Víctor Gaviria: “Me interesa indagar por la Colombia excluida”
El cineasta es el director artístico del Festival de cine de Honda, que tendrá programación hasta el próximo 5 de noviembre.
Laura Camila Arévalo Domínguez
¿Cómo nació el Festival de Cine de Honda?
Se habla de Honda como el drama del cuerpo ajeno, es decir, allí se han hecho películas, comerciales, fotografías, etc., pero nunca se menciona que fueron hechos ahí. A veces se pueden confundir con Cartagena u otro tipo de ciudades, así que siempre se ha visto como un buen escenario, porque además parece que cuando uno va, hay una suerte de viaje en el tiempo. Me parece perfecto para un festival de cine.
¿Y su función allí cuál es?
Soy el director artístico y simbólico.
¿A qué se refiere con “simbólico”?
A que represento el amor por el cine colombiano y los festivales regionales. De alguna manera, ese amor comenzó con mi grupo de amigos cuando hicimos el Festival de Cine de Santa Fe de Antioquia, en 2000. De esa idea, muchas personas comenzaron a pensar en festivales para su región. Hablando del de Honda, diría que nació por una preocupación que tenemos: el cine colombiano.
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¿Amor o preocupación?
Los dos. Los festivales de cine regionales son fundamentales porque, de alguna forma, permiten que las películas que hacemos aquí se vean en lugares en los que de otra manera no se verían. Hay municipios que no tienen salas de cine. Hay ciudades o salas a las que las películas ni siquiera llegan.
¿Por qué hay ciudades a las que las películas no llegan, pero sí tienen salas de cine?
Pasan por las salas alternativas de cultura, como el Museo de Arte Moderno, el Colombo-Americano, las cinematecas..., pero como una exhalación. Duran dos o tres días, en los que si les va bien hacen unos 3.000 o 4.000 espectadores. De las comerciales, pues bueno, es que entran y duran en la medida en que sean rentables. Así que los festivales se encargan justamente de ser el lugar de proyección de todas esas producciones.
¿Cuál es su relación con Honda?
William Ospina es mi maestro y el de tantísimas personas en este país. Él fue quien hace un tiempo me señaló a Honda. Estaba con un grupo de amigos que me había invitado al Festival de Cine de Fresno. Él estaba ahí, hablamos del tema y estuve de acuerdo con todo lo que sugirió.
¿Cuáles son las otras personas con las que lidera el festival?
Mira, durante esa reunión estuvo Andrés Ramírez, el director de La jauría. Ambos estamos haciendo este festival. Es más, diría que es él quien realmente es el director artístico.
¿Por qué?
Porque conoce mucho la cinematografía naciente del Tolima.
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¿Está trabajando en alguna película?
En una que la pandemia me frustró. Cuando nos encerraron estuvimos a dos meses de comenzar el rodaje de una llamada Sosiego. Se fueron algunos inversionistas y tuvimos que devolver el premio que nos habíamos ganado con el FDC, pero volví a comenzar.
¿Nos puede adelantar algo? A qué se refiere con que volvió a comenzar…
Con que volví a revisar el guion y estoy reescribiendo. Es la historia de una familia de barrio. Una madre que, a los 48 años, se da cuenta de que ha fracasado con sus tres hijos: uno, para ponerte un ejemplo, es comandante de una bacrim. Y los otros dos tendrán destinos similares.
Le ha interesado indagar por estos temas, ¿por qué?
A mí me interesa indagar por la Colombia excluida, la de los barrios populares de Medellín, que tiene una forma muy particular de enfrentar la vida. La que sueña con una estabilidad económica, porque todo el día se la pasa dando tumbos para conseguirla. Todos los días se levantan a vencer la necesidad de alguna forma. Y ese “de alguna forma” es importante, porque tiene mucho que ver con la cultura paisa.
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¿Por qué? Hablemos más de ese rasgo…
Por supuesto, no generalizo, pero muchas de las personas que viven en los barrios más populares de Medellín crecen con el mandato de progresar. Les dicen: “Consiga plata, mijo o mija. Si puede, hágalo por las buenas, pero si no puede, consiga plata”. La frontera está, justamente, en la forma de conseguirla. Se les enseña a intentar por las dos vías: la decente o la que sea. Hay un lado de esa frase que está repleto de antivalores. Como si uno se pasara a una antisociedad que piensa en caminos absurdos para el futuro: la prostitución, la delincuencia, etc. El paisa, sobre todo el que nace en esos entornos, está con un pie en los valores que lo hacen feliz y le dan bienestar, pero que requieren esfuerzo y paciencia. El otro pie está del lado de todo lo que te mencioné.
¿Usted creció con esa especie de mandato? El de conseguir plata.
No, crecí en un barrio de clase media que tenía al lado un barrio popular en el que sí estaba ese mandato, pero no lo viví de niño.
¿Cómo lo descubrió y comenzó a interesarse por él?
Con la poesía. Cuando estaba en la universidad, un poeta muy humilde se acercó a mí y a unos amigos. Tenía una obra muy tormentosa, rabiosa, resentida, pero colmada de relatos y ternura por las personas de su barrio. A mí me pareció extraordinaria. El poeta se llamaba Helí Ramírez y el libro que te menciono se llama En la parte alta abajo. Después logré que el cine me ampliara la mirada.
