Zaratustra y la invención del bien y el mal

Aunque ningún explorador ni estudioso haya podido ponerse de acuerdo sobre cuándo y cómo existió, la leyenda y el mito dicen que varios miles de años atrás nació, creció y se hizo profeta un hombre que a los treinta años abandonó su tierra y se marchó a conocer el mundo para nutrirse de la sabiduría de los pobladores de Persia y de su historia, y luego visitó al rey Vishtaspa para convencerlo de la absoluta importancia, de la esencial importancia, de las prédicas y el ejemplo de Ahura Mazda, el hombre sabio, como lo conocían. Las demás divinidades que regían la vida de los persas eran, para aquel profeta, simples “principios sobrenaturales, por lo general, negativos”, según lo reseñó Fernando Díaz de Velasco en su obra Breve historia de las religiones. Mazda, en cambio, tenía “características monoteístas en su majestad”, en palabras de Velasco, y de su divinidad, por emanación, surgieron el espíritu santo (Spenta Mainyu) y el espíritu destructor (Angra Mainyu), “enzarzados en un combate cósmico que atañe a los seres humanos y su necesaria elección de bando”.

Aunque ningún explorador ni estudioso haya podido ponerse de acuerdo sobre cuándo y cómo existió, la leyenda y el mito dicen que varios miles de años atrás nació, creció y se hizo profeta un hombre que a los treinta años abandonó su tierra y se marchó a conocer el mundo para nutrirse de la sabiduría de los pobladores de Persia y de su historia, y luego visitó al rey Vishtaspa para convencerlo de la absoluta importancia, de la esencial importancia, de las prédicas y el ejemplo de Ahura Mazda, el hombre sabio, como lo conocían. Las demás divinidades que regían la vida de los persas eran, para aquel profeta, simples “principios sobrenaturales, por lo general, negativos”, según lo reseñó Fernando Díaz de Velasco en su obra Breve historia de las religiones. Mazda, en cambio, tenía “características monoteístas en su majestad”, en palabras de Velasco, y de su divinidad, por emanación, surgieron el espíritu santo (Spenta Mainyu) y el espíritu destructor (Angra Mainyu), “enzarzados en un combate cósmico que atañe a los seres humanos y su necesaria elección de bando”.

Zaratustra, Zoroastro, dios o profeta, mito, leyenda, realidad imposible de rastrear o creación de creaciones de los pueblos que con el tiempo se volvieron Irán, Afganistán, Uzbekistán y Tayikistán, fue el iniciador de la religión de Ahura Mazda y el primero que habló de una salvación en el más allá, de un solo dios, y de un combate eterno entre el bien y el mal. En últimas, fue el creador de la moral, como lo definió ya casi a finales del siglo XIX Friedrich Nietzsche, quien tomó su nombre para escribir Así habló Zaratustra. Por cientos de años, según los libros pahlavis y la versión de Plinio el Viejo en su Historia natural, Zoroastro ha sido el único hombre en el devenir de la humanidad que sonrió al nacer, un gesto de triunfo sobre los “servidores del mal” y, al mismo tiempo, de desafío hacia ellos y su líder, el hechicero Durasraw, quien en más de una oportunidad fue en busca del padre de la criatura sonriente, Purusahsp. para pedirle y luego exigirle que dejara el niño en la madriguera de los lobos.

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Pese a los reiterados intentos de Durasraw por hacerlo desaparecer de la faz de la tierra, Zoroastro se salvó una y mil veces más, hasta que conoció a Ahura Mazda, quien lo instruyó sobre el bien y el mal, el premio y el castigo, la vida después de la muerte y la muerte en sí, y le relató la historia de la creación, originada tres mil años después de que empezara a contarse el tiempo, cuando Mazda y Angra Mainyu (Ahrimán), defensores y propulsores del bien y del mal, pactaron que su combate duraría nueve mil años. Pasados seis mil de esos años, y cumplidas tres condiciones esenciales (un cuerpo material, un alma cuya existencia fuera anterior a la creación de los tiempos finitos y contables, y la conexión de su espíritu con el de todos los salvadores de la humanidad, xhvarena), nació Zaratustra. Por más de dos mil años, nadie dudó de que hubiera existido. Sin embargo, cien o más años atrás, algunos estudiosos afirmaron que solo era un mito.

