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La especie que no soporta el silencio

El periodista y pensador Pedro Bravo cree que el mal de nuestro tiempo es el exceso de ruido que ha permeado el trabajo, la ciencia, nuestra identidad y hasta el ocio. El exceso de ruido abruma la conciencia hasta hacernos enemigos de nosotros mismos. A partir de su libro ¡Silencio! Manifiesto contra el ruido, la inquietud y la prisa, presentamos un ensayo sobre la especie que ha evolucionado para no soportar el silencio.

Juliana Vargas Leal
01 de julio de 2024 - 07:30 p. m.
La especie que no soporta el silencio
Foto: Pixabay

“Todo lo que hacemos es música”, solía decir John Cage. Por eso compuso 4′33, una melodía compuesta de tres movimientos, todos iguales: cerrar el cajón del piano, prender un cronómetro y volver a abrir la caja. Durante aquellos 4 minutos con 33 segundos, de vez en cuando se escucha a alguien aclararse la garganta, una tos, un suspiro… hasta que finalmente llega la queja. Es una queja previsible y al mismo tiempo incomprensible ¿Por qué habríamos de quejarnos del silencio? Por definición, el silencio es sinónimo de ausencia de ruido, que es lo mismo que quietud, que es lo mismo que tranquilidad, que es lo mismo que paz.

Nos quejamos del silencio porque, con 4′33, John Cage demostró que el silencio también molesta y genera ruido. De pensar hace miles de años en cómo conseguir la carne de venado para el día, hemos pasado a tener una media de 60.000 pensamientos al día. Ya no somos capaces de soportar la ausencia no ya de sonidos, sino de pensamientos, de juicio y de opiniones que se alimentan de nosotros como parásitos viviendo de la energía ajena.

Vivimos en tal frenesí de actividad, que el mismo silencio lo confundimos con ruido. La obsesión por estar siempre en actividad, de estar produciéndonos en el trabajo, en las redes sociales y hasta en el ocio, como si fuéramos nuestra propia marca, hace que nos disociemos de nuestro cuerpo. Cuando el silencio llega, nos obliga a estar conscientes de nuestro anclaje a la Tierra, de nuestros límites y, sobre todo, de nuestros pensamientos. Nos hemos acostumbrado a estar siempre en movimiento porque parar significa estar en compañía de nuestra conciencia y, por ende, de la fatalidad. Con razón, alguna vez Miguel de Unamuno dijo que el hombre, por ser hombre, por tener conciencia, es ya, respecto del burro y a un cangrejo, un animal enfermo.

La conciencia abrumada por el exceso de ruido es una enfermedad que ha dado como resultado la depresión, el trastorno límite de la personalidad y el déficit de atención por hiperactividad como los síntomas por excelencia del siglo XXI; que ha engendrado la polarización como hija de la incomunicación que acompaña al narcisismo y, por ende, la incapacidad de siquiera escuchar las opiniones divergentes; que ha exacerbado un Yo que ya no cabe en estados, fotos, párrafos aduladores e historias compuestas de unos cuantos segundos, porque somos la única especie que ha desarrollado la necesidad biológica de compararnos con los demás y sacar conclusiones a partir de otras historias que son sólo eso: ficciones.

El filósofo Pedro Bravo nos recuerda que, como especie, nuestro objetivo biológico es el de todas: reproducirnos, sobrevivir. Sin embargo, el relato que nos guía va en dirección contraria. Como diría Lynn Margulis: “el destino inevitable de las especies con exceso de éxito es borrarse a sí mismas”, y el ser humano lo ha logrado mediante la autoexigencia, la disciplina fatal, la autoproducción, el movimiento constante. Ya decía Paul Lafargue en “El derecho a la pereza” que había visto una locura responsable de las miserias individuales y sociales que torturaban a la triste humanidad. Esa locura era el amor al trabajo que llevaba hasta el agotamiento de las fuerzas vitales del individuo. Siglo y medio después, nos la hemos apañado para hacer de la vida un trabajo constante hasta tornar nuestros pensamientos en los parásitos que son, succionando nuestra energía. Somos la especie que no soporta 4 minutos y 33 segundos en quietud. La tragedia de todo esto es que somos lo que queda cuando desaparecen nuestros pensamientos.

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Pedro(32497)02 de julio de 2024 - 11:56 a. m.
Cántico al silencio Por la desarmonía del ruido Me apresuro a guardar silencio Lo custodio con delicadeza al lado de una trampita Para pájaros deprimidos No se incomoda Y trata de disfrutar la luna llena. Pedro Conrado Cúdriz
Melibea(45338)02 de julio de 2024 - 04:22 a. m.
Muy brillante reflexión,somos la sociedad del cansancio.
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