Viajar a la Antártida y encontrar las musas
El artista plástico Santiago Vélez presenta “Atlas de un continente que no existe”, una exposición que resulta de un recorrido de 15 días por la Antártida. Fotos, videos y dibujos que pretende presentar desde el punto de vista artístico.
Joseph Casañas Angulo
Para encontrarse con las musas de su obra, el maestro en artes plásticas colombiano Santiago Vélez tuvo que viajar cerca de 10 mil kilómetros desde Medellín hasta la isla de Greenwich en la Antártida. La primera parada de esta aventura blanca fue en la ciudad chilena de Punta Arenas, bautizada también como “Fin del mundo”. Allí, un avión Hércules de la Fuerza Aérea Colombiana transportó a Vélez y a un grupo de expedicionarios ecuatorianos, conformado por oceanógrafos, glaciólogos, geólogos, físicos e ingenieros, hasta la Isla Rey Jorge en Argentina, desde donde un barco de la Armada de Chile los llevó, luego de atravesar el furioso Pasaje de Drake, hasta la isla de Greenwich, en donde se levanta la base Pedro Vicente Maldonado, un centro de investigación antártica operado por Ecuador durante el verano austral.
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Para encontrarse con las musas de su obra, el maestro en artes plásticas colombiano Santiago Vélez tuvo que viajar cerca de 10 mil kilómetros desde Medellín hasta la isla de Greenwich en la Antártida. La primera parada de esta aventura blanca fue en la ciudad chilena de Punta Arenas, bautizada también como “Fin del mundo”. Allí, un avión Hércules de la Fuerza Aérea Colombiana transportó a Vélez y a un grupo de expedicionarios ecuatorianos, conformado por oceanógrafos, glaciólogos, geólogos, físicos e ingenieros, hasta la Isla Rey Jorge en Argentina, desde donde un barco de la Armada de Chile los llevó, luego de atravesar el furioso Pasaje de Drake, hasta la isla de Greenwich, en donde se levanta la base Pedro Vicente Maldonado, un centro de investigación antártica operado por Ecuador durante el verano austral.
Allí, en donde 100 años atrás Edgar Allan Poe, Julio Verne y H. P. Lovecraft escribieron en épocas diferentes la Trilogía Antártica, Vélez se propuso, desde el arte, trazar el “Atlas de un continente que no existe”, como bautizó la obra que tuvo su génesis en ese ecosistema que es tan hostil como vital, o en palabras de la periodista científica colombiana Ángela Posada Swafford, un territorio que es como un asesino a sueldo “brutal e indiferente”.
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Desde 2014, en el marco del Programa Antártico Colombiano, el país ha realizado siete expediciones a la Antártida. El objetivo de esos viajes ha sido realizar investigación científica sobre diferentes aspectos como geografía, hidrografía, oceanografía, biodiversidad, cambio climático, entre otros. Tres de esas excursiones han contado con la presencia de un artista cuyo trabajo es parte del Proyecto Colombiano de Arte en la Antártida. “De alguna forma la labor del artista en estos territorios tiene otro tipo de aproximación que no es la misma que la mirada de un científico. Los artistas podríamos contar la experiencia de una manera distinta y no en el lenguaje científico, que a veces puede generar ciertas dificultades de entendimiento”, dice Vélez en diálogo para El Espectador.
La presencia de un artista plástico en medio de una legión de científicos es, desde todo punto de vista, llamativa. Mientras el resto de los expedicionarios incluyeron entre su equipaje diferentes artefactos para georreferenciar los espacios geológicos desde donde se toman las muestras rocosas que se estudiarán en los laboratorios, medir los niveles de radiación solar proporcionales a la latitud del polo sur y su variable de perpendicularidad con respecto al sol, calcular la distancia focal con respecto a la visibilidad atmosférica para instalar un faro, trazar las rutas de navegabilidad o para iniciar la instalación de un faro, Santiago Vélez empacó un libro (Atlas, de Michel Serres), un par de cámaras para hacer fotos y videos (una Canon ESO 60D, una GoPro y una camarita piscinera), libretas y unas hojas de papel. Con más o con menos equipaje Vélez llevaba una consigna: la Antártida es un continente que no existe.
“Cuando se buscan mapas del mundo en cualquier buscador de internet es común encontrar que, en la mayoría de ellos, se omite deliberadamente el continente antártico. Asimismo, desde la educación básica nos han hablado siempre de cinco continentes y no de seis, excluyéndolo por sus condiciones particulares. Su permanente variación espacial y volumétrica al incrementar su tamaño al doble en invierno y reducirlo en verano, más las adversidades del clima y del territorio, hacen que sea un territorio aún por descubrir, lleno de vacíos en sus cartografías y con grandes misterios para la ciencia”, comenta el artista.
Y esa, explica, es la razón de su obra: “Con todas esas premisas se parte hacia la utopía de crear un atlas de aquello que pareciera no existir: una geografía oculta bajo capas de nieve milenaria que esconden no solo la topografía del terreno, sino también la memoria de los orígenes de lo que somos”.
La exposición “Atlas de un continente que no existe”, que se exhibe en la galería Elvira Moreno de Bogotá hasta el próximo 23 de agosto, es el resultado de toda la experiencia con sus 15 días de vida en la Antártida. “Tiene un conjunto de piezas que abarcan todas las disciplinas: dibujo, pintura, fotografía, video y escultura. Es una narración de esta experiencia de residencia allí.
Las obras también son el resultado los diálogos con los otros expedicionarios. Por ejemplo, un día uno de los expedicionarios, en el que uno de los montañistas más reconocidos de Ecuador me dice: ‘Santi, este es de los pocos lugares del mundo donde vamos a ver al mismo tiempo agua salada y de dulce de esta forma tan mágica’. Con base en esa charla intento hacer una obra: glaciares pintados con azúcar, sobre unos mares pintados con sal”. En el recorrido por la galería, un par de fotos perturbadoras dejan ver las preocupaciones medioambientales del autor, como el incremento en las temperaturas, la deforestación, la sequía, el alza de los niveles del mar, la modificación de los ecosistemas, entre otras.
“Todos estos fenómenos son reversibles en la medida en que exista una conciencia planetaria y unas acciones individuales que permitan, poco a poco, cambiar el mundo. Mientras tanto, la naturaleza nos muestra caminos: el descongelamiento de un glaciar, su muerte, es al mismo tiempo el nacimiento de un río. Una transformación que se abre a otras posibilidades, a otras formas de entender nuestro planeta, de percibir estos actores de afectación del cambio climático y lo que se percibe allí”.
Los videos que muestra Vélez no fueron fáciles de lograr. Las condiciones extremas del clima (–26° C en agosto a –3° C en enero) hacen que grabar un pequeño clip sea toda una odisea.
“El video más largo que logré es de 3 minutos. Dejé en el trípode instalado y me alejé porque no aguantaba el frío. Quería hacer un video más largo, pero no podía dejar el trípode abandonado porque hacía mucho viento y el visor se podía congela”.
Una de las imágenes más recurrentes e impactantes durante toda la experiencia, la conforman las múltiples formas de los glaciares. Más aun, su constante variación en las grietas y los incontrolables desprendimientos, los convierten en un fenómeno admirable tanto por su belleza como por su impacto en el entorno.