Una pintura del mundo para el rey: la Carta universal de Diego Ribero
Los primeros mapas del mundo, como la Carta universal de Diego Ribero de 1529, fueron contundentes expresiones de control imperial a escala global, un claro ejemplo de la estrecha relación entre conocimiento científico y poder.
“Un gran hombre es un hombre pequeño con un buen mapa”. Bruno Latour
En tiempos de Google Maps, con relojes e instrumentos astronómicos de alta precisión, con las posibilidades que hoy conocemos de fotografía aérea o satelital, nos parece casi natural observar fieles imágenes de la geografía terrestre. Casi cualquier persona puede hoy ver en la pantalla de su teléfono móvil pinturas de cualquier rincón de la Tierra con precisión milimétrica de forma instantánea. En 1529, cuando Diego Ribero ensambló su mapa, “que contiene todo lo que del mundo se ha descubierto”, la historia era muy distinta. La manufactura de un mapa era una tarea compleja que hoy nos sorprende: con rudimentarios astrolabios y agujas de marear se realizaban representaciones precisas de la geografía del planeta.
Uno de los propósitos que la Corona española encomendó a los cosmógrafos de la Casa de Contratación en Sevilla fue justamente construir un mapa de todo el globo, una tarea que en el siglo XVI era posible en muy pocos lugares.
Entre las tareas de la Casa de Contratación sobresalen las del piloto mayor, el cual tenía funciones muy específicas de carácter técnico y científico. Por un lado, el examen de los pilotos que iban a las Indias y la aprobación de sus cartas, instrumentos y derroteros, y, por otro, la realización de un “padrón real” o mapa modelo para elaborar cartas de marear que garantizaran rutas de viaje más seguras al Nuevo Mundo. En la misma Real Cédula de 1508, que designó como primer piloto mayor a Américo Vespucio, se le ordenó supervisara a los mejores pilotos y cosmógrafos para la construcción de “un padrón de todas las tierras e islas de las Indias que hasta hoy se han descubierto”.
El proyecto de construir un mapa completo del mundo fue una empresa científica de enormes proporciones, solo posible en el marco de poderosas instituciones como la Corona española del siglo XVI, época en la que los europeos heredaron una antigua tradición cartográfica que ofrecía un detallado conocimiento de los contornos de Europa, Asia y África. Pero la información necesaria para construir un nuevo mapa de la totalidad de la Tierra, que incluyera el continente americano, suponía recopilar información inédita y la articulación de numerosos actores: cosmógrafos en tierra capaces de ensamblar los datos que provenían de los marinos y, desde luego, exploradores en capacidad de hacer mediciones confiables, es decir, marinos hábiles en el manejo de instrumentos calibrados y unidades de medida estandarizadas.
Hoy no se conoce un único mapa que lleve el nombre de “padrón real”. De hecho, fue un proyecto secreto de uso exclusivo de los cosmógrafos de la Corona, cuya versión original fue celosamente custodiada y guardada en un “arca de tres llaves”. No obstante, un mapa como el de Diego Ribero es un buen ejemplo de cartas construidas sobre los datos recopilados en la Casa de Contratación de Sevilla.
El propósito de Ribero y su gran mapa se hizo evidente en su título, el cual tuvo la pretensión manifiesta de representar la totalidad del mundo y su repartición entre las coronas de España y Portugal. En la parte inferior, las banderas de las coronas de España y Portugal mostraron la línea que dividía el mundo en dos, tal y como se acordó en Tordesillas en junio de 1494. Además de la línea, el mapa se decoró con estandartes de los respectivos monarcas y numerosas embarcaciones europeas a lo largo y ancho del globo que proclamaron la presencia cristiana en casi la totalidad del mundo. Un elemento que contrastó con las primeras cartas del Nuevo Mundo, como la de Juan de la Cosa, elaborada 30 años antes, fue la rica toponimia y la asignación de nombres cristianos a casi todos los accidentes geográficos, en particular en la costa oriental del continente. La estética del mapa resultó emblemática de su tiempo, careció de los tradicionales monstruos marinos que solieron acompañar los mapas medievales y, en su lugar, sobresalieron explicaciones técnicas y varios instrumentos astronómicos y de navegación como el cuadrante, el astrolabio y las numerosas rosas de los vientos, todos emblemas de autoridad técnica y alarde de la precisión con la cual fue elaborada la carta.
Los mapas, más que representaciones espaciales neutras, son abstracciones radicales en las cuales no solo es posible poner el mundo en un plano de dimensiones humanas, sino exhibir un orden político particular. La posibilidad de visualizar sobre un plano grandes extensiones de tierra y mar, o incluso el globo entero, es una contundente expresión de poder y control mundial. Con este preciso artefacto de dos dimensiones, el rey y sus cosmógrafos pudieron, literalmente, tener el mundo en sus manos.
