William Ospina y su manifiesto contra la “democracia traicionada y deformada”
Fragmento de “Donde crece el peligro”, el nuevo libro de ensayos del escritor colombiano, que se presenta este 1° de mayo en la FILBO. Sello editorial Random House.
Si algo necesita nuestra época en el mundo entero es una revolución de las costumbres. No esas revoluciones que estallan —como decía Estanislao Zuleta—, y que a menudo décadas después tienen al mundo peor de lo que estaba, sino de esas revoluciones que ocurren, de esas luminosas renovaciones de la manera de vivir, de la manera de soñar, de la manera de relacionarse con los demás y con la naturaleza. Eso fue lo que hizo en Europa el Renacimiento: reencontrarse con las viejas raíces filosóficas y estéticas de la antigüedad, aportar una nueva mirada sobre la naturaleza, sobre el arte, sobre los oficios, una nueva idea de la belleza, un nuevo asombro frente a la condición humana y un nuevo pacto con el universo físico.
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Si algo necesita nuestra época en el mundo entero es una revolución de las costumbres. No esas revoluciones que estallan —como decía Estanislao Zuleta—, y que a menudo décadas después tienen al mundo peor de lo que estaba, sino de esas revoluciones que ocurren, de esas luminosas renovaciones de la manera de vivir, de la manera de soñar, de la manera de relacionarse con los demás y con la naturaleza. Eso fue lo que hizo en Europa el Renacimiento: reencontrarse con las viejas raíces filosóficas y estéticas de la antigüedad, aportar una nueva mirada sobre la naturaleza, sobre el arte, sobre los oficios, una nueva idea de la belleza, un nuevo asombro frente a la condición humana y un nuevo pacto con el universo físico.
Y esto es lo que llegó a decirnos el Renacimiento a través de los labios del príncipe Hamlet: «¡Qué obra maestra es el hombre! ¡Cuán noble por su razón! ¡Cuán infinito en facultades! En su forma y movimiento, ¡cuán expresivo y maravilloso! En sus acciones, ¡qué parecido a un ángel! En su inteligencia, ¡qué semejante a un dios! ¡La maravilla del mundo! ¡El arquetipo de los seres!».
Dicen los filósofos que en Occidente la humanidad primero vio solo el mundo, con sus poderes tremendos e incontrolables, y que su idea de él se configuró como una ontología. Que después, a partir del triunfo del cristianismo y de su poderosa postulación de una gran voluntad que todo lo crea y todo lo gobierna, se configuró como una teología. Y que a partir de la obra de Descartes se configuró como una egología, como la edad de la conciencia humana, de la ciencia y de la técnica.
Pero hoy necesitamos por igual vivir el asombro del mundo, vivir el misterio profundo y evidente de lo divino, y vivir las capacidades y los méritos de la conciencia humana. Necesitamos una alianza nueva de todos esos órdenes para habitar de otro modo la realidad.
En la agobiante confusión del mundo contemporáneo, en los prodigios de la ciencia, en los milagros de la técnica, en las provisiones de la industria, en el poderío de los estados, en el carnaval de los mercados, en el poder abrumador de los ejércitos, en la atomización de las religiones, en la degradación de los ecosistemas, en el refinamiento de los diseños, en la ampliación vertiginosa del horizonte cósmico, en la multiplicación de las artes, en la creciente vecindad de las galaxias y de los átomos, en el calentamiento de los océanos y el agravamiento de los climas, en la intensificación a la vez de la opulencia y de la miseria, en la proliferación babilónica de las ciudades, en la telaraña global de las pandemias, en la acumulación del basurero planetario, en la creciente soledad de las muchedumbres, en la viralidad de los rumores, en la agonía del tiempo
histórico y la exaltación de la instantaneidad y de la simultaneidad, en este frenesí de la velocidad, del consumo y del espectáculo, todos estamos sintiendo la inminencia del colapso, y tenemos que comprender que es necesario y urgente un cambio histórico minucioso y profundo de nuestra manera de vivir, de nuestro orden social y de nuestro sentido de la política y de la administración.
