Victus: lo que separa la guerra, lo une el teatro (Tras bambalinas)
“Victus”, la obra de Casa E Borrero que inauguró el XVII Festival Iberoamericano de Teatro, invita a los espectadores a escuchar las memorias de quienes vivieron el conflicto armado en carne propia.
Andrés Osorio Guillott
Daniela Cristancho
Mark Twain decía: “Los dos días más importantes de tu vida son el día en que naces y el día en que descubres por qué”. A Ana Milena Riveros, excombatiente de las Autodefensas Unidas de Colombia y actriz de Victus, el segundo le llegó lejos de la selva, en las tablas. “Yo fui herida varias veces en combate y decía: bueno, ¿yo para qué estoy con vida? Y hoy sé el propósito por el cual estoy con vida. Ahora lo sé”, cuenta mientras se dirige al quinto piso del teatro Colón, lugar en el que queda el camerino y donde debe dejar su vestuario blanco y comer su refrigerio. Cuando se cierran las puertas de vidrio del ascensor del recinto, se voltea y cierra los ojos. Ella, una mujer que tiene cuatro balas en el cuerpo, le teme a un elevador, y dice: “Nunca había visto algo así”, y se ríe con nervios. Todo es humano, demasiado humano, como decía Nietzsche.
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Mark Twain decía: “Los dos días más importantes de tu vida son el día en que naces y el día en que descubres por qué”. A Ana Milena Riveros, excombatiente de las Autodefensas Unidas de Colombia y actriz de Victus, el segundo le llegó lejos de la selva, en las tablas. “Yo fui herida varias veces en combate y decía: bueno, ¿yo para qué estoy con vida? Y hoy sé el propósito por el cual estoy con vida. Ahora lo sé”, cuenta mientras se dirige al quinto piso del teatro Colón, lugar en el que queda el camerino y donde debe dejar su vestuario blanco y comer su refrigerio. Cuando se cierran las puertas de vidrio del ascensor del recinto, se voltea y cierra los ojos. Ella, una mujer que tiene cuatro balas en el cuerpo, le teme a un elevador, y dice: “Nunca había visto algo así”, y se ríe con nervios. Todo es humano, demasiado humano, como decía Nietzsche.
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En la obra de Casa E Borrero, los actores son víctimas del conflicto armado, militares retirados, miembros de la sociedad civil y excombatientes guerrilleros y paramilitares. Aunque en realidad no se trata de una actuación. “Nosotros queríamos mostrarle al país que reconciliarnos sí había sido posible y que no era actuación, porque nosotros a veces salíamos con la piel rasgada”, afirma Riveros. En la puesta en escena todas las orillas se unen para narrar algunas de las múltiples historias y verdades de la guerra. Todos defienden la reconciliación a través del arte como única trinchera.
“¿Han visto a Carlos Alberto?”, pregunta una mujer mayor mirando al público. “¿Alguien lo ha visto?”, insiste. “¿Alguien? ¿Alguien?”. Al iniciar el ensayo, una de las actrices enciende una vela blanca y los demás se ubican alrededor de ella. Esta permanecerá encendida y tras bambalinas, como una especie de amparo, hasta que culmine la presentación. Es uno de los únicos elementos que ha permanecido inmutable desde hace seis años, cuando comenzó Victus. “Esta obra cambia todos los días, hoy viste algo que no vas a ver mañana. La magia que tiene el teatro, y por eso es tan hermoso para hablar de un tema como este, es que todos los días nos permite nutrir el mensaje y, al hacerlo, sufre ciertos cambios alrededor de su estética”, asegura Raúl Estupiñán, militar retirado. Los cambios políticos y sociales que vive el país se traducen en estos artistas y, a su vez, en la obra de teatro de la que son parte. “Cuando se inició Victus la situación de violencia era muy distinta a la que tenemos hoy. Eso hace que la obra nunca vaya a ser igual, porque desafortunadamente la situación del conflicto armado también es cambiante”.
