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Un hombre hecho de tiempo y de amor, no tanto de la soledad que mencionaba Jorge Luis Borges en su poema Elegía. Ese era Juan Gustavo Cobo Borda, que justamente dedicó buena parte de su vida a contemplar y comprender la obra del escritor argentino, que fue también su amigo.
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Hace un poco más de un mes estuvo en la exposición que actualmente está en la Biblioteca Nacional y que rinde homenaje a su aporte a la literatura y las artes por sus roles de poeta, ensayista, editor y gestor cultural. En la muestra, llamada La fiesta de la palabra, se le vio en compañía de una de sus hijas, ansioso por ver el salón en el que Federico Díaz-Granados, curador, expuso los libros, frases y fotografías que reflejan las múltiples etapas y facetas del autor bogotano. En su silla de ruedas, Cobo sonreía y dejaba entrever unos ojos llenos de recuerdos, de la añoranza del pasado que se destacaba y de la gratitud que siempre recalcó en su obra.
Sus poemas, lo escribió una vez, “no son más que un largo catálogo de gratitud; de súplica y de imprecación. A ciertas mujeres y ciertos libros; a algunas películas, pescados y vinos. Calles y paisajes. A un país que sólo se puede querer a distancia y amar con profunda y decantada rabia. Al español, en últimas, único idioma que no ignoro del todo”.
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El mundo que le empezó a inquietar y a incomodar se le apareció en los libros de la biblioteca de su padre. Ya la intuición de dedicarse a la literatura se había asomado y el camino no solo se mostraba predeterminado, sino acorde a sus preguntas e intereses. De leer y releer surgió así la necesidad de escribir. Y fue en la época en la que estudió en el Liceo Cervantes que empezó a crear los primeros versos sobre su tedio con la cotidianeidad y con el mismo. Su metro noventa y cinco de estatura fue uno de los puntos que lo hizo sentir inconforme, pues pensaba que su altura le impedía ser completamente dueño de su cuerpo y de su destreza. La sensación de torpeza y la reafirmación por su cuenta en el baile y el deporte lo llevaron a tener un primera experiencia y relación con el mundo de insatisfacción.
“La poesía, en muchos casos, es capaz de ser el aliciente, el aguijón que no deja mentir y ese es uno de los factores más asombrosos que tiene porque, muchas veces, la poesía se escribe incluso en contra del poeta, o sea, el poeta está descubriendo su mundo, sus situaciones personales, pero en muchos casos, el poema lo está escarneciendo y está denunciando, en alguna forma, su entorno”, dijo en una entrevista para la Universidad Eafit.
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La poesía y la historia son claves en su obra. De la primera se nutrió por sus años en el colegio. Espronceda, Octavo Paz, Nicanor Parra, Enrique Molina, Carlos Belli. De estos poetas se configuró su interés por la poesía latinoamericana. La historia fue clave porque su gusto por ella se dio leyendo a Salvador de Madariaga y biografías de autores que con el tiempo también se convirtieron en los referentes y escritores de cabecera.
“Cobo Borda era el menor de todos, pero era el líder”, dijo José Luis Díaz-Granados, que fue uno de sus amigos y colegas en la Generación sin Nombre, ese grupo de poetas que surgió después de los nadaistas y que de manera habitual se reunían en el centro de Bogotá o en las casas de sus integrantes para seguir creando el testimonio de una época desde versos que por la época de los años 60′s despertaban un cuestionamiento por las tradiciones conservadores y por el crecimiento de la violencia en Colombia.
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Lloran las luciérnagas y algo de la magia de las palabras se pierde con la muerte de un poeta como Cobo Borda. Queda su legado, su huella en lo que fue Colcultura, en su paso por el Ministerio de Relaciones Exteriores, en su labor como asesor cultural de la Presidencia de Ernesto Samper y como diplomático en Argentina, España y Grecia. Bajo su nombre quedaron las colecciones de la Biblioteca Básica de Cultura Colombiana, la Colección de Autores Nacionales, de Colcultura; la Colección Popular, la Biblioteca Familiar Colombiana y la Colección Samper Ortega. También sus libros de poesía Todos los poetas son santos, La musa inclemente, entre otros.
Haciendo alusión a Silvio Rodríguez, Cobo Borda luchó toda su vida por la cultura, y por ende se hizo imprescindible para la misma. Partió en la mañana de este lunes 5 de septiembre dejando así toda una obra que alcanzó a ser homenajeada en vida en los últimos años, pero que seguirá recibiendo reconocimientos por la gratitud que reflejó hablando de los autores que exaltaron la literatura en América Latina, y también por el sello que dejó con su poesía, esa que, por ejemplo, dice en Poética: ¿Cómo escribir ahora poesía, / por qué no callarnos definitivamente / y dedicarnos a cosas mucho más útiles? / ¿Para qué aumentar las dudas, / revivir antiguos conflictos, / imprevistas ternuras; / ese poco de ruido / añadido a un mundo / que lo sobrepasa y anula? / ¿Se aclara algo con semejante ovillo? / Nadie la necesita. / Residuo de viejas glorias, / ¿a quién acompaña, qué herida cura?
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