Valeria Franco y el ballet o el intento de aproximarse a la perfección
Valeria Franco se formó en Bogotá y realiza su carrera de bailarina, becada, en Estados Unidos. La primera obra que amó fue “El cascanueces”, a los cuatro años. Doce años después, en 2022, fue seleccionada por el Ballet de Boston para la temporada de diciembre de esta obra.
¿Cómo incursionó en el mundo del ballet?
Toda la vida he estado rodeada de diferentes expresiones artísticas: por mi papá, como escritor; mi mamá, aficionada al ballet y mis abuelos, apasionados de la música clásica y la ópera. Por esta razón, el ballet, los teatros, los libros y la música han estado siempre presentes en mi vida. Cuando viajábamos, también íbamos al teatro a ver ópera, conciertos y, por supuesto, ballet. La primera vez que vi un ballet quedé en shock, fue El cascanueces, cuando tenía cuatro años. A partir de ese momento siempre acompañaba a mi mamá a todas las funciones del Ballet Anna Pavlova y le pedí que me inscribiera a esa academia a los ocho años. Mis maestros vieron en mí aptitud, pero, más importante, creo yo, pasión. Me sugirieron ir a cursos de verano a Estados Unidos y, a los doce años, lo hice con The Art of Classical Ballet, de Magaly Suárez. Vi el mundo profesional del ballet y me enamoró totalmente, ahí comenzó todo. Regresé y empecé a entender más la importancia de la interpretación, la expresión, de tener paciencia para no apresurar el aprendizaje y, así, no ensuciar la técnica, no tener lesiones ni frustraciones por no lograr los pasos.
¿Qué sucedió luego en el camino para construir una carrera en Estados Unidos?
A mi regreso, los maestros Jaime Díaz y Ana Consuelo Gómez Caballero vieron un avance grande y me prepararon para participar en el Golden Dance Cup. Gané el primer puesto, lo cual me dio la oportunidad de competir en el Youth America Grand Prix, el concurso que más becas da en Estados Unidos. Sin embargo, creo que lo más importante es que empecé a creer en mí y a darme cuenta de que el ballet era mi futuro. Seguí yendo a cursos de verano y compitiendo. Mi maestro Jaime Díaz me aconsejó que me fuera para Estados Unidos porque allá iba a encontrar un entorno más profesional y esto me ayudaría a progresar más rápido y mejor. A los 14 años gané varias becas y escogí Kirov Ballet Academy, en Washington DC, por la técnica Vaganova, los maestros y el director. Mi maestra Marianna Rozanova me preparó para el Youth America Grand Prix. Los directores de grandes compañías me conocieron y uno de ellos fue el del Boston Ballet, que me invitó a que formara parte de la compañía. Todas las navidades el Ballet de Boston presenta El cascanueces con 44 funciones y fui convocada para audicionar. Quedé seleccionada para el papel más importante que dan a la escuela, que es sugar plum attendant. Esta fue la mejor experiencia y oportunidad de mi vida. El año pasado tuvo una asistencia de 103.000 personas, todos los días lleno total.
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Entiendo que su madre también es bailarina. ¿Cómo ha cambiado su relación a raíz de este gusto compartido?
El hecho de que mi mamá haya sido bailarina me dio la oportunidad de conocer desde que era bebé esta disciplina. Como mencionaba, la acompañaba a las clases del Ballet Anna Pavlova, con el maestro Jaime Díaz y Ana Consuelo Gómez Caballero, y cuando llegaba a la casa me ponía sus zapatillas y faldas e intentaba imitar lo que recordaba o ponía los ballets y trataba de bailar. Me fascinó desde siempre. Lo compartimos, lo disfrutamos. Mi papá, aunque siempre le ha gustado, no era tan conocedor de esta disciplina. Al verme tan apasionada nos pide que le expliquemos, entonces vemos ballets juntos y ha aprendido mucho. Es muy gratificante ver a mis papás tan interesados y sentir ese apoyo de ambos.
¿Qué es lo que le llama la atención de esta manifestación artística?
Todo. Desde la música hasta sentir la cercanía del público. La técnica es hermosa y, como dicen los grandes del ballet, es tan perfecta que es imposible alcanzarla. Pero eso es lo que uno ama de este arte: tratar todos los días de hacerlo mejor y aproximarse a esa perfección.
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Hablemos de “El cascanueces”. ¿Cuál ha sido su contacto con la obra?
Siempre he estado en contacto con esta obra. Como decía, la primera vez que vi un ballet fue El cascanueces. Pero en diciembre de 2022 fue diferente, pues tuve la oportunidad de bailar con el Ballet de Boston, uno de los mejores del mundo, con una producción hermosa y una estupenda orquesta, sin dejar atrás el maravilloso teatro de la ópera de Boston. Todo fue un reto. Los ensayos son largos y extenuantes para poder lograr la técnica y la interpretación artística, la cual es vigilada constantemente por el director y sus colaboradores. Fueron muchísimas horas de ensayos y clases, algunos días teníamos dos funciones, pero valió la pena.
¿Qué enseñanzas le ha dejado el ballet?
El ballet me ha enseñado que con disciplina, mucho trabajo y pasión, se logran tus sueños. Uno de mis grandes retos ha sido aprender a creer en mí, superarme a mí misma sin competir ni compararme con nadie. Todos los bailarines somos diferentes, unos tienen unas habilidades, otros otras, y todos podemos tener un papel importante y acorde con nuestro estilo. Uno debe tener referentes, admirar y seguir a algún bailarín que lo inspire para aprender, amar y disfrutar de este arte tan hermoso.
