Humberto de la Calle: podemos lograrlo

"Por trabajar en lo urgente —combatir a las Farc— dejamos de lado lo importante: el deber moral de garantizar una vida digna a millones. Estamos ante la posibilidad de dejar atrás, de una vez por todas, una historia de profunda violencia, y de tomar un rumbo distinto para Colombia".

Humberto de La Calle
27 de mayo de 2018 - 02:00 a. m.
Humberto de la Calle. / AFP
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Cerca de seis meses después de haber firmado, en mi calidad de jefe negociador por el Gobierno de Colombia, el Acuerdo que puso fin al conflicto con las Farc, decidí lanzarme al ruedo como candidato a la Presidencia. Mi decisión fue motivada por varias razones. En primer lugar, mi creciente preocupación con la profunda división de los colombianos en torno al Acuerdo que puso fin a un conflicto de más de 50 años, división que venía siendo alimentada por el expresidente Álvaro Uribe, cuya oposición a las negociaciones empezó desde el día en que fueron anunciadas por el Gobierno.

La máxima manifestación de esa oposición, y que me causó gran estupor, la vi en un noticiero de televisión que reportó la convención del Centro Democrático que se llevó a cabo hace un año. La imagen fue muy impactante: Fernando Londoño, papel en mano, dijo: “El primer desafío del Centro Democrático será el de volver trizas ese maldito papel que llaman el Acuerdo Final con las Farc”. Me costó un enorme esfuerzo dar crédito a lo que acababa de ver y oír, después de lo mucho que nos costó poner fin al desangre y al terror a los que Colombia pareció haberse acostumbrado.

En mis recorridos por el país durante las negociaciones y luego de firmado el Acuerdo entendí de primera mano que todos esos años de guerra, en cierta forma, justificaron que una gran parte de nuestra nación quedara rezagada en el olvido durante décadas y que sus habitantes se resignaran a ser invisibles para el Estado y para sus compatriotas. Por trabajar en lo urgente —combatir a las Farc— dejamos de lado lo importante: el deber moral de garantizar una vida digna a millones.

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Durante mis correrías por Colombia también recibí de la gente enormes manifestaciones de alegría y gratitud, porque por fin respiraban un aire de tranquilidad y esperanza al dejar atrás los días del terror que sufrieron. Fueron los ojos, las sonrisas y los abrazos de tantos y tantos colombianos los que me confirmaron que todos los sacrificios de esos años en La Habana eran justificados y que el verdadero trabajo estaba por comenzar: la paz era incipiente y delicada, y había que impulsarla con ánimo y compromiso. Mantengo vivo mi sueño de dejarles a mis nietos, y a todos los colombianos de su generación, una Colombia en paz.

También sueño con un país que crece, con un Estado moderno, transparente y al servicio de los colombianos y de una sociedad solidaria con las víctimas de la guerra, que mira al futuro y está dispuesta a salir adelante.

Tengo la experiencia, la trayectoria y el talante para llevar a Colombia por el camino que debe recorrer en los próximos cuatro años para consolidar esa paz estable y duradera con la que me comprometí cuando firmé el Acuerdo Final. El camino de la reactivación de la economía, para que regresemos a un senda de crecimiento que genere empleo y riqueza suficientes para que podamos saldar la deuda con los pobres y nivelar la cancha para todos los colombianos. El camino de un desarrollo rural que nos permita lograr una reforma agraria para nuestros campesinos y convertirnos en una gran despensa para el mundo. Un desarrollo complementado con vías e infraestructura que nos permita potenciar el turismo como nuestra nueva revolución. Un camino para construir la paz con la naturaleza y proteger la biodiversidad para Colombia y el mundo.

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Quiero aprovechar que ya no contamos muertos en combate para que hagamos la transición a contar menos pobres. Para ello, debemos garantizar educación y salud para todos los colombianos, no como un privilegio que depende de lo que podamos pagar, sino como la materialización de un derecho fundamental que no debe excluir a un solo colombiano. Una sociedad más justa con sus mujeres, sus niños y sus ancianos. Quiero ejercer mi liderazgo para combatir la corrupción que ha minado las instituciones y que ha rasgado el tejido social de Colombia. Tengo la experiencia, el talante y la trayectoria para llevar la paz de Colombia a buen puerto, tal y como logré sacar adelante la Constitución de 1991, esa carta que es la hoja de ruta de un país más moderno, abierto, inclusivo y solidario, y sobre el cual se ciernen amenazas que no podemos permitir que se cumplan.

La dinámica de la polarización nos ha llevado a pensar que estamos frente a un dilema imposible: el de tener que escoger entre dos extremos que amenazan con derrumbar la institucionalidad que tanto nos ha costado mantener y regresar a un enfrentamiento armado que tanto nos costó terminar. Estamos ante la posibilidad de dejar atrás, de una vez por todas, una historia de profunda violencia, y de tomar un rumbo distinto para Colombia. Creo que podemos lograrlo y para esto quiero ser su presidente.

Aprovechar o no esta posibilidad es algo que depende de los colombianos hoy, 27 de mayo. Muchos reconocen en mí al mejor y más preparado de los candidatos, al presidente que quisieran tener, pero no piensan votar por mí porque creen que no voy a ganar. A ellos les digo: ¡eso es un sofisma! Si votan por mí, puedo ganar. Ganan ustedes y gana Colombia. Ganamos todos.

*Candidato presidencial del partido Liberal

 

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