Una noche en la Casa Museo Salto del Tequendama
El próximo 30 de noviembre, los visitantes tendrán la oportunidad de conocer su historia de una manera inmersiva y emocional.
Al borde de un acantilado, a las afueras de Bogotá, reposa un antiguo edificio que, alguna vez, fue un lugar exclusivamente reservado para la élite capitalina de principios del siglo XX. Llegó a ser estación de tren, hotel cinco estrellas y un destacado restaurante antes de convertirse en víctima del musgo y el polvo que casi acaban con él. Sin embargo, hoy en día tiene otra cara y este año tendrá una nueva edición de un evento que hace parte de un esfuerzo de más de 20 años por devolver parte de su gloria a este histórico lugar.
La Casa Museo Salto del Tequendama abrirá sus puertas el 30 de noviembre para celebrar nuevamente su evento “Una noche en el museo”. Entre 5:00 y 10:00 p. m., los visitantes tendrán acceso a áreas que durante el día son restringidas y podrán descubrir “secretos ocultos que solo unos pocos afortunados podrán experimentar”. La programación incluye DJ’s y artistas en vivo en Café Bochik, que acompañarán un recorrido especial planeado para el evento.
Esta promete ser una oportunidad para conocer “la fascinante historia del Salto de Tequendama de una manera inmersiva y emocional”. Además, la velada también contará con una exclusiva oferta gastronómica.
Las historias del Salto
Mucho antes de llamarse Casa Museo Salto del Tequendama, se llamaba simplemente Terminal del Sur. Esto debido a los planes del entonces presidente Pedro Nel Ospina, que quiso impulsar una línea férrea que conectara varias regiones del país. Y, gracias a la gran afluencia de turistas que visitaban el Salto, decidió que allí se edificaría una estación. Fue así como en 1927 se inauguró finalmente el proyecto, que funcionó también como hotel con vista a la catarata hasta mediados del siglo XX.
Llegó a ser reconocido como uno de los lugares insignia de la sabana de Bogotá, hasta que la contaminación en las aguas del río se robó gran parte de su atractivo. En 1980, parecía que su época dorada había terminado y el hotel finalmente cerró.
Treinta años más tarde, cuando ya nadie parecía acordarse de lo que alguna vez fue el Salto del Tequendama, el periodista Antonio Caballero escribió para la Revista Arcadia un homenaje a lo que alguna vez fue. “Yo lo recuerdo en mi niñez, deslumbrante de altísima blancura, cayendo en el estruendo de sus propias aguas como si desprendiera a pedazos, despaciosamente, en grandes paquetes de espuma que centelleaban como paquetes de luz en el vaho más pálido de la neblina eterna e iban dejando segmentos de arco iris en su caída interminable”, dijo entonces.
Fue un sentimiento como este el que impulsó a María Victoria Blanco a devolver a la vida a la casa que había sido abandonada años atrás. Hoy en día, han pasado más de 20 años desde que recibió esa llamada en la que le ofrecieron encargarse de la casa, y, durante ese tiempo, Blanco junto con su esposo Carlos Alberto Cuervo se han encargado de que el proyecto siga creciendo. La casa fue restaurada y abrió sus puertas definitivamente en 2016, año en el que también fue declarada Patrimonio Cultural de la Región por la Gobernación de Cundinamarca.
El esfuerzo ha sido constante, pero ha rendido sus frutos. Tanto así que justo el año pasado el proyecto de Blanco y su esposo “El Salto de Tequendama tiene porvenir” recibió el Premio a la gestión sostenible del agua, entregado por la Fundación Botin, en Madrid, España.
Esta casa pasó del reconocimiento de los más distinguidos personajes de la élite colombiana a el abrazo de las personas que escogieron sus piedras para tomar finalmente la decisión de que vivir no valía la pena. La labor de la Casa Museo no es negar la historia, pero sí es resaltar este lugar como algo más que las leyendas que lo rodean. “Una noche en el Museo” podría ser el evento propicio para descubrir esta otra cara del Salto, que sigue luchando por recuperar su antiguo esplendor.
