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La última vez que hablamos de Gabriel García Márquez fue en Valparaíso, Chile, ante un auditorio colmado de estudiantes en el Festival Puerto de Ideas. ¿Por qué él sigue siendo tan importante a nivel universal?
Los colombianos a veces no apreciamos el grado de popularidad y de interés que García Márquez suscita a nivel mundial. Estuve el año pasado, por ejemplo, en India, y allá es prácticamente un escritor local. Y este año una de las cosas que me llamó la atención a raíz del lanzamiento de En agosto nos vemos, es que creo que no existe ningún precedente en el mundo de un escritor que 10 años después de fallecido se rescate y se saque un libro suyo con carácter póstumo, se advierta que el escritor no lo ha aprobado en vida, que lo arma un editor y que, sin embargo, la familia decida publicarlo y suscite tanto interés en todos los continentes. Eso es único. Ese interés global tiene que ver con la importancia de su obra literaria.
Hay que decirlo: Gabriel García Márquez es y seguirá siendo un clásico universal.
Es un clásico contemporáneo que se mantiene a nivel mundial. Pero cuando nos acercamos a América Latina, empezamos a ver a un García Márquez que es más que el escritor, es un personaje de importancia y de estatura histórica, política y creativa en campos adicionales al de la literatura.
¿Y en Colombia qué dimensión le ves?
Ni hablar. En Colombia es un ícono de nuestra cultura popular, un héroe nacional, una persona con la cual todos tenemos que ver o hemos oído en algún momento. Incluso, la gente se refiere a sus libros y, aunque no la haya leído, habla de Cien años de soledad o al hablar usa los títulos de alguno de los libros de Gabo.
¿Es la trascendencia cultural del imaginario de Macondo?
Sí. Macondo suena hasta en la música. Cuando hablamos, los colombianos nos autodefinimos como Macondo. Todo esto nos habla de que el hombre, la obra y la mitología que emana de toda su construcción literaria tienen vigencia. De todas maneras, el país donde Gabo es más importante que ningún otro es Colombia.
Diez años después de fallecido, más que hablar de un muerto lo hacemos de una vida y una obra que siguen vivas.
García Márquez murió físicamente, pero como patrimonio simbólico está vivo y hay muchas cosas todavía por rescatar, no solo en la obra literaria.
Después de la novela póstuma publicada por sus hijos, ¿qué sigue?
Rodrigo y Gonzalo García Barcha han sido muy claros en que se cierra el ciclo de la obra literaria, pero todavía faltan no solo rescates de sus escritos, sino reinterpretaciones por hacer.
Un trabajo que seguirá liderando la Fundación Gabo que diriges.
La Fundación él la creó, es una obra de él, un proyecto de emprendimiento institucional del mundo del periodismo, pero que también se ocupa de su legado. Es muy importante que no nos limitemos a pegarnos al personaje, a los rescates de sus creaciones. Sí nos interesa y promovemos que se lea su obra, que ese hilo de lectura no se pierda por una brecha generacional, pero también que es un factor de inspiración en proyectos que tú conoces bien, por ejemplo el Centro Gabo, donde trabajamos a partir de la voz de García Márquez y de sus ideas, como la reflexión sobre la educación, la paz de Colombia -que fue una de sus mayores preocupaciones-, la vigencia de los derechos humanos, la justicia social y la autonomía política y cultural de América Latina. Hoy muchas de sus palabras parecen proféticas y siguen vivas por su trascendencia.
Otra línea de trabajo tuya, y también del Ministerio de las Culturas, tiene que ver con esos proyectos surgidos del llamado “Árbol Gabo”, que incluyen concursos públicos para que cualquier colombiano siga investigando facetas de García Márquez a través de premios y becas. ¿Explícalos, por favor?
El “Árbol Gabo” es producto de una reflexión estratégica que hicimos en la Fundación, en el marco de un estudio con consultores nacionales e internacionales, incluida la Universidad Nacional de Colombia, en 2015, cuando estábamos desarrollando normas de honores a García Márquez, la Ley 1741 que dispuso el establecimiento de un centro internacional para el legado en la Universidad de Cartagena y le asigna a la Fundación la misión de liderar esa alianza público-privada con recursos de los ministerios de las TIC y el de Cultura. El árbol sirve para establecer agendas de trabajo, catalogar documentos y buscar dimensiones que nos interesa explorar. Del legado de García Márquez trabajamos en cinco grandes campos: el primero es el de su historia personal; el segundo es su oficio y sus obras, desde el punto de vista de la creación, en literatura, en periodismo y en cine; el tercero son sus intereses, reflexiones y acciones como educador; el cuarto son sus emprendimientos, por ejemplo tú fuiste parte de uno muy importante que fue la revista Cambio, así como en periódicos, noticieros de televisión, a nivel de producción y de organizaciones como la Fundación y como la Escuela de Cine en Cuba, y el último campo es el del ciudadano comprometido con temas como los que mencioné antes: paz y derechos humanos.
¿Cómo se articula esto con las conmemoraciones de los 10 años de la muerte de García Márquez y con el centenario de su natalicio, que es en 2027?
El “Árbol Gabo” es una propuesta que nos sirve para abordar un período de conmemoración, que con el Ministerio hemos convenido llamar “De 10 a 100” y en ese itinerario contamos con alianzas como la de la CAF, Banco de Desarrollo de América Latina, que está muy interesado en la dimensión latinoamericana de todo este proyecto. No se trata de imponer una narrativa de García Márquez, sino más bien de invitar a reflexionar a partir de él, con su inspiración y generar proyectos transformadores. En la convocatoria de estímulos de este año el Ministerio de las Culturas abrió un capítulo para crónicas del “Árbol Gabo”, donde investigadores y narradores trabajarán nuevas visiones, así como invitaciones al sector privado a invertir en proyectos culturales relacionados con el centenario y en una perspectiva amplia, que puede ir desde el turismo cultural en los territorios hasta obras artísticas. El “Árbol Gabo” es el gran paraguas.
