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“Vi muchas veces como la vida se nos escapa”: Camilo Prieto

En esta entrega de la serie Historias de Vida, creada y producida por Isabel López Giraldo, presentamos una entrevista con el médico Camilo Prieto quien, además, realiza trabajo social en comunidades.

Isabel López Giraldo
09 de diciembre de 2021 - 08:15 p. m.
Camilo Prieto es médico y actualmente cursa una maestría en Energía y Sostenibilidad.
Camilo Prieto es médico y actualmente cursa una maestría en Energía y Sostenibilidad.
Foto: Cortesía Isabel López Giraldo
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Soy un médico que asume la protección de la vida como un necesario diálogo con lo que implica el cuidado del planeta, y es que me resulta imposible concebir la terapéutica, la medicina, sin esa relación. Creo en la terapia que se fundamenta en el vínculo sujeto-mundo.

La rama materna proviene del Huila. Mi abuelo, Julio César Valderrama, fue profesor de historia y de francés en Neiva, y mi abuela, Cielo Lozada, se dedicó a la crianza de sus nueve hijos de los cuales mi mamá, Graciela, es la mayor.

Mi mamá ha tenido siempre una gran vocación de servicio; estudió Química en la Universidad Nacional, e hizo una maestría en estudios políticos en la Javeriana, en ambos casos junto a mi papá, y trabajó durante varios años en la Organización de las Naciones Unidas.

En la rama paterna son media docena de hijos rolos donde mi abuela, Ana Gutiérrez, se dedicó a ellos y mi abuelo, Guillermo Prieto, trabajó como contador. Mi papá, Germán Camilo, fue activista en la Nacional, representante ante el Consejo Directivo, un abanderado de las causas estudiantiles, analista político que se le da muy bien el tema de resolución de conflictos, además, es un amante de la naturaleza.

Podría decir que ideológicamente mis papás son liberales, muy distintos entre ellos, pero grandes referentes para mi vida y para la de mi hermana Adriana. Ella es abogada especializada en telecomunicaciones y enfocado su vida en en misiones humanitarias de evangelización en las cárceles y con los habitantes de la calle.

Cuando estaba en primaria conocí el bullying, aunque en esa época era conocido como montada. Me molestaron siempre por cabezón, y en el barrio por cachetón. No me fue fácil interactuar con los niños del barrio, porque, además, mis vecinos eran mayores que yo. En muchos casos preferí no salir de la casa por temor, pues solían golpearme. Si bien siempre me sentí retraído, tuve dos grandes fortunas que te voy a contar.

Mi papá me dio herramientas, en especial una muy valiosa cuando me dijo: usted tiene que aprender a defenderse: “no se puede dejar de los otros”. Fue así como me inscribió en clases de Taekwondo cuando cursaba quinto de primaria, lo que me fortaleció y me permitió desarrollar habilidades pues siempre fui muy torpe para los deportes. Pero, en vez de hacer un despliegue de violencia, lo que aprendí fue a reconocer el Taekwondo como arte, el mismo que implica una responsabilidad y ayuda a contener la furia, a defenderse más que a atacar.

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Pero también influyó de manera muy potente en mi vida Pablo Vidal, mi profesor de matemáticas en el Liceo de Cervantes. Yo fui un afortunado del efecto Pigmalión, porque mi profesor se daba cuenta de lo difícil que esa situación resultaba para mí. Como estaba tan retraído en el curso me dijo: “Camilo, lo que pasa es que usted es una persona muy inteligente y de pronto eso no le gusta a sus compañeros”.

Un día me enseñó el binomio al cuadrado perfecto y pasar por los salones exponiéndolo, incluso por grados más altos al mío lo que me dio unas herramientas diferentes, me enseñó a entender el porqué del rechazo de los demás y a considerarlos al comprender lo que ocurría con ellos. Me dijo que el tamaño de mi cabeza estaba relacionado con la inteligencia y yo inocentemente creí en su teoría.

