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Valor para seguir adelante: el legado de Guillermo Cano

El 2025 fue declarado por el Ministerio de las Culturas como el año de Guillermo Cano Isaza, en conmemoración de los cien años de su natalicio. Este especial es el comienzo de un gran homenaje preparado por esta, su casa editorial, en el que haremos un recorrido por su obra, en la que siempre defendió al periodismo como un bastión de la democracia.

Santiago Gómez Cubillos
06 de enero de 2025 - 02:01 p. m.
Valor para seguir adelante: el legado de Guillermo Cano
Foto: Eder Leandro Rodríguez
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El año en el que lo mataron, también se auguraba un centenario. El Espectador, que Eduardo Zalamea Borda defendió en un arranque megalomaníaco en los micrófonos de la BBC de Londres como “el mejor periódico del mundo”, estaba a tan solo tres meses de celebrar su primer siglo de circulación. Para entonces, Guillermo Cano ya llevaba 35 años al mando del diario, un cargo que asumió el 17 de septiembre de 1952, poco menos de una década después de haberse graduado de bachiller en el Gimnasio Moderno de Bogotá.

No era para nada usual que un joven que ni siquiera rozaba los 30 años fuera designado como director de uno de los medios más influyentes del país, mucho menos teniendo en cuenta que era la casa de algunas eminencias del periodismo colombiano. “Era una época en que el oficio no lo enseñaban las universidades, sino que se aprendía al pie de la vaca, respirando tinta de imprenta, y la mejor escuela del país era sin duda la redacción de El Espectador”, apuntó Gabriel García Márquez en un homenaje al entonces recién asesinado director. No obstante, Guillermo Cano demostró en los años subsecuentes que fue mucho más que su apellido lo que lo calificaba para estar ahí.

Era, sobre todo, un director inquieto. En las tardes no solía estar en su oficina, pues prefería pasearse por la sala de redacción mientras su equipo preparaba los detalles finales del periódico del día siguiente. “Nada anunciaba la llegada de Guillermo Cano; aparecía de repente junto al escritorio del periodista, comentaba con él o ella las noticias publicadas, reclamaba con contundencia, pero con amabilidad, por las que no habían aparecido, o argumentaba las correcciones que había encargado después de leer la primera edición”, escribió el periodista Ignacio Gómez en su “Crónica de un periodismo amenazado”.

Además, él mismo se encargaba de revisar la titulación, las fotografías y organizaba, con su agudo olfato periodístico, las historias de cada día según su importancia. Parecía que no se le escapaba ninguna, aunque fue esa virtud la que lo puso en la mira de uno de los hombres más peligrosos de la historia de Colombia. En 1983, El Espectador le atestó uno de los primeros golpes a Pablo Escobar Gaviria, entonces representante a la Cámara conocido por sus estrambóticas demostraciones de poder que materializaba regalando dinero por montones a los habitantes de los barrios pobres de Medellín. Una fotografía de él “metido dentro de un traje que parecía prestado y con un mostacho lánguido y desarreglado”, como lo describe Gómez, despertó la curiosidad de Cano y después de una larga búsqueda supo por qué su cara se le hacía conocida.

La edición del 5 de agosto de ese año reprodujo una noticia publicada por este mismo diario casi una década antes, en la que se detallaba la captura de Escobar y su primo, Gustavo Gaviria Rivero, en Ipiales, mientras regresaban al país con un cargamento de cocaína. “Ese mismo día, en camionetas blindadas llegaron extraños sujetos a la oficina de reparto del periódico en Medellín y compraron la mayor cantidad de ejemplares en un intento fallido por tapar la noticia”, relata Jorge Cardona en “Una vida digna de ser vivida”.

El Espectador asumió entonces la tarea de enfrentarse a uno de los grandes capos del narcotráfico en el apogeo de su era de terror. La circulación del periódico se hizo prácticamente imposible en la capital de Antioquia y las amenazas se volvieron pan de cada día para el director y sus periodistas, hasta la noche del 17 de diciembre de 1986, cuando se hicieron realidad. En palabras de la periodista Maryluz Vallejo Mejía: “señalar una y otra vez a Pablo Escobar, su futuro victimario, como peligroso narcotraficante apadrinado por la clase política, le valió a Guillermo Cano su boleta de salida de este mundo”.