Zaratustra fue concebido en una alegoría de un ritual sagrado al que los iraníes llamaban haoma, que era el jugo de una planta mezclado con agua y leche. En torno al haoma se desarrollaba una de las ceremonias más importantes e influyentes de la religión irania. Decía el mito que la xhvarana, polvo procedente de las estrellas, se transmitió mediante el fuego a Dugdhow, la madre de Zaratustra, quien luego de ordeñar dos novillas que habían recibido el mismo polvo extrajo de ellas algunas gotas de leche que mezcló con agua y con la planta del haoma. Según un texto de la National Geographic, “por obra de Ahura Mazda, en esta planta se ha insertado la fravashi, el alma preexistente del profeta”. Una noche cualquiera, muy despejada, clara y de luna llena, Dugdhow invitó a su marido a que entrelazaran sus manos y bebieran la mezcla señalada. Entonces quedó embarazada de Zaratustra. Varios meses después, tres días exactos antes de su parto, Dugdhow emitió una luz envolvente para avisarles y advertirles a los demonios y hechiceros que el profeta estaba por nacer.

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Según los libros pahlavis, y de acuerdo con los textos de Plinio el Viejo, para repeler el ataque que fraguaron los espíritus del mal, Ahura Mazda envió a su principal guerrero: Vohu Manah (“el buen pensamiento”), quien a la postre le ofrendó su gran victoria: la risa del niño recién nacido. Desde entonces, la vida de Zoroastro fue una infinita sucesión de batallas contra las fuerzas del mal, que intentaron por todos los medios posibles aniquilarlo. Trataron de ahogarlo en más de una ocasión, y en más de una oportunidad lo secuestraron y dejaron a la mitad de la nada para que se lo tragaran los lobos o lo pisotearan las vacas, pero siempre, en el último instante, un milagro ocurría y el niño se salvaba, sin tener ni idea de todo lo que significaba su vida.

La leyenda de su inmortalidad se fue regando por las tierras del imperio a fuerza de las historias que contaba la gente y se multiplicaban, agrandándose cada vez más. Entonces fue cuando Zaratustra cumplió 30 años y se marchó a buscar a Ahura Mazda, con quien sostuvo siete entrevistas a orillas del río Daiti.

Mazda, el dios Mazda, le reveló parte de su sabiduría y los conocimientos de la buena religión. Según los textos de la National Geographic, aquellos que tuvieran que ver “con el juicio de las almas de los hombres, el premio y el castigo para las buenas y malas acciones, y la purificación del mundo cuando los montes se derritieran por el fuego y tuviera lugar la resurrección de los cuerpos”. La doctrina de Mazda, que luego fue la de Zaratustra, fue recogida en los Gathas, unos himnos que hacían parte del conjunto de escritos en iranio sobre Zoroastro llamados el Avesta. Según la versión de distintos analistas, los Gathas fueron formándose entre los años 1.600 y 1.200 antes de Cristo, y, de acuerdo con los griegos, el tiempo de Zaratustra fue un poco posterior, pues se inició unos lustros antes de que se creara el imperio persa aqueménida.

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Fuera antes su tiempo o después, el instante que marcó para siempre a Zaratustra y a sus seguidores fue la conversión del rey Vishtaspa, quien luego de conversar con él se enteró de que los hechiceros de su corte, llevados por rumores y bajas pasiones, lo torturaron y amenazaron. Zaratustra, sin embargo, salió indemne de los ataques y los conjuros, y en un arrebato místico, supo que el caballo del rey estaba enfermo. Lo curó. Vishtaspa lo acogió, lo protegió, escuchó todas y cada una de sus palabras y poco a poco se fue convirtiendo a la revelación de la “buena religión”. Pasados unos meses, el profeta se marchó para continuar con su camino y la prédica de las enseñanzas del dios Mazda. Anduvo por Persia, por sus fronteras y más allá, y le fue inculcando a la humanidad un concepto que hasta su aparición no existía: el de la moral. El del bien y del mal, y por lo tanto, el del premio y el castigo. Falleció como hombre a los 77 años, o eso fue lo que quedó consignado según la leyenda.

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