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Comienza el gobierno de los 100 días. El conteo regresivo para el fin del mandato del presidente Juan Manuel Santos. El 7 de agosto, la banda presidencial será cedida, después de ocho años, al sucesor de Santos, cualquiera que sea, quien, a su vez, recibirá el más importante legado del mandatario saliente: la ya muy desaliñada bandera de la paz. Los vientos no corren a favor del nobel, quien, paradójicamente, cuenta con la mayor popularidad en América Latina. Pero en Colombia, donde transita los últimos pasos de su gestión, se seguirá enfrentando a una desaprobación del 80 %.
Santos no pudo vender lo positivo que hizo su gobierno, dicen sus detractores. Su carácter frío, agregan otros, y su falta de simpatía popular terminaron siendo factores que jugaron en su contra y que, para su infortunio, se sumaron a los golpes más certeros que ha recibido el Acuerdo de Paz con las Farc desde que se firmó: la captura con fines de extradición de Jesús Santrich, el fortalecimiento de las disidencias de las Farc, los entuertos en el manejo de los recursos para el posconflicto, la lentitud en la implementación, la amenaza de algunos miembros de la exguerrilla de no asumir sus curules el 20 de julio, el escepticismo de la mesa de diálogos con el Eln, la crisis del Catatumbo y un largo etcétera que no le perdonan sus más fervientes críticos.
“La ingobernabilidad de Santos hizo metástasis. La maquinaria que tuvo muy bien aceitada estos ocho años ya está pidiendo pista en otras campañas. Al final se convirtió en el rehén de una clase política que fue su sostén, pero nunca tuvo apoyo popular. Creo que el principal interesado en que estos 100 días pasen rápidamente es el propio presidente”, dijo una de las voces más importantes de la oposición al gobierno saliente. Con otro ingrediente que empaña su gestión: varias promesas incumplidas, como suele ocurrir con todos los jefes de Estado. La crisis financiera terminó afectando el bolsillo de los colombianos que creyeron que las promesas firmadas sobre piedra se cumplían y el baldado de agua fría les cayó cuando el IVA aumentó del 16 % al 19 %.
Tampoco cumplió con reducir a 7,5 % la tasa de desempleo, y aunque es cierto que en marzo la población sin trabajo fue de 9,4 % —el nivel más bajo para este mes desde que hay cifras comparables, según el DANE—, Santos no pudo acabar con la informalidad. Y mientras hacía alarde de las obras de infraestructura, recordándole de paso a su exvicepresidente Germán Vargas Lleras quién es el “dueño de la chequera”, varios proyectos del sector tuvieron retrasos o, en su defecto, quedaron paralizados cuando, en febrero de 2017, estalló el escándalo de corrupción de la multinacional Odebrecht, del que varios de sus antiguos aliados políticos salieron salpicados.
Así, poco a poco, el presidente Santos camina bajo la tormenta, rodeado de funcionarios con pocos logros por mostrar y mucha responsabilidad política encima. Algunos de sus allegados, incluso, afirman que el error no está en él, sino en el equipo con el que decidió terminar su mandato. “Los ministros están hace rato alejados de la realidad nacional. El ministro de Defensa, en particular, no responde, no está sintonizado, y mientras uno ve que en gobiernos vecinos unos se van, acá no pasa nada”, refirió una fuente amiga del Acuerdo de Paz, en alusión a la decisión del presidente de Ecuador, Lenín Moreno, quien aceptó la renuncia de sus ministros del Interior y de Defensa al no cumplir con el plazo de diez días para capturar a alias Guacho, jefe de una de las disidencias de las Farc y responsable directo del asesinato de tres periodistas del diario El Comercio del país vecino.