Aprendí a reírme de la situación y esto hizo que mi actitud cambiara por completo, me significó un reto personal, empecé a ocupar el primer puesto del salón no solo por mi perímetro cefálico sino también por el promedio académico. Su enseñanza tuvo una influencia muy positiva en mi vida, fue tal el impacto que mi papá me contó que él y mamá se habían reunido con Vidal para planear esta estrategia que, en efecto, funcionó.

El profesor Hugo Salamanca nos decía: la química es inútil cuando no se proyecta sobre la vida. Esto abrió mi mente a reflexiones que antes no hacía, aún hoy me cuestiono cosas, no dejo simplemente pasar los temas, me detengo, los analizo y concluyo.

El último momento clave de la época de colegio, tuvo que ver con un sueño que se cumplió. Yo quería ser parte de la selección colombiana de física pues mi condición hacia los deportes no me permitía optar por ninguno, entonces, en el anuario del colegio figuramos, mi amigo Santiago y yo, como parte de la selección nacional. Participar en las olimpíadas mundiales en China significaba retrasar el ingreso a la universidad seis meses, lo que no resultó muy atractivo en mi casa, pero Santiago continuo el camino hoy es astrofísico y trabajó con la Nasa.

Siendo muy niño mi mamá me regaló un libro de física para niños, de ahí mi facilidad y gusto por esa área del conocimiento, la misma que me hizo dudar en un momento el optar por la medicina, pero es que desde pequeño soñaba con inventar algo, una vacuna, por ejemplo.

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Íbamos a la finca los fines de semana donde mis amigos eran los hijos de los trabajadores y de los campesinos, y eso me enseñó que en la vida las relaciones humanas se construyen basadas en el ser y no en lo material. Nos bañábamos en quebradas, subíamos a los árboles y escalábamos montañas. No supe qué era un videojuego, pero me gustaba programar en el computador de la casa, el Comodore 128 que se conectaba a un televisor.

Me gradué ocupando el primer puesto del salón, pero cuando llegué a la Universidad Javeriana, que cuenta con el Instituto de Genética Humana que resultaba poderoso para mis tempranos intereses como investigador, me encontré con gente realmente brillante, estudié al lado de compañeros que habían ganado el premio Andrés Bello, los mejores ICFES del país. Recuerdo a Darío que obtuvo 398 puntos sobre 400, yo había alcanzado 381, era promedio para mi salón lo que significó un reto para mí. Mi curso era un ecosistema en el cual quien estaba becado era sujeto del máximo respeto y admiración. A lo sumo pasé de ser en el colegio cabeza de ratón a cola de león.

Recuerdo que en esa época se hacía experimentación animal y con los años luché contra esa práctica que por fortuna acabó para empezar a usar simuladores. Cuando llegué a rotar en cirugía general, lo que ocurrió en octavo semestre, tenía que operar perros sanos para extraerles el apéndice u otros órganos, así que con unos amigos nos fuimos a los guacales para liberarlos.

Es que me parecía un aprendizaje inútil, en especial porque no los estábamos operando para curarlos de absolutamente nada, eran solo dinámicas experimentales. Solo participé la primera vez en la que tuve que obrar como anestesiólogo, la experiencia fue tan difícil que dormí para siempre al animalito para que no despertara en una realidad de la que no podría luego escapar, operado de una vesícula sin necesitarlo, entonces, no quise volver a entrar a ninguna cirugía de esta clase y por lo mismo para la siguiente los liberamos.

Este acto fue inspirado en un grupo que ya había obrado igual en el pasado. No nos sancionaron y acabaron con esa práctica absurda. La pregunta moral era que, si un médico está para salvar vidas, para curar de enfermedades y enseñar prevención, porqué íbamos a inducir a estos animales sanos a situaciones que atentaban contra su salud y contra su integridad, cómo era posible que indujéramos a los animales al sufrimiento.

