Vanessa Rosales y su plenitud como mujer incómoda
En entrevista, Vanessa Rosales habla sobre su segundo libro, Mujer incómoda, y los cambios con los que sueña para todas las mujeres del país.
Karina Medina Pino
Vanessa Rosales está viviendo un momento de plenitud como escritora. Su reciente novela Mujer incómoda la ha reafirmado como autora de referencia en el mundo de los libros y en los eventos literarios. Precisamente estuvo en Cartagena, durante el Hay Festival, en donde no paró de dar entrevistas y ser aplaudida en auditorios repletos de lectores que querían escucharla.
Se puede decir que se tomó los escenarios de su ciudad, mostrándose cómoda al insistir en sus temas incómodos: “persistir en mi visión feminista está generando unos frutos muy significativos como mujer del Caribe, escritora y cartagenera. Estoy viviendo un momento de belleza y fructificación en mi vida”: Dice en un tono alegre y enfático al empezar esta conversación.
Y este momento, ¿cómo lo analiza? Ya hay muchas jóvenes que la ven como un faro en sus vidas, utilizo esta palabra porque es un concepto muy suyo...
Sí, estoy en momento muy bello. A mí me gustan dos metáforas para la cultivación de la obra y de la propia individualidad. Una, es la cultivación de un jardín de rosas, y la otra es como pulir el diamante. Los jardines de rosas toman tiempo y hay que tener tenacidad y una paciencia para ver florecer los rosales. Así que creo que es un momento especial para este jardín que vengo cultivando.
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¿Qué buscó al escribir este segundo libro y cómo se propone seguir expandiendo ese cambio que tanto quiere para las mujeres?
Mujer incómoda es una esencia y categoría que debemos buscar todas. Creo que en últimas se trata de mujeres que tratan de vivir en sus propios términos. Eso es lo que más añoro, por eso lo escribí. Claro, eso tiene muchas capas y muchas posibilidades. Lo que es libertad para una no lo es para la otra. Es una categoría que se multiplica, y añoro eso, que las mujeres puedan vivir en libertad y que se naturalice más la complejidad femenina.
¿Cómo experimenta usted esa libertad que añora para otras?
Ninguna libertad es pura ni perfecta. Y esto aplica tanto para el proceso colectivo como el individual. Creo que muchas mujeres tenemos todavía más preguntas que respuestas. Estamos todavía llenas de muchas cárceles que estamos aprendiendo a nombrar. Hay muchos grilletes que estamos aprendiendo a deshacer.
Esa libertad que busca para usted y para otras mujeres, ¿qué incomodidades le ha traído con los hombres que se le acercan a conquistarla? ¿Ha encontrado mucha prevención?
(Risas) Hay algunos que me imagino se han sentido incómodos. Ciertamente, creo que debe haber una intimidación por parte de varones heterosexuales muy hegemónicos, por decirlo así. Pero también he encontrado en el camino muchas formas de virilidad que me seducen tremendamente. Son esos que me ven como par, que me ven en amistad y con consideración desde la parte más humana. Ese tipo de bondad me seduce y me encanta.
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Pero, ¿qué tan difícil ha sido encontrar ese par con esas consideraciones? Me imagino que abundan más los hombres que no se atreven a conquistarla...
(Risas) Sí, me imagino que algunos pueden verme con prevención. Pero creo que hay hombres en los intersticios que también están pensándose o tratando de vivir de una manera más compleja y con esos creo que se puede propiciar más un encuentro conmigo.
¿De dónde viene esa pasión por el lenguaje y esa forma de expresarte con palabras tan solemnes?
