Y en medio de todo permanece el sol (El teatro de la historia)
La idea de Nicolás Copérnico de remover la tierra y el hombre del centro del universo contradecía el sentido común, las autoridades antiguas y las Sagradas Escrituras. Posiblemente, se trata de la revolución más importante de la historia de la ciencia del mundo occidental.
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En 1543, el año de su muerte, Nicolás Copérnico publicó su obra Sobre la revolución de los orbes celestes, en la cual propuso sustituir el tradicional modelo del cosmos de la Tierra inmóvil en el centro del universo. En el modelo copernicano, el Sol pasaría a ser el centro de las órbitas de los planetas y la Tierra perdería su posición privilegiada para convertirse en un planeta más. El triunfo de la cosmología heliocéntrica frente al antiguo sistema se ha convertido en el símbolo de una gran revolución, que con frecuencia se asocia con el surgimiento de la ciencia moderna. De momento dejemos de lado la pregunta de si la “revolución copernicana” explica el surgimiento de la ciencia moderna, lo que no podemos negar es que mover la Tierra y sus habitantes del centro del universo fue una idea difícil de defender y de enormes consecuencias en la historia humana.
El modelo cosmológico aceptado en la Europa cristiana era básicamente el mismo que habían desarrollado los griegos desde Aristóteles hasta la elaborada versión de Claudio Ptolomeo (100-170). La Tierra es el centro inmóvil del universo y la luna, el sol, los planetas y las estrellas giraban alrededor de ella en órbitas circulares. Este sistema se hizo cada vez más complejo, el movimiento irregular de los planetas no se podía explicar con órbitas circulares y fue necesario incorporar círculos excéntricos y un número creciente de epiciclos (órbitas sobre órbitas). Astrónomos árabes mucho antes de Copérnico fueron claros en señalar las deficiencias del modelo geocéntrico y la carencia de una explicación física que diera cuenta de movimientos celestes tan enmarañados. Para citar solo un ejemplo, Ibn Al-Haitham, mejor conocido como Ahazen, (965-1040) es autor de un tratado cuyo título en latín es Dubitationes in Ptolemaeum (Dudas sobre Ptolomeo) en el cual casi 500 años antes de Copérnico, concluye: “Con el conocimiento que tenemos demostrado es ahora evidente que las configuraciones propuestas por Ptolomeo para explicar el movimiento de los cinco planetas son falsas…”. No pocos astrónomos musulmanes ya habían mostrado las contradicciones del modelo geocéntrico y, para el siglo XVI, era evidente la necesidad de mejores explicaciones del movimiento celeste.
Remover a la Tierra del centro del universo contradecía un principio fundamental de la cosmología griega en la que los cielos y la Tierra corresponden a naturalezas y principios físicos distintos. Para los griegos el mundo terrestre se compone de cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego, y la experiencia nos muestra que tanto la tierra como el agua tienden a ocupar su lugar natural en el centro del universo; por su parte, los cuerpos celestes se componen de un quinto y perfecto elemento, el Éter, cuyo movimiento natural ocurre en círculos alrededor del centro del universo.
Hacer de la Tierra un planeta más, no solo alteraba la relación entre el hombre y el cosmos, sino que requería de una teoría física distinta, una nueva explicación del movimiento celeste y terrestre. Más problemáticas fueron las objeciones de tipo religioso. La reacción de la Iglesia no se hizo esperar y sus detractores católicos y protestantes hicieron ver que las ideas de Copérnico eran contrarias a la incuestionable verdad de las Sagradas Escrituras.
No es del todo extraño, que la primera edición de la obra de Copérnico, en 1543, incluyera una introducción con la cual se procuraba aliviar estas tensiones. Andreas Osiander, autor de la presentación del libro, dejó claro que “no es necesario que estas hipótesis sean verdaderas, ni siquiera que sean verosímiles, sino que se basta con que muestren un cálculo coincidente con las observaciones […]”
La defensa, el perfeccionamiento y éxito del modelo copernicano; es decir, la construcción de una explicación física y matemática acorde con las observaciones quedaría en manos de sus seguidores, de hombres de la talla de Kepler o Galileo, quienes se empeñaron en mostrar que el modelo de Copérnico no era una simple herramienta de cálculo sino una pintura real del universo.
