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LA CIUDAD ES LA UTOPÍA
Por Gustavo Zalamea (1994)
“La ciudad ya no es portadora de valores sino de noticias; ya no es una construcción histórica sino un sistema de información manipulado según oportunismos momentáneos,” escribe Giulio Carlo Argan. Recuperar la ciudad mediante el arte, y recuperar para el arte una función significativa que pueda reconectarlo con la comunidad, debiera ser objetivo esencial de los artistas. La malformación y degradación de nuestras ciudades no ha incluido nunca la noción de ciudadano, determinando un tipo de ambiente que no puede ser interpretado o vivido, sino sufrido o consumido. Los artistas no deberían solamente impugnar este ambiente ni limitarse a proponer consumos distintos al margen de las normas imperantes, sino intentar articular proyectos que tengan alguna incidencia sobre la configuración del futuro. Al estructurar, al definir formas, al diseñar, al ordenar, el artista tiene el poder de pensar una realidad distinta y mejor, el compromiso de buscar, con los medios que estén a su alcance, procesos artísticos y comunicativos sobre los que pueda construirse el tejido de una verdadera ciudad. Porque ésta no es únicamente labor de arquitectos y urbanistas. Si la ciudad se extingue, los artistas serán los primeros en desaparecer con ella. La ciudad es su hábitat natural, su ecosistema.
Los artistas que de algún modo renuncian a la institucionalización y al aburguesamiento, los que no tienen como objetivo central el éxito económico, los que ambicionan no sólo entrar a la historia del arte sino provocar y conformar las imágenes, la conciencia y la cultura de su comunidad, aquellos que tienen la fuerza y la capacidad de imaginar y de crear, deben intentar, entre otras cosas, la Utopía. Si la ciudad se extingue, los artistas serán los primeros en desaparecer. Claro que hay que trabajar en los márgenes: es en los límites donde se producen las confrontaciones y los encuentros más enriquecedores; allí es donde las instituciones se revelan en toda su dimensión y los proyectos se elaboran y entretejen con toda libertad. Claro que hoy la crítica de arte tiene que ser asumida como una actividad artística, y la actividad artística puede ser vista desde muchos enfoques como un ejercicio de la crítica de arte. Claro que, en todos esos territorios de frontera, el riesgo debe asumirse en toda su amplitud y complejidad: el artista puede ser un agitador; y su ideología debe ser entonces tan feroz como para poder contrarrestar el vacío de los medios, las encuestas y la publicidad. Pero para que su trabajo tenga reales proyecciones, la ciudad tiene que convertirse en parte de su interés y de su actividad. Concebida al mismo tiempo como el lugar físico de los encuentros e intercambios, y como una red de relaciones y de signos capaces de ser interpretados y leídos por los ciudadanos, la ciudad puede ser un enorme collage de múltiples propuestas visuales que alimenten la vida ciudadana. Lo constructivo y lo geométrico, lo monumental y lo íntimo, lo sagrado y lo falso, lo humorístico y lo crítico, lo local y lo popular —entre decenas de categorías— pueden entrar en la historia de una ciudad posible.
Hay que transformar la ciudad en utopía.
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Durante año y medio, la Fundación Gilberto Alzate Avendaño (FUGA) cayó en el sueño profundo en el que aún se encuentran varios centros culturales del país, obligados a cerrar a causa de la pandemia.
La casa colonial, que perteneció al virrey José de Ezpeleta a finales del siglo XVIII y se ubica en el histórico barrio de La Candelaria, vuelve a la vida con un homenaje al maestro Gustavo Zalamea Traba, al cumplirse diez años de su fallecimiento. La muestra rescata parte de sus trabajos más emblemáticos, como la colección de postales del Proyecto Bogotá, con las que modifica el paisaje y el espacio de la ciudad, y propone una narrativa poética y crítica a la vez, en la que aparece la cola de la ballena emergiendo en la ciudad, el Congreso-Titanic, el mar en la plaza, una tanqueta de guerra sobre el Palacio de Justicia o imágenes que nos recuerdan las horribles noches de la Casa de Nariño.
La vocación política de Zalamea también se reconoce a través del catálogo gráfico “Todas las Instituciones” del año 1978, impreso en páginas de gran formato para empapelar un muro de la casa, donde se observan dibujos en blanco y negro de personajes descomunales y monstruosos que aluden “por ciertos símbolos muy evidentes a los políticos, a los militares y a los clérigos”, como señaló German Rubiano para la revista Arte en Colombia, en medio de sombras profundas y reflexiones crudas que llevaron a Zalamea a afirmar: “Somos antitotalitarios -antifascistas, antifalangistas, anticomunistas, antinazistas, antitodo cuanto pueda representar una actitud contra la vida, o una posición antiliberal ante la humanidad”, o que “medio millón de muertos pesan sobre la vida de un país y lo marcan a fuego”.
