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William Ospina y la poesía pensativa

Revisión de la obra del escritor colombiano, por el homenaje que esta semana le rinde el Festival Internacional de Literatura Las Líneas de su mano, organizado por el colegio Gimnasio Moderno en Bogotá.

Carlos Satizábal * / Especial para El Espectador
08 de septiembre de 2020 - 03:14 p. m.
William Ospina es un reconocido poeta, ensayista y novelista tolimense, ganador de premios como el Rómulo Gallegos de Literatura 2009 por "El país de la canela". / Archivo
William Ospina es un reconocido poeta, ensayista y novelista tolimense, ganador de premios como el Rómulo Gallegos de Literatura 2009 por "El país de la canela". / Archivo
Foto: el espectador

Dice Heidegger en Qué significa pensar que lo que más merece pensarse en nuestro tiempo problemático es el hecho de que no pensamos. Algo que percibiremos dolorosamente cierto con sólo mirar en rededor los desastres de nuestra época, la amenaza de la destrucción de la vida por la irreflexiva y sorda y ciega decisión de hacer crecer el desierto y envenenar la tierra y las aguas y los aires y creer el planeta un inmenso almacén de recursos para convertirlos en mercancías inútiles y al consumirlas hacer océanos de basura y plásticos y así tomar del ciclo de la vida más de lo que necesitamos para vivir, sin devolver al ciclo cósmico de la vida planetaria lo que hemos tomado de ella, porque lo convertimos en basura. Es evidente: no pensamos y ese no pensar es lo que precisamos pensar.

Por ello reitera el filósofo, lo que más merece pensarse en nuestro tiempo problemático es el hecho de que no pensamos. Y no pensamos porque lo que merece pensarse se aparta de nuestro pensamiento. No vemos lo que merece ser pensado. El ver, el observar, es la primera metáfora del pensar. Como pensó San Agustín, nuestro modo de pensar es visual: decimos, mira como suena, mira como relumbra, mira como se siente. Por ello decimos que hoy no vemos lo que merece pensarse.

Pero lo que más interesa aquí, de la reflexión del filósofo sobre lo que significa pensar, aquí, que me propongo hablar de la poesía del poeta y amigo William Ospina, es que Heidegger siente que lo que merece pensarse está pensado en el canto. Es decir, que lo que más interesa pensar es un asunto de la música de las palabras. De la poesía. Lo que no vemos ni pensamos se nos revela en el canto. El canto es observación. Visión. Visiones, como llamó a su poesía William Blake. Visión memorable. Es la poesía la que ve lo que no vemos, la que piensa lo que no pensamos, la que recuerda lo que olvidamos. La que hace pasar de nuevo por el corazón lo pensado, como nos dice la recurrida etimología latina de recordar. Y Heidegger, en su bello y sugestivo libro sobre el pensar, para explicar que la poesía piensa lo que merece pensarse, cita un verso de Hölderlin:

Quien ha pensado lo más profundo ama lo más vivo.

El amor de lo más vivo es lo que se nos descubre al pensar lo más profundo. Acaso como si dijéramos pensamos el no ser, la muerte, la inexistencia de la vida, el por qué hay ser y no más bien nada del poema de Parménides, que ha sido llamado poema, por la tradición, como el de Lucrecio, que reflexiona en su música de hexámetros sobre lo existente, sobre la naturaleza. ¿Por qué hay ser y no más bien nada? Hagamos la pregunta también con la poesía, con el poeta Hamlet: to be or not to be, that is the question. Ser o no ser, esa es la cuestión.

O al modo del pensar oriental: la muerte es sólo otra forma de la vida. O lo preguntamos al modo del sabio indígena que dice: la muerte está siempre a mi lado. Ella es mi consejera. Como en Pedro Páramo: cantan a nuestro oído las bellas y misteriosas voces de los muertos y nos hacen con su música las preguntas que aún no nos hacemos. La pregunta por la muerte sería el otro puente entre el cantar y el pensar: somos seres para la muerte, nos asombra ver la muerte como otra forma de la vida y entonces vemos lo que precisa ser cantado, lo vemos en el poema. Como la voz del agua en la novela La serpiente sin ojos del poeta William Ospina: Lo que dijo el agua.

“Que en realidad nadie se muere, que nadie se aleja, que en la selva están todas las voces, del que vuelve a ser pez y el que vuelve a ser pájaro, y del que vuelve a ser jaguar, que tiene en su cuerpo el árbol y el agua, el viento y las cosas del cielo…”

Heidegger se detiene a analizar el verso de Hölderlin:

Quien ha pensado lo más profundo ama lo más vivo.

“La gran cercanía de los dos verbos “pensado” y “ama” constituye el centro de este verso. El querer descansa en el pensamiento. Es un racionalismo admirable el que funda el amor en el pensamiento”.

Quien ha pensado lo más profundo ama lo más vivo.

