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“Verde” y la responsabilidad compartida de transformar el país

Tras diez años de trabajo en las selvas colombianas, Federico Ríos Escobar publicó “Verde”, un testimonio visual sobre “lo imperfecto de la paz y lo inhumano de la guerra”. Dada su participación en la FILBO, el fotoperiodista, en compañía del editor Santiago Escobar-Jaramillo, habla de sus intenciones con el proyecto y del proceso que lo llevó a publicar el libro a través de una “crowdfunding”, bajo el sello de Raya Editorial.

María José Noriega Ramírez
19 de agosto de 2021 - 02:00 a. m.
Federico Ríos recurrió a su gusto por la fotografía lenta, que invita al espectador a quedarse detenido en ella, como es el caso de “El rojo arriba”, tomada en el Nudo del Paramillo.
Federico Ríos recurrió a su gusto por la fotografía lenta, que invita al espectador a quedarse detenido en ella, como es el caso de “El rojo arriba”, tomada en el Nudo del Paramillo.
Foto: Juan Cristóbal Cobo / Raya Editorial
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Siguiendo el camino que Alfredo Molano y Jesús Abad Colorado, entre otros que abrieron el camino para conocer esa Colombia profunda, ese país en pobreza y desigualdad, esos territorios en los que por más de cincuenta años ha imperado el conflicto armado, Federico Ríos Escobar decidió adentrarse en las selvas colombianas para mostrar, a través del lente de su cámara, “lo imperfecto de la paz y lo inhumano de la guerra”. Recurriendo a su gusto por la fotografía lenta, por aquella que invita al espectador a quedarse detenido en ella, como la de la bandera nacional invertida (en la que se muestra la franja roja en la parte superior y el símbolo nacional rasgado, en medio de un día gris) y utilizando fotografías instantáneas, aquellas con las que las familias de antaño guardaban registro de sus encuentros y memorias, pero que desde la selva muestran el fenómeno del reclutamiento forzado de menores y la ausencia de posibilidades frente a un fusil, Ríos consagró en Verde el relato visual de lo que encontró tras conocer de primera mano, a lo largo de diez años, las complejidades del país.

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Las cicatrices en la piel, la ausencia de una parte del cuerpo y las pisadas sobre el barro son algunos de los símbolos que sus imágenes sugieren, porque a él le gusta eso: enfocarse en pequeños detalles para contar grandes historias. “Federico es un cronista sutil. Prefiere la insinuación a la descripción patética”, dice Alejandro Gaviria en el prólogo del fotolibro. “Las guerras prolongadas suelen ser austeras. Varias fotos sucesivas muestran a un conjunto de guerrilleros con su dotación: el fusil, la munición, el machete, la marmita, el repelente, el cepillo de dientes y los ponchos envueltos. Algunos, muy pocos, tienen libros, cuadernos y fotografías”, agrega. Y es que Verde muestra, a través de esos objetos, que con el paso de las páginas se transforman en otros más cotidianos, como implementos de aseo personal, esmaltes y peluches para niños, hasta alcanzar imágenes en donde el camuflado se cambia por camisetas de fútbol y las armas pasan a un segundo plano en medio de espacios de discusión en reuniones comunales, cómo se vivió el intento de transitar de la degradación hacia la esperanza, y lo frágil que es el proceso. “Verde no quiere hablar de la guerra, quiere ser una pista en la apuesta de la paz. Es la urgencia por reconocer el país que tenemos y en el que vivimos, uno que está desarticulado y tiene pocas posibilidades en salud, educación, trabajo y subsidios. Tenemos un país que desconocemos y ese es el principio de la desigualdad”.

