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“Los libros del profesor Zíper me han hecho acercarme a un público más amplio que el de mis libros para adultos, lo cual probablemente revela que mi edad intelectual es como de 13 años”, aseguró el novelista en una entrevista.
Villoro acaba de publicar la cuarta entrega de la saga, “El profesor Zíper y las palabras perdidas”, una historia editada por el Fondo de Cultura Económica, en la que las palabras comienzan a desaparecer, por artimañas de la perversa Academia de Control.
“Este libro tiene que ver con los desafíos del lenguaje, quién es su propietario, cómo se transforma, qué fuerza rebelde pueden tener las palabras, cuál es la importancia de los poetas, en qué medida la vanidad y la ambición intelectual pueden perjudicar a una persona, aunque se trate de una gente erudita”, explica el novelista.
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Villoro reconoce que todos esos temas coinciden con sus preocupaciones en el oficio de escribir y la historia de corte infantil es un dispositivo para transmitirla de manera divertida.
“En la literatura para adultos puedes ser ajeno a quién te va a leer; no piensas si es católico, protestante o agnóstico, de izquierda o de derecha, de provincia o de la capital. Escribes en abstracto; pero cuando lo haces para niños, lo primero es entrar en tu personaje”, cuenta.
Aunque reconoce que todo empieza por respetar al lector, el novelista asume la escritura como un atajo para también ser él un poco juguetón. La asume de manera lúdica, como sucede en su nueva obra, en la cual aparecen como personajes sus amigos Francisco Hinojosa, escritor para jóvenes, y Rafael Barajas, caricaturista conocido como El Fisgón.
La desaparición de palabras como libertad, energía, imaginación y ciencia, por obra de la Academia, causan inquietud y tras un veto al entrañable maestro Bernardo Banfi, los niños Julia, Alex y Asdrúbal buscan al profesor Zíper para que los ayude con uno de sus inventos.
Viven los chicos inesperadas aventuras, la más emocionante cuando Zíper les busca máscaras de los poetas Pablo Neruda, Gabriela Mistral y Octavio Paz, galardonados con el Premio Nobel, con cuyos rostros entran a la sede de los controladores del idioma y salvan las palabras.
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“La poesía es la forma más alta del lenguaje y quienes escribimos en otros géneros, podemos ser carteros de los poetas; quise introducir a tres grandes maestros de la lírica latinoamericana, Neruda, Mistral y Paz y para solucionar un misterio. Me pareció interesante que los niños sustituyeran a los poetas”, revela.
Mensajes como píldoras
La primera vez que Juan Villoro escribió para niños fue a mediados de los años 80, con el volumen “Las golosinas secretas”. Entonces pensó que la literatura para niños sería un descanso, como jugar damas chinas después de haber jugado ajedrez, pero pronto se percató de la complejidad de la mente infantil.
“Lo niños tienen reglas propias; la imaginación infantil es muy barroca, está abierta a estímulos variados, pero al mismo tiempo busca la lógica. Los niños, cuando están concentrados jugando, tienen una seriedad extrema y entendí que la literatura para niños era un reto superior a lo que yo había pensado”, agrega.
Como pequeñas píldoras, el libro nuevo tiene mensajes de temas en los que Villoro está interesado: la amistad, el feminismo, la solidaridad y la lectura.
Además de Hinojosa, Neruda, Mistral y Paz, en “El profesor Zíper y las palabras perdidas” hay homenajes a otros escritores, como al director de la Academia Mexicana de la Lengua, Gonzalo Celorio, la otra cara de los de la Academia de Control; al poeta nicaragüense Rubén Darío, y al español Ramón Gómez de la Serna, entre otros.
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En estos tiempos en los que la ortografía sufre en las redes sociales, donde mucha gente reparte acentos con anarquía de fuegos artificiales, Villoro defiende la labor de los diccionarios y las academias, aunque lleva la bandera de la libertad del idioma.
“En los chats de WhatsApp las palabras se enfrentan en un campo de batalla; unas llegan tildadas; otras vendadas; otras heridas. Eso es una destrucción de la lengua y a nadie le importa, pero en otras zonas el lenguaje me parece que debe responder a normas comunes porque sino acabaríamos en una torre de Babel; en ese sentido es importante la Academia de la lengua”, asegura.
Considerado un peso completo de la literatura en español, Juan Villoro va por la vida sin un nieto. Sustituye esa carencia con el ardid de escribir como un abuelo cálido, un señor contador de historias a miles de niños que lo reconocen como un compañero de la misma edad intelectual.
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