Bueno, viene desde la primera infancia. Mi primera lectura importante, y la que desató mi intención de ser escritora cuando tenía ocho años, fue Mujercitas. Luego, a los once años, leí a Shakespeare. Por esa época también descubrí a Borges. También viene desde mi abuelo paterno que fue un gran lector. Empecé a leer desde muy temprano muchos libros que me retaron. Leí a Cortázar y a Sábato por influencia de mi abuelo, que era argentino. Esa estética del lenguaje ha sido siempre así. Al final de mi adolescencia absorbí el pensamiento filosófico. A todos estos autores, por supuesto, los leía con diccionario en mano. Anotaba palabras en mis cuadernos, desde entonces me gustaba cómo sonaban las palabras, cómo se oyen y cómo se ven. Por eso cuando me han reclamado, yo trato de explicar de la mejor manera posible que es, realmente, una consecuencia con mi propia autenticidad. Sale así, es así, siempre ha sido así.
¿Genera incomodidad por su manera de expresarse?
Muchísima, ese reclamo es constante. Y, últimamente, más porque me he consolidado como columnista en El Espectador, como hago ese ejercicio semanal, es una de las distancias que pueden tener algunos lectores y lectoras. Encuentran mi lenguaje muy abigarrado, muy denso, muy complejo. Me piden que sea un poco más simple porque incomoda, también, la complejidad en el lenguaje de una mujer que se anuncia públicamente.
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¿Cómo analiza usted el lenguaje que usan algunas mujeres que cantan ciertos géneros musicales urbanos, por ejemplo, la champeta Macta llega?
Yo creo que la plebedad (risas) y esa me parece que es la mejor palabra para referirnos a la canción. Es también un elemento estético. Algunas personas les place y les parece liberadora, expresiva, jocosa. Hay otras que la encuentran desagradable y displicente. Tiene que ver con los gustos estéticos, y para los gustos, los colores. Es un tema de paletas, de lo que uno encuentra complaciente o no. Por eso hay posturas tan encontradas.
¿Y cuál es su postura?
A mí me dio mucha risa, la verdad me reí mucho. Es demasiado chistosa. Pero, bueno, sí creo que hay un elemento ahí de permitir que las mujeres también sean plebes si les da la gana, porque puede ser también cómico. Lo que pasa es que es incómodo porque quien la canta es una mujer. Eso es lo que más incomoda de la canción, esa voz femenina. La plebedad y la vulgaridad están en muchos elementos de la cultura musical y popular. A mí me pareció inmensamente divertida, me reí mucho al escucharla.
Pasemos a otro tema. Hay dos mujeres que aspiran a las próximas elecciones presidenciales. ¿Considera que tienen opciones para ganar?
Yo creo que la opción de que sean presidenta no recae tanto en ellas como en lo poco preparada que está todavía nuestra sociedad para permitir o asumir que pueda haber un liderazgo político femenino. Las estructuras del poder público han sido codificadas durante siglos como masculinas y eso hace muchas veces que la voz femenina en esas esferas sea percibida como una instrucción y como una invasión. Eso está muy metido en el subconsciente colectivo. A mí me parece que Francia Márquez personifica muchas de las grandes inquietudes políticas del momento histórico en el que estamos. Tal vez han sido desafortunadas sus alianzas, pero habría que pensar o considerar el porqué de esas alianzas justamente. No es fácil. Hay mucha violencia política hacia la mujer. Su candidatura, sobre todo, sí marca que estamos en un resquebrajamiento en el que estamos transitando hacia otras formas de entender el poder.
¿Cuál es el cambio más necesario para las mujeres en Colombia?
Creo que hay varios cambios que necesitamos. Lo primero es que los hombres se interpelen y se incomoden en sus misoginias. Que oigan por qué hay tantas mujeres heridas e iracundas. Por qué hay tantas mujeres incómodas. Hay otro tema y es la manera en que está feminizado el cuidado doméstico, el cuidado de la casa. Estas cosas son importantes. Por supuesto, el clasismo y el racismo nos atraviesan este tema. Necesitamos más políticas públicas que se encarguen de movilizar estos cambios. Ángela María Robledo lo ha hecho bien. Lo que pasa es que no siempre es tan visible eso. Las discusiones mediáticas tienden a poner lo político de una manera muy particular, pero, por ejemplo, este tema de lo que es la economía del cuidado es una de las grandes revoluciones que todavía necesitan las mujeres también.
