Vivir para leer: La revolución de la cultura

Si todos tuviéramos profesores de literatura, verdaderos maestros de este arte que susurra, personas apasionadas y sumamente comprometidas como Nuccio Ordine, seguramente, seríamos mejores lectores y seres humanos, por encima del índice, de las estadísticas y los reportes.

Santiago Díaz Benavides
14 de octubre de 2017 - 06:00 p. m.
Cortesía del Grupo Penta
Cortesía del Grupo Penta
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

A este profesor italiano, nacido en 1958, el amor por las letras le recorre todo el cuerpo y se le nota cuando habla. Todo él es literatura y, con su ejemplo, enseña a otros lo que el arte puede generar en una vida, la puede salvar, le puede brindar sentido.

Ha publicado varios libros de ensayo, pero solo tres han sido traducidos al español: El umbral de la sombra (2008), La utilidad de lo inútil (2013) y Clásicos para la vida (2017). Con motivo de la presentación de éste último título, publicado por la editorial catalana Acantilado, el autor experto en la literatura renacentista y amplio conocedor de la obra de Giordano Bruno, visitó Bogotá y pudo compartir con sus lectores y colegas lo importante de enseñar a otros el amor por las letras. Pero, la charla no habría sido posible sin la colaboración de Verónica Pachetti, traductora de Lingua Viva; a ella agradezco por servir de intérprete en esta charla fabulosa.

¿Qué es lo que nos diferencia de quienes vivieron la época del Renacimiento? ¿Para qué estudiar literatura? ¿No basta con disfrutarla?

Montaigne es un filósofo y literato al mismo tiempo; Galileo Galilei era un científico y un literato. Hoy en día, con esta tendencia a ultra-especializarnos, estamos separando los saberes y, al mismo tiempo, dentro de las mismas disciplinas hay una ultra-especialización. [En el renacimiento esto no ocurría]. Entonces, tenemos un ortopedista que es especialista en manos, un médico que es especialista en rodilla… Pero, ¿cuál es el riesgo que se corre? Nos perdemos el punto de vista general. El médico que conoce solamente el órgano sobre el cual está trabajando, que lo conoce muy bien, desconoce asimismo cómo funciona, en su complejidad, el cuerpo. Ese no es un buen médico.

Ahora bien, yo pienso que no hay diferencia entre estudiar y disfrutar. Cuando estudio, disfruto. Tu pregunta es interesante si quien la responde usa la literatura con otro fin, en un sentido utilitarista, pero si yo amo y estudio la literatura, lo primero que surge es ese placer, ese gusto por entender lo que está escrito. Las dos cosas no se pueden separar. Alguien que estudia la literatura, y no la ama, que no siente gusto, entonces no entiende nada de lo que está estudiando. [Estudio y disfrute] son inseparables, sumamente unidos.

En La utilidad de lo inútil, se realiza una revisión rigurosa acerca de los vacíos que la literatura como arte no ha podido cubrir. ¿Cuál es la intención con este libro?