Sin embargo, para el momento en el que lo alcanzaron las balas de los sicarios del Cartel de Medellín, Guillermo Cano ya había dejado una marca indeleble en la historia del periodismo colombiano. Una de sus facetas más conocidas quedó consignada en las páginas editoriales y en columnas como “Día a día” y “Libreta de apuntes”, pero como reportero también hizo aportes importantes al periódico.

Uno de ellos fue su crónica “La jornada del seis de septiembre”, en la que relató con detalles un ataque contra las instalaciones de El Tiempo y El Espectador, al igual que contra la casa de Carlos Lleras Camargo, aunque para este entonces no había llegado a la Presidencia de la República. Fue esta una de las piezas escogidas para este especial, no solo porque se trata de la antesala de su entrada a la dirección del diario, sino porque revela otra de las facetas de su obra periodística, la del minucioso narrador.

No fue sino 38 años más tarde que el Estado colombiano reconoció su responsabilidad en el crimen contra Guillermo Cano: “Miró para otro lado; indolente, acobardado, cómplice… una mezcla de todo lo anterior, probablemente, pero en cualquier caso inexcusable, inaceptable que eso haya ocurrido”, dijo el entonces ministro de Justicia, Néstor Osuna, el pasado 9 de febrero, en una ceremonia enmarcada en la celebración del Día del Periodista.

A este esfuerzo por reconocer lo que se perdió con la vida del entonces director, se le sumó el anuncio del ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes, con la declaratoria de 2025 “como el año del centenario del natalicio del periodista Guillermo Cano Isaza para conmemorar su vida, obra y legado en la construcción de la paz y la búsqueda de la verdad en Colombia”, según el artículo 1° de la resolución 310 emitida por esta cartera.

El homenaje que El Espectador prepara para este año sigue el espíritu con el que asumieron algunos periodistas otro ataque del Cartel de Medellín, según recordó Fidel Cano, actual director de este diario, en una conversación con Ignacio Gómez. El 2 de septiembre de 1989, un camión repleto de explosivos estalló contra las instalaciones del periódico. “A las pocas horas todos estábamos allí consternados, agobiados por la incertidumbre, preguntándonos en secreto si estaba valiendo la pena. Pero de repente alguien, y cada cierto tiempo me pregunto quién fue y cómo se le ocurrió, llegó con un cargamento de escobas, de palas y de canecas de basura, y en cuestión de segundos los periodistas y demás empleados las empuñamos y recogimos los destrozos, cual si estuviéramos recogiendo nuestras almas. Y comenzamos a ver que era posible continuar”.

Por Santiago Gómez Cubillos

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micorriza(d243q)06 de enero de 2025 - 05:12 p. m.
La "prensa libre" vocera de los intereses de sus dueños, trabaja a perdida, se quedo sin suscriptores, ahora le toca pagar bodegueros que hacen de foristas con falsos perfiles, antagonistas del mismo pupitre, "payasos" de feria decadente, lo que es hoy "el espectador"...
Carlos(92784)06 de enero de 2025 - 04:19 p. m.
Muy triste ver que la línea editorial de El Espectador está cada vez más cerca del pensamiento e intereses políticos y económicos de quienes asesinaron a Don Guillermo Cano.
micorriza(d243q)06 de enero de 2025 - 04:11 p. m.
La formula de los conglomerados económicos para amordazar la prensa fue comprar los medios (revista semana, el tiempo, el espectador...) y convertirlos en órganos de propaganda política a costa de su credibilidad...
Luis(97873)06 de enero de 2025 - 03:04 p. m.
De sus columnas me informé de lo que es un periodismo independiente, algunos no aprendieron, agacharon la cerviz.
Usuario(82157)06 de enero de 2025 - 02:44 p. m.
" Siquiera se murieron los abuelos " para no ver está vulgaridad de acuño periodistica verguenza inedita para la prensa de un diario de paso fino convertirse en un flaco caballo cochero de Cartagena.
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