Vanessa Rosales está viviendo un momento de plenitud como escritora. Su reciente novela Mujer incómoda la ha reafirmado como autora de referencia en el mundo de los libros y en los eventos literarios. Precisamente estuvo en Cartagena, durante el Hay Festival, en donde no paró de dar entrevistas y ser aplaudida en auditorios repletos de lectores que querían escucharla.
Se puede decir que se tomó los escenarios de su ciudad, mostrándose cómoda al insistir en sus temas incómodos: “persistir en mi visión feminista está generando unos frutos muy significativos como mujer del Caribe, escritora y cartagenera. Estoy viviendo un momento de belleza y fructificación en mi vida”: Dice en un tono alegre y enfático al empezar esta conversación.
Y este momento, ¿cómo lo analiza? Ya hay muchas jóvenes que la ven como un faro en sus vidas, utilizo esta palabra porque es un concepto muy suyo...
Sí, estoy en momento muy bello. A mí me gustan dos metáforas para la cultivación de la obra y de la propia individualidad. Una, es la cultivación de un jardín de rosas, y la otra es como pulir el diamante. Los jardines de rosas toman tiempo y hay que tener tenacidad y una paciencia para ver florecer los rosales. Así que creo que es un momento especial para este jardín que vengo cultivando.
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¿Qué buscó al escribir este segundo libro y cómo se propone seguir expandiendo ese cambio que tanto quiere para las mujeres?
Mujer incómoda es una esencia y categoría que debemos buscar todas. Creo que en últimas se trata de mujeres que tratan de vivir en sus propios términos. Eso es lo que más añoro, por eso lo escribí. Claro, eso tiene muchas capas y muchas posibilidades. Lo que es libertad para una no lo es para la otra. Es una categoría que se multiplica, y añoro eso, que las mujeres puedan vivir en libertad y que se naturalice más la complejidad femenina.
¿Cómo experimenta usted esa libertad que añora para otras?
Ninguna libertad es pura ni perfecta. Y esto aplica tanto para el proceso colectivo como el individual. Creo que muchas mujeres tenemos todavía más preguntas que respuestas. Estamos todavía llenas de muchas cárceles que estamos aprendiendo a nombrar. Hay muchos grilletes que estamos aprendiendo a deshacer.
Esa libertad que busca para usted y para otras mujeres, ¿qué incomodidades le ha traído con los hombres que se le acercan a conquistarla? ¿Ha encontrado mucha prevención?
(Risas) Hay algunos que me imagino se han sentido incómodos. Ciertamente, creo que debe haber una intimidación por parte de varones heterosexuales muy hegemónicos, por decirlo así. Pero también he encontrado en el camino muchas formas de virilidad que me seducen tremendamente. Son esos que me ven como par, que me ven en amistad y con consideración desde la parte más humana. Ese tipo de bondad me seduce y me encanta.
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Pero, ¿qué tan difícil ha sido encontrar ese par con esas consideraciones? Me imagino que abundan más los hombres que no se atreven a conquistarla...
(Risas) Sí, me imagino que algunos pueden verme con prevención. Pero creo que hay hombres en los intersticios que también están pensándose o tratando de vivir de una manera más compleja y con esos creo que se puede propiciar más un encuentro conmigo.
¿De dónde viene esa pasión por el lenguaje y esa forma de expresarte con palabras tan solemnes?
Bueno, viene desde la primera infancia. Mi primera lectura importante, y la que desató mi intención de ser escritora cuando tenía ocho años, fue Mujercitas. Luego, a los once años, leí a Shakespeare. Por esa época también descubrí a Borges. También viene desde mi abuelo paterno que fue un gran lector. Empecé a leer desde muy temprano muchos libros que me retaron. Leí a Cortázar y a Sábato por influencia de mi abuelo, que era argentino. Esa estética del lenguaje ha sido siempre así. Al final de mi adolescencia absorbí el pensamiento filosófico. A todos estos autores, por supuesto, los leía con diccionario en mano. Anotaba palabras en mis cuadernos, desde entonces me gustaba cómo sonaban las palabras, cómo se oyen y cómo se ven. Por eso cuando me han reclamado, yo trato de explicar de la mejor manera posible que es, realmente, una consecuencia con mi propia autenticidad. Sale así, es así, siempre ha sido así.
