William Ospina: un verso en la palma de la mano
A los poetas les cambia la entonación de las palabras y la relación con el habla. La voz de William Ospina hace pensar que no se comunica, sino que recita el mundo y sus ideas tal como lo hace en sus ensayos y novelas.
Andrés Osorio Guillott
Fuimos alrededor de cinco periodistas los que asistimos a un almuerzo con William Ospina unos días antes de la presentación de su libro Guayacanal. Él llevaba unos zapatos cafés, un jean, una camisa de un azul más claro que el cielo de ese día y un saco negro. Junto a él llevaba una mochila donde seguramente cargaba uno de esos libros que nunca puede faltar y que, seguramente, hacía parte de esa misma colección que mencionó ese día que tanto le había costado trasladar de una casa a otra.
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Fuimos alrededor de cinco periodistas los que asistimos a un almuerzo con William Ospina unos días antes de la presentación de su libro Guayacanal. Él llevaba unos zapatos cafés, un jean, una camisa de un azul más claro que el cielo de ese día y un saco negro. Junto a él llevaba una mochila donde seguramente cargaba uno de esos libros que nunca puede faltar y que, seguramente, hacía parte de esa misma colección que mencionó ese día que tanto le había costado trasladar de una casa a otra.
Esperó paciente a que llegaran los invitados. Algunos periodistas ya aprovechaban para hacerle preguntas sobre su libro. Sin ningún gesto de tedio fue respondiendo cada una de las inquietudes. Tomó un vaso de agua antes de bajar al segundo piso para ordenar la pasta y el vino que acompañarían las memorias y los vericuetos detrás del libro que habló y narró la tierra de su familia, especialmente la de sus bisabuelos y abuelos.
Tal vez su comida se enfrió de tantas preguntas que respondió. Sin embargo, nunca mostró gesto alguno de desesperación o cansancio. Varias veces escuchó atento a lo que los demás tenían que decir o preguntar. También observaba con atención y sigilo, fijando su mirada en detalles que pueden trascender a una nueva historia o pueden pasar tan desapercibidos como muchos de los días que conforman la monotonía de la vida.
Al sol de hoy no sabemos cuál es el próximo libro de William Ospina. Lo cierto es que ese libro puede ser el mismo que pospuso para escribir Guayacanal, su obra más cercana a sus reminiscencias. Así lo confesó ese día. Los relatos de nuestros pasados y la poesía que parece custodiarlos llega de repente, en forma de golondrinas. “Este es uno de esos libros que se escriben en poco tiempo, pero se gestan en mucho. A lo largo de toda la vida estuve acumulando experiencias, imágenes y frases que tenían que ver con esta historia. Yo sabía que esto tenía que contarlo algún día. Y no solamente eran cosas que yo fuera elaborando, sino cosas que elaboraron mis abuelos, mis bisabuelos, mis tíos, y los diálogos familiares gestaron mucho todo esto. Las historias que me contaron cuando tenía 13 años, cuando tenía 15. Digamos que los hechos que se van narrando allí ya estaban en mí e iban enriqueciéndose con esos relatos. Y también el conocimiento de los escenarios donde los hechos ocurren. Yo conocí esas montañas desde niño, las he visitado en distintos momentos de la vida y también para la novela fue muy importante que yo tuviera esos recuerdos, como esas capas tectónicas de distintos momentos, de un mismo territorio donde ocurría todo. Así me resultó mucho más fácil, cuando ya estaba narrando, ir de algo que ocurre hace cinco años a algo que ocurre hace veinte o hace cien. Por otro lado, uno en la memoria tiene muchas cosas”, contó unos días después.
Las montañas del Tolima, esas mismas que son narradas en forma de canto y acompañadas por una guitarra, esas que también han sido narradas en forma de verso. En el verso de Álvaro Mutis o en el verso del propio Ospina. Las montañas de Guayacanal, Fresno o Herveo, su tierra natal. También las montañas de Manzanares, que ya no son de Tolima, son de Manizales, pero que también esconden las voces de los ríos y emanan el olor del café de una tarde. Las montañas que son cobertores de enormes titanes, las mismas que en Colombia han escondido con suma vergüenza la muerte de quienes las han caminado y descubierto, esas mismas que vieron a los chulavitas y a los liberales fraguar una nueva guerra que llegó para quedarse. Esas montañas que también conforman El país de la canela y que guardan en sus raíces y yacimientos la historia de la colonización que mal llamada se quedó como la conquista y el descubrimiento en las pesadas enciclopedias.
Reconocer que el llamado de la literatura se dio por una guitarra, un tiple y la voz de quienes engendraron su vida y su camino. Crecer viendo cómo el peregrino y el extranjero eran bienvenidos y no eran la presencia de una amenaza y una extrañeza. Adentrarse en las tragedias que Shakespeare trazó en su poesía. No negar los destellos del arte en Europa, pero resistir también con las memorias de los pueblos indígenas que nos dieron nuestra identidad y nos quisieron legar el amor por una tierra que ya no es lo sagrado sino el pretexto de las masacres a diestra y siniestra.
Caminar con una mochila al hombro y cargar en ella una cosmovisión. No dejar de ser el caminante que descubre la vida en cada paso. Ser un poco peripatético y ser también un nómada del espíritu. Rendirle homenajes a Estanislao Zuleta, pero también citar a Paul Valéry, Walt Whitman, Emily Dickinson, Franz Kafka o Guillaume Apollinaire. Acudir a los silencios de la meditación y a los silencios que son atajos para llegar a nuestros sótanos. Intentar acaparar el mundo no con la intención de hacer de la sabiduría una falsa vanidad del ego, sino con la noble añoranza de comprender las formas de nuestra especie y los paradigmas de nuestro tiempo. Hacer del ensayo una extensión de su poesía y un canal para alertar los peligros de nuestra avaricia. Hablar desde El taller, el templo y el hogar para recordar que somos uno con el planeta que habitamos, y que la mezquindad no puede ser el terruño de las nuevas generaciones. Leer la literatura de William Ospina para asistir al pasado de nuestra civilización; prestar atención a sus ensayos para entender que sin una ciudadanía activa no es posible transformar los malestares de siempre; escuchar su poesía y entender lo que él mismo mencionó en su antología: “... Que no hay un ser llamado poeta, favorecido por el curioso don de que todo lo que escribe sea poesía, sino que hay poemas que convierten (bien fugazmente) en poeta a quien los escribe. (...) Por eso hasta los autores de los versos más sublimes pueden perder el don, y hacer naderías. Por eso, hasta los más tenues cantores pueden alcanzar, así sea por un instante, su día y su dios”.