Pero hay dardos que llegan desde otros frentes. Le reclaman el haber dejado ir a fichas claves que pudieron haber evitado la crisis del Acuerdo de Paz. “Hace mucha falta Sergio Jaramillo”, dijo una voz cercana al presidente Juan Manuel Santos sobre el excomisionado de Paz. Y es que para algunos el papel de Rodrigo Rivera, actual comisionado, no ha sido el mejor, pues no anduvo al ritmo que requería implementar un Acuerdo tan complejo en una etapa aún más difícil como las elecciones legislativas y presidenciales. A tal punto que el principal opositor de los acuerdos se perfila como el próximo presidente de Colombia, según las encuestas. “Siempre supimos que la demora de la firma del Acuerdo de Paz y el cruce con la campaña electoral iba a generar muchos problemas. Todo el mundo empieza a tomar sus decisiones ya con la perspectiva del costo político y no pensando en la paz. Y eso ha hecho mucho daño”, afirmó una fuente cercana a la Casa de Nariño.
Y promete que los 100 días restantes serán peores. Pero no le achaca, en términos estrictos, la culpa al presidente Santos sino, más bien, a que “es un hombre muy ingenuo, aunque muchos no lo crean. Ha pecado siempre de un optimismo permanente al pensar que las cosas van a salir bien y no advertir los peligros. No lo hizo con lo que está pasando en el Catatumbo o en Nariño, ambas situaciones absolutamente predecibles que se hubieran podido evitar. Como tampoco previó que la elección del presidente de la Cámara, Rodrigo Lara, sería catastrófica para la paz”, agregó. Se refiere, evidentemente, a la postura recalcitrante del congresista en contra de la columna vertebral de lo pactado en Cuba: la Jurisdicción Especial de Paz (JEP), y el futuro que le auguran a la ley de procedimiento radicada la semana pasada. “Hay un desgobierno total y eso se ve reflejado incluso en decisiones que se están tomando en el Congreso. Muchos de los proyectos no se están discutiendo y ese de la reglamentación de la JEP no va a pasar”, vaticinó un líder reconocido en el partido de Santos, la U.
Partido que ahora le da la espalda y que se prepara para darle el golpe de gracia el miércoles de esta semana. Pues se rumora que 25 parlamentarios han decidido no reconocer la postura oficial de la colectividad a favor de la candidatura de Vargas Lleras y, por el contrario, retornarán a la base ideológica que justificó la conformación de la U en 2005: el expresidente Álvaro Uribe, quien, para muchos, se alista para gobernar en cuerpo ajeno. “Vamos a anunciar nuestro respaldo público a Iván Duque. Acá no hubo votación de nada, la decisión de Vargas no se tomó en una asamblea, el logo del partido no lo quiso poner Vargas en el tarjetón. Además le está yendo muy mal en las encuestas, por lo tanto vamos a quedar en libertad, como quedaron los conservadores”, explicó un militante del partido.
Pero el presidente Santos lo ha dicho muchas veces. Cuando termine su mandato se dedicará a ser abuelo, a escribir sobre sus ocho años en la Casa de Nariño, a conducir su propio vehículo “como cualquier ciudadano del común”, a la academia, pero, principalmente, a no molestar a su sucesor. “Si me requiere, ahí estaré listo a ayudarlo. Pero no creo en el caudillismo y no quiero perpetuarme en el poder. Trataré de ser un expresidente como Belisario Betancur, sin duda nuestro mejor expresidente”. Así que, si se le esfuma la paz, el país no oirá de él.
¿A qué se debe tan baja popularidad? No es extraño que ocurra al término de un proceso de paz, como ha quedado evidenciado en otras partes del mundo, según explican amigos cercanos a Santos. Y la oposición sistemática, como la que ejerce el uribismo, también es normal, agregan. “Pero estoy seguro de que más temprano que tarde el país y la historia le van a reconocer el esfuerzo que hizo por lograr la paz”, dijo un exfuncionario de la Casa de Nariño. De momento, lo único que le piden sus detractores es que no haga nada más con la paz, que se retire de la mesa de Quito, que no viaje más al exterior mientras las regiones del país siguen conviviendo con todos los males que genera la violencia, y que después del 17 de junio se encargue de hacer el empalme con su reemplazo antes de convertirse en el expresidente número 116 que ha tenido Colombia.