Una discusión sobre la publicación en editoriales y los talleres de escritura
Hay discusiones que sobresalen en los círculos literarios o en la industria editorial: cualidades de un escritor, reconocimiento, éxito en ventas y, claro, el valor del oficio. En este texto, escritores, libreros y directores de editoriales opinan sobre el debate de la publicación de obras y la pertinencia de los talleres de escritura.
Laura Camila Arévalo Domínguez
Las elecciones o alternativas de los escritores para publicar sus obras también son temas de debate: editoriales grandes o pequeñas. Grandes como Planeta o Penguin Random House, pequeñas como Sílaba editores o Rey Naranjo. Algunos critican o acusan a los que publican en las más visibles. Otros desaprueban el simple hecho de publicar con alguna, así sea independiente o emergente.
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Las elecciones o alternativas de los escritores para publicar sus obras también son temas de debate: editoriales grandes o pequeñas. Grandes como Planeta o Penguin Random House, pequeñas como Sílaba editores o Rey Naranjo. Algunos critican o acusan a los que publican en las más visibles. Otros desaprueban el simple hecho de publicar con alguna, así sea independiente o emergente.
También, relacionado con los lugares para publicar, debaten sobre las escuelas de aquellos autores o aspirantes a escritores: que si está bien dictar o tomar talleres de escritura. Que para ser escritor solo hay que escribir, dicen algunos. Otros opinan que estos talleres son importantes para “pensar y leer mejor”, además de que se convierten en entradas para los escritores, que, según muchos de ellos, no ganan lo suficiente para sostenerse con las ganancias de sus libros.
Hoy, Catalina Lobo Guerrero publicó un trino con el que, de nuevo, abrió la discusión sobre los asuntos mencionados.
Aquí nos centraremos en los dos primeros: las editoriales y los talleres de escritura.
Son varios los argumentos que utilizan aquellos que llaman “vendidos”, como lo anotó Lobo Guerrero, a los escritores que se deciden a publicar, sobre todo, con las grandes: que las editoriales de ese tamaño responden, únicamente, a intereses económicos, por lo que la obra del escritor también comienza a jugar bajo unas dinámicas en las que vender, es el único objetivo. Desde el número de páginas y el tema que las ocupan, hasta el tono y el titular de la pieza, según los contradictores, se deciden en pro de lógicas de mercado que relegan las intenciones originales con las que fue escrita la obra, además de la “autenticidad” del autor.
Sobre esto, además de mostrarse sorprendido, Juan Miguel Álvarez, cronista y autor de libros como “Verde tierra calcinada” y “Balas por encargo”, dijo que hay que establecer diferencias. Para él, una cosa es cuando un escritor es novato, no tiene buen registro en las editoriales o apenas se le está abriendo el camino: casi que únicamente puede publicar en editoriales pequeñas. En las grandes le reciben el manuscrito y puede que lo lean o no. Cuando lo leen, lo más probable es que no se lo publiquen.
“Lo que ocurre con las editoriales pequeñas o independientes es que están buscando nuevos autores porque su trabajo tiene que ver, más bien, no con explotar nombres grandes, sino con descubrir nuevos, y en eso basan su negocio. Los llevan hasta cierto punto en el que el autor crece mucho y termina seducidos por las grandes. En cualquiera de los dos casos, no veo la razón por la que alguien pueda decirle “vendido” a un autor que opte por una editorial grande luego de haber hecho carrera en una pequeña. No lo entiendo, salvo que se aplique un concepto marxista-leninista del burgués. En dado caso, un autor, por publicar en editorial, pasaría a ser un burgués, es decir, un enemigo de la clase obrera. Me parece muy traído de los cabellos, pero creo que la acusación podría referirse a eso”.
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Álvarez también se refirió a las que, para él, serían las ventajas de publicar en una editorial como Planeta: mayor difusión y ubicación de las obras en los anaqueles de las librerías, además de las reseñas en medios de comunicación, entrevistas, etc. “Las grandes tienen más músculo publicitario y de difusión, así que tu presencia será mayor. Pero la desventaja es que para que uno reciba esa cantidad de atención de una editorial grande, se necesita cierto estatus como autor”. Sobre este tema, concluyó diciendo que, a pesar de que con las pequeñas hay un esfuerzo que no es tan ruidoso, no deja se ser eficiente su trabajo de difusión y ubicación de libros, además de la calidad en el trabajo: hay menos estandarización y más campo para experimentar con las maneras de mostrar el contenido.
Claudia Morales, periodista, librera y dueña de Árbol de libros, dijo que su mirada era más bien práctica: “Esto es un negocio”.
Para ella, esto significa que las librerías, necesaria o lógicamente, tienen que vender, así que necesitan de un público atento, unas editoriales y distribuidores a las que les debe resultar rentable editar y distribuir libros, además de autores interesados en entrar en esta cadena. “Nos encantaría, y esto te lo digo porque así empezó la idea de crear una librería, que, si nos gustan los libros, haya un fondo romántico. Y sí, lo hay, pero tenemos que vivir frente a una realidad que no nos permite sentarnos a contemplar la divinidad de los libros, sino hacer de esto algo viable”.
