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Jaime Bateman, biografía de un revolucionario es una historia de más de quinientas páginas, rigurosa y fascinante, que se lee como una novela.
En ella, Darío Villamizar, luego de realizar una investigación exhaustiva y minuciosa durante cuatro años; de consultar una copiosa bibliografía y otros tantos medios de información de Colombia y del mundo; de leer centenas de comunicados, cartas y documentos, y de hacer más de trescientas entrevistas en siete países, relata no sólo la vida de Jaime Bateman Cayón, El Flaco para sus incontables amigos, o el comandante Pablo para los militantes, sino que la inserta en su entorno familiar, en su terruño, en su círculo de amigos, en sus amores, y la sitúa dentro del acontecer político y social de Colombia, de América Latina y del mundo, a fines de los años treinta y hasta mediados de los ochenta, de modo que este personaje de leyenda, metido dentro de su contexto histórico, va llevando al lector de la mano de la génesis, de los porqués y de la cronología de la violencia en Colombia, comenzando con todo lo que antecedió al asesinato del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril de 1948; el triunfo electoral del ultraconservador Laureano Gómez, anticomunista y pronorteamericano que exacerbó la violencia; el ascenso al poder del general Rojas Pinilla; las amnistías a los guerrilleros liberales; la caída de Rojas; el pacto del Frente Nacional firmado por Laureano Gómez y por Alberto Lleras; la pacificación; los asesinatos de los legendarios Guadalupe Salcedo y Charro Negro; la formación de las llamadas “repúblicas independientes”; el ataque a ellas —Marquetalia, la primera—, en el gobierno de Guillermo León Valencia; la consecuencia que todo eso tuvo al resucitar la violencia y originar las Farc; el nacimiento del Eln y del Epl; la vida y la muerte del cura guerrillero Camilo Torres; el resurgimiento del general Rojas con su Alianza Nacional Popular (Anapo); y, a todas estas, le recuerda al lector la historia del mundo, y el asesinato de Gandhi; y las discrepancias entre Stalin y Jruschov; y la Guerra Fría; y la creación del Movimiento de Países No Alineados; y el triunfo de Fidel Castro en la Sierra Maestra; y su derrota a los norteamericanos en Playa Girón; y el oscuro papel de Kennedy en ese episodio; y la ruptura de relaciones de casi todos los países de América Latina con la isla; y la explosión de los focos guerrilleros en América Latina; y la figura del Che; y su sueño de crear muchos vietnams; y su asesinato en Bolivia; y también, la Guerra del Vietnam; y la revolución de los estudiantes de París en mayo de 1968; y la derrota norteamericana en Vietnam; y la caída de Nixon; y el auge de la revolución en América Latina; y su declive; y la fundación del Movimiento 19 de Abril con el robo de la espada de Bolívar; y su consolidación; y sus operativos de locura, desde la extracción de cinco mil armas sacadas por un túnel de los depósitos del Ejército y la toma de la Embajada Dominicana con nuncio apostólico y embajador norteamericano adentro, entre otros diplomáticos, hasta el acuatizaje de un avión lleno de armas en un río del Caquetá y la lucha por la amnistía hasta liberar, de manera incondicional, a los presos políticos; y las contradicciones de la izquierda; y los líderes revolucionarios de la América Latina del momento; y la figura del general panameño Ómar Torrijos; y los tratados sobre devolución del Canal de Panamá; y la guerra de guerrillas en Centroamérica; y la Revolución sandinista; y la cercanía de Bateman con los dirigentes latinoamericanos; y su amistad con Fidel, Torrijos y Gabo; y su capacidad de acercarse a todo el mundo, de descubrir qué podía aportar cada cual, de conquistar seguidores, de multiplicar apoyos y de dirimir los conflictos conversando...