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También tuve un show de imitación, autorizado por las directivas de la Universidad, así podía imitar a decanos, profesores y alumnos. Fui monitor de fisiología desde que cursaba quinto semestre y hasta graduarme, fue divertido y me generó ingresos. Recuerdo que fui representante de los estudiantes de la facultad y una de las grandes causas por las que abogué fue precisamente para que tuviéramos electivas durante la carrera, pues medicina tenía un pensum muy rígido que no permitía la interdisciplinariedad.

Cuando nos aprobaron realizar materias electivas opté por filosofía que amplió mi mirada y sembró la curiosidad de que era un área del conocimiento que resultaba terapéutica.

Una vez graduado me correspondió el año rural en Tocaima, un pueblo de Cundinamarca considerado en ese momento zona roja, en el que en una de las paredes de la Iglesia decía FARC-EP y en la otra AUC. Teníamos que hacer los levantamientos de cadáver que solo eran autorizados por las FARC o por las AUC, entonces normalmente llegábamos en un momento en que la descomposición impedía el reconocimiento de las víctimas. Como médico brigadista tenía que ir a lugares apartados en una ambulancia tan vieja que cada vez que se aceleraba se le levantaba el capó. Fueron muchas las ocasiones en que tuve que atender guerrilleros y a veces paramilitares que se quitaban la riata con sus armas.

El paciente que más recuerdo es un tipo al que no le cabe un calificativo menor que monstruo, porque cada vez que una niña cumplía 15 años, él la violaba. Alguna vez el papá de una de las niñas lo agarró y le dio un hachazo por la espalda, la policía lo capturó y me lo llevó para que lo suturara. Lo hice llorando en silencio y contra mi voluntad, pero atendiendo el juramento hipocrático. Ahí entendí lo que significa ser médico.

Otra experiencia muy difícil de asimilar para mí fue ver a los niños de las veredas surcadas por el río Bogotá jugando con la espuma, lo que les generaba enfermedades dermatológicas que yo no había visto en ninguna parte, sus cuadros hemáticos eran muy particulares y únicos. Fue la primera vez en mi vida que tuve exposición al deterioro de la salud humana por razones ambientales.

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Durante este tiempo en Tocaima sufrí dengue hemorrágico mientras estaba de turno y tuve que remitirme yo mismo, al hacerlo me di cuenta de que en el hospital se estaban robando los aportes a mi seguridad social, llevaban tres meses sin pagarla por lo que yo no tenía acceso al servicio médico. Agotando otros recursos fui atendido en Bogotá y, al regreso, la jefe de personal del momento me había dejado un jugo de piña con un sánduche y una nota que decía: “Doctor Prieto, apreciamos su silencio”. Me sentí plenamente amenazado, el mensaje era: ¡coma callado!

Esperé a terminar mi rural para devolverme a Bogotá. En el año 2001 entré a trabajar en el servicio de urgencias del Hospital Militar Central, el gobierno acaba de desmontar las zonas de distención que beneficiaba a las FARC. Venía de vivir la confrontación entre paramilitares y guerrilleros a atender soldados heridos en combate que llenaban pisos completos.

Más tarde inicié el posgrado de cirugía plástica y reconstructiva en el mismo hospital, era el único hospital que tenía turnos de cirugía plástica enfocado en trauma de guerra y atendíamos a los soldados por grupos de especialidades. La mayor causa de emergencia era el suicidio, seguida por las minas antipersona y luego por confrontaciones con la guerrilla.

Fue desgarrador ver soldados que se volaban la cara en un intento por acabar con su vida, se disparaban lanza granadas y lo hacían también con fusiles; muchos de ellos llegaban amputados por las minas y algunos perdieron también sus ojos. Vi muchas veces como la vida se nos escapa de las salas de reanimación. Vi, muy conmovido, a varios de los que se le escaparon temporalmente a la muerte en los desfiles militares del 20 de julio.