También se observan algunas ilustraciones de “El gran Burundún” (Homenaje a Jorge Zalamea), de sus “Telones para envolver nuestras instituciones”, y otras imágenes en las que combaten el miedo a lo sobrenatural y el miedo político, para imponerse la intuición artística, junto a la desolación del hombre y del ciudadano que le apuesta siempre a la vida y transforma el espacio político en un espacio plástico.
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Juan Gustavo Cobo Borda escribió en un artículo titulado Zalamea, o la rabia hecha arte: “Toda la expresividad de su deformación plástica está marcada y definida por el ojo crítico con que capta el acontecer histórico de América Latina y se relaciona directamente con la decrepitud social de los personajes que extrae de esa angustiosa historia” (Revista Cromos, 1981).
Elena Salazar, coordinadora de artes plásticas y visuales de la FUGA, y curadora de esta muestra, junto al artista audiovisual Julián Zalamea, explica que “La ciudad es la Utopía” es una exposición que desde el corazón rinde homenaje al gran ser humano, artista, docente y mentor que fue Gustavo Zalamea, quien nos enseñó a muchos cómo navegar en la creación y el arte. Una muestra en la que se pone de presente el cariño y lo aprendido; el rigor, la investigación y la creación. Una exposición donde se articulan piezas del artista como pilares y un evento de creación colectiva, donde un grupo de artistas invitados con los que se encontró en su trayecto, entre cómplices, estudiantes o compañeros de viaje, participan con sus propuestas. Un juego de contrastes y afinidades que permiten un orden gramatical entre cada uno de sus enunciados. Inclusive una pieza in situ que permite una fluidez del recorrido, una propuesta riesgosa, intuitiva y emocional que solo admite un resultado y es la familiaridad”.
Para Julián Zalamea, “se trata de una exposición que reúne varios de sus proyectos relacionados con Bogotá y que muestran su visión de ciudad a lo largo de varias etapas de su vida, su amor por ella y su forma de intervenirla a través de propuestas utópicas, algunas veces poéticas y otras veces muy críticas o irónicas”.
Miler Lagos, quien también participa en este homenaje con una obra titulada “El boquerón del Vicachá”, cree que es un acierto de la FUGA abrir sus puertas con una exposición en la que se ofrece una mirada más amplia sobre la propuesta de Gustavo Zalamea, desde su dimensión política hasta su rol como gestor de proyectos, docente y pintor. “Es más, esta debería ser parte de un ciclo de homenajes a Zalamea”, afirma. Respecto a su obra, Miler explica que en ella convergen una serie de proyectos que ha venido realizando sobre ríos y que ha sintetizado en propuestas de papel con resina epóxica. “El papel es algodón 100%, que es mi conexión con la naturaleza, y la resina es un artificio para tratar de evocar el agua, aunque en el fondo encierra una profunda contradicción al ser este un elemento plástico opuesto al agua. Entre las postales que diseñaba Gustavo con intervenciones del paisaje y la ciudad, hay una de una pintura costumbrista titulada “Boquerón del río San Francisco”, de Ramón Torres Méndez, del siglo XIX, en la que Gustavo hace una intervención entre los Cerros de Guadalupe y Monserrate, a modo de las intervenciones que hacía Christo y Jeanne-Claude, con grandes cortinas que unían geografías en otros sitios el mundo. El río San Francisco que está en una de las intervenciones de sus postales (y que es el mismo río Vicachá, llamado así por los Muiscas), en mi pieza lo vuelvo tridimensional, ya no como una intervención de Christo, sino con el represamiento de un líquido en la cuenca de Guadalupe”. Vicachá significa “el resplandor de la noche”.
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Elena Salazar cree que “es imperativo retomar el camino del arte como constructor de ciudad y de comunidad”, y también de paz. Y esta muestra es una prueba de esa potencia.
Los ocho artistas que participan en esta exposición son: Franklin Aguirre, María Buenaventura, Adriana Castro, DJ Lu-Juegasiempre, Luis Hernández Mellizo, Miler Lagos y Juan David Laserna, quienes realizan una propuesta a partir del título de la exposición.
Las palabras de inauguración de la muestra estuvieron a cargo del “Afamado Clown Maladrés”, quien recordó con su acto que sólo desde el corazón se puede hablar de Zalamea y de la utopía, diez años después de su viaje.
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La exposición “La ciudad es la utopía” estará abierta entre el 19 de agosto y el 10 de octubre de 2021. Tendrá aforo controlado.