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Hasta ayer, primero de abril, la pieza teatral se había presentado en espacios que tenían como tema principal el conflicto armado y la reconciliación. Ayer, “Victus” llegó al teatro Colón como obra inaugural del Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá, un escenario puramente artístico. Estupiñán, que en la pieza cuenta que son más de 2.000 días sin parte de su pierna derecha, se quita su prótesis, la pone en la mitad del escenario y le toma una foto a ella y a la panorámica del recinto. “Quería hacer esto”, dice. Hay nervios, hay tensión, pero también orgullo de inaugurar el Festival Iberoamericano de Teatro y de presentarse en uno de los recintos culturales más icónicos del país.
Alejandra Borrero, que se hace al costado derecho del escenario, está pendiente de los detalles: el espacio que deben ocupar los integrantes, los colores, las luces, el sonido, el orden de intervención. Con el rigor que exige el arte, pero con el cuidado de las palabras y las indicaciones, la directora les muestra durante y después del ensayo qué no se puede pasar por alto. “Descansen, mañana nos vemos a las 3:00 en punto para el último ensayo”, les dice a cada uno al despedirse. Minutos después, cuenta cómo se formó Victus hace seis años. Empezó con una llamada de un coronel del Ejército y una propuesta de trabajo que se amplió para incluir a todo tipo de víctimas del conflicto. Después de 60 entrevistas, Borrero había logrado conformar un equipo representativo de los diferentes actores de la guerra, de las comunidades y zonas del país. “En un principio no les dijimos de qué grupo eran. Ellos naturalmente se hicieron amigos de sus enemigos. A la cuarta semana, que empezamos a hablar de las historias, hubo revuelo, susto, se sintieron mal físicamente. Pero el arte contiene y posee esa capacidad de permitirles a las personas tramitar esos dolores. Recuerdo que hubo una de ellas que casi no es capaz de contar su historia, que sentía pena por contarla, y le dije que iban a llorar con ella, que se iban a abrazar, y eso fue lo que pasó. Con el paso del tiempo se dieron cuenta de que no importaba de qué lado estaban, tenían los mismos dolores, las mismas vivencias y que de alguna manera todos éramos víctimas de la guerra”, cuenta la directora de la obra.
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Antonio Pereira, sargento primero y suboficial del Ejército en retiro, es un ejemplo de lo que narra Borrero: “Ninguno se conocía. Nos fuimos entregando en los ejercicios de expresión corporal, vocal. Y un día nos enteramos de quién era quién por un ejercicio que Alejandra nos hizo y que se llamaba ‘Yo soy’, que consistía en subirse a la tarima y explicar justamente quiénes éramos, por qué estábamos ahí. Cada uno fue abriendo los ojos al escuchar de dónde veníamos. Para mí fue muy fuerte porque estuve secuestrado, y encontrarme con mis victimarios fue un choque tenaz. Salí corriendo. Pero el proceso siguió. Era difícil porque había un lazo de amistad, algunos salían a tomar polita y seguimos sin rótulos, sin señalamientos”. La mayoría de ellos nos señalan con orgullo a sus amigos o amigas más cercanas, con orgullo dicen que se hicieron casi que hermanos aun cuando en décadas pasadas eran parte de distintos bandos, pero de una misma realidad, la de la guerra.
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Todos salen acompañados a coger sus respectivos transportes de vuelta a casa. Los nervios no se van, algunos se ríen y dicen, “este ensayo fue un desastre”. En el escenario del teatro Colón todo queda limpio, pero en el centro se queda la vela, recordando aquel lema lasallista que dice: “Lo unido permanece”. “Todo lo que hacen ellos en escena fue parte del proceso. La caminada de la entrada, los abrazos al público, todo eso lo vivimos nosotros. Desde el primer día tuvimos una vela prendida. Ritualizamos, sacralizamos el espacio con la intención de hablar de la oscuridad. Este es un tema muy difícil, entonces la vela siempre está ahí para iluminarnos, para transmutar las cosas. El fuego transforma: lo crudo en cocido, derrite el acero. Entonces es un símbolo muy importante que hemos tenido siempre. Y siempre que estamos juntos tenemos una vela prendida”, concluye Borrero.