Podríamos sentirlo también como un racionalismo de los afectos cercano a la filosofía de Baruch de Spinoza, que reconoce que el amor intelectual de dios o sea el amor a la naturaleza como ser sagrado, ese amor intelectual busca acrecentar nuestra potencia de pensar y de actuar y desear, para perseverar en la existencia. El cuidado de la vida. O como un retorno del poeta a su programa más antiguo del idealismo que funda la razón en el mito y el mito en la razón, una religión de los sentidos, porque la razón nos hizo perder la presencia de lo sagrado. Lo sagrado se apartó de nuestros ojos. El mundo es ahora un inmenso almacén de mercancías. Y el desierto crece.

El vertiginoso siglo XX no pensó lo que merece ser pensado, lo más hondo; y ahora la civilización, el orden humano, no ama lo más vivo. Y el siglo XX multiplica su vértigo de muerte en las dos primeras décadas del siglo que vivimos. La próxima desaparición masiva de especies anuncia el cercano fin de la nuestra. Ya en sólo 40 años, entre 1970 y 2014, la humanidad exterminó al 60% de los animales de la tierra, según World Wide Foundation (WWF). Solo 40 años de actividad humana bastaron para acabar con más de la mitad de la fauna silvestre de todo el planeta: 60% de los mamíferos, aves, peces, insectos, reptiles.

Es necesario el cantar de la poesía pensativa, para reafirmar las potencias misteriosas de la vida frente a los ominosos poderes de la muerte, de los gobiernos y empresariados planetarios que llevan hoy a la especie humana hacia la desaparición. Al cambio climático, que ya hace al planeta inhabitable para los humanos y para millares de especies. Hemos llorado el calor feroz de un verano incandescente quizá atizado por empresarios delirantes que han hecho arder la Amazonía brasilera y ecuatoriana y las llanuras de Australia y los bosques andinos en Chile. William Ospina ha advertido este cataclismo en el canto reflexivo de sus ensayos desde su libro Es tarde para el hombre. Y ha recordado con Hölderlin que donde crece el peligro está muy cerca la esquiva divinidad y crece lo que nos salva.

En el primer poema del clamoroso libro del poeta sobre nuestro tiempo, sobre el siglo XX que sigue vivo en este nuevo siglo, el libro Con quien habla Virginia caminando hacia el agua, en su primer poema Nietzsche frente al espejo no puede reconocerse, pero sí ve el desierto crecer sobre el siglo y la tierra. Lo que precisa ser cantado es precisamente lo más vivo que el poeta ama por que ha pensado lo más profundo, el vacío, el desierto, la destrucción, la muerte, la pérdida del sentido del cuidado de la vida, de lo que más amamos.

Como si lo que más amara el ser humano, en una perturbación de su sentido del canto y del pensar y del amor, fuera la muerte, la destrucción, el sembrar desiertos. Como en una pesadilla atroz y hermosa a la vez, hemos visto lo que merece ser pensado: en una polifónica visión del pensamiento hemos visto el no ser, la muerte total, la tierra baldía, como diría otro poeta, la tierra de los hombres huecos, de los que aún no piensan ni aman lo que merece ser pensado y amado.

Cantar lo que merece ser pensado, porque ha pensado lo más hondo y ama lo más vivo, siento, como su devoto lector, es lo que ha obsedido el cantar del poeta y pensador William Ospina. Esa pregunta por la destrucción de la vida y por la inminente muerte de la especie está en las voces de Con quien habla Virginia caminando hacia el agua. Y es también la pregunta por las fundaciones, por el orden sagrado de las fundaciones que canta el primer poema de El país del viento: el instante en que los primeros humanos cruzan el hielo y cruzan las aguas que los traen a estas tierras de nuestra América, a este país de los vientos. Bajo el canto está el sueño de la naturaleza aún sin humanos, y los primeros humanos que se fundan en ella, señores del dardo y la flecha, de la red y la soga, de la siembra y los frutos, parecieran no serlo aún del sentido de lo sagrado, solo de la muerte. Pero ¿nace ante la muerte acaso nuestro sentimiento de lo sagrado? Kafka dice en una línea de sus diarios que secretamente nos deseamos inmortales. Freud en otra línea dice que los primeros sentimientos éticos nacen ante el cadáver del ser amado.

Y el Mongol que cruza “la desesperante blancura” se pregunta:

“¿Descubridor de un mundo? Un fugitivo perseguido por las uñas del viento, amoratado por el odio del sol, escribiendo blancas palabras en el aire translúcido, luchando sólo por evitar que la blanda tierra bajo mis pies se enardeciera en tumba?”.

Estos primeros fundadores, sugiere el poema, debieron descubrir las divinidades de estos territorios, para hacerlo su casa.

Oh noche en que los demonios aún no tienen nombre, implora a la noche ese primer viajero.

Pero en este cantar polifónico donde todas las voces imploran un sólo canto sin tiempo sobre el territorio de América, en el poema El jefe Sioux, las divinidades son también esos seres generosos que les dieron abrigo y alimento y también la muerte a los viajeros primeros.

