Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Fueron más de doscientas versiones, y esto solamente hablando en términos de la “Oda a la alegría”, que fue incluida en el cuarto movimiento. Después de una infancia transcurrida entre los atropellos de su padre, quien, según varios biógrafos, quiso aliviar sus frustraciones con su hijo: tenía el objetivo de convertirlo en el más destacado compositor, Beethoven cumplió el sueño de su padre y, en su última presentación pública, presentó su Novena sinfonía.
El alemán no tuvo que padecer la indiferencia y ceguera de sus contemporáneos, como tal vez sí lo hicieron muchos otros artistas que solamente obtuvieron reconocimientos póstumos. Fue en 1824 cuando terminó la Sinfonía n.º 9 en re menor, op. 125.
Le sugerimos leer: Albeiro Echavarria: ser padre como inspiración literaria
“Recuerdo el sentimiento casi de culpa por haber tenido el coraje de acercarme a una pieza como la Novena y, al mismo tiempo, la alegría de sentirme inflamado por el poder de esa música. Fue inolvidable”, le dijo Riccardo Chailly, director de orquesta italiano, a Allegro mágico, sobre la primera vez que dirigió la Novena.
Este portal también explicó la singularidad de esta obra por su coro, casi que una hazaña durante esta época. “Bethoven abrió el camino para compositores futuros y a lo largo de sus nueve sinfonías cambió las reglas y llevó la música al romanticismo”.
Fueron cuatro solitas las que interpretaron el poema de Schiller “Oda a la Alegría”, un texto que, al ser publicado en 1785, conmovió tanto a Beethoven que decidió adaptarlo para una de sus obras. Esta fue una de las más grandes sorpresas de aquella noche. Después de estar doce años sin exposición, aliemntó la sorpresa por una certeza: su público sabía que estaba totalmente sordo, y fue por esto que, además, siguió dirigiendo a aquel grupo de músicos cuando ya todo había terminado. Una corista fue quien le avisó que ya podría girarse para ser testigo de los aplausos y la ovación de su público: aplausos, sombreros y pañuelos en el aire.
Podría interesarle leer: Brayan Carreño: el soñador que “vuela” en patines
Todo esto ocurrió el 7 de mayo de 1824. Él tenía 53 años y ya había pasado por todos los años y padecimientos de alguien que no goza de buena salud física ni mental. Además de su fragilidad de cuerpo, sus depresiones a causa de heridas que se abrieron desde la infancia, además del hallazgo de su sordera, no le permitieron vivir una vida tranquila. Aquella noche fue su última presentación pública, el momento que usó para la que se convertiría en el himno de la Unión Europea, pero también la elegida para los cumpleaños de Adolf Hitler y los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial.
“El segundo tema que tiene el final de la Novena Sinfonía es el de la fraternidad. Empieza musicalizando las palabras “abrácense millones, permanezcan unidos, sean unidos, abrácense”. Después de desarrollar esa idea, Beethoven junta los dos temas en un procedimiento que, técnicamente, sería una doble fuga. Él superpone el tema de la alegría con el tema de la fraternidad. Es el símbolo más grande, más conmovedor que nos transmite la Novena Sinfonía. La unión de la fraternidad con la alegría, ahí se concentra el mensaje del por qué esta obra ha tenido tanta trascendencia, más allá de lo que significó desde el punto de vista musical”, dijo Guillermo Scarabino para el Ministerio de Cultura de Argentina.
Si le interesa seguir leyendo sobre El Magazín Cultural, puede ingresar aquí 🎭🎨🎻📚📖