El Magazín Cultural

Veinticinco años después de “Cartas cruzadas”

Para conmemorar un cuarto de siglo de la publicación de esta obra de Darío Jaramillo Agudelo, la Editorial Pre-Textos hizo una reimpresión de la obra. El escritor habló para El Espectador sobre su universo artístico y esta novela.

Juan David Zuloaga
10 de mayo de 2020 - 11:00 a. m.
 Jaramillo tiene 72 años. Además de “Cartas cruzadas”, ha publicado novelas como “Historia de Simona”, “Memorias de un hombre feliz”, “La muerte del Alec”, entre otras.   / Gustavo Torrijos
Jaramillo tiene 72 años. Además de “Cartas cruzadas”, ha publicado novelas como “Historia de Simona”, “Memorias de un hombre feliz”, “La muerte del Alec”, entre otras. / Gustavo Torrijos

El confinamiento al que nos sometió a todos la pandemia hizo que la entrevista se realizara mediante un intercambio de cartas a través de correo electrónico. Esta, que es una de las formas de la conversación —y no la menos digna—, parece una buena manera para celebrar los veinticinco años de publicación de la novela más leída del autor.

¿Qué lo motivó a escribir una obra cuyo telón de fondo es el narcotráfico de la década de los 80 en Colombia?

Según lo recuerdo, todo empezó con algún viaje a Medellín. Yo llegaba a la casa de mis padres, un edificio en el centro de la ciudad. Desde mi ventana observé que había una nueva habitante en uno de los apartamentos. También noté que en el parqueadero había varios autos de súper lujo. Pregunté y supe que un joven comerciante de cocaína había instalado allí a su madre. Siempre que me asomaba, allí estaba la señora, en su balcón, como prisionera. Me la imaginé sacada de un barrio más modesto donde estaban sus amistades e incrustada en un sector burgués donde no conocía a nadie. Como lo ve, el punto de partida nada tiene que ver con lo que terminé escribiendo.

Uno de los personajes principales de la novela (Luis) es un profesor universitario, el otro (Esteban) es un oficinista que en sus ratos libres escribe versos. ¿Qué tomaron prestado estos personajes del Darío Jaramillo Agudelo de hace veinticinco años?

Dicen que Flaubert afirmó “madame Bovary soy yo”. Nadie ha encontrado el momento ni el lugar en el que dijo eso; más bien, parece que lo inventó algún comentarista de esa novela. Lo haya dicho Flaubert o no, creo que la frase da en el clavo en cuanto a la relación que tiene un escritor que hace ficción con sus personajes. En ellos hay algo que tiene, o que tuvo, o que creer tener ese escritor. En Cartas cruzadas todavía más, porque tanto Luis como Esteban intervienen en primera persona: mientras redactaba las cartas de ambos, o el diario de Esteban, yo trataba de ser cada uno de ellos; incluso intentaba que fueran distintos los ritmos de la prosa del uno o del otro. También, y para facilitar las cosas, los escenarios son lugares que conozco, especialmente Medellín y Bogotá.

¿Qué pervive aún de ese Darío Jaramillo Agudelo?

Cada vez estoy más convencido de que soy muchos, he sido muchos. No siento íntimamente eso que llaman identidad. Mi identidad está configurada solo por elementos materiales —entre mi cuerpo han desfilado muchos que son yo mismo— y por convenciones sociales, como el número de cédula y los amigos. Hace mucho no leo Cartas cruzadas, pero no creo calumniar al Darío de entonces —ni al actual o los actuales— si digo que todos comparten la opinión de que es una estupidez criminalizar el uso de sustancias como el alcohol, la marihuana o la cocaína.

Luis es un profesor universitario que a lo largo de la novela va escribiendo una tesis doctoral sobre el modernismo. ¿Diría usted que esa fue su principal influencia poética?

No propiamente. Más bien es el pago de una deuda. La tesis que escribe el personaje sostiene que tanto el modernismo como las vanguardias no son más que prolongaciones del gran movimiento romántico que, además, hasta hoy nos sigue rigiendo. El trabajo se centra en Rubén Darío y ese es el pago de la deuda: sucede que, aun reconociendo la importancia del modernismo, mi gusto y mi sensibilidad están muy distantes de la estética modernista, que me la explico históricamente, pero con la que no sintonizo. Esa distancia había provocado que —salvo Silva— nunca me interesaron ni leí con detenimiento a los poetas modernistas. Un buen día, por el tiempo en que escribía Cartas cruzadas, me puse a leer con mucha atención los poemas de Rubén Darío y me di cuenta de que era un gran poeta. Igual me pasó después, mucho después, con Juan Ramón Jiménez. Tal vez lo que quiere decir eso es que los grandes poetas están muy por encima de los movimientos literarios con los que se les identifica.

Poesía y prosa conviven en las páginas de “Cartas cruzadas”. ¿Qué relación existe entre la poesía y la novela como géneros literarios?

Lo que hace que la literatura sea un arte es la capacidad que tienen las palabras de producir una emoción poética, ese arrobamiento que uno siente tanto con un poema como con una novela, un buen ensayo o un cuento.

¿Qué los diferencia?