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¿Cómo incursionó en el mundo del ballet?
Toda la vida he estado rodeada de diferentes expresiones artísticas: por mi papá, como escritor; mi mamá, aficionada al ballet y mis abuelos, apasionados de la música clásica y la ópera. Por esta razón, el ballet, los teatros, los libros y la música han estado siempre presentes en mi vida. Cuando viajábamos, también íbamos al teatro a ver ópera, conciertos y, por supuesto, ballet. La primera vez que vi un ballet quedé en shock, fue El cascanueces, cuando tenía cuatro años. A partir de ese momento siempre acompañaba a mi mamá a todas las funciones del Ballet Anna Pavlova y le pedí que me inscribiera a esa academia a los ocho años. Mis maestros vieron en mí aptitud, pero, más importante, creo yo, pasión. Me sugirieron ir a cursos de verano a Estados Unidos y, a los doce años, lo hice con The Art of Classical Ballet, de Magaly Suárez. Vi el mundo profesional del ballet y me enamoró totalmente, ahí comenzó todo. Regresé y empecé a entender más la importancia de la interpretación, la expresión, de tener paciencia para no apresurar el aprendizaje y, así, no ensuciar la técnica, no tener lesiones ni frustraciones por no lograr los pasos.
¿Qué sucedió luego en el camino para construir una carrera en Estados Unidos?
A mi regreso, los maestros Jaime Díaz y Ana Consuelo Gómez Caballero vieron un avance grande y me prepararon para participar en el Golden Dance Cup. Gané el primer puesto, lo cual me dio la oportunidad de competir en el Youth America Grand Prix, el concurso que más becas da en Estados Unidos. Sin embargo, creo que lo más importante es que empecé a creer en mí y a darme cuenta de que el ballet era mi futuro. Seguí yendo a cursos de verano y compitiendo. Mi maestro Jaime Díaz me aconsejó que me fuera para Estados Unidos porque allá iba a encontrar un entorno más profesional y esto me ayudaría a progresar más rápido y mejor. A los 14 años gané varias becas y escogí Kirov Ballet Academy, en Washington DC, por la técnica Vaganova, los maestros y el director. Mi maestra Marianna Rozanova me preparó para el Youth America Grand Prix. Los directores de grandes compañías me conocieron y uno de ellos fue el del Boston Ballet, que me invitó a que formara parte de la compañía. Todas las navidades el Ballet de Boston presenta El cascanueces con 44 funciones y fui convocada para audicionar. Quedé seleccionada para el papel más importante que dan a la escuela, que es sugar plum attendant. Esta fue la mejor experiencia y oportunidad de mi vida. El año pasado tuvo una asistencia de 103.000 personas, todos los días lleno total.
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Entiendo que su madre también es bailarina. ¿Cómo ha cambiado su relación a raíz de este gusto compartido?
El hecho de que mi mamá haya sido bailarina me dio la oportunidad de conocer desde que era bebé esta disciplina. Como mencionaba, la acompañaba a las clases del Ballet Anna Pavlova, con el maestro Jaime Díaz y Ana Consuelo Gómez Caballero, y cuando llegaba a la casa me ponía sus zapatillas y faldas e intentaba imitar lo que recordaba o ponía los ballets y trataba de bailar. Me fascinó desde siempre. Lo compartimos, lo disfrutamos. Mi papá, aunque siempre le ha gustado, no era tan conocedor de esta disciplina. Al verme tan apasionada nos pide que le expliquemos, entonces vemos ballets juntos y ha aprendido mucho. Es muy gratificante ver a mis papás tan interesados y sentir ese apoyo de ambos.
¿Qué es lo que le llama la atención de esta manifestación artística?
Todo. Desde la música hasta sentir la cercanía del público. La técnica es hermosa y, como dicen los grandes del ballet, es tan perfecta que es imposible alcanzarla. Pero eso es lo que uno ama de este arte: tratar todos los días de hacerlo mejor y aproximarse a esa perfección.
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Hablemos de “El cascanueces”. ¿Cuál ha sido su contacto con la obra?
Siempre he estado en contacto con esta obra. Como decía, la primera vez que vi un ballet fue El cascanueces. Pero en diciembre de 2022 fue diferente, pues tuve la oportunidad de bailar con el Ballet de Boston, uno de los mejores del mundo, con una producción hermosa y una estupenda orquesta, sin dejar atrás el maravilloso teatro de la ópera de Boston. Todo fue un reto. Los ensayos son largos y extenuantes para poder lograr la técnica y la interpretación artística, la cual es vigilada constantemente por el director y sus colaboradores. Fueron muchísimas horas de ensayos y clases, algunos días teníamos dos funciones, pero valió la pena.
¿Qué enseñanzas le ha dejado el ballet?
El ballet me ha enseñado que con disciplina, mucho trabajo y pasión, se logran tus sueños. Uno de mis grandes retos ha sido aprender a creer en mí, superarme a mí misma sin competir ni compararme con nadie. Todos los bailarines somos diferentes, unos tienen unas habilidades, otros otras, y todos podemos tener un papel importante y acorde con nuestro estilo. Uno debe tener referentes, admirar y seguir a algún bailarín que lo inspire para aprender, amar y disfrutar de este arte tan hermoso.
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