Aún recuerdo la primera vez que vi morir a un paciente en pregrado. Estaba en quinto semestre rotando en semiología. La señora Cecilia, que cuando se le dio de alta sufrió un tromboembolismo pulmonar masivo y murió frente al equipo médico luego de habernos abrazado en agradecimiento y como despedida. Ahí entendí que la muerte supera el orden humano y por ende al conocimiento médico, también me fue evidente cómo en medicina no se habla de la muerte, no se explora como concepto siquiera, lo que sí ocurrió cuando estudiaba filosofía y que fue tema para mi tesis de maestría. Nunca me he podido acostumbrar a la muerte.

La primera fundación que lideré fue la Asociación Médica Colombiana Estudiantil ACOME, y la gran causa que teníamos era la de hacer una organización totalmente pacifista, por lo mismo iniciamos una marcha de batas blancas. La motivación surgió cuando las FARC secuestró en el Hospital de la Samaritana, en el 2002, a un colega amigo nuestro que adelantaba su posgrado en oftalmología.

En ese entonces no se respetaba la misión médica en Colombia, nos vulneraban nuestros derechos como residentes. También se discutía si en el país había conflicto armado o no, si se otorgaba la condición de beligerancia a las FARC de la que éramos partidarios con el fin de bajar la intensidad del conflicto. Trabajamos en la reforma del sistema de salud, en la ley de talento humano. Logramos que los estudiantes tuvieran un lugar dentro del Consejo Nacional de Talento Humano, pero me decepcionó el sistema por la corrupción que vi.

Busqué en un consejo comunitario de Uribe a Marta Lucía Ramírez cuando ocupaba la cartera de Defensa y le expuse mis reparos frente al sistema de contratación en el Hospital Militar el cual abriría espacios para la corrupción. Recuerdo que me dijo: “investigaremos” y supongo que aún siguen en esa labor.

Durante el posgrado me hicieron una entrevista de seguridad en el Hospital, pues les llamó mucho la atención el activismo desarrollado por ACOME, pero al ser evidentes mis motivaciones, me ofrecieron todo el apoyo que pude necesitar. Recuerdo a Maritza Sánchez, de la dirección de educación que fue fundamental para que pudiéramos seguir adelante.

Llegó un momento en el que sentí la necesidad de respirar otro aire y concederme otro espacio y lo busqué en Buenos Aires. Viajé en bus por 24 días, deteniéndome en muchos hospitales de las poblaciones o ciudades por las que pasábamos; quería conocer cómo funcionaba el sistema en Suraméica. Luego de tener esta experiencia, concluí que debería tener una empresa de salud en la que pudiera ejercer la relación médico paciente de manera autónoma, sin condicionarme. Así lo hice a mi regreso, este sí en avión (risas).

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En el momento justo que terminé el posgrado de cirugía plástica me fui a firmar en una notaría la constitución de lo que sería mi empresa, con un capital más basado en los sueños que en capital disponible. No dudé, pues en mi búsqueda de empleo me encontré con que pagaban a 90 días lo que hacía imposible vivir. Comencé operando en Neiva, fui sumando pacientes a lo que había bautizado con el nombre de Nexus Group Ltda inspirado en un modelo de negocios de un grupo de jóvenes a los que había visitado en Perú.

Había estudiado, de manera empírica, sobre economía de la salud. El doctor José Félix Patiño me presentó al economista Ramón Abel Castaño cuando hacía mi posgrado, quien me dictó clases gratuitas sobre esta materia que fue fundamental para sacar adelante mi empresa. En el 2008 me invitaron de RCN para hacer una sección de salud en el programa Muy Buenos Días que dirigía un ser humano excepcional: Jota Mario Valencia, y alcancé a hacer pedagogía por espacio de once años en temas principalmente de salud y ambiente.

Con los años mi consultorio se convirtió en clínica. Me había arriesgado, estaba endeudado, pero contaba con un equipo maravilloso de gente de mucho talento. Un día del año 2010 en cirugía observé las canecas rojas, las de residuos biológicos que deben incinerarse, por lo que fui consciente del deber que nos asistía de compensar al ambiente. Los servicios de salud para mantener la vida humana generan una importante huella ambiental dada por estos residuos y por los gases anestésicos que son gases efecto invernadero muy potentes. Entendí motivado por la culpa que estaba siendo muy egoísta e irresponsable frente al mundo.