Este libro lo escribí, sobretodo, para mis estudiantes. Lo hice con el fin de que pudieran entender que uno no estudia para obtener un título; no se va al colegio para graduarse. Se estudia con el objetivo de ser mejor, de ser mujeres y hombres libres capaces de pensar con su propia cabeza. Sin embargo, las escuelas y universidades no están hechas para transmitir estos valores que yo defiendo. Hoy en día, están pensados estos sitios como si fueran empresas. ¿Qué hace una empresa? Tiene que vender. ¿Qué venden las escuelas y universidades? Diplomas. ¿Quién compra los diplomas? Los estudiantes, quienes se vuelven clientes. Es un sistema que está totalmente equivocado. La historia de la universidad nos ha demostrado que lo que allí ocurre no se puede manejar como al interior de una empresa. Pensemos: Cuando en una empresa no funciona un departamento, ¿qué se hace? Se corta. En cambio, en la universidad se debe defender, ante todo, el bien aquello que “no produce”. Hago un ejemplo, lo que está sucediendo en Europa y el mundo antiguo con las lenguas clásicas. Ya no se estudia griego, o latín, o sanscrito. ¿Por qué? Si yo, un profesor que estudia las lenguas antiguas, tengo un curso con dos estudiantes a quienes les interesa el sanscrito, para la junta directiva de la universidad no será rentable. No se pueden dar ese lujo de tener un profesor para dos estudiantes, entonces, se cortan esas materias: el latín, el griego, la filología, la arqueología, la paleografía, todos esos estudios que son importantísimos para mantener vivo el contacto con el pasado. ¿Qué va a suceder dentro de 100 años cuando ya estén muertos los últimos conocedores del griego, del latín, del sanscrito, y estemos ante un descubrimiento arqueológico? Ya nadie va a poder leer un epígrafe. Pero, ¿qué significa todo esto? Es una cosa gravísima para el futuro de la humanidad, de la democracia. ¿Por qué? Si yo corto el vínculo con el pasado, no podré entender el presente, y no podré prever el futuro. Es por esto que yo creo que la cultura puede ser una forma de resistir ante ese utilitarismo, ante la dictadura del dinero. Lo digo por tres motivos. El primero: Con el dinero se puede comprar de todo, pero hay una cosa que no se puede comprar, y es el conocimiento, el saber. Se trata de un esfuerzo individual que nadie puede ejercer en lugar de otro. Si yo te pago y no me esfuerzo, tú no puedes enseñarme nada, porque el saber no es un don, es fruto de una conquista con mucho trabajo. El segundo: La lógica del mercado se puede destruir a través de la cultura. ¿Cómo es ésta lógica? En cada intercambio hay alguien que gana y alguien que pierde. Un ejemplo… Si yo compro un esfero, estoy perdiendo mi dinero a cambio de ese esfero. El comerciante que me ha vendido el esfero, toma mi dinero y pierde el objeto. Este es un ejemplo típico de cualquier intercambio comercial. Siempre hay una perdida y una ganancia. Todos los días, en este mundo, hay un milagro que se compra; en una pequeña escuela colombiana, o en el desierto del Sahara, o en el Amazonas, o en una ciudad como Nueva York… Un profesor entra a un salón de clase y enseña el teorema de Pitágoras; él no lo pierde, y los estudiantes lo aprenden. Esto significa que la cultura no empobrece nunca. El tercero: Esto viene de un gran escritor irlandés, ganador él del Premio Nobel, George Bernard Shaw. Él dice una cosa que yo aplico en esta conversación, teniendo en cuenta el caso colombiano. Imaginemos a dos jóvenes de una universidad de Bogotá que van a una librería. Cada uno trae de su casa una manzana. Entre ellos se intercambian las manzanas y, en la noche, vuelven a sus casas, cada uno con una manzana. Cambiemos los escenarios… Dos jóvenes que salen de sus casas, cada uno con una idea, llegan a una librería y se intercambian las ideas. Por la noche llegan a su casa. Ahora, cada uno tiene dos ideas. Esa es la revolución de la cultura: Ésta no empobrece, siempre enriquece a todos sus protagonistas.

En dicho texto hay una referencia directa a David Foster Wallace. ¿Qué opinión merece este autor en el mundillo cultural italiano?

David Foster Wallace es muy amado por los jóvenes. Claramente, es un autor que te permite reflexionar, debido a su trágico final. En la anécdota de los peces (This is Water) yo lo leí, y lo disfruté. Se lo he leído a mis estudiantes jóvenes. He visto su rostro en el momento en que yo leía esas líneas. Era pura alegría. Esa es la fuerza de la literatura: decir con una palabra lo más simple del mundo y convertirlo en imagen, hacernos ver lo invisible y entender lo que nunca entendemos. Foster Wallace, con su escritura paradójica y aparentemente oscura, tiene esta fuerza de dar a conocer. Los jóvenes lo aman mucho en Italia.

¿Cómo es recibido el legado de Gabriel García Márquez por parte de los lectores italianos?

