Una novela sobre los prestigios que da la belleza
La historia de una mujer que desde niña sabe que su mamá no la ve bella.
Angélica Gallón Salazar
“Siempre he sido una persona fascinada por la belleza, no estoy hablando de la belleza artística ni admitiendo que palidezco cuando veo una obra de arte. A mí la gente bella me produce una cosa muy impresionante, un deslumbramiento casi indecible”, confiesa la escritora Piedad Bonnett.
Así, como si las letras le hubieran ayudado a mirar a los ojos ese deslumbramiento, le hubieran servido de herramienta para desenfundar a esos seres bellos de tanta fascinación, su cuarta novela, El prestigio de la belleza, se convierte en un hermoso tratado reflexivo sobre las invisibilidades, tristezas y soledades de los que por el contrario no son tan bellos.
La novela de Piedad Bonnett es también una especie de conciencia escrita que pone en evidencia la forma en que nos afecta cómo somos percibidos por los ojos de los otros, pero esta historia que se devora a lo largo de 204 páginas es, sobre todo, la de una niña que muy rápidamente percibe que a su mamá no le parece tan bella.
“Mi madre se asustó al verme... después de venticuatro amargas horas de dolores y pujos lo que expulsó fue un ser repulsivo, de cabeza oblonga, que venía envuelto casi como presagio atroz en una sustancia llamada meconio que no es otra cosa que un excremento negruzco formado por mocos, bilis y restos epiteliales”, dice la protagonista de esta novela, una mujer adulta que recrea su historia desde el mismo día de su nacimiento.
Con amargura, con dolor, con un relato que arrebata carcajadas, porque es irónico, a veces despiadado, este personaje además de verle todas las caras a la belleza y de crearle una selecta taxonomía: una belleza altiva, una desinteresada, una aterradoramente autosuficiente, revisa su vida con una cronología alentada por los saltos de sus emociones.
Se adentra así en los miedos de la infancia, en los mitos de morirse con una pepa de mamoncillo que no se puede pasar, o de terminar los días con una espina atascada en el pescuezo. Recuenta las dudas de la adolescencia, los sufrimientos por las desproporciones del cuerpo que ve crecer su sexo, su senos, y narra así un viaje de introspección en el que una mujer logra caminar con algunas peladuras en las rodillas a los orígenes de sus miedos y sus inseguridades, a los episodios que la devastaron y le enseñaron de la fortaleza.
“En El prestigio de la belleza hay que hablar del elemento autobiográfico, porque está contada una gran proporción de mi historia personal”, admite Piedad Bonnett, quien añade: “Lo que hubo efectivamente fue un ejercicio de regresión y de recuperación”.
Esta admisión, que se insinúa desde los epígrafes del libro en donde una cita de Antonio Machado pregunta: ¿cuánto contar? explica por qué hay algo tan verosímil, tan universal atravesando toda la historia. Es la honestidad de una vida la que se hace novela. “¿Pero cuánto saber contar? Tuve que parar, no iba a escribir toda la verdad, además el personaje tenia una carita propia que no siempre era la mía, entonces ella se me crecía y hacia cosas que yo nunca hice”, replica Piedad.
Cómo una niña se enamora de su profesora, descubriendo así su primer objeto de deseo y cómo sufre la desdicha de no ser su favorita, cómo una adolecente debe sopesar la mala suerte de tener a su lado una amiga extremadamente bella que la opaca al andar por la ciudad, y cómo a veces la belleza desprestigia mientras las fealdad, más bien la normalidad, empodera son cosas que se confiesan y se delatan en esta novela.
“Siempre he sido una persona fascinada por la belleza, no estoy hablando de la belleza artística ni admitiendo que palidezco cuando veo una obra de arte. A mí la gente bella me produce una cosa muy impresionante, un deslumbramiento casi indecible”, confiesa la escritora Piedad Bonnett.
Así, como si las letras le hubieran ayudado a mirar a los ojos ese deslumbramiento, le hubieran servido de herramienta para desenfundar a esos seres bellos de tanta fascinación, su cuarta novela, El prestigio de la belleza, se convierte en un hermoso tratado reflexivo sobre las invisibilidades, tristezas y soledades de los que por el contrario no son tan bellos.
La novela de Piedad Bonnett es también una especie de conciencia escrita que pone en evidencia la forma en que nos afecta cómo somos percibidos por los ojos de los otros, pero esta historia que se devora a lo largo de 204 páginas es, sobre todo, la de una niña que muy rápidamente percibe que a su mamá no le parece tan bella.
“Mi madre se asustó al verme... después de venticuatro amargas horas de dolores y pujos lo que expulsó fue un ser repulsivo, de cabeza oblonga, que venía envuelto casi como presagio atroz en una sustancia llamada meconio que no es otra cosa que un excremento negruzco formado por mocos, bilis y restos epiteliales”, dice la protagonista de esta novela, una mujer adulta que recrea su historia desde el mismo día de su nacimiento.
Con amargura, con dolor, con un relato que arrebata carcajadas, porque es irónico, a veces despiadado, este personaje además de verle todas las caras a la belleza y de crearle una selecta taxonomía: una belleza altiva, una desinteresada, una aterradoramente autosuficiente, revisa su vida con una cronología alentada por los saltos de sus emociones.
Se adentra así en los miedos de la infancia, en los mitos de morirse con una pepa de mamoncillo que no se puede pasar, o de terminar los días con una espina atascada en el pescuezo. Recuenta las dudas de la adolescencia, los sufrimientos por las desproporciones del cuerpo que ve crecer su sexo, su senos, y narra así un viaje de introspección en el que una mujer logra caminar con algunas peladuras en las rodillas a los orígenes de sus miedos y sus inseguridades, a los episodios que la devastaron y le enseñaron de la fortaleza.
“En El prestigio de la belleza hay que hablar del elemento autobiográfico, porque está contada una gran proporción de mi historia personal”, admite Piedad Bonnett, quien añade: “Lo que hubo efectivamente fue un ejercicio de regresión y de recuperación”.
Esta admisión, que se insinúa desde los epígrafes del libro en donde una cita de Antonio Machado pregunta: ¿cuánto contar? explica por qué hay algo tan verosímil, tan universal atravesando toda la historia. Es la honestidad de una vida la que se hace novela. “¿Pero cuánto saber contar? Tuve que parar, no iba a escribir toda la verdad, además el personaje tenia una carita propia que no siempre era la mía, entonces ella se me crecía y hacia cosas que yo nunca hice”, replica Piedad.
Cómo una niña se enamora de su profesora, descubriendo así su primer objeto de deseo y cómo sufre la desdicha de no ser su favorita, cómo una adolecente debe sopesar la mala suerte de tener a su lado una amiga extremadamente bella que la opaca al andar por la ciudad, y cómo a veces la belleza desprestigia mientras las fealdad, más bien la normalidad, empodera son cosas que se confiesan y se delatan en esta novela.