“Yerbabuena”: ritmos andinos para el mundo
En 2020 surge la Filarmónica de Música Colombiana, una ramificación de la Orquesta Filarmónica de Bogotá. Está dirigida por Jorge Arbeláez, licenciado en Música de la Universidad Pedagógica Nacional, guitarrista y arreglista. Bajo sus manos quedaron a cargo los sonidos de la bandola, la guitarra, el tiple y el contrabajo que manejan los 16 jóvenes instrumentistas que allí tocan. “Yerbabuena”, su primer álbum, cuenta con una variada selección de música andina en el formato de ensamble de cuerdas.
Sarah Gutiérrez
¿Cómo surge la Filarmónica de Música Colombiana?
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¿Cómo surge la Filarmónica de Música Colombiana?
Este proyecto aparece por primera vez el 15 de septiembre de 2020, en medio de la pandemia. No nació de esa coyuntura, pero sí se vio influenciado por ella: las reuniones eran restringidas y no podía haber más de 10 personas en un espacio cerrado y para el primer ensayo éramos 16.
Siguiendo con las medidas reglamentarias, logramos tener ensayos tres veces por semana en la sala Otto de Greiff de la Orquesta Filarmónica de Bogotá. Contábamos con la fortuna de ser un reducido grupo de personas y que los instrumentos no fueran de viento.
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Nos reunimos para hablar por primera vez del proyecto con el director de la Filarmónica de Bogotá, David García, y el maestro Luis Fernando León Rengifo en enero de hace tres años, y tocamos el tema porque el maestro dirigió en 1987 el ensamble de cuerda Nogal, donde también trabajé con él. Desde ese momento no se había presentado una agrupación que asumiera el formato de estudiantina con criterio de factura orquestal, similar a una orquesta sinfónica de cuerdas. Donde ellos tienen violín, nosotros bandola; ellos tienen viola, nosotros tiples; donde hay violonchelo, nosotros guitarras y el contrabajo.
Durante la alcaldía del actual presidente Gustavo Petro en Bogotá, tuve la oportunidad de encontrarme con David García, quien por ese entonces era director de la Filarmónica y yo estaba en Idartes. Pensábamos en alguna forma de crear una agrupación o espacio musical, pasando por el rock y el jazz, y decidiéndonos por tener una estudiantina oficial que no existía desde hace 120 años de la primera liga colombiana, donde estuvo Pedro Morales Pino con la Lira Colombiana. De alguna forma u otra, esto surge por amor a la música.
¿Cómo decidieron cuántas personas lo iban a integrar?
De lo filosófico pasamos a lo práctico. En un inicio se discutía sí tener agrupaciones de 20, 30 o 50 personas, pero luego nos decidimos por tener un formato de cámara, que hiciera contrapeso a lo que hace la Orquesta Filarmónica de Bogotá. Así llegamos a 16 músicos: ocho bandolas, cuatro tiples, tres guitarras y un contrabajo.
No buscamos a personas de nuestro círculo para presentar este nuevo formato, primero porque queremos demostrar que todavía está vivo entre los jóvenes, y segundo, porque pensamos en la preservación a futuro. Buscamos personas de 18 a 28 años, estudiantes de música que tocaran alguno de los instrumentos mencionados, con por lo menos un año cursado en la universidad, y realizamos una convocatoria nacional para una mayor diversidad.
Fueron 300 músicos los que enviaron su audición con las condiciones exigidas y un comité de cuatro expertos que nos permitiera decidir a nuestro juicio, y con base en su presentación en video y en vivo, quiénes iba a integrar esta nueva formación.
Sobre “Yerbabuena”, ¿en qué momento deciden grabar su primer álbum y cuál fue la curaduría para elegir las canciones?
Con la Filarmónica en marcha, realizando cuatro ensayos semanales y al menos cuatro conciertos al mes, se fue dando el interés sobre cuándo grabaríamos nuestro primer proyecto musical. Había un entusiasmo general con el que fui cuidadoso porque no quería que se dañara. En el momento en que empezamos a tener una madurez sonora, también fui pensando y preguntando a los chicos qué canciones les gustaría tocar para este primer gran proyecto, siempre perfilando y buscando una sonoridad completa.
En mi mente lo había visualizado como una producción de 20 obras en dos discos, porque me parece que esta música clásica de tradición regional, que tiene también influencias en lo pop y en lo urbano sin dejar lo académico, tiene conciertos de 40 a 45 minutos, así que me parecía un número adecuado.
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Con las canciones escogidas y perfiladas para grabarse, me di cuenta de que nos faltaba un bambuco nostálgico y tranquilo. De esa idea surge “Yerbabuena”, porque es la forma en la que veo a los jóvenes, que van por buena hierba, que va a florecer y dar frutos.
La publicación del álbum se hizo tanto en físico como en digital, ¿por qué es importante seguirle apostando al CD?
Hay varias razones, la primera, este es un álbum para el mundo; somos intérpretes latinoamericanos que hacemos música para todo el mundo en un lenguaje universal, y si bien logramos conectar y darnos a conocer con las plataformas digitales, consideramos que el disco en físico también tiene tu esencia y su arte, cuenta una historia. Siento que mientras se pueda apostar por presentarlo en este formato, hay que hacerlo y arriesgarse. Así como los libros los encontramos en PDF, el encanto está en poder sentir y oler las páginas.
En cuanto a las composiciones, ¿cómo se da esta temática?
Tenemos compositores en el grupo, empezando por mí, que también soy arreglista, pero en la medida en que hemos ido avanzando, me he dado cuenta de que los muchachos cuentan con ese talento y hacen cosas para sí mismos que algunas veces suben a YouTube; eso pasó en el caso de la canción Bonelo, que es una creación de Gabriel Chaparro y Jefferson Jerez en tiple requinto y tiple, que me pareció interesante y les pregunté si deseaban incluirlo en “Yerbabuena”. La hemos tocado en muchas partes y al público le gusta. Ahí encontramos a un compositor.
Y con esto, los demás se animan y empiezan a componer, yo los acompaño, les comunico mis opiniones y ellos a mí. Logramos otras sonoridades que podemos presentar.
¿Cuáles son los retos a los que se enfrenta usted como director con la orquesta?
Es evidente que el primero fue lograr que 16 personas que nos vimos por primera vez en Bogotá, en una sala de teatro, en plena pandemia, consiguiéramos tener una sonoridad grupal desde lo musical. El segundo, y para mí el más importante, fue construir comunidad. El propósito de la música es el encuentro, encontrarnos y escucharnos, para entender qué significa lo que estoy interpretando y si me desbalanceo con los demás. Ahora, multiplícalo dieciséis veces. Escucharme, escucharnos, eso es lo fundamental.
La música también trae enseñanzas para la vida, como la disciplina y la puntualidad. Desde el primer día establecí los horarios, y en dos años y medio nadie ha faltado sin tener una justificación válida para hacerlo o sin avisar con anticipación.