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Magia de luz y color: el arte del vitral floreció a lo largo de los siglos en La Habana, donde los trabajos de restauración han permitido conservar estas joyas de la arquitectura cubana.
“Queremos mantener vivo un oficio que sería una maravilla no perder”, explica Mirell Vázquez, de 44 años, profesora de restauración de vitrales en la escuela-taller de La Habana, una institución de formación en artes y oficios.
En Cuba se desarrolló primero el “estilo colonial” en las viviendas con vitrales policromados en forma de abanico y molduras de madera que filtraban la luz solar y que ahora son vistos como un símbolo de La Habana Vieja, fundada en el siglo XVI.
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Después, al inicio del siglo XX, los estilos procedentes de Europa comenzaron a mezclarse entre las grandes mansiones de las familias adineradas de la capital, ofreciendo una increíble variedad de vitrales, inicialmente importados de España y Francia, y luego de factura local.
En Vedado, surgido en esos años como un barrio de lujo y donde se ubican las casas más bellas de La Habana -- la mayoría ahora propiedad del Estado y en distintos estados de conservación --, “las construcciones y las fortunas se desarrollaron al mismo tiempo”, detalla Vázquez.
Esta experta ha identificado unos 500 vitrales históricos en la zona, donde residían las familias adineradas vinculadas a industrias como la azucarera. Y “una vez que usted pone una vidriera en un interior, usted está transmitiendo armonía”, añade.
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Así, el jardín de invierno de una mansión burguesa, transformada hoy en museo, exhibe un impresionante vitral con motivos florales que combina la opalina y la técnica de grisalla, un tipo de pintura utilizada específicamente para las vidrieras.
La escalera de otra casa, actual sede de la Unión de Periodistas de Cuba, está adornada con un vitral del taller de la dinastía de los maestros vidrieros franceses Champigneulle.
Pero, con una humedad que llega a superar el 85% y cambios bruscos de temperatura durante la temporada de lluvias, el “clima cubano es muy agresivo” para los vitrales, precisa Vázquez, que supervisa un equipo de cinco jóvenes cubanos formados en la escuela-taller y a cargo de las labores de restauración.
Linda Viamontes de la Torre, de 32 años, integra ese equipo desde hace dos años. Después de concluir una especialidad de la salud, se formó como técnica en vitrales y ya colaboró en la restauración de las vidrieras de dos iglesias de La Habana.
“Es mucha satisfacción (...) ver en qué estado estaba antes (el vitral) y cuando toma su forma original”, explica la joven, que ahora restaura a pedazos una obra de una iglesia neogótica del Vedado.
Fracturas, piezas que faltan y el plomo deformado son los problemas más frecuentes que enfrentan los restauradores, también obligados a lidiar con la falta de materiales en un país con múltiples carencias debido a la crisis económica.
La existencia en La Habana de los mejores vitrales de todo el Caribe y de restauradores de alta calificación, motivó a la Unesco y a la Unión Europea a invitar a una docena de jóvenes de la región para formarlos en estas técnicas.
El taller de iniciación para conocer las técnicas básicas y la teoría se realizó en el marco de un programa más amplio de cooperación cultural denominado Transcultura.
En su primera visita a la capital cubana, Chloe Cadet (26), estudiante de diseño de Trinidad y Tobago, quedó sorprendida por la riqueza de su “patrimonio arquitectónico histórico” y “su buen estado de preservación”, en comparación con el de su país.
Durante el curso, “hemos aprendido desde la historia del vidrio, hasta de cómo se fabrica el tipo de vidrio que se usa, la parte de los productos químicos, la preparación, el corte, el manejo del vidrio, las medidas de seguridad”, asegura Franklin Alberto Sánchez (32), del Centro Nacional de Conservación de República Dominicana.
“En mi país no hay la posibilidad de formarse en cuanto a lo que es la restauración y conservación” de los vitrales. La Habana “era el mejor lugar para hacer este taller”, concluye.