Cuando uno revisa la obra de nuestro premio nobel de literatura advierte cuánto se puede aprender todavía de su cerebro multimedia: cuentista, novelista, periodista y cineasta. ¿Esa es una vía para conectar a los jóvenes del siglo XXI con García Márquez?
Es una fuente de placer para cualquier edad. Su lectura es apasionante. Lo que pasa es que a veces hay una tendencia a la novedad, y él ya no está aquí. Pero claramente lo que hemos visto es que los jóvenes que lo leen se asombran de sentir el poder de su narrativa y de sus imágenes y, sobre todo, al descubrir cosas fabulosas. Por eso la invitación es a disfrutarlo, a sacarle provecho.
En El Espectador se están formando nuevas generaciones de narradores en la redacción donde Gabriel García Márquez trabajó como reportero y cronista. Aquí el investigador francés Jacques Gillard me explicó la importancia a nivel de estilo que implicó para el escritor de ficción acercarse a los géneros periodísticos y cómo eso impactó novelas como “Cien años de soledad” o “El coronel no tiene quien le escriba”. Este es otro lugar desde el que Gabo pervive.
García Márquez se sintió siempre orgulloso de estar vinculado a El Espectador. La consideró su casa periodística. Aquí publicó su primer cuento, La tercera resignación, y aquí vivió, sin duda, su madurez periodística a mediados de los años 50. Encontró en don Guillermo Cano y en editores como José Salgar un gran estímulo para mejorar su escritura.
También se cumplen 30 años desde que asumiste el liderazgo de lo que hoy es la Fundación Gabo. ¿Qué significa defender este legado?
El legado es ahora. Cuando empezamos, era García Márquez que quería hacer los talleres de periodismo, fue presidente de la junta directiva y tuve el privilegio de que él se hubiera fijado en mí para esta responsabilidad, porque me conocía desde el año 83 en Barranquilla y llevábamos 10 años encontrándonos. Andaba en Telecaribe, él me buscó y me pidió que lo ayudara a sacar adelante su proyecto de formación de periodistas. Lo vi como algo interesante, como un honor, fui el primer alumno, me enamoré y me he dedicado a esto de manera continua hasta llegar a una Fundación con tres campos misionales. El primero es el periodismo, que ha cambiado, y nuestro trabajo es contribuir a que ese cambio se haga con un equilibrio entre unos valores filosóficos, la necesidad de innovar y la función social del periodismo. Y también estamos en un segundo campo, que es la educación, rescatando el amor de Gabo por las historias, por el trabajo con niños y jóvenes, usar esta formación en contar historias para formar ciudadanía. Y el tercer campo sí lo llamamos legado, y es cómo promover la apropiación colectiva del conocimiento de García Márquez para que de ahí salgan nuevas iniciativas y lo mantengamos con plena vigencia.
Siempre digo en mis seminarios, por ejemplo en la maestría de escrituras creativas de la Universidad Nacional, que no buscamos otra generación de escritores que escriban como García Márquez, porque realismo mágico solo hubo uno, pero sí que sepan quién era el escritor, aprendan de su disciplina, su metodología, y a partir de ahí encuentren su propio estilo y su camino.
De acuerdo. Al propio García Márquez no le interesaría que lo copien o que lo imiten, ni le interesaría que le hagan demasiados monumentos, pero claramente es un activo de desarrollo cultural y social que no podemos desaprovechar.
Cuando llegaron los años finales y hacías balances de vida con García Márquez como amigos, ¿el qué pensaba de lo que dejaba como vida y obra?
A mí nunca se me olvida la satisfacción de oírlo por allá en 2008, en Monterrey, México, donde Gabo habló de estar muy orgulloso de la Fundación y me dijo algo muy revelador: “Y pensar que todo esto estaba en nuestra imaginación”. Es decir, él lo había visualizado y terminó siendo un proyecto muy serio, muy riguroso y los resultados se ven. Ahora queremos abordar lo que sigue de la mano de sus hijos Rodrigo y Gonzalo, que han relevado a sus padres en la orientación de la junta directiva de la Fundación.
Pero recuérdame alguna anécdota de los últimos años de García Márquez, cuando lo homenajeaban como personaje inmortal.
Gabo al que le hablara de mortalidad o inmortalidad lo alejaba, porque él era, tú lo sabes bien, un poco supersticioso. Entonces, prefería pasar por el lado de eso. García Márquez era un hombre que adoraba la vida, estaba feliz de vivir, se la gozó y logró todo. Amor le sobró, era importantísimo, lo buscaba todo el mundo y le sacó provecho a la vida.
¿Y de qué fuiste testigo en sus últimos años lúcidos?
Hoy puedo decirlo. Vi a Gabo desvanecerse. Desvanecerse en la medida en que empezaba a perder la memoria, aunque nunca perdió la identidad. Hay casos extremos de demencia senil o del alzhéimer donde las personas entran en una fase de anomia, pero García Márquez conservó muchos elementos de su manera de ser, de su sentido del humor, de su picardía, incluso aunque no se acordara con quién estaba hablando. Eso le ayudó a mitigar, aparte de que tenía a su esposa Mercedes al lado, manejando la situación. La última vez que lo vi, que fue en noviembre de 2013, estuvimos comiendo con sus nietos y Gabo sonreía y no decía nada, pero sonreía. Había algo de él que estaba ahí. Se desvaneció, pero nunca se fue completamente.