Cuando “Urufa” comenzó a ser Europa
Presentamos la primera entrega de una serie dedicada a tratar de explicar las razones por las que Europa pasó de ser un territorio poblado por gente hosca, sin sentido del humor e ignorante, a convertirse en el centro del poder, de las ciencias, el pensamiento, las artes y la cultura del mundo.
Fernando Araújo Vélez
Hubo tiempos, por allá en los siglos IX y X d. C, en que los árabes llamaban a Europa como “Urufa” y describían a sus pobladores como gente sin sentido del humor, grosera y de modales bruscos. Como escribió Peter Watson en su libro “Ideas”, Mas’udi, un prestigioso geógrafo musulmán que vivió durante el siglo X d. C, decía que “Carecen de sentido del humor; sus cuerpos son grandes; su carácter, grosero; sus modales, bruscos. Su entendimiento, escaso; y sus lenguas, toscas… Cuanto más al norte se encuentran más estúpidos, groseros y brutos son”. Algunos años más tarde, Saìd Ibn Ahmadel, cadí de la Toledo musulmana, aseguraba que hasta entonces sólo habían existido unas pocas civilizaciones que le hubieran aportado cosas esenciales a la humanidad.
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Hubo tiempos, por allá en los siglos IX y X d. C, en que los árabes llamaban a Europa como “Urufa” y describían a sus pobladores como gente sin sentido del humor, grosera y de modales bruscos. Como escribió Peter Watson en su libro “Ideas”, Mas’udi, un prestigioso geógrafo musulmán que vivió durante el siglo X d. C, decía que “Carecen de sentido del humor; sus cuerpos son grandes; su carácter, grosero; sus modales, bruscos. Su entendimiento, escaso; y sus lenguas, toscas… Cuanto más al norte se encuentran más estúpidos, groseros y brutos son”. Algunos años más tarde, Saìd Ibn Ahmadel, cadí de la Toledo musulmana, aseguraba que hasta entonces sólo habían existido unas pocas civilizaciones que le hubieran aportado cosas esenciales a la humanidad.
Hablaba de los indios, los griegos, los persas, los egipcios y los árabes, y añadía que los pueblos del norte de “Urufa” “no han cultivado las ciencias. Parecen más bestias que hombres. Su entendimiento carece de agudeza y su inteligencia, de claridad”. Aquellos rústicos personajes que vivían al norte del Mediterráneo y hacia el occidente de Constantinopla parecían ser simples guerreros en busca de paz. Para Watson, “Incluso en una fecha tan tardía como el siglo XIII, el profesor de Oxford Roger Bacon tenía sus ojos puestos en Oriente. Solicitó al papa Clemente IV que organizara un proyecto de enormes dimensiones: una enciclopedia de los nuevos conocimientos en ciencias naturales. Tenía en mente el gran número de traducciones que entonces se estaban haciendo en árabe, y recomendó el estudio de las lenguas orientales y el islam”.
Quienes vivieron durante los últimos siglos del primer milenio y los primeros del segundo iban a “Urufa” en busca de un lugar para asentarse, a sabiendas de que más allá de su asentamiento debían encontrar la manera de producir sus propios alimentos, lo que a su vez generaba una especie de civilización. Según Fernand Braudel, las civilizaciones se habían formado en gran medida por los alimentos que sus pueblos habían encontrado o creado. La comida los había hecho quienes eran. El arroz, por ejemplo, exigía una denodada disciplina de quienes lo cultivaban. Por eso fue un producto asiático, y por ello, también, hizo que los orientales desarrollaran un profundo sentido de la paciencia. El cultivo del maíz, por citar otro ejemplo, era relativamente sencillo, lo que le dejaba a los cultivadores bastante tiempo libre.
De acuerdo con Braudel, el maíz fue esencial para que los indígenas americanos pudieran construir sus imperios, sus ciudades y sus pirámides. Los europeos, o mejor, los migrantes que se fueron asentando en “Urufa”, hicieron del cereal su base alimenticia, y del clima, su estilo de vida. Obligados a permanecer durante varios meses en sus hogares, e imposibilitados de salir a trabajar la tierra, o de ir a pescar o cazar, hicieron del encierro una civilización, su civilización, y desde allí se dedicaron a pensar, a elaborar maneras de sobrevivir los inviernos. El cereal era perfecto para ese fin, pues solo requería de un pedazo de tierra, trigo y cebada y unas horas de trabajo al día, pero eran necesarios otros alimentos, y por lo mismo, diferentes formas de vida. En el encierro, los urufos, por llamarlos así, crearon máquinas y herramientas que les ayudaran en sus trabajos.