A la hora de la escritura, el poema aparece cuando le da la gana. Uno no puede planear que mañana va a escribir un poema después del desayuno. En cambio la prosa, ensayo o narración sí las puede uno programar. La escritura de la prosa puede ser materia de disciplina (de hecho, es un oficio que la exige). La escritura de la poesía depende de la inspiración y, en ese caso, aunque depende de la inspiración, esta no es suficiente para que el poema salga bien. Como quien dice: en la poesía la inspiración es una condición necesaria, pero no suficiente.

La música aparece con frecuencia en las páginas de la novela. ¿Qué relación tienen la música y la literatura?

Tengo pasión por la música. Una de las cosas que le agradezco a la vida es haber nacido en una época en la que la tecnología permite oír la música que uno quiera en el momento que uno quiera. Antes de la electricidad y del fonógrafo, para oír música había que saber tocar un instrumento o estar en donde hubiera un intérprete; eran pocas las oportunidades. Ahora, con esa facilidad, no es que oiga música a toda hora. No puedo con la música de fondo: la música me roba la atención y si hay música se fuga parte de mi concentración. De modo que siempre leo, escribo o converso sin música. Y cuando oigo música, lo único que hago es oír música.

¿Qué relación existe entre la música y la poesía?

El poema aspira a una musicalidad de las palabras, a un ritmo que deben llevar; es algo intrínseco al poema que en algunos momentos es parte de su esencia. Cuando Debussy musicaliza un poema de Mallarmé se refiere a que lo está ilustrando, con lo que supone una música anterior a la que él está añadiendo.

En un pasaje de la novela, Esteban escribe en su diario; “Uno tiene el pasado que se merece”. ¿Por qué lo dice?

No recuerdo en qué circunstancias lo escribe Esteban. Cuando leo la frase ahora, supongo que se refiere a que uno cosecha lo que siembra, que se refiere a que en la vida sí existe la justicia poética.

Raquel, en un momento de la trama, de su vida, pregunta: “¿Se paga la felicidad?”.

La felicidad es un mito, un ideal que perseguimos; nunca, salvo por instantes de embriaguez, y por no más que un instante, se nos aparece. A veces, para confundirnos más, cuando uno se enloquece de amor, también hablamos de felicidad. En este momento de mi vida, y desde hace varios momentos, aspiro más a cierta tranquilidad, a una paz interior que se traduzca en falta de prisa; más: que se traduzca en un olvido del transcurso del tiempo.

Usted decidió hacer, pasados veinticinco años, una reimpresión de la novela, y no una segunda edición. ¿Por qué?

No conozco bien la diferencia actual entre edición y reimpresión. Lo que ocurrió aquí tiene tres pasos que recuento: el original fue impreso en las ediciones que hizo Alfaguara Colombia hace veinticinco años; luego Era de México hizo una edición donde hay algunos cambios debidos al ojo de lince de Marcelo Uribe, el director de Era, que encontró errores e inconsistencias en las ediciones anteriores. Luego, ya en este siglo, cuando Pre-Textos decidió hacer la conmemoración, le pedí a un amigo, Samuel Baena, que leyera la edición de Era con un lápiz rojo en la mano. El trabajo de Pre-Textos se hizo con un archivo al que le incorporé los resultados de la lectura de Samuel.

¿Qué ha cambiado en estos veinticinco años?

No sé contestar a esa pregunta. Lo único claro es que estoy veinticinco años más viejo. A lo mejor, hasta hace dos meses no podía hablarse de ningún cambio brusco en ese período, sino más bien de una evolución en la que se han intensificado los desarrollos tecnológicos y el culto religioso al dios dinero. Acaso en este mismo momento estemos en el inicio del más brusco cambio en ese lapso, que es el revolcón que la peste le está haciendo a nuestra especie.

¿Piensa en ocasiones qué habrá sido de Raquel, de Luis, de Esteban… de todos los personajes de “Cartas cruzadas”?

Sí. Siempre creo que Luis está en Australia, pero es un mero supuesto, porque yo tampoco volví a saber nada de él; a lo mejor se cambió el nombre y está dando clases, de incógnito, en alguna parte de México o de España. Como dicen en Medellín, “está muy rico”. A Esteban también le perdí la pista, pero alguien me contó que sigue escribiendo poemas, y Raquel se olvidó por completo de Luis, se casó con un dentista del que no estaba enamorada, pero que le dio tranquilidad, y tuvo tres muchachitos que ya están grandes; la mayor estudió odontología.

¿Se ve tentado a escribir una segunda parte de la obra?

No. Ahora estoy en otras cosas. Llevo siete años en que, además de los poemas que aparecen de vez en cuando, además de los comentarios de libros que hago en Gozar leyendo, he estado dedicado a escribir un ensayo sobre los fantasmas, que espero publicar en el 2021.

Hay una preciosa antología poética de su obra que, en su momento, hizo María Mercedes Carranza. “Razones del ausente” abre esta antología de 1998. Este es, quizá, su poema más recordado y más recitado: “Poemas de amor I”. Uno de sus versos reza: “Ese otro que también me habita”. Si usted pudiera, ¿qué le diría hoy a ese otro que también lo habita?

Me gustaría saber si ese otro que también me habita, al que considero mi doble, piensa que él es el original y que el doble soy yo.

Por Juan David Zuloaga

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