Al borde de un acantilado, a las afueras de Bogotá, reposa un antiguo edificio que, alguna vez, fue un lugar exclusivamente reservado para la élite capitalina de principios del siglo XX. Llegó a ser estación de tren, hotel cinco estrellas y un destacado restaurante antes de convertirse en víctima del musgo y el polvo que casi acaban con él. Sin embargo, hoy en día tiene otra cara y este año tendrá una nueva edición de un evento que hace parte de un esfuerzo de más de 20 años por devolver parte de su gloria a este histórico lugar.
La Casa Museo Salto del Tequendama abrirá sus puertas el 30 de noviembre para celebrar nuevamente su evento “Una noche en el museo”. Entre 5:00 y 10:00 p. m., los visitantes tendrán acceso a áreas que durante el día son restringidas y podrán descubrir “secretos ocultos que solo unos pocos afortunados podrán experimentar”. La programación incluye DJ’s y artistas en vivo en Café Bochik, que acompañarán un recorrido especial planeado para el evento.
Esta promete ser una oportunidad para conocer “la fascinante historia del Salto de Tequendama de una manera inmersiva y emocional”. Además, la velada también contará con una exclusiva oferta gastronómica.
Las historias del Salto
Mucho antes de llamarse Casa Museo Salto del Tequendama, se llamaba simplemente Terminal del Sur. Esto debido a los planes del entonces presidente Pedro Nel Ospina, que quiso impulsar una línea férrea que conectara varias regiones del país. Y, gracias a la gran afluencia de turistas que visitaban el Salto, decidió que allí se edificaría una estación. Fue así como en 1927 se inauguró finalmente el proyecto, que funcionó también como hotel con vista a la catarata hasta mediados del siglo XX.
Llegó a ser reconocido como uno de los lugares insignia de la sabana de Bogotá, hasta que la contaminación en las aguas del río se robó gran parte de su atractivo. En 1980, parecía que su época dorada había terminado y el hotel finalmente cerró.
Treinta años más tarde, cuando ya nadie parecía acordarse de lo que alguna vez fue el Salto del Tequendama, el periodista Antonio Caballero escribió para la Revista Arcadia un homenaje a lo que alguna vez fue. “Yo lo recuerdo en mi niñez, deslumbrante de altísima blancura, cayendo en el estruendo de sus propias aguas como si desprendiera a pedazos, despaciosamente, en grandes paquetes de espuma que centelleaban como paquetes de luz en el vaho más pálido de la neblina eterna e iban dejando segmentos de arco iris en su caída interminable”, dijo entonces.
Fue un sentimiento como este el que impulsó a María Victoria Blanco a devolver a la vida a la casa que había sido abandonada años atrás. Hoy en día, han pasado más de 20 años desde que recibió esa llamada en la que le ofrecieron encargarse de la casa, y, durante ese tiempo, Blanco junto con su esposo Carlos Alberto Cuervo se han encargado de que el proyecto siga creciendo. La casa fue restaurada y abrió sus puertas definitivamente en 2016, año en el que también fue declarada Patrimonio Cultural de la Región por la Gobernación de Cundinamarca.
El esfuerzo ha sido constante, pero ha rendido sus frutos. Tanto así que justo el año pasado el proyecto de Blanco y su esposo “El Salto de Tequendama tiene porvenir” recibió el Premio a la gestión sostenible del agua, entregado por la Fundación Botin, en Madrid, España.
Esta casa pasó del reconocimiento de los más distinguidos personajes de la élite colombiana a el abrazo de las personas que escogieron sus piedras para tomar finalmente la decisión de que vivir no valía la pena. La labor de la Casa Museo no es negar la historia, pero sí es resaltar este lugar como algo más que las leyendas que lo rodean. “Una noche en el Museo” podría ser el evento propicio para descubrir esta otra cara del Salto, que sigue luchando por recuperar su antiguo esplendor.