Morales continúo diciendo que, para ella, culpar a un autor por decidir tocar las puertas de una editorial grande, comercial o de alcance mundial como Planeta o Random House, era incomprensible: “Ese autor hace un esfuerzo inmenso en su investigación para lograr convertir una idea en un libro. Lo que ese autor quiere es que ese libro llegue a un lugar que pueda ponerlo en distintos escenarios como medios de comunicación, ferias del libro, librerías, etc. Si yo fuese escritora, querría eso”.
“Me parece injusto acusar a alguien de que su producto sea un éxito, no tiene sentido”, concluyó.
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Esta discusión también se encuentra con la pregunta sobre la independencia de las editoriales. Según John Naranjo, director de Rey Naranjo, las que entran dentro de la clasificación de independientes son las que están separadas de las monopolizadoras del mercado. “Hay que reconocer que ha habido un colonialismo cultural que es la dominancia de lo que viene de España. Es decir, somos una editorial cuyos recursos financieros son independientes de la distribución y hegemonía cultural”.
¿Qué opina de las acusaciones de algunos con respecto a las dinámicas de difusión de editoriales como la suya y las de Planeta o Random House? Es decir, difusión para vender, más allá de la obra o de su valor. ¿Ustedes, por ejemplo, en función de qué difunden, además de vender?
John Naranjo: El oficio del editor también es el de tratar al libro como mercancía. Independientemente de la tarea cultural o literaria que tenga, también tiene una tarea comercial. Desde Rey Naranjo lo tenemos muy claro: hay que conquistar unos lectores, un mercado y tener el ejercicio financiero y económico capaz de sostener la editorial. Ahora, entre más sano y vivo esté un mercado, más edición local habrá. Lo que buscamos es una bibliodiversidad: la opción de tener, además de bestsellers, autores locales. En eso, las editoriales independientes estamos muy presentes. Es lo que hacemos.
¿Cuáles son los criterios con los que Rey Naranjo elige a sus autores?
John Naranjo: Nos basamos en la calidad literaria, en su escritura. Tenemos muchos casos en los que autores se han ido a editoriales grandes, pero han regresado. La edición, el cuidado en la divulgación y las garantías que ofrecemos son las de manejar con más cuidado la divulgación del libro y su autor.
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El Espectador intentó comunicarse con Carlos Lugo, CEO de la editorial Penguin Random House Colombia, pero hasta el momento no ha habido respuesta.
Después de publicar viene el reconocimiento de los autores, pero, además, su sostenimiento, que podría dividirse entre las ganancias de sus libros, sus trabajos formales dentro o fuera del sector, los premios que obtengan y los talleres de escritura que dicten. Las dos alternativas finales suelen ser las más polémicas: hay quienes piensan que los premios son un claro compromiso y una pérdida de la libertad y que los talleres de escritura terminan siendo, en cierto punto, peligrosos para la autenticidad del autor.
“Hay talleres de talleres. No todos son buenos, depende mucho del escritor, y sobre todo de que no te de fórmulas para que copies su escritura. A esos talleres no hay que asistir nunca porque no se aprende nada ahí. Hay que ir a los talleres que te pongan a pensar, a experimentar, que te muestren posibilidades infinitas. Son meros ejemplos, porque antes de asistir a un taller, debes saber que a escribir se aprende solo”, dijo Lobo Guerrero, quien, además, los ha dictado y ha dado clases de periodismo. La escritora considera valioso que un autor hable de un reportaje o crónica que ha escrito. “Hay algo muy interesante en ese proceso de deconstruir un texto frente a otros, es un acto generoso del autor, y de transparencia. Nada más lejano a la pomposidad”.
Con ella estuvo de acuerdo Álvarez, que dicta, mínimo, un taller de escritura de crónica y literatura de no ficción al año en alguna ciudad del país: “Los talleres de escritura existen hace mucho tiempo y son todo un ecosistema de producción editorial. Pueden ser muy útiles y sí, puede que tengan su parte ligeramente dañina, pero, en todo caso, es menor a los beneficios que traen. A una persona se le sistematiza una conocimiento técnico y conceptual sobre el oficio que le permite avanzar más rápido en una primera fase de su esfuerzo como escritor. Un taller de escritura no da la capacidad de hacer buenos libros o de tener buenas historias”.
Para Álvarez, la discusión vuelve a activarse porque siempre hay “fundamentalistas del arte” que defienden “posiciones antiguas” en las que el arte solo procede de unas pulsiones internas y emocionales. “Esa versión de la creación ya ha sido muy discutida y lo que se ha concluido o aceptado es que el arte se estudia para producirse”.