Vinicius de Moraes: Solo un hombre (Fora do jogo)

Tuvo mil amores, nueve esposas, cinco hijos, más de cien guitarras, infinidad de libros, otros tantos discos y, sobre todo, tuvo mil vidas, aunque su registro de defunción dijera que falleció de 67 años.

Fernando Araújo Vélez
24 de junio de 2019 - 01:08 a. m.
Vinícius de Moraes nació el  19 de octubre de 1913 en Río de Janeiro y murió el 9 de julio de 1980 en la misma ciudad. / EFE
Vinícius de Moraes nació el 19 de octubre de 1913 en Río de Janeiro y murió el 9 de julio de 1980 en la misma ciudad. / EFE

Tuvo amigos a los que llamó amigos y a los que les escribió uno que otro poema, amigos solo reconocidos, y amigos solo de nombre, y gente que se le acercó para decir que estuvo con él, y tuvo amantes y una amante a la que le escribió “Qué desespero trae el amor, yo que no sabía lo que era el amor, ahora lo sé porque no soy feliz”. Tuvo peleas, depresiones, conflictos, muertes y resurrecciones, y cuando sintió la muerte llegar, escribió “A hora íntima”, “¿Quién pagará el entierro y las flores si yo muero de amores? ¿Qué amigo será tan amigo que en el entierro esté conmigo? ¿Quién, en medio del funeral dirá de mí: ‘Nunca hizo el mal…?’ ¿Quién borracho, llorará en voz alta por no haberme traído nada?”.

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Tuvo contradictores a los que enfrentó con sus canciones y sus versos y con una botella de whisky, de la marca que hubiera, y tuvo una frase que le confesó en secreto a Caetano Veloso para responderles a todos los que decían que era un poetucho borrachín y mujeriego: “Yo prefiero la musiquita, las mujeres bonitas... de esta manera la poesía fluye. No quiero aquello”. Tuvo un poema siempre escondido en el dobladillo de uno de sus sacos cuando estudiaba la Biblia, el civismo y las instituciones en el colegio de San Inácio, en Río de Janeiro, y lo obligaban a vestirse de pantalón corto y zapatos de charol, y otro que fue una justificación, una rendición de cuentas, un pretexto en todo el sentido del término, un principio y un final y, de alguna manera, su testamento, que jamás terminó y que llevaba consigo a donde fuera y que comenzaba con cuatro palabras apenas, “Soy solo un hombre”.

Tuvo caídas y alucinaciones, y el buen tino de llevar siempre una libreta y una pluma entre sus cosas. Tuvo la fuerza y el pulso para escribir, una tarde de 1962, sobre una mujer que caminaba por la playa de Ipanema, “A garota do Ipanema”, y luego, la disciplina para sentarse con Antonio Carlos Jobim a ponerle la música. Tuvo discípulos, que más que discípulos fueron compañeros de música, de fiesta, de lucha, de creación y de invención como Jobim, Toquinho, Chico Buarque, Gilberto Gil, María Creuza, y tuvo la mesura y la generosidad de decir que ellos, sobre todo ellos, eran quienes habían creado “la bossa nova”. Tuvo partituras que cuidó, partituras que escribió, partituras que botó y partituras que reinventó, y tuvo siempre a la mano una mesa donde poner una botella de whisky para decir, cuantas veces fuera necesario: “El whisky es el mejor amigo del hombre. Es un cachorro embotellado”. 

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Tuvo una bañera en su departamento de Gavea, Río, desde donde recibía a sus visitantes, donde a veces escribía sus poemas más íntimos, y donde lo encontró Toquinho, pocos minutos después de su muerte. Tuvo un carné con su foto, su nombre completo, Marcus Vinícius da Cruz de Melo Moraes, y su fecha de nacimiento, 13 de octubre de 1913, del Partido Comunista Brasileño, del que se ufanaba, muy a pesar de que vivió casi toda su vida en tiempos de dictaduras militares, y tuvo unas líneas autobiográficas que pocas veces recitaba y que decían: “Háganle ver que necesito estar alerta, vuelto hacia todos los caminos, listo a socorrer, a amar, a mentir, a morir si fuese preciso. Explíquenle con cuidado —no la aflijan…— que si no voy no es porque no quiera: ella lo sabe; es porque hay un héroe en la cárcel, hay un campesino que fue agredido, hay un charco de sangre en una plaza…”.

Tuvo cantos y versos y silencios y soledades, y tuvo ruido, y tuvo culpas, y tuvo conversaciones que lo marcaron con Orson Welles o con Astor Piazzolla, y tuvo recuerdos de tertulias con ellos, de tragos con ellos, y tuvo entre las páginas de Canto general, de Pablo Neruda, un poema que el mismo Neruda le escribió y que en algún verso decía: “Del pasado aprendiste a ser futuro”. Tuvo pasados, y lejanos pasados de los que alguna vez desdijo, como cuando estudió Derecho y aplicó en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil para ser cónsul, y tuvo futuros, como le escribió Neruda, porque fue futuro. 
 

Por Fernando Araújo Vélez

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