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Después de la primera vuelta despertó una Colombia muy diferente. Frente a la agonía del bipartidismo que subsumió las maquinarias liberales y conservadoras en el interior del uribismo, la pluralidad expresada por el voto libre confluyó por primera vez en una coalición con serias posibilidades de éxito electoral.
La opción de un proyecto colectivo ofrecida por Petro permitió el encuentro inusitado de voluntades diversas que no han cesado de sumársele.
El mío se explica fácilmente. Mis años en la política, y aquellos en cautiverio, impotente ante el sufrimiento de mi familia, me convocan a defender la paz, para que nunca ningún otro colombiano viva lo mismo.
Además de salvarles la vida a miles de soldados y de campesinos que la perderán si vuelve la guerra, me preocupa el riesgo de una “democradura”, donde las víctimas seamos todos.
Sin esperar el resultado de las presidenciales, las mayorías del viejo país ya comenzaron a enmendar leyes para quedar con contralor de bolsillo. La visita de su candidato a la Corte Constitucional perfila la voluntad ya anunciada de tallarle al Ejecutivo una justicia a su medida.
Sin separación de poderes, no hay democracia. Pero tampoco hay garantías para la inversión extranjera y la iniciativa privada. Al arrodillar la justicia, se vuelve a un país de contrataciones a dedo, de endeudamiento a destajo y de manejo arbitrario de la tasa de cambio. También a expropiaciones por vía de la violencia y con impunidad.
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Le apuesto al fortalecimiento de nuestra democracia a través del control sobre el Ejecutivo, posible sólo con un gobierno pluralista que llega sin maquinarias y que no las quiere comprar. Con un Ejecutivo que no le teme a la oposición, porque siempre la ha ejercido y respeta el derecho a disentir de propios, cercanos y contradictores.
Me entusiasma, además, pensar que podemos acelerar la historia y saltar al primer mundo, apostándole al desarrollo a través de la educación y del conocimiento, en plena era de la revolución digital. Fui testigo en cautiverio de la inteligencia malgastada de jóvenes abandonados a su suerte, y sé del capital humano que desperdiciamos en Colombia. Este salto a la prosperidad como oportunidad para todos no es posible con corrupción y con guerra.
Y sigo soñando con una Colombia verde, comprometida con la vida humana, el respeto de todo lo creado y defensora de los más pequeños. Sujetos a la vieja política, no podemos salvar la ración alimenticia de nuestros niños y menos pensar en salvar nuestro páramo, nuestras cuencas y ríos, el aire que respiramos.
Estoy con Petro, con Antanas y con Claudia, y millones más, porque es el momento de actuar por fe en nosotros y no por miedo en los otros. Porque el cansancio, la indiferencia, la indecisión y el individualismo son las flaquezas que siempre han explotado para dividirnos y silenciar nuestro clamor de cambio. Hoy podemos ir en paz. A votar y a ganar.
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