Yo soy un lector enamorado de Gabriel García Márquez. Mi generación ha estado muy involucrada en la vida política, y Cien años de soledad fue un libro muy importante en esos días. En este texto (La utilidad de lo inútil) tomo muchas cosas de la novela, como por ejemplo, aquel pasaje en que el Coronel Aureliano Buendía está fabricando los pescaditos de oro, solamente por el placer del trabajo. Y Úrsula pregunta “¿para qué lo hace?”. Lo que dice el Coronel es que no es la ganancia lo que le interesa, sino el trabajo. Esto me ha servido enormemente para hacerle entender a los jóvenes la importancia del trabajo como tal. Lo más bello de la literatura de Gabriel García Márquez es que logra construir un mundo con la valentía de decir lo que los libros de historia de América Latina no lograron. Esto no es solo de García Márquez, sino de toda la literatura latinoamericana, de aquella generación del boom. Existe este ejemplo bellísimo de la llegada de las compañías bananeras a Macondo, que fue literalmente borrada de la historia; esta masacre solo vive en los cuentos de los Buendía. Significa, entonces, que la literatura, a menudo, puede contar aquello que los historiadores no tuvieron la valentía de contar. Yo conocí Colombia a través de las obras de García Márquez. Visité Cartagena por primera vez hace dos años. Y cuando la vi, sentí que ya había estado ahí. En El amor en los tiempos del cólera, Florentino Ariza estaba siguiendo a su enamorada por el Paseo del Dulce. ¡Yo caminé por allí! Ahí entendí que la literatura te permite visitar otros lugares que no has visto nunca… Hay un poema bellísimo de Baudelaire que dice: “El mundo se conoce mejor a través de los libros, de las letras, que cuando uno está físicamente en el lugar”. Un turista, ignorante él, puede ir a Cartagena y nunca entender nada de esa ciudad. Pero uno que ha leído a García Márquez, puede entender la esencia de Cartagena. Esa es la fuerza de la literatura.

¿Es Clásicos para la vida un homenaje a los libros que nos han formado? ¿Cuál es la razón por la que leemos, una y otra vez, libros publicados hace ya tanto tiempo?

Sí. Es un libro escrito para defender a los clásicos. Puede verse que cité varios versos de Borges. Él dice: “Yo no estoy orgulloso de lo que he escrito, pero sí lo estoy de las cosas que he leído”. Es bellísimo eso. En un momento como el que estamos viviendo, en el que muchos jóvenes ya no leen a los clásicos, sino que leen resúmenes, o manuales, o estudios críticos, [es necesario defenderlos]. Por eso, este libro es una manera de dar a entender que los clásicos no se estudian para superar un examen; los clásicos nos ayudan a entender el mundo que nos rodea… Hice cincuenta ejemplos de pequeños pasajes que hablan de nuestra vida. Estudiar un clásico solo para tener un título es una estupidez. No sirve para nada. Es importante, entonces, encontrar buenos profesores que puedan dar a entender a los estudiantes que la literatura te ayuda a vivir, no porque sigas cierta profesión, sino porque te brinda los elementos para poder entenderte a ti mismo y al mundo que te rodea.

Un libro clásico es aquel que es capaz de responder a las preguntas que se generan los lectores a través de los siglos. Cada lector, cada siglo, se hace preguntas, y los clásicos las responden. Los clásicos siempre nos hablarán del presente… Hoy, en Europa, hay un “odio” por lo extranjero. Los inmigrantes que llegan a Europa son considerados como enemigos. Si uno leyera a Homero, lo extranjero, el visitante que llega de lejos a una ciudad es un enviado de los dioses; se trata de una persona que uno tiene que respetar. Toda la literatura nos muestra que la relación con el otro es una cosa fundamental para nuestra vida. Si uno no tiene a ese otro, uno no logra entender el sentido de su propia vida… Hay un pasaje bellísimo de un poeta inglés, John Donne se llama él, y dice: “Los hombres no son islas; los hombres son un continente unido. Cuando un hombre muere, muere una parte de mí”. Es por esto que cuando suena la campana de la Iglesia, no hay que preguntarse por quién está sonando, porque la campana está sonando por ti. Ese muerto que anuncian los campanazos es una parte de ti que se está yendo. La novela de Hemingway (Por quién doblan las campanas), deriva, precisamente, de este pasaje de John Donne… Al leer la literatura, al escuchar la música, al apreciar el arte, podemos entender algo que es bellísimo y que el gran Albert Einstein describió en una fórmula: Solo una vida que es vivida para los demás, es una vida que merece ser vivida.

Flaubert decía “Leer para vivir”. Yo siempre lo recuerdo. ¿Hacemos caso a esa consigna?

Sí… Pero, yo diría “Vivir para leer”. Son dos cosas que van de la mano. Si la literatura sirviera solo como disciplina para lograr un título, sería mejor cerrar las universidades. El peligro, hoy en día, es que los saberes se utilizan solo como instrumentos técnicos, y se permite que se pierda el valor civil de la literatura. Gabriel García Márquez nos hace entender que la literatura es un instrumento para mejorarnos; un instrumento que nos permite entender el presente.

Por Santiago Díaz Benavides

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.
Aceptar