¿Cómo fue posible cuestionar una verdad tan antigua y cómo Copérnico y sus seguidores lograron convencer al mundo de una idea tan difícil y en apariencia absurda?
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Para empezar, tenemos que aceptar que los argumentos de Copérnico no se podían sustentar en evidencias empíricas contundentes, él mismo no fue un devoto observador de las estrellas y su libro, Sobre las revoluciones de los orbes celestes, apenas contiene 27 observaciones hechas por el mismo Copérnico en un periodo de 32 años. Tampoco encontramos en su libro novedosos argumentos físicos que justifiquen la problemática idea de una tierra en movimiento, sus nociones físicas siguen siendo las mismas de Aristóteles.
En la obra de Copérnico confluyen muchos conocimientos, datos y tradiciones filosóficas, entre ellas las reiteradas críticas a Ptolomeo por parte de la tradición astronómica árabe, pero también es cierto que Copérnico fue un hombre del Renacimiento con motivaciones propias de su tiempo. En su obra es evidente la influencia de una tradición estética y filosófica, alimentada por el resurgimiento del platonismo y la necesidad de ver en la naturaleza un orden divino de formas inmutables y perfectas. Como las pinturas de Leonardo o los edificios de Brunelleschi, la verdadera pintura del cosmos debería regirse por los principios de unidad y armonía geométrica.
No podemos olvidar que Copérnico vivió diez años en Italia, donde seguramente se familiarizó con la estética del arte renacentista, marcada por los ideales platónicos de simetría y proporción. En el prefacio de su obra encontramos un pasaje en el cual explica las deficiencias de los sistemas astronómicos anteriores, los cuales parecen no haber logrado hallar o calcular “la forma del mundo y la simetría exacta de sus partes, sino que les sucedió como si alguien tomase de diversos lugares manos, pies, cabeza y otros miembros auténticamente óptimos, pero no representativos en relación con un solo cuerpo, no correspondiéndose entre sí, de modo que con ellos se compondría más un monstruo que un hombre”. Un monstruo que no puede corresponder a la obra del “mejor y más regular artífice de todos”.
Ptolomeo, en su tratado Almagesto, se ocupó de cada uno de los planetas por separado, lo que hizo que su sistema, según Copérnico, careciera de unidad y armonía. La imagen que acompaña Sobre la revolución de los orbes celestes omite las complejidades del modelo y presenta una pintura del mundo mucho más simple y ordenada. Si bien es oportuno recordar que su propio sistema heliocéntrico de órbitas circulares tuvo que recurrir al uso de epiciclos y esferas excéntricas, similares a las usadas por Ptolomeo, es evidente que principios estéticos como la unidad y la armonía hicieron parte de las objeciones al complejo sistema ptolemaico.
Poner a la Tierra en movimiento y remover a los humanos del centro del universo generó toda clase de preguntas y objeciones, pero también atrajo la atención y simpatía de geniales aliados que compartieron los ideales platónicos de un cosmos bellamente inteligible. Dos personajes en particular, Johannes Kepler y Galileo Galilei, hicieron de la tesis copernicana el centro de un debate que dejó una marca indeleble en la forma como desde entonces se entendió la autoridad filosófica.
Lecturas recomendadas:
La revolución copernicana ha sido objeto de ya demasiados libros y artículos. Recomendaría el clásico de Thomas Kuhn, La revolución copernicana, publicado en 1957. Sobre la astronomía árabe, sugiero a George Saliba y su texto Islamic Science and the Making of the European Renaissance, 2011. Sobre la relación entre arte y astronomía en el Renacimiento, sugiero Una historia de la verdad en Occidente, de mi autoría.