Reconociendo que el libro, en palabras propias, “toca los callos de todos”, tanto de las fuerzas legales como ilegales, que viene de un interés propio por dejar testimonio de la necesidad que tiene Colombia de abandonar la deshumanización para apostar por el diálogo, y dejando claro que él es uno de los muchos que ha optado por contar aquello que ha visto en sus viajes de norte a sur, de oeste a este, durmiendo en hamacas, enfrentándose al frío y al calor, “dando un paso a la incertidumbre”, al costo de ausencias, incluso del exilio, Verde busca sumar y centrar la mirada en aquello que históricamente ha sido ignorado. Confesando que cada foto fue un desafío, que cada una de ellas le dejó más dudas que certezas, y estando convencido de que las armas no son el camino, Ríos les dedica el libro a “todas las víctimas de las violencias, a los que lloran a sus seres queridos, a los que intentan continuar a pesar de habitar un país que ha visto violencia y sangre durante décadas, y en el que la única constante es el miedo. A ellos quiero dedicar estas páginas con respeto y amor, por su dignidad y por la de quienes ya no están”.

La naturaleza del libro fue, en sí misma, una barrera política para su publicación, además de sumarle los obstáculos económicos para hacerlo. Luego de consultar con tres editoriales y llevar a cabo negociaciones durante meses, la respuesta fue la misma: conseguir casi 40.000 euros. Y aunque la autopublicación era un camino que no se atrevía a explorar, pues Ríos considera esencial la labor de un editor, la validación de una mirada experta, solicitar préstamos bancarios no fue una opción y encontrar aliados que lo apoyaran con la financiación de su proyecto no era tarea fácil: “¿A quién voy a conseguir si el libro es sutil, pero hiere susceptibilidades?”. Además, un fotolibro es costoso, pues para producir las imágenes se debe estar en el terreno (de su bolsillo muchas veces sacó el dinero para ello), considerando, adicionalmente, los altos costos de impresión, que no se pueden traducir en el precio con el que el libro sale al mercado. Es ahí cuando Raya Editorial sale a la luz y la crowdfunding aparece como la estrategia más adecuada para publicar el libro.

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Santiago Escobar-Jaramillo, su amigo de toda la vida, con quien se sentaba a discutir sobre fotografía desde los 18 años, es quien más conoce su obra. Toda fotografía que Ríos tomó en los diez años de trabajo en las selvas colombianas pasó por sus manos, por lo que el editor y director de Raya Editorial conocía como nadie las más de 40.000 fotos que antecedieron a Verde. Tras horas de conversaciones éticas, políticas y estéticas, nadando en un mar de imágenes impresas, buscando la mejor conjugación posible entre ellas, llegaron a una selección final. Dado que Raya se interesa por los proyectos de reconciliación, catarsis y memoria, Escobar-Jaramillo admite que Verde “narra lo injusta que es la guerra y trata de conectar a la gente con aquello que no debería ser”.

Con un peso narrativo en el que hay silencios, vacíos y descansos, Verde no usa muchos textos; al contrario, la intención es mostrar que no es necesario leer palabras para entender el sentido detrás de cada foto, y eso, según Escobar-Jaramillo, tiene que ver con que es “un libro abierto a quien lo quiera comprender y recibir”. De ahí se entiende la sorpresa que se llevaron cuando, a pesar de los temores de abrir una Vaki, pues pensaban que de los mil libros de la primera edición se iban a vender máximo unos 300, los primeros ejemplares se agotaron en cuatro días. Conmovido por la recepción de la gente y que las personas donaran plata para que su libro viera la luz, Ríos ve con agradecimiento la intención que algunos tienen por poner la mirada en ese conflicto que aún resulta desconocido. Tomando la decisión de lanzar una segunda edición, pero no una tercera, pues su interés es que el libro mantenga ese carácter de obra de arte, hay unas pocas copias de Verde en librerías públicas, por ejemplo, en el Cauca.

Verde ya no es más mi proyecto, ahora es un libro de todos ustedes”, escribió Ríos en su cuenta de Instagram. Su intención es que todo aquel que se acerque a él sienta que la construcción de paz en Colombia es un asunto de todos y una responsabilidad compartida. El tener un contacto directo con los lectores, ya sea a través de la compra del libro, de la conexión en las redes sociales y de los encuentros en las ferias, como recientemente ocurrió en la FILBO, es la forma en la que Verde ha superado las barreras económicas, políticas y sociales a su alrededor. “El asunto está en que dependemos de la gente”, concluye Escobar-Jaramillo.

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