“Ven y humedece tus pupilas en este mar distante,

Piensa en los rumbos de tu mente mirando la víbora sutil en la que no hay nada maligno,

pide permiso al manantial para beber de sus aguas tranquilas,

y canta tu gratitud a solas, cuando cabalgues buscando las moras silvestres.

Es de noche, encendamos fogatas en las cumbres,

Pronto va a terminar este relámpago

y aún no han acabado de decirnos todos sus hondos recuerdos la piedra y las estrellas.”

Este canto de muchas voces que canta los países de América, El país del viento, canta también las demás voces que la historia ha dejado en nuestra frágil memoria y que el canto del poeta las hace música para que pervivan en la memoria y sintamos y pensemos lo más hondo y amemos la vida, la vida que en ellas palpita, que es nuestra vida, como habitantes herederos de los que han habitado esta tierra, como si cada ser que dejó palpitar su corazón sobre esta tierra buena fuera todos los seres. Es como si el sentimiento filosófico de Spinoza y el pensamiento indígena conjuntasen sus voces y sus ojos en las voces y las músicas de esta poesía clamorosa que canta momentos decisivos de la fundación de América, de su memoria fragmentaria y su multiplicidad y diversidad dispersas.

***

Tuve la bella suerte de conocer a William en casa del maestro y pensador Estanislao Zuleta, casi literalmente en la cama de Estanislao, que estaba por esos días agripado y le fui a visitar, como acostumbrábamos sus amigos y discípulos, para conversar, y me hizo pasar a su pequeña habitación de su biblioteca en el piso alto de su apartamento. Me conversaba ya Estanislao sobre Kant, sobre su estética, sentado yo a la orilla de su cama, cuando subieron a la pequeña habitación William y Darío Barberena.

Estanislao se sintió muy contento de verles. Y les contó de lo que hablábamos. Agregó a su reflexión anterior sobre las condiciones de la racionalidad, que son: la necesidad de pensar por sí mismo, de ser capaz de pensar desde el punto de vista del otro o de considerar siempre otras perspectivas que no son las propias o incluso contrarias a las propias, -Kafka es un genio para ponerse en el lugar del otro, comentó- pero quizá ya no para actuar luego en consecuencia, que es la última condición necesaria de la racionalidad, él sigue analizando, dudando. No actúa. Su duda es su acción. Como cuando ya no tenemos cómo reflexionar con conceptos, cuando llegamos a los límites de la razón, lo único que nos queda son el arte, la poesía. Dicen algunos que los románticos son una rebelión contra el racionalismo de Kant. Pero en verdad Kant es un precursor del romanticismo. Porque mostró que la razón no puede pensar la noche ni la religión ni el amor ni la ética sin la poesía.

Salimos juntos de casa de Estanislao y fuimos a casa de Olguita Córdoba, queridísima amiga de William, que ya también sentí amiga mía. Ya había oído de William y ya le quería, de oídas. Como se cuenta en Las mil y una noche de alguien que ama a una joven al oír de su belleza. Pero ese día no sabía que él era él. Tenía con él el libro de Schopenhauer. Supe que era el ejemplar de un amigo común, Édgar Collazos, compañero de la facultad de filosofía.

Édgar también me había hablado de William, de su memoria proverbial, de ser un conocedor de todos los poetas, de su don de recordarlos en la conversación en el momento iluminador. Como el maestro Estanislao, que goza del goce socrático por la conversación, y que tiene en la memoria de su voz vivas sus lecturas, así William trae a la conversación reflexiva los versos y poemas que revelan lo que es preciso pensar en el momento de la rica reflexión colectiva que hacemos al conversar. Y esa voz invitada por su memoria viva de lector apasionado te llena el corazón de imaginación y de lucidez. En la conversación el corazón y el pensamiento se iluminan y descubres lo que no sabías que sabías y que podías decir así como acabas de decirlo.

Como cuando se entrega uno a la lectura feliz o a los momentos generosos de la escritura. Lectura y escritura son también formas de la conversación, que se ilumina con las otras perspectivas de las otras voces. La escritura es una lectura, hecha de un poco de memoria y de un poco de olvido como ha dicho Borges. Como es sin duda este relato que les comparto, esta lectura de la poesía de William Ospina, quizá hecha más de olvido que de memoria.

* Poeta, dramaturgo y director de la Maestría de Escrituras Creativas de la Universidad Nacional. Este jueves 10 de septiembre recomendamos la mesa William Ospina: el periodista, el columnista de opinión, charla entre los escritores Arturo Guerrero, Gustavo Tatis Guerra y Nelson Fredy Padilla, también editor de El Espectador. Será a las 3:00 p.m. (COL) vía streaming a través de los canales de Facebook del Gimnasio Moderno y la Agenda Cultural.

Por Carlos Satizábal * / Especial para El Espectador

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