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Palabras más, palabras menos, para Voltaire el universo estaba regido por ciertas leyes naturales que debían tarde o temprano ser protegidas por derechos naturales. Los seres humanos eran naturaleza, por lo tanto, tenían los mismos derechos naturales del universo. Aquel concepto, que escribió en cartas y en libros que en su tiempo y años después se transformaron en obras clásicas, fue uno de los primeros campanazos de cambio, de revolución, que se escucharon en Europa en el siglo XVI. No había sido el primero en decir que todos los hombre eran iguales, o que tenían iguales derechos, pero quizá fue el que más veces lo dijo y lo dejó plasmado, patentado en panfletos, libros, tragedias y cartas. Tal vez fue el que más alto habló.
Según Peter Watson, autor de Ideas, “Una anécdota cuenta que al regresar a Francia y a los brazos de su amante, su primer acto (o quizá su segundo) fue enseñarle a ésta los principios de la mecánica newtoniana, lo que incluía la teoría de la gravitación universal”. Voltaire había quedado marcado por Newton y por John Locke, y en general, por la sociedad británica, no solo por sus trabajos, sino por su concepto de igualdad. De alguna forma, Newton había llegado a ser uno de los personajes más importantes y valorados de Inglaterra, pese a su origen humilde. Pasó a la historia como el descubridor de la ley de la gravitación universal, base de la ciencia posterior, y estableció los principios de la mecánica clásica.
Sus logros y títulos fueron casi que infinitos. En síntesis, su obra fue la que marcó varias de las grandes diferencias de la humanidad, condensada en su libro “Principios Matemáticos de Filosofía Natural (Principia). Allí, esbozó su teoría sobre la ley de la gravedad, que según la leyenda, comenzó a forjar en la granja de su familia de Lincolnshire, una mañana de 1666, cuando estaba mirando hacia la nada, y de un árbol que se atravesó en su vista y en sus pensamientos cayó una manzana. Unos días más tarde, cuando enunció su descubrimiento y lo condensó en que dos cuerpos se atraían con una fuerza proporcional a sus masas e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que las separaba, el árbol de su granja fue objeto de diversos rituales y oraciones.
En 1820, empezó a morir. Las autoridades del pueblo y algunos de los numerosos seguidores de Newton decidieron entonces cortarlo en pedazos y cuidar aquellos trozos. Hacía 93 años que Newton había muerto: falleció el 31 de marzo de 1727 en Kensington, Londres. Sin embargo, su nombre y su imagen cada día eran más grandes, más valiosos e importantes. Voltaire había alcanzado a percibir algunos de los signos que volverían a Newton inmortal, y tomó de él, de su vida y de su obra lo que pudo, más allá de que apenas hubiera estado en Inglaterra tres años. Sus “Cartas filosóficas”, publicadas seis años después de la muerte de Newton, estaban regadas de principio a fin por su espíritu y el de los ingleses.
Allí, en aquellos textos que se conocieron como “Cartas inglesas”, o “Cartas sobre la nación de Inglaterra”, Voltaire defendía la libertad por encima de cualquier otra cosa, y por lo mismo, atacaba todo tipo de autoritarismo y de intolerancia, criticaba la visión histórica de su tiempo y los hábitos de la iglesia. Cada quien era, debía ser libre de pensar como le pareciera y de actuar en consecuencia, siempre y cuando no le hiciera daño al prójimo. Los distintos gobiernos, afirmaba, debían potenciar la curiosidad intelectual de sus súbditos, y proporcionarles las herramientas necesarias para que se cultivaran y fueran lo más independientes posible. Apenas salieron a la calle, las cartas de Voltaire se agotaron y los elogios empezaron a llover.
La corona francesa, en una clara muestra de lo que Voltaire criticaba en sus cartas, mandó a recoger el libro y a quemar las versiones que encontró, pues las consideró “escandalosas”, contrarias a la religión, irrespetuosas con ella y con Francia, con la moral general del pueblo y de las cortes y con los poderes establecidos. Una vez más, Voltaire era simplemente François-Marie Arouet, un hombre de la calle que padecía del tratamiento que los nobles le daban a la gente del pueblo, pero que con sus letras y su voz luchaba contra ello y contra ellos. Sus “Cartas” fueron reimpresas en imprentas ilegales una y otra vez, y traducidas, también por debajo de la ley, al inglés, al alemán, al italiano y al español.
Con su estilo irónico, Voltaire empezó a darles vuelta a las verdades de su tiempo. Escribió sobre el comercio, por ejemplo, y dijo: “Cuando Luis XIV hacía temblar a Italia y sus ejércitos, ya dueños de la Saboya y el Piamonte, estaban preparados para tomar Turín, fue preciso que el príncipe Eugenio marchase desde el corazón de Alemania en socorro del Duque de Saboya; no tenía dinero, sin el cual no se toman ni se defienden las ciudades; recurrió a los mercaderes ingleses; en media hora le prestaron cincuenta millones. Con eso liberó Turín, venció a los franceses y escribió a los que le habían prestado esa suma este billetito: ‘Señores, he recibido vuestro dinero y me honro de haberlo empleado a vuestra satisfacción’”.