¿Aún escribe poesía?
Sí. Tomo notas todo el tiempo. A veces se me ocurren cosas y las grabo con el celular.
¿Cómo nació el Festival de Cine de Honda?
Se habla de Honda como el drama del cuerpo ajeno, es decir, allí se han hecho películas, comerciales, fotografías, etc., pero nunca se menciona que fueron hechos ahí. A veces se pueden confundir con Cartagena u otro tipo de ciudades, así que siempre se ha visto como un buen escenario, porque además parece que cuando uno va, hay una suerte de viaje en el tiempo. Me parece perfecto para un festival de cine.
¿Y su función allí cuál es?
Soy el director artístico y simbólico.
¿A qué se refiere con “simbólico”?
A que represento el amor por el cine colombiano y los festivales regionales. De alguna manera, ese amor comenzó con mi grupo de amigos cuando hicimos el Festival de Cine de Santa Fe de Antioquia, en 2000. De esa idea, muchas personas comenzaron a pensar en festivales para su región. Hablando del de Honda, diría que nació por una preocupación que tenemos: el cine colombiano.
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¿Amor o preocupación?
Los dos. Los festivales de cine regionales son fundamentales porque, de alguna forma, permiten que las películas que hacemos aquí se vean en lugares en los que de otra manera no se verían. Hay municipios que no tienen salas de cine. Hay ciudades o salas a las que las películas ni siquiera llegan.
¿Por qué hay ciudades a las que las películas no llegan, pero sí tienen salas de cine?
Pasan por las salas alternativas de cultura, como el Museo de Arte Moderno, el Colombo-Americano, las cinematecas..., pero como una exhalación. Duran dos o tres días, en los que si les va bien hacen unos 3.000 o 4.000 espectadores. De las comerciales, pues bueno, es que entran y duran en la medida en que sean rentables. Así que los festivales se encargan justamente de ser el lugar de proyección de todas esas producciones.
¿Cuál es su relación con Honda?
William Ospina es mi maestro y el de tantísimas personas en este país. Él fue quien hace un tiempo me señaló a Honda. Estaba con un grupo de amigos que me había invitado al Festival de Cine de Fresno. Él estaba ahí, hablamos del tema y estuve de acuerdo con todo lo que sugirió.
¿Cuáles son las otras personas con las que lidera el festival?
Mira, durante esa reunión estuvo Andrés Ramírez, el director de La jauría. Ambos estamos haciendo este festival. Es más, diría que es él quien realmente es el director artístico.
¿Por qué?
Porque conoce mucho la cinematografía naciente del Tolima.
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¿Está trabajando en alguna película?
En una que la pandemia me frustró. Cuando nos encerraron estuvimos a dos meses de comenzar el rodaje de una llamada Sosiego. Se fueron algunos inversionistas y tuvimos que devolver el premio que nos habíamos ganado con el FDC, pero volví a comenzar.
¿Nos puede adelantar algo? A qué se refiere con que volvió a comenzar…
Con que volví a revisar el guion y estoy reescribiendo. Es la historia de una familia de barrio. Una madre que, a los 48 años, se da cuenta de que ha fracasado con sus tres hijos: uno, para ponerte un ejemplo, es comandante de una bacrim. Y los otros dos tendrán destinos similares.
Le ha interesado indagar por estos temas, ¿por qué?
A mí me interesa indagar por la Colombia excluida, la de los barrios populares de Medellín, que tiene una forma muy particular de enfrentar la vida. La que sueña con una estabilidad económica, porque todo el día se la pasa dando tumbos para conseguirla. Todos los días se levantan a vencer la necesidad de alguna forma. Y ese “de alguna forma” es importante, porque tiene mucho que ver con la cultura paisa.
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¿Por qué? Hablemos más de ese rasgo…
Por supuesto, no generalizo, pero muchas de las personas que viven en los barrios más populares de Medellín crecen con el mandato de progresar. Les dicen: “Consiga plata, mijo o mija. Si puede, hágalo por las buenas, pero si no puede, consiga plata”. La frontera está, justamente, en la forma de conseguirla. Se les enseña a intentar por las dos vías: la decente o la que sea. Hay un lado de esa frase que está repleto de antivalores. Como si uno se pasara a una antisociedad que piensa en caminos absurdos para el futuro: la prostitución, la delincuencia, etc. El paisa, sobre todo el que nace en esos entornos, está con un pie en los valores que lo hacen feliz y le dan bienestar, pero que requieren esfuerzo y paciencia. El otro pie está del lado de todo lo que te mencioné.
¿Usted creció con esa especie de mandato? El de conseguir plata.
No, crecí en un barrio de clase media que tenía al lado un barrio popular en el que sí estaba ese mandato, pero no lo viví de niño.
¿Cómo lo descubrió y comenzó a interesarse por él?
Con la poesía. Cuando estaba en la universidad, un poeta muy humilde se acercó a mí y a unos amigos. Tenía una obra muy tormentosa, rabiosa, resentida, pero colmada de relatos y ternura por las personas de su barrio. A mí me pareció extraordinaria. El poeta se llamaba Helí Ramírez y el libro que te menciono se llama En la parte alta abajo. Después logré que el cine me ampliara la mirada.
¿Aún escribe poesía?
Sí. Tomo notas todo el tiempo. A veces se me ocurren cosas y las grabo con el celular.