“Shaila, una heroína entre cadenas”: vencer el miedo para vivir en libertad
La obra de teatro interactivo con WhatsApp, dirigida por Daniel Calderón y escrita por Ed Vega, se centra en las revueltas que tuvieron lugar en las haciendas esclavistas en 1850. Se presenta hoy a las 3:00 p.m. en el Teatro Libre del Centro.
Danelys Vega Cardozo
“Teatro Libre”, se lee en la fachada de una de esas casas coloniales que se resisten a sucumbir a la modernidad. Como ella, hay otras tantas en aquella localidad llamada La Candelaria, en Bogotá. En el interior de aquella vivienda, las paredes cuentan historias que sirven de alivio para la memoria. Los afiches, pegados a modo de decoración, dan cuenta de que ellos también han sido parte de esa historia, que en sus tablas se han presentado obras como Crimen y castigo y Romeo y Julieta. Allí, el ruido es casi que inexistente porque esta noche no hay función, lo que hay es un ensayo de una obra que, al igual que sus paredes, cura el olvido o al menos intenta hacerlo.
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“Teatro Libre”, se lee en la fachada de una de esas casas coloniales que se resisten a sucumbir a la modernidad. Como ella, hay otras tantas en aquella localidad llamada La Candelaria, en Bogotá. En el interior de aquella vivienda, las paredes cuentan historias que sirven de alivio para la memoria. Los afiches, pegados a modo de decoración, dan cuenta de que ellos también han sido parte de esa historia, que en sus tablas se han presentado obras como Crimen y castigo y Romeo y Julieta. Allí, el ruido es casi que inexistente porque esta noche no hay función, lo que hay es un ensayo de una obra que, al igual que sus paredes, cura el olvido o al menos intenta hacerlo.
Intenta hacer un retorno al pasado, a la época de la abolición de la esclavitud, a 1850, cuando todavía faltaba un año para que una ley, sancionada por un tal José Hilario López, declarase libres a todos los esclavos. A esa obra, Shaila, una heroína entre cadenas, no le interesa tanto esa parte de la historia, en donde el eje central son los gobernantes, sino otra no tan narrada: las revueltas en las haciendas esclavistas, lideradas principalmente por esclavas. De eso poco sabía Ed Vega, el dramaturgo de Shaila..., pero todo cambió hace dos años.
Por aquella época emprendió un proceso de investigación para una convocatoria del Ministerio de Cultura, que quería celebrar los 170 años de la abolición de la esclavitud. Durante ese camino, se encontró con que todo lo ocurrido en 1850 había sido producto de las demandas no resueltas de esclavas que habían acudido a instancias judiciales para que se respetara la “Ley sobre libertad de los partos, manumisión y abolición del tráfico de esclavos”, que les otorgaba a sus hijos el derecho que ellas no tenían: ser libres. “Fueron revueltas por amor de madre. Ellas, literalmente, entregaron su vida porque querían que sus hijos fueran libres, no por ellas. Por eso dije que tenía que ser una mujer la protagonista de esta historia”.
Esa mujer es Shaila y representarla es algo que embarga de emoción a otra de cabello corto y crespo, y tez negra: Aura Balanta. Más allá de eso, aquel personaje la ha hecho reflexionar sobre la mujer afro, el valor y lo que significa ser madre. Haciendo esta obra ha sido testigo de lágrimas, no de las suyas, sino de las que han surcado el rostro de los asistentes. “Perdón por lo que mis ancestros han hecho”, le dicen algunos al finalizar la función. “Lo que hizo la colonización fue intentar invisibilizar la humanidad del pueblo africano, lo que necesitamos en términos de reparación es devolverla, sobre todo en las nuevas narrativas, para que podamos construir una sociedad más igualitaria y justa”.
Si es justo o no lo es, poco o nada le importa a Francisco, el terrateniente español que se encarga, indirectamente, de separar a Shaila de lo que más ama: su hija. Para Ramón Larrea, quien personifica a Francisco, no es que aquel hombre sea malo, sino que “se acostumbra a que la raza negra no tiene valor alguno, porque no conoce otra forma”. No solo él, también su capataz, su lacayo.
El capataz es cómplice de los abusos cometidos a su pueblo. Creció bajo una realidad autoimpuesta: la de su amo. A veces su cabeza se llena de ruidos, de voces que le gritan que él también es como uno de esos esclavos, aunque no porte cadenas. “Es el esclavo perfecto de esta obra, porque es libre, puede andar por todas partes, pero no tiene poder de decisión, no puede hacer lo que quiere”, dice James Vargas, el actor detrás de aquel personaje. El actor que cree que todo sería diferente si el capataz conociera la verdad, porque no solo ayudaría a Shaila y a su pueblo, sino que también sería libre.
—¿Y hay una sola verdad o muchas verdades?
—No existe la verdad absoluta. La verdad es cuando hay un pleno conocimiento de que lo que existe es. Cada uno tiene su verdad. No puede uno juzgar a nadie, hay que buscar la historia de cada persona, indagar por qué es así, de dónde viene.
Por eso, reconoce que tanto los antagonistas —que en esta obra son Francisco y el capataz— como el protagonista tienen una premisa; es decir, una verdad. Mientras tanto, Ed Vega dice que aquellos dos personajes representan lo que somos como sociedad y lo que siempre hemos hecho: “Denigrar, justificarnos mediante lo que creemos y pensamos para no corregir nuestro rumbo”.
A sus 50 años, a Ramón Larrea eso de corregir el rumbo es algo que le preocupa, que lo hace sentir esclavo. “La libertad existe cuando no tienes miedo”.
—¿Usted se siente libre?
—Yo creo que todavía no... Hay momentos en que uno piensa que sí y luego te das cuenta de que tienes muchas cadenas que debes quitarte, como hizo Shaila.
—¿Qué hace falta para lograr eso?
—Yo creo que quererse a uno mismo, quererte mucho y creer que lo que haces es lo correcto sin importante el qué dirán. Es difícil hacer lo correcto porque siempre hay miedo.
El miedo del que se libró Shaila, motivada principalmente por su hija, quien la llenó de valentía para poder rebelarse, con el propósito de que su pequeña pudiera no solo soñar, sino tener un futuro distinto. “Un país en donde pueda habitar”. Ese amor que siente Shaila por Nala, su hija, es algo que no le demuestra Francisco a Felipe, su hijo. De hecho, casi que lo desprecia, porque aquel niño no escucha sus órdenes y sigue jugando con Nala, con una esclava. Fue Daniel Calderón, el director de la obra, quien le pidió a Ed Vega que construyera una historia que incluyera unos niños, quienes “no tienen tabúes, porque somos nosotros como sociedad quienes se los vamos inculcando. Un niño nace sin ser racista, va construyéndose a partir de lo que le enseñan”.
Por eso Aura Balanta cree que es importante que en las aulas de clase se incluyan contenidos como los tratados en Shaila, una heroína entre cadenas. “Seguramente podríamos tener una sociedad mucho más consciente de las problemáticas, de las violaciones a los derechos humanos que se han cometido a algunos grupos poblacionales”. Y quizás ese sería el primer camino para construir una sociedad en paz, como dice Ed Vega. “Si en verdad queremos paz, tenemos que comenzar a aceptar que todos somos diferentes y dentro de esa diferencia es como mejor nos podemos complementar, porque si fuéramos iguales no podríamos llegar a los avances que hemos logrado, porque cada persona desde su cultura, sus creencias y lo que descubre aporta a la sociedad”.