe estar muriéndose otra vez de vergüenza por la consternación mundial que ha causado su muerte. Nadie le temía más que él, ni en la vida real ni en los libros, a los honores póstumos y a los fastos funerarios. Más aún: siempre pensé que la muerte misma le parecía indecente. En alguna parte de La vuelta al día en ochenta mundos un grupo de amigos no puede soportar la risa ante la evidencia de que un amigo común ha incurrido en la ridiculez de morirse. Por eso, porque lo conocí y lo quise tanto, me resistí a participar en los lamentos y elegías por Julio Cortázar. Preferí seguir pensando en él como sin duda él lo quería, con el júbilo inmenso de que haya existido, con la alegría entrañable de haberlo conocido, y la gratitud de que nos haya dejado para el mundo una obra tal vez inconclusa pero tan bella e indestructible como su recuerdo”.
Díaz- Granados, poeta y director de la Biblioteca Los Fundadores del Gimnasio Moderno, mencionó, entre muchas otras cosas, los libros Terra nostra, del escritor mexicano Carlos Fuentes, y El otoño del patriarca, de García Márquez, como las obras que simbolizaron el final del Boom.
Por su parte, Camilo Hoyos, docente, director y conductor de Paredro Podcast, un formato de libros, autores, y demás actores del mundo literario, se refirió al Boom como una historia “fascinante”, pero también “melodramática”, debido a los altos y bajos que se originaron a partir de la amistad de estos cuatro escritores. Estuvo de acuerdo con Valencia con respecto a la realidad y las circunstancias que compartieron e identificaron al leer sus obras: las políticas y sociedades en las que nacieron los convirtieron en autores cercanos por sus obras, pero también por sus vidas.
Los tres participantes de la conversación coincidieron en que, por mencionar solo algunos de los temas reflexionados, Carlos Fuentes fue el centro del Boom debido a su vida diplomática prematura y su actividad permanente alrededor del mundo. “El liderazgo del escritor mexicano para darle un lugar a la literatura latinoamericana fuer vital”, opinaron. Además, se refirieron a los roles que cada uno desempeñaron a la hora de promover sus libros: durante la época (principalmente la década del 60), sus movimientos entre países, editoriales y demás autores, fue fundamental a la hora de exponerse y contribuir a su circulación.
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Sobre Cien años de soledad se mencionó que fue una de las publicaciones más importantes de la historia de la literatura hispana (los tres estuvieron de acuerdo en que fue en gran parte gracias a estos cuatro autores que las obras latinoamericanas comenzaron a ser relevantes en el mundo). Díaz-Granados contó que, por ejemplo, Carlos Fuentes tuvo que escribirle a Cortázar para darle su impresión sobre la primera parte del libro del colombiano: no sabía dónde estaba García Márquez y su afán por comentar la obra fue mayor: “Acabo de leer Cien años de soledad y siento que he pasado una de las experiencias literarias más entrañables que recuerdo”, escribió un año antes de la publicación de esta obra.
Margarita Valencia, docente e investigadora de la Maestría en Estudios Editoriales del Instituto Caro y Cuervo, fue una de las invitadas a este conversatorio, en el que se tocaron distintos ángulos para analizar esta correspondencia. Como lo dijeron los editores del libro, Las cartas del Boom “narra el momento de máximo auge de este cuarteto, en el que los creadores parecían empezar a escribir menos solos para tocar en conjunto como parte de una misma literatura”.
En sus intervenciones, Valencia habló de Cuba como la posibilidad que encontraron estos cuatro escritores para discutir sobre la política latinoamericana. Según ella, fueron ellos quiénes primero se hicieron la pregunta de cómo configurarse como latinoamericanos. “Se inventaron ese origen. Esa unidad nació de ellos, a partir de sus obras, pero también de sus conversaciones, de sus cartas”, dijo la también editora y traductora, quien agregó que, a pesar de ese grupo de países que se juntaron a partir de su amistad, también fue la oportunidad para las diferencias: México, Colombia, Perú y Argentina los acercaba, pero también les revelaba matices esenciales para sus posturas políticas y estilos a la hora de escribir.
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Sobre esto, Federico Díaz-Granados leyó El argentino que se hizo querer por todos, la carta que García Márquez escribió cuando murió el escritor de Rayuela: “Los ídolos infunden respeto, admiración, cariño y, por supuesto, grandes envidias. Cortázar inspiraba todos esos sentimientos como muy pocos escritores, pero inspiraba además otro menos frecuente: la devoción. Fue, tal vez sin proponérselo, el argentino que se hizo querer de todo el mundo. Sin embargo, me atrevo a pensar que si los muertos se mueren, Cortázar debe estar muriéndose otra vez de vergüenza por la consternación mundial que ha causado su muerte. Nadie le temía más que él, ni en la vida real ni en los libros, a los honores póstumos y a los fastos funerarios. Más aún: siempre pensé que la muerte misma le parecía indecente. En alguna parte de La vuelta al día en ochenta mundos un grupo de amigos no puede soportar la risa ante la evidencia de que un amigo común ha incurrido en la ridiculez de morirse. Por eso, porque lo conocí y lo quise tanto, me resistí a participar en los lamentos y elegías por Julio Cortázar. Preferí seguir pensando en él como sin duda él lo quería, con el júbilo inmenso de que haya existido, con la alegría entrañable de haberlo conocido, y la gratitud de que nos haya dejado para el mundo una obra tal vez inconclusa pero tan bella e indestructible como su recuerdo”.
Díaz- Granados, poeta y director de la Biblioteca Los Fundadores del Gimnasio Moderno, mencionó, entre muchas otras cosas, los libros Terra nostra, del escritor mexicano Carlos Fuentes, y El otoño del patriarca, de García Márquez, como las obras que simbolizaron el final del Boom.
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