Porque si bien Darío Villamizar muestra la influencia que las grandes figuras de la revolución latinoamericana y del mundo político de la época tuvieron en Bateman, revela, también, la influencia que este costeño que deslumbraba por su carisma y brillantez ejerció sobre esos personajes a los que impactó de manera definitiva. Cuenta, por ejemplo, cómo luego de conocer a Bateman y de hablar con él durante cuatro o cinco horas, el general Torrijos quedó “encandilado” y afirmó: estamos “frente a una oportunidad realmente histórica”.
Y para Fidel Castro, Bateman era el consentido de los jefes guerrilleros del continente. No obstante que las relaciones más oficiales de los cubanos se llevaban con los comunistas ortodoxos, tanto Manuel Piñeiro, el comandante Barbarroja, jefe del Departamento América del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, y responsable del apoyo a los movimientos de liberación, como Fidel Castro, se encantaron con El Flaco, quien, con frecuencia, era invitado por el comandante a salir de pesca para, así, solos en frente del mar, acompañados por Piñeiro no más, pescar, bucear y hablar de todo lo imaginable, incluidos sus planes para expandir la revolución en el continente. Fue en una de esas ocasiones cuando Fidel, al despedirse, “le obsequió una pistola que Jaime conservaría hasta su muerte”.
La confianza que llegó a haber entre ambos la retrata bien Darío Villamizar, con sus dotes de gran cronista, en este párrafo en el que describe lo ocurrido durante una partida de Risk, ese juego de mesa en el que se enfrentan ejércitos en guerra, el cual Bateman jamás se permitía perder. De un momento a otro ingresó en la sala de la casa de protocolo el comandante Fidel Castro. Bateman, sin levantar la vista del tablero, lo invitó a sentarse y a integrarse; Fidel se acercó y durante breves minutos observó los avances y retrocesos de uno y otro. El Flaco, para hacerlo partícipe en la diversión, le pidió un consejo “de estrategia”, a lo que Fidel le respondió: “Pero, chico, cómo tú crees que voy a intervenir en ese jueguito imperialista, donde ni siquiera aparece Cuba”.
Es que Jaime Bateman, y así lo muestra Darío Villamizar, era un hombre de características casi imposibles de reunir en una sola persona: descendiente de Robert Dudley, quien en el siglo XV fuera consejero y amante de la reina Isabel de Inglaterra y, al mismo tiempo, hijo legítimo de un padre que no se preocupó por conocerlo; revolucionario vertical que no transaba un solo principio y el hombre más comprensivo y flexible; el comandante más duro en sus posiciones y el papá más tierno que jugaba con sus niñas durante horas como si fuera un niño más; el compañero más amoroso de la madre de sus hijas y la pareja más infiel; el líder más respetado y el tipo más simpático y desabrochado; el asaltante de bancos y el militante más honesto que devolvía hasta el último céntimo de los viáticos que para sus gastos le daba el Partido; el comunista más apegado a las normas y el más heterodoxo, el más disciplinado y el mejor bailarín y tocador de tambora; el cuadro más cercano a los fundadores de las Farc Manuel Marulanda y Jacobo Arenas y el militante expulsado de esa guerrilla, quien, con los amigos que había llevado a ella, fundó después el Movimiento 19 de Abril, una organización guerrillera, o “terrorista”, como la llamarían hoy, la cual, a los seis o siete años de fundada, con todo y que tenía la gran mayoría de sus dirigentes presos, con Bateman afuera, prácticamente solo, moviéndose con una inteligencia y un conocimiento del país poco comunes, logró tener en las encuestas una simpatía del 85% y poner al 70% de la opinión a favor de la amnistía.
La presencia de Jaime Bateman llegó a ser tan decisiva y prometedora para el triunfo de las ideas revolucionarias en esos años de la América Latina que, no sin razón, alguna vez le escuché decir a Gabo que si Bateman no se hubiera muerto habría sido más importante que Fidel.
Por eso, los aficionados a la historia de este continente y a la comprensión de sus procesos políticos y sociales, así como los revolucionarios de este y de todos los tiempos, sólo podemos decirle al autor de este libro: ¡Gracias, Darío Villamizar, por no haber dejado sumergir a Jaime Bateman en el olvido!