En todo el mundo se siente crecer el peligro, y no solo el peligro del desastre climático, del saqueo de la naturaleza y de las extinciones masivas de la vida, sino de una creciente deshumanización del orden social. El modelo del cálculo egoísta, de la extrema rentabilidad, la conversión de todas las cosas en mercancías como lo había anunciado Karl Marx hace dos siglos, el envenenamiento de los manantiales, la subordinación del ser humano a un frío sistema de algoritmos inexorables, la creciente expulsión de las mayorías pobres del orden de la supervivencia, la división inverosímil del mundo entre una élite opulenta que lo controla todo y que se apodera del porvenir, de la naturaleza y del cosmos, y una inmensa humanidad desposeída que yerra por los caminos del desamparo y del exilio, y que hormiguea empujada contra las fronteras de la opulencia tratando de entrar en la tierra prometida, todo eso exige un cambio dramático en el orden del mundo.
Una democracia traicionada y deformada como la actual no está en condiciones de ayudar a la humanidad a resolver los problemas de la época. El reino del consumo, de la manipulación y del espectáculo tiene que abrirle camino otra vez al reino de las posibilidades humanas que nos habían prometido milenios de civilización. No vivimos esos éxodos, esas opresiones, esas guerras, esas odiseas, esas sagas de la lucidez y de la esperanza, esos inventos, esas aventuras del pensamiento y del arte para venir a agonizar en un basurero, para venir a desembocar en una playa de escombros, para permitir que las más altas conquistas de la condición humana sean capturadas por el lucro egoísta y por un laberinto tecnológico inexorable y sin alma.
Es la hora de invocar en nuestro auxilio todos los poderes de la lucidez, de la imaginación y de la poesía. Los bosques son también los bosques de la memoria, de la vida y del lenguaje, y no solo recursos madereros; los ríos son también los ríos de la infancia y de la leyenda, y no solo recursos hidráulicos. El mundo tiene que ser algo más que un mercado refinadísimo en el que la verdadera humanidad no tiene cabida, pero al mismo tiempo los elementales graneros del mundo deben estar abiertos para todos.
Al esfuerzo y la fatiga de los mil y un días tiene que corresponder la fantasía de las mil y una noches. Este modelo de fuerzas productivas desmesuradas, de conocimiento aplicado, de diseño ultrasofisticado, de aceleración y robotización de todas las cosas podría ser deslumbrante si su resultado visible no fuera la miseria, la exclusión, la violencia, la soledad, la depresión y el no futuro para millones de seres humanos.
Si su resultado no fuera la demencia de los arsenales nucleares y el ya largo chantaje nuclear que hemos padecido por décadas. Si su consecuencia no fuera la alarmante alteración de los climas, el saqueo irreflexivo de los recursos, las migraciones bíblicas, los diluvios y la creciente tentación del apocalipsis, la alimentación cada vez más enfrentada a la salud, la caída de la humanidad entera en un abismo de tecnología hipnótica que devora todo su tiempo y anula buena parte de su creatividad.
* Se publica con autorización de Penguin Random House Grupo Editorial. El poeta y novelista William Ospina presentará “Donde crece el peligro” este 1° de mayo en la Feria Internacional del Libro de Bogotá. Hora: 7:00 p.m. Lugar: Corferias, Auditorio José Asunción Silva. William Ospina (Padua, Tolima, 1954) también es autor de los libros de poesía Hilo de arena (1984), La luna del dragón (1991), El país del viento (Premio Nacional de Poesía del Instituto Colombiano de Cultura, 1992), ¿ Con quién habla Virginia caminando hacia el agua? (1995) y África (1999); de varios libros de ensayo, entre los que se destacan Los nuevos centros de la esfera (Premio de Ensayo Ezequiel Martínez Estrada de Casa de las Américas, La Habana, 2003), ¿Dónde está la franja amarilla? (1996), Las auroras de sangre (1999), El dibujo secreto de América Latina (2014), Parar en seco (2016), El taller, el templo y el hogar (2018).