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En los más de 40 años que ha vivido por y para la historia, la mayor obsesión de la cartagenera Angelina Araújo ha sido constatar lo que pasó en las fuentes originales. Su mayor satisfacción, por eso, es dar fe de los acontecimientos no tanto por la versión que dio tal o cual estudioso, sino porque lo vio con sus propios ojos, firmado por el rey Fernando el Católico o el adelantado Pedro de Heredia.
El Catálogo Calamarí es el resultado de esa convicción y de cinco años de trabajo, en los cuales analizó y reseñó detalladamente 3.319 manuscritos originales del siglo XVI referentes a Cartagena y la provincia de su nombre, que reposan en el Archivo de Indias de Sevilla (España). En este último, los españoles centralizaron la documentación de sus colonias en América, y de ahí que sea uno de los más completos para la investigación sobre los anales del continente.
El relieve de semejante recopilación, que incluye capitulaciones, ordenanzas, asientos y cartas de los gobernantes, se entiende mejor al recordar que, pese a la trascendencia de la ciudad en el tiempo colonial, no cuenta con archivos propios de los siglos XVI, XVII y buena parte del XVIII (sus primeros 300 años, en otras palabras), perdidos por diversas razones.
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Durante mucho tiempo, esta carencia desmotivó las investigaciones, por los costos de trasladarse a otros lugares para adelantarlas. Hoy eso está resuelto, porque los fondos del Archivo de Indias se pueden consultar por internet en el Portal de Archivos Españoles (Pares). Empero, ello no subsana todos los retos, pues no es nada sencillo entenderlos.
Es allí donde entra en escena una especialista como Araújo, quien además de historiadora de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá y archivista, es paleógrafa, es decir, experta en el estudio y la lectura de documentos antiguos.
La dificultad reside, cuenta, en que el castellano en que se escribía en el siglo XVI dista mucho del que se practica hoy. No había reglas de ortografía, gramática o puntuación, y algunas palabras tenían un significado muy diferente al actual. Se usaban muchas abreviaturas (como Go, que significa Gonzalo), se mezclaban letras con dibujos o era frecuente que no se separaran las palabras.
Con El Catálogo Calamarí cualquiera puede acceder a esa información de manera fácil, además de gratuita, ya que la historiadora parafraseó los originales en las reseñas siendo fiel a su orden y contenido. “Registré todos los temas de que habla cada manuscrito. Nunca dije: ‘Esto no lo voy a poner porque no es importante’. Como historiadora no puedo juzgar un documento. Lo que para una persona no es relevante, puede serlo para otra”, explica.
Aunque la concepción e implementación de la web le tomó un lustro, Aráujo ha estado embebida en documentos antiguos durante toda su larga carrera. Ello comenzó en 1979, cuando viajó a Sevilla para realizar, en el Archivo de Indias, la investigación de su tesis de grado como historiadora. Cumplió su cometido, pero al verse ante toda esa riqueza en información sobre el pasado colombiano, se propuso un objetivo mucho más ambicioso: traer esos documentos al país, lo cual finalmente logró con El Catálogo Calamarí, cuatro décadas después.
Al regresar de aquel viaje a Sevilla, los papeles viejos, en especial de la Colonia, se volvieron parte de su labor diaria durante su paso por varias instituciones. Pero su labor más larga y prolífica fue en el área cultural del Banco de la República, desde 1993. Allí catalogó y sistematizó los documentos coloniales del Archivo Histórico de la Casa de Moneda, además de la Colección Numismática del Emisor, en Bogotá. Llegó un momento en que tenía tanta información sobre el tema, que pudo montar el Museo Casa de Moneda, considerado uno de los mejores de su género en el mundo.
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En 2014 se retiró del banco y se entregó a la tarea pendiente con el Archivo de Indias. Años atrás se había enterado de la falta de acervos coloniales en Cartagena, y fue así como nació El Catálogo Calamarí, llamado en honor de los nativos de la tierra.
¿Qué la movió a hacerlo? Cree que es hora de que la gente se apropie de la investigación de su pasado. “Me encantaría que los industriales, los comerciantes, los estudiantes, los que tienen una tienda, los que trabajan en una carpintería, todos los cartageneros, ingresen en este catálogo y lean. La historia tiene esa magia: cuando la conoces y sabes de dónde vienen las cosas, por qué pasaron, empiezas a valorarlas más, a querer tu entorno y a desarrollarlo”.
Con su variedad de temáticas, el catálogo permite saber cómo arrancó Cartagena y, en últimas, el país, de una manera vívida y no exenta de curiosidades. Así, sale a la luz que las preocupaciones de los monarcas de España, en cuyo imperio no se ponía el sol, iban desde asuntos tan serios como dictar leyes a otros más cotidianos como ordenar refrigerio para los indios y esclavos después de misa o buscar maridos perdidos en las Indias.
Lo común es pensar que la urbe caribeña surgió con su fundación en 1533, cuando, mucho antes de eso, el lugar ya era conocido por ese nombre y muy transitado, gracias a las condiciones de su bahía y posición estratégica. “Cartagena ya estaba en el sueño de los Reyes Católicos”, recalca Araújo.
De hecho, el documento más antiguo de Calamarí, las capitulaciones del rey Fernando el Católico con los conquistadores Alonso de Ojeda y Diego de Nicuesa, data de 1508.
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A Araújo le preocupa que las ideas que se tienen sobre Cartagena y su historia a veces sean letra muerta, y ahí está el catálogo para no tragar entero. Por ejemplo, se cree que la conquista fue obra de la improvisación. Pero cerca de 30 manuscritos dan cuenta de que el establecimiento de la ciudad se planeó con un año de anticipación, de modo que cuando se erigió ya estaban definidas sus instituciones y nombrados gran parte de sus primeros funcionarios.
Es muy frecuente la expresión “plaza fuerte” para referirse a la ciudad o que se ensalce su pasado, pero casi no se entienden las reales razones de esa fama. La verdad, recuerda la experta, es que desde aquel siglo, el XVI, los españoles le asignaron la más seria de las responsabilidades: acopiar entre sus muros y defenderlos del saqueo de los enemigos todo el oro, plata y perlas provenientes de Suramérica y Centroamérica que eran recogidos una vez al año por la Flota de Tierra Firme para llevarlos a España. En ninguna ciudad como en esta había tanto en juego, y de ahí las fortificaciones que la han hecho famosa.
A través del catálogo, es posible también refutar teorías que, en opinión de la historiadora, le han hecho daño a la imagen que tienen de sí mismos los colombianos. Para citar un caso, se cree que la administración colonial era desordenada y por eso hoy “somos así”. Ella opina todo lo contrario: era tal la organización, que de cada escrito quedó una copia y por eso ahora es posible un portal tan rico en datos como El Catálogo Calamarí.
Aparecen, asimismo, testimonios entrañables de cómo se fue construyendo la ciudad como este: en 1585, 52 años después de la fundación, el gobernador progresista Pedro Fernández de Busto le informaba a Felipe II que Cartagena “va en grandísimo crecimiento y las obras públicas que en ella tengo comenzadas, algunas se han acabado, como son la carnicería y el matadero, y la Iglesia Mayor (catedral) se va enmaderando: solo queda por cubrir la nave mayor”. No obstante, al año siguiente, el templo sería arrasado por el pirata Francis Drake, recuerda Araújo, sobre un reverso de fortuna de la ciudad que se repitió varias veces.