Más allá del clima, la geografía de “Urufa” facilitaba las migraciones, y por las migraciones surgieron los intercambios de ideas y de cosas. Como escribió Watson, “Las migraciones fueron un factor crucial para la difusión de las ideas y el Mediterráneo las facilitaba, (a) porque su disposición sobre el eje este-oeste, en línea con los vientos dominantes, hacía que la navegación fuera mucho más fácil; (b) porque las islas y configuración general del Mediterráneo lo dividían en áreas más pequeñas (el mar Tirreno, el Adriático, el Egeo, el Negro, el Jónico, el golfo de Sirte), lo que hacía la navegación todavía más fácil; (c) porque estaba rodeado de un buen número de penínsulas (la Ibérica, la Itálica, la Griega), la cohesión geográfica de las cuales promovió fuertes sentimientos nacionalistas que, a su vez, alimentaron la competición universal; (d) porque los Alpes centrales eran fuente de tres grandes ríos -el Rin, el Danubio y el Ródano-Soaona- que permitían el transporte al corazón mismo de Europa”.
Michael McCormick, citado por Watson, sostenía que la transformación del continente se había iniciado a fines del siglo VIII, y que apenas en el X se habían empezado a ver las consecuencias de las primeras acciones, o de las razones originales. En su libro “Orígenes de la economía europea (Viajeros y comerciantes en la alta Edad Media)”, afirmó que el desarrollo europeo fue mucho más demorado y difícil de lo que se pensaba en un principio, y que comenzó hacia el año de 700, cuando se redujeron las transacciones comerciales tanto en Oriente como en Occidente, generando una aguda escasez de especias y papiros, entre otros productos. La carencia llevó al hambre, y el hambre, a la necesidad de buscar la forma de salir de allí. Dos siglos más tarde, la construcción de embarcaciones en los astilleros del Mediterráneo derivó en el poder de sus fabricantes y dueños.
En palabras de Watson, “En el siglo IX había suficiente tráfico en el Danubio como para que hubiera también piratas y cobradores de derecho de tránsito”. El progreso, por llamarlo así, generaba delincuencia. Lo más profundo de la condición humana afloraba, tanto en lo legal como en lo ilegal. Cien años más tarde, los mercados del Rin y de París prosperaban, hasta el punto de que allí se ofrecían variados productos que provenían de Irak, Irán, Constantinopla, e incluso, de la India y de tierras más orientales. Para McCormick, la conversión del reino de Hungría al cristianismo abrió la ruta terrestre que pasaba por Constantinopla. Concretada alrededor del año 1.000, aquella decisión fue fundamental para que las migraciones, con su acumulado cultural y material, se acrecentaran, e irrigaran de diversos conocimientos, los caminos que llevaban de oriente hacia occidente.
Los aspectos económicos fueron esenciales para la formación de Europa y para su aceleración. Entre los años de 1250 y 1350, el mundo del comercio y de las finanzas se dividía en ocho grandes grupos. De acuerdo con la historiadora Janet L. Abu-Lughod, esos grupos hacían parte de tres grandes, inmensas corrientes o sistemas, el de Oriente próximo, el asiático y el que se estaba creando en Europa. En cada uno de aquellos lugares ya se habían inventado el dinero, el crédito, y por ellos, había familias supremamente poderosas que velaban por sus intereses, y por consiguiente, por los de sus regiones. Por siglos y siglos, el dinero y el poder habían fortalecido a los individuos y a sus respectivas sociedades, sin embargo, por distintas razones que también surgieron por el dinero y el poder, Oriente se desorganizó y con su desorganización se quebraron sus rutas comerciales.
“Abu Lughod dice -de acuerdo con Peter Watson- que hubo una fragmentación de las rutas comerciales terrestres que Gengis Kan había unificado, que los estragos causados por Tamerlán hacia 1400 tuvieron sobre Asia efectos muchísimo peores que las cruzadas y que la peste negra, ‘que se propagó desde China hasta Europa a mediados de siglo, entre 1348 y 1351, diezmó la mayoría de las ciudades que conformaban la gran ruta del comercio marítimo, lo que perturbó los comportamientos habituales, cambió los términos de los intercambios debido a las diferentes pérdidas en términos demográficos y creó una situación de incertidumbre en las condiciones mundiales que facilitó las transformaciones radicales, lo que benefició a algunos y afectó negativamente a otros’”.