Tres años más tarde ya había escrito un libro, El Perro a cuadros, nombre con el que pretendía identificar el que yo adoptara, a lo largo de mi vida, unos patrones de conducta diferentes; comencé a leer sobre consumo responsable y cambié mi vida, actualmente soy vegetariano, por ejemplo.

Era el año 2014 y yo sintiéndome incompleto, planteándome preguntas que aún no encontraban respuesta, como aquellas sobre la muerte ingrese al programa de maestría de filosofía en la Universidad Javeriana. Si bien la filosofía más que respuestas me generaba más inquietudes, sí me ayudó muchísimo, me enfoqué en el idealismo alemán, en los clásicos y en la ética de la responsabilidad. Me sirvió, como te mencioné, de terapia y para escribir los libros: La economía de los nobles propósitos y el Continente de la esperanza y también La tonalidad de la muerte.

Me considero un escéptico antropológico que no se inmoviliza. Dudo, incluso de mí mismo, pero fluyo; creo en Dios, pero no practico ninguna religión, aunque me parecen muy potentes la católica, el mazdeísmo y la mitología hindú. Soy muy amigo de la lectura de los Upapanishad, libros de aprendizaje en el bosque. Mi vinculación con lo sagrado es multidimensional, y entiendo precisamente la religión como la capacidad de relacionarse con lo sagrado, con la vida y lo hago a través de la acción, la asumo como ese “sentimiento de dependencia con el infinito” según Friedrich Schleiermacher.

Como cirujano plástico busco que mi especialidad aporte a sanar las cicatrices que ha dejado la vida y busco no usarla como potenciador de la banalidad. He operado en el quirófano casos de deformidades, unas por nacimiento, otras a causa de accidentes y unas más por embarazos, también otras derivadas de violación. Disfruto operar la nariz, lo considero un arte, el molde es el rostro único cada la paciente y las sonrisas postoperatorias me han hecho sentir que la estética también contribuye de manera importante al bienestar del ser humano.

Mi profesión me ha permitido dinamizar actividades relacionadas con la protección ambiental desde la Fundación Movimiento Ambientalista Colombiano. Nuestro movimiento comenzó a hacer pedagogía ambiental, como estrategia iniciamos ofreciendo conferencias en las universidades con una narrativa que le expone a la gente lo que implica la degradación ambiental y las consecuencias en la salud pública porque la problemática va más allá de afectar la biodiversidad, estamos induciendo nuestra propia autodestrucción, al comienzo de manera lenta y silenciosa. Estudié temas como la calidad del aire, el asbesto, los residuos plásticos y la contaminación del agua para darle más elementos a las audiencias que nos escuchaban.

Posterior a un viaje de descanso a la Guajira, me fue evidente la necesidad de visitar las regiones. Sentado en una balsa de madera en el Cabo de la Vela, pasó un rally de motos por un lado y al otro vi a una mamá con un niño con signos de desnutrición en brazos que lloraba sin derramar lágrimas. Ser turista en esas zonas del país, es ser un espectador indiferente ante el dolor. Programé un nuevo viaje en compañía de un productor audiovisual con el propósito de documentar historias y encontré cualquier número de ellas. Comprendimos que en la Guajira se da una perfecta ecuación letal entre la corrupción estatal, el olvido ciudadano y la naturaleza cuando no juega a favor.

En la actualidad contamos con cinco aulas ambientales alimentadas por energía solar y en las que se dictan clases en wayuunaiki. La primera vez que los niños vieron un bombillo encendido no pudieron parar de prenderlo y apagarlo. Tenemos huertas en Moringa, implementamos un programa nutricional y enviamos misiones en brigadas. Nos hemos asociado con otras fundaciones, hacemos uso de helicópteros y aviones que antes estaban destinados específicamente para la guerra. Usamos diferentes recursos que nos permitan trabajar con comunidades vulnerables.

