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El informe “Hay futuro si hay verdad”, publicado en 2022 por la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición, sintetizó en su título una de las premisas que subyace a la firma del Acuerdo de paz entre el Estado colombiano y las FARC-EP, en noviembre de 2016. “La tarea del esclarecimiento de la verdad es y seguirá siendo un proceso de construcción lleno de desafíos”, dice el documento en su preámbulo.
Dicho proceso se ha visto alimentado por miles de voces que, a su manera, han aportado a una mirada juiciosa del conflicto armado colombiano desde diferentes orillas. Una de ellas es el libro Verdades compartidas. Nueve lecturas latinoamericanas de los archivos de la Comisión de la Verdad de Colombia (Seix Barral, 2023), un proyecto del Hay Festival y el Centro Internacional para la Justicia Transicional (ICTJ), con la edición de Margarita Valencia.
El paso del tiempo en las guerras largas difumina los contornos de la verdad, dijo el escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez en la introducción del libro. Como testimonio interior y con la esperanza de que esas verdades no se diluyeran, Antonio Ortuño (México), Carlos Manuel Álvarez (Cuba), Claudia Hernández (El Salvador), Junot Díaz (República Dominicana), Natalia García Freire (Ecuador), Nona Fernández (Chile), Ana Paula Maia (Brasil), Fernanda Trías (Uruguay) y Leila Guerriero (Argentina) crearon estos textos que acompañan las voces de víctimas y victimarios.
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Escuchar para contar
“La reconciliación es ardua cuando dejamos de imaginar a los demás”, dijo Vásquez. Entonces se hizo primordial un ejercicio como el de la narradora y periodista ecuatoriana Natalia García Freire, quien fue hermanándose a través de las palabras y los testimonios que leía: “Me obligué a sentir, a vivir, a escuchar, mirar y dolerme y, sobre todo, a aportar a la memoria”. La protagonista de su texto, “Las lumbres”, es una escritora que trata de comprender la tragedia desde afuera, donde “todo lo que se nombra pesa. Pesa tanto”. Nombrar, aunque pese, para no olvidar.
El mexicano Antonio Ortuño se valió de su cercanía con Colombia para crear el texto “Cuando dure mi ausencia”. El escritor y periodista está convencido de que el acuerdo de paz es algo que debería ser conocido, tanto como el esfuerzo que implicó construir el Informe. “Hay que escribirlo, pero no como una respuesta hollywoodense a la realidad. Vivimos con los pies inmersos en esa violencia y yo quería apoderarme literariamente de esas historias para que resultara lo más verosímil y cercano posible a un intento de comprenderlas; desde luego, con el antecedente de las experiencias extremas y de hiperviolencia de mi propio país”, explicó.
El primer desafío fue la abundancia de información, todo un problema literario. “El caso de Colombia abarca decenios, regiones muy distintas, personajes de todo tipo. Desde los heroicos, los abnegados, los que han mostrado una resistencia asombrosa, hasta criminales terribles y pillos espantosos en todos los bandos. Es abrumador. Había que tratar de apoderarse de una parcela como creador de toda esa realidad inmensa, dotarla de vida narrativa y darle un matiz imaginario”.
A este se sumó el reto de tratar con una realidad ajena “que uno no ha experimentado en los propios huesos. Era importante que lo que estaba escribiendo no se sintiera como un texto turístico, condescendiente, un maquinazo como los que abundan”. Entonces buscó construir, desde un lenguaje vivo, “una voz creíble, congruente, no un personaje sociológico que se resigna a ser una víctima, sino uno que muestre eso que me impresiona de tanta gente en Colombia: la capacidad de sobreponerse a horrores y atrocidades y seguir de alguna manera con la vida”.
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La palabra que nombra y acompaña el sufrimiento
Una escucha empática que buscó poner rostros y nombres al horror para que los hechos “no quedaran en el aire como una cantidad de atrocidades, una enumeración de masacres y de maneras de matar, de desaparecer”. Esa fue la apuesta de la escritora uruguaya Fernanda Trías con su texto “Todavía Olga”, protagonizado por una niña que recuerda horas felices, con “el olor de la comida, mi papá iluminado por los mechones, y todo el tiempo por delante”.
Para la ganadora del Premio Sor Juana Inés de la Cruz de la FIL Guadalajara en 2021, el informe aterrizó los hechos a personas comunes y corrientes con sus pequeñas cosas, sus anhelos y su cotidianidad, convirtiendo en narración vívida las experiencias de todos los bandos para rehumanizar el conflicto y darle un carácter que trascienda las cifras.
Otra de las autoras invitadas fue la narradora, música y guionista brasileña Ana Paula Maia. Después de leer miles de páginas del Informe, comprendió la dimensión ética del proyecto: “¿Podré escribir una historia sobre este mar de cosas? Me di cuenta de que tenía una responsabilidad enorme porque estaba lidiando con hechos reales”.
La ganadora del Premio São Paulo de Literatura en 2018 y 2019 creó una historia desde el punto de vista “del villano, del ejecutor, esos a quienes el Informe llamó los irresponsables. Lo hice porque pienso que esa perspectiva también conversa con mi literatura y es el lugar en el que, extrañamente, me siento más cómoda”, dijo la autora.
Maia destacó que la idea del libro es intentar recrear historias que lleven al lector a ese lugar para que tenga una leve noción de las tragedias posibles que sucedieron: “Digo tragedias posibles porque las cosas, como ocurrieron exactamente, se pierden, pero la ficción nos ayuda a dar un lenguaje, componer la historia y hacerla andar. Si no, vamos a tener un relato seco, sin puntos de giro. Yo no podía olvidar que tenía un documento sobre hechos reales, pero quería convertirlo en un texto literario, poner la cuestión dramática, de construcción de textos y de personajes”.
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De Verdades compartidas también hizo parte la escritora y guionista chilena Nona Fernández. “Cuánto horror ha registrado la letra (…). Si la historia tiene un sonido ha de ser el que deja una masacre” escribió en “¿Cómo escribir el miedo?”. Para la finalista del National Book Award, en la categoría Literatura traducida en 2021, el gran reto fue trabajar “un material que está todavía tan en carne viva, tan complejo y doloroso”.
En su ejercicio de lectura y escritura también respetó las voces de quienes dieron sus declaraciones para el Informe: “Me encontré con testimonios tan ricos, con un decir tan claro, tan expresivos en sí mismos, que sentí que no había mucho que hacer con ellos; era un poco transgredirlos si me ponía a narrarlos o a volverlos literatura. Lo que surgió fue una especie de coro griego, pero no soy yo quien los hace hablar, sino que estoy acompañando esas voces, como ellas a mí”.
Fernández, también ganadora del Premio Sor Juana Inés de la Cruz en 2017, reflexionó sobre cómo cada uno sintió la herida de su propio país. Que cada sociedad, sumida en su propia tragedia sin observar que somos tan similares, saliera de su ensimismamiento, podría llevarnos por otro camino: “Abordar nuestras problemáticas de manera más colectiva, más comunitaria, tal vez nos ayudaría a tratarlas con mayor sabiduría; entenderíamos mejor. ¿Puedo aprender también de los errores de los hombres?”. Escuchar las verdades es un primer paso.