Foto: Eder Leandro Rodríguez
Hubo tiempos, miles de miles de años atrás, en los que las mujeres eran diosas para ellas y para los pocos miles de hombres que había en el planeta. Las palabras eran apenas sonidos, algo más que murmullos, lamentos o rugidos, ruidos que se llevaba el viento y se transmitían de generación en generación, y, si acaso, quedaban registrados en una pintura de alguna cueva. Todo era digno del asombro, pero nadie tenía nombres para definir lo que ocurría, lo que sorprendía, y los colores del agua y sus cambios, o los de las hojas y las flores o las...
Por Fernando Araújo Vélez
De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.Faraujo@elespectador.com