Algo similar ocurrió en San Andrés. Allí conocí a Jorge Sanchez, a quien considero un héroe pues se dedica al buceo con propósito, hace limpieza submarina y me enseñó a sembrar corales, actividad que apoyamos desde la Fundación también.

Ser turista responsable implica adaptarse al lugar, cuidarlo, protegerlo y aportar, y no al contrario. Es ser consciente de la crisis humanitaria de esos destinos e incidir para ofrecer soluciones o aportar a ellas. Por ejemplo, nosotros hemos trabajado de la mano del Ministerio de Hacienda y de la UPME buscando y logrando que los páneles solares estén exentos del IVA al igual que los vehículos eléctricos, pero en este caso en particular, luego de recibir un sí por respuesta, foto y firma de documento, esto aún no se ha dado.

Mi propósito en unos años está en lograr enfocarme en la justicia ambiental el 100% de mi tiempo laboral; tengo claro que no voy a ser cirujano toda mi vida, esta es una etapa y una herramienta para cumplir con mi misión de vida. Entiendo la política desde Platón y Aristóteles, es decir, como una responsabilidad, como solidaridad, como construcción colectiva. El activismo es un acto esencialmente político pero diferente de la política electoral, esa no me interesa. Quiero concentrar mi energía vital en el trabajo conjunto con aquellos que ayuden a construir un diálogo y sinergias con el planeta, porque para mí los seres humanos somos un fin en sí mismo y no un medio como sí lo son los recursos económicos.

La campaña Todos Plantamos, surge como una manera de protestar, es una propuesta que busca confrontar al Plan Nacional de Desarrollo y una de las metas está en atender la deforestación. Como el gobierno no quiso revisar el número que iba en 220.000 hectáreas deforestadas, decidimos salir de las redes sociales para sembrar 100 mil árboles de aquí a 2022 año en el que se cumplirán 50 años de la Conferencia de Estocolmo, la primera gran cumbre ambiental mundial y debemos estar a la altura.

La deforestación no está en el radar de los colombianos como el principal problema ambiental, el cual ya ha cobrado muchas vidas y está aniquilando miles de ecosistemas en nuestra patria. Pensemos por ejemplo en la tragedia de Mocoa tuvo una relación directa con la deforestación; allá hemos estado como fundación sembrando árboles como una acción terapéutica y pedagógica como también lo hemos hecho en otras regiones de Colombia.

Esperamos sembrar 25 mil árboles durante este 2020. El pathos de la indignación tiene que transformarse en acción.

Como proyecto personal, te diría que quiero conformar una familia y como en este momento de mi vida estoy soltero, quisiera encontrar una cómplice en la vida porque soy un convencido que para construir proyectos se necesita trabajar en equipo. Particularmente mis equipos en la clínica y en la fundación están conformados mayoritariamente por mujeres y siento que ellas tienen una profunda y sagrada vinculación con el cuidado y con la vida desde la gestación asunto que jamás conoceremos los hombres.

Actualmente adelanto en la Javeriana una maestría en energía y sostenibilidad, pues me estoy armando de elementos técnicos para aportar en los debates de política pública. Soy amigo de la energía nuclear y la veo como una de las puertas de salida a la crisis ambiental, por lo mismo requiere innovación y que se superen los mitos que se han tejido alrededor de ella. También soy un convencido de que en Colombia nos enamoramos del verde de los potreros, de los monocultivos y deforestamos, ahí está nuestro más grave problema ambiental.

Sueño con un país en el que estudiar medicina deje de ser un privilegio para pocos. Yo tuve esa ventaja, pero ojalá miles de colombianos más puedan desarrollar su vocación de servicio siendo médicos. ¡Que el privilegio nunca nos robe la alteridad!

¿Cuál consideras que es tu mayor talento?

El hecho de traducir la indignación en acción.

Por Isabel López Giraldo

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