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Siempre estamos buscando el camino de regreso o la memoria más amada, pero allí donde creemos que es hermoso el escenario, Luz Mary Giraldo nos enseña que otras son las formas, y nos habla del desastre o la belleza que subyacen. En “Caligrafía de la sombra” (Sílaba, 2024) entendemos que bajo las letras y entre los hilos del lenguaje late otro tanto que solo la poesía puede revelarnos, incluso cuando la palabra parece insuficiente, poca, escasa: el dolor, el abandono, el olvido, los adioses, el silencio, las esperas, la distancia.
Giraldo busca entonces “abrir las puertas con las letras”, intentar un lenguaje que dé cuenta del horror o de lo sublime, ese que aún no se ha inventado para nombrarlo todo. Conversamos con la autora homenajeada en la edición XXVIII del Festival Internacional de Poesía de Bogotá en 2020.
El libro abre con el poema “Solitario animal” que es una magnífica descripción de lo que nos define como seres humanos. En ese sentido, ¿qué nos hace humanos?
En ese primer poema, el epígrafe de Chantal Maillard recoge parte de lo que quiero decir. Responde a la idea del ángel caído, desalado y sensitivo. El ser humano, “solitario animal”, es ese mismo ángel frágil, impotente, huérfano, asustado, en búsqueda constante, que encuentra algo de consuelo en la sonrisa de los niños, en las manifestaciones artísticas, en los paisajes, y en el canto y en el vuelo de los pájaros, por ejemplo. Ese ángel es el mismo ser humano que “siente el cosquilleo de sus alas amputadas”. La sensibilidad es la que humaniza, la que permite la comunicación con el otro o con lo otro; por eso el hecho creativo y lo creado permiten una vibración particular que va de la emoción estética a la toma de conciencia de la realidad y de sí mismo, tanto como para ver lo sórdido y lo amargo de la existencia, como lo dulce y lo sublime. La creación es catártica y también una forma de conocimiento que sensibiliza y humaniza. De ahí también ese decir en “Estado de alarma” que cuando el mundo se oscurece y las puertas se cierran, tal vez el yo creativo puede ayudar a que entre un poco de luz. Algo similar digo en otros poemas, como “Silencio en ruinas”, referido al dolor que nos generan los desplazados y los desamparados: “escribo / para que encuentren salida / al menos en mis versos” o en un poema dedicado a los líderes asesinados que como una súplica dice: “tu garganta pide a mi lengua que hable / y en silencio yo pido por ti”.
En “Estado de desgracia” usted dice que no hay versos que alcancen a nombrar el tiempo ni frases que sirvan de abrigo. Cuéntenos sobre esa que –siento– es una inquietud común: la idea de la insuficiencia del lenguaje.
Este es un libro referido al mundo contemporáneo: las guerras propias y ajenas, nuestras violencias, los desposeídos, los migrantes que caracterizan este siglo XXI, el hambre y la peste, en fin, todo aquello que nos afecta y que pasa por nuestros ojos en los noticieros y los periódicos, es decir el horror que nos quita el sueño. La globalización con sus redes se ha encargado de ponernos al tanto de todo lo que sucede y de los errores y horrores que la humanidad comete. En “Estado de desgracia” quiero decir que es tan doloroso lo que genera la violencia, que no alcanza el alfabeto, no hay palabras para nombrarlo todo. Son tan duras ciertas experiencias propias o ajenas, que no hay cómo decirlas, no hay lenguaje suficiente ni completo. Eugenio Montejo cierra uno de sus poemas con un verso que me resulta poderoso y significativo: “No sé qué hacer con este grito / no sé cómo anotarlo”. Los creadores lo han dicho siempre. Y mucho menos cuando son realidades referidas al desastre que nos corresponde vivir en tiempos de guerra y desolación, que definitivamente son de miseria y penuria. A veces no es posible desatar la lengua cuando ésta está a punto de enmudecer. Ante situaciones alarmantes y terribles, enmudeces. El título de todo el libro anuncia la temática: Caligrafía de la sombra. Es decir, escrituras sobre la sombra. Utilizo una palabra muy tradicional, caligrafía, que es la escrita a mano, la palabra como arte. En últimas: arte de escribir lo sombrío.
Además de lo literal, ¿de qué manera los animales (perros que aúllan a la luna, pájaros sin alas ni pico, mariposas), son metáfora para representar y comprender la vida humana y social, lo que somos como humanidad y sociedad?
Exactamente. En este caso son imágenes duras para representar esta decadencia social, cultural e histórica. Si reviso mis distintos libros de poesía, veo en ellos muchos pájaros, gatos, perros, mariposas, paisajes con luz… Los primeros los he aprovechado como metáfora del canto, del poema que vuela, del mito de Orfeo, la poesía misma; los gatos como analogía del poeta, las mariposas como lo transitorio, los perros como la compañía fiel. En este libro, en algunos casos cambia la mirada. Tan doloroso es todo que los pájaros no cantan, ¡ni siquiera tienen pico!, los gatos no runrunean ni tienen cola que les permita comunicarse, la luna no alumbra, los perros están vigilantes y consternados, y el escenario es un paraje gris y, sin embargo, a pesar de esta oscuridad procuro un hilo de esperanza, la sonrisa de un niño, el tintineo de las campanas, la alegría de un nacimiento, la caída de las hojas, pájaros azules que sonríen, la sombra atravesada por la luz. La misma carátula del pintor y compositor lituano Mikalojus Konstantinas Ciurlionis, titulada Scherzo (Sonata de verano) tiene que ver con esto: un paisaje de colores amarillos rojizos es atravesado por unos árboles que parecen sombras y unas golondrinas que cruzan el espacio.