¿Genera incomodidad por su manera de expresarse?
Muchísima, ese reclamo es constante. Y, últimamente, más porque me he consolidado como columnista en El Espectador, como hago ese ejercicio semanal, es una de las distancias que pueden tener algunos lectores y lectoras. Encuentran mi lenguaje muy abigarrado, muy denso, muy complejo. Me piden que sea un poco más simple porque incomoda, también, la complejidad en el lenguaje de una mujer que se anuncia públicamente.
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¿Cómo analiza usted el lenguaje que usan algunas mujeres que cantan ciertos géneros musicales urbanos, por ejemplo, la champeta Macta llega?
Yo creo que la plebedad (risas) y esa me parece que es la mejor palabra para referirnos a la canción. Es también un elemento estético. Algunas personas les place y les parece liberadora, expresiva, jocosa. Hay otras que la encuentran desagradable y displicente. Tiene que ver con los gustos estéticos, y para los gustos, los colores. Es un tema de paletas, de lo que uno encuentra complaciente o no. Por eso hay posturas tan encontradas.
¿Y cuál es su postura?
A mí me dio mucha risa, la verdad me reí mucho. Es demasiado chistosa. Pero, bueno, sí creo que hay un elemento ahí de permitir que las mujeres también sean plebes si les da la gana, porque puede ser también cómico. Lo que pasa es que es incómodo porque quien la canta es una mujer. Eso es lo que más incomoda de la canción, esa voz femenina. La plebedad y la vulgaridad están en muchos elementos de la cultura musical y popular. A mí me pareció inmensamente divertida, me reí mucho al escucharla.
Pasemos a otro tema. Hay dos mujeres que aspiran a las próximas elecciones presidenciales. ¿Considera que tienen opciones para ganar?
Yo creo que la opción de que sean presidenta no recae tanto en ellas como en lo poco preparada que está todavía nuestra sociedad para permitir o asumir que pueda haber un liderazgo político femenino. Las estructuras del poder público han sido codificadas durante siglos como masculinas y eso hace muchas veces que la voz femenina en esas esferas sea percibida como una instrucción y como una invasión. Eso está muy metido en el subconsciente colectivo. A mí me parece que Francia Márquez personifica muchas de las grandes inquietudes políticas del momento histórico en el que estamos. Tal vez han sido desafortunadas sus alianzas, pero habría que pensar o considerar el porqué de esas alianzas justamente. No es fácil. Hay mucha violencia política hacia la mujer. Su candidatura, sobre todo, sí marca que estamos en un resquebrajamiento en el que estamos transitando hacia otras formas de entender el poder.
¿Cuál es el cambio más necesario para las mujeres en Colombia?
Creo que hay varios cambios que necesitamos. Lo primero es que los hombres se interpelen y se incomoden en sus misoginias. Que oigan por qué hay tantas mujeres heridas e iracundas. Por qué hay tantas mujeres incómodas. Hay otro tema y es la manera en que está feminizado el cuidado doméstico, el cuidado de la casa. Estas cosas son importantes. Por supuesto, el clasismo y el racismo nos atraviesan este tema. Necesitamos más políticas públicas que se encarguen de movilizar estos cambios. Ángela María Robledo lo ha hecho bien. Lo que pasa es que no siempre es tan visible eso. Las discusiones mediáticas tienden a poner lo político de una manera muy particular, pero, por ejemplo, este tema de lo que es la economía del cuidado es una de las grandes revoluciones que todavía necesitan las mujeres también.