“Un gran hombre es un hombre pequeño con un buen mapa”. Bruno Latour
En tiempos de Google Maps, con relojes e instrumentos astronómicos de alta precisión, con las posibilidades que hoy conocemos de fotografía aérea o satelital, nos parece casi natural observar fieles imágenes de la geografía terrestre. Casi cualquier persona puede hoy ver en la pantalla de su teléfono móvil pinturas de cualquier rincón de la Tierra con precisión milimétrica de forma instantánea. En 1529, cuando Diego Ribero ensambló su mapa, “que contiene todo lo que del mundo se ha descubierto”, la historia era muy distinta. La manufactura de un mapa era una tarea compleja que hoy nos sorprende: con rudimentarios astrolabios y agujas de marear se realizaban representaciones precisas de la geografía del planeta.
Uno de los propósitos que la Corona española encomendó a los cosmógrafos de la Casa de Contratación en Sevilla fue justamente construir un mapa de todo el globo, una tarea que en el siglo XVI era posible en muy pocos lugares.
Entre las tareas de la Casa de Contratación sobresalen las del piloto mayor, el cual tenía funciones muy específicas de carácter técnico y científico. Por un lado, el examen de los pilotos que iban a las Indias y la aprobación de sus cartas, instrumentos y derroteros, y, por otro, la realización de un “padrón real” o mapa modelo para elaborar cartas de marear que garantizaran rutas de viaje más seguras al Nuevo Mundo. En la misma Real Cédula de 1508, que designó como primer piloto mayor a Américo Vespucio, se le ordenó supervisara a los mejores pilotos y cosmógrafos para la construcción de “un padrón de todas las tierras e islas de las Indias que hasta hoy se han descubierto”.
El proyecto de construir un mapa completo del mundo fue una empresa científica de enormes proporciones, solo posible en el marco de poderosas instituciones como la Corona española del siglo XVI, época en la que los europeos heredaron una antigua tradición cartográfica que ofrecía un detallado conocimiento de los contornos de Europa, Asia y África. Pero la información necesaria para construir un nuevo mapa de la totalidad de la Tierra, que incluyera el continente americano, suponía recopilar información inédita y la articulación de numerosos actores: cosmógrafos en tierra capaces de ensamblar los datos que provenían de los marinos y, desde luego, exploradores en capacidad de hacer mediciones confiables, es decir, marinos hábiles en el manejo de instrumentos calibrados y unidades de medida estandarizadas.
Hoy no se conoce un único mapa que lleve el nombre de “padrón real”. De hecho, fue un proyecto secreto de uso exclusivo de los cosmógrafos de la Corona, cuya versión original fue celosamente custodiada y guardada en un “arca de tres llaves”. No obstante, un mapa como el de Diego Ribero es un buen ejemplo de cartas construidas sobre los datos recopilados en la Casa de Contratación de Sevilla.
El propósito de Ribero y su gran mapa se hizo evidente en su título, el cual tuvo la pretensión manifiesta de representar la totalidad del mundo y su repartición entre las coronas de España y Portugal. En la parte inferior, las banderas de las coronas de España y Portugal mostraron la línea que dividía el mundo en dos, tal y como se acordó en Tordesillas en junio de 1494. Además de la línea, el mapa se decoró con estandartes de los respectivos monarcas y numerosas embarcaciones europeas a lo largo y ancho del globo que proclamaron la presencia cristiana en casi la totalidad del mundo. Un elemento que contrastó con las primeras cartas del Nuevo Mundo, como la de Juan de la Cosa, elaborada 30 años antes, fue la rica toponimia y la asignación de nombres cristianos a casi todos los accidentes geográficos, en particular en la costa oriental del continente. La estética del mapa resultó emblemática de su tiempo, careció de los tradicionales monstruos marinos que solieron acompañar los mapas medievales y, en su lugar, sobresalieron explicaciones técnicas y varios instrumentos astronómicos y de navegación como el cuadrante, el astrolabio y las numerosas rosas de los vientos, todos emblemas de autoridad técnica y alarde de la precisión con la cual fue elaborada la carta.
Los mapas, más que representaciones espaciales neutras, son abstracciones radicales en las cuales no solo es posible poner el mundo en un plano de dimensiones humanas, sino exhibir un orden político particular. La posibilidad de visualizar sobre un plano grandes extensiones de tierra y mar, o incluso el globo entero, es una contundente expresión de poder y control mundial. Con este preciso artefacto de dos dimensiones, el rey y sus cosmógrafos pudieron, literalmente, tener el mundo en sus manos.