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La participación política es lo que fortalece a una democracia. Y el sufragio es su expresión moderna. Sin embargo, los ciudadanos de Colombia han dejado claro en el registro histórico que, a la hora de acudir a las urnas, la mayor victoria se la lleva la abstención. En las recientes jornadas electorales del país, las tasas de abstención superan, casi siempre, el 50 %. Esto no quiere decir otra cosa distinta a que más de la mitad de los colombianos que pueden votar eligen o se ven obligados a no hacerlo.
Desde 1990, las únicas elecciones presidenciales que han tenido una participación por encima del 50 % del censo electoral fueron las de 1998, cuando se enfrentaron en las urnas Andrés Pastrana, de la Gran Alianza