¿Cómo lee usted la manera en que la poesía (la suya y la de otras) ha mirado y contado la guerra, a las víctimas, a los líderes sociales asesinados?
Creo que es una poesía de conciencia del desastre. Dolorosa y atormentada, en la que los poetas expresan su compromiso con la vida a pesar de la muerte. Desde siempre se ha escrito sobre y desde las guerras, sobre las víctimas, sobre los líderes asesinados. Las epopeyas han dado cuenta de ello. En los tiempos modernos y actuales se da voz a los que no la tuvieron y se destaca el dolor por encima de la heroicidad. Autores como Giuseppe Ungaretti, Anna Ajmátova, Marina Tsvietáieva, Anna Blandiana, Wislawa Szymborska, Miguel Hernández, Vicente Aleixandre, César Vallejo, Pablo Neruda, Juan Gelman, son algunos de los poetas que he leído sobre estos temas y me han marcado al revelarme su sensibilidad. Con las nuevas guerras muchos poemas se han escrito, demostrando que la poesía no es ajena a ello, que puede repudiar la tragedia, hacerla sentir y conocer. Son poetas que muestran la humanidad a pesar de la brutalidad. Colombia no ha sido ajena a ello, pues hemos vivido en estado de alarma y nos hemos acostumbrado a esto, pero muchos poetas no se conforman. Entre ellos, El canto de las moscas de María Mercedes Carranza es claramente significativo, como los poemas de Mery Yolanda Sánchez, entre otros y otras.
¿Cómo hacerlo sin caer en lo panfletario?
Lo importante en este tipo de poesía y que propongo en este libro (y ha ido apareciendo paulatinamente en la mayoría de mis libros anteriores) es que la inquietud por los asuntos sociales (el hambre, la desigualdad, la guerra, las violencias, el olvido) se exprese de manera contenida. Menos arenga y más contención, para no caer en la tentación de lo panfletario. Creo que la poesía es una forma de meditación, una profunda conversación consigo mismo y con los otros. Si la meditación se exacerba, se apasiona, puede caer en el panfleto. La serenidad sería una de las claves para llegar a la contención.
Usted menciona a María Mercedes Carranza; ¿existe algún diálogo entre su poesía y la de ella? La sentí en algunos conceptos como la tierra en la boca y, por supuesto, en el zumbido de las moscas.
He sido estudiosa de la poesía de María Mercedes; me ha interesado la ironía desesperanzada de la mayoría de sus libros y la fuerza de esos poemas brevísimos, esas elegías que Mario Rivero no vaciló en decir que son como partes o comunicaciones de guerra. No había pensado en la relación directa de estas imágenes mías con las de María Mercedes, que también están en Jorge Gaitán Durán y en Eduardo Cote Lamus, pero puedo decir que en mi caso las imágenes que señalas responden a experiencias mías, a situaciones vividas y vistas. He pasado mi vida en un país violento, soy hija de la violencia de medio siglo y siendo muy niña vi escenas espeluznantes para la mirada infantil, que al fin se volvieron imágenes verbales. Las que señalas son unas de ellas. En el poema “Las paredes de la guerra” lo digo más directamente al asociar las guerras de uno y otro lugar.
En “Día séptimo” usted evoca a Gelman, Vallejo y Lorca. ¿Hay algo de ellos que haya nutrido su escritura?, ¿cómo resuena en ella?
Son poetas cuyos versos resuenan en mí y nutren mi sensibilidad, me conmueven; sus historias como sus versos me han iluminado. Su dolor ha sido mi dolor. Llegué a Vallejo y a García Lorca como estudiante de literatura en la universidad y con frecuencia vuelvo a ellos, a su vibración emocional. A Vallejo lo enseño; me conmueve esa palabra que atraviesa el yo íntimo y personal y pasa a lo familiar y a lo colectivo; resuena en mí esa necesidad de sentirse depositario del dolor de todos, ese que tiene que ver con los cristos del alma. Más tarde llegué a Gelman y a su diversidad poética y sus reflexiones sobre poesía y tradición, su relación con la historia y los temas universales. Leerlo me ha permitido entender ese dolor personal e íntimo que también recoge las tradiciones de su tierra y las une a los descalabros de la historia. La contundencia de la palabra de estos y otros poetas es definitiva en la verbalización del despliegue del dolor y de la experiencia vital.
La palabra, la lengua, las letras como camino, como vehículo, como luz ocupan un lugar esencial en estos poemas; ¿qué tiene de especial la palabra de la poeta y qué nos dice, comparada con la palabra de la novelista, la cuentista, la dramaturga?
El poeta tiene la obligación, la exigencia, de ser preciso. Ezra Pound habló de la palabra poética, la del poema, como una saeta que apunta al centro. El poeta es como el arquero: tiene que tensar el arco para apuntar al blanco, que en este caso es esa palabra precisa. En los otros géneros el escritor tiene licencia para dispersarse en anécdotas, personajes, tiempos, espacios, juegos de lenguaje, diálogos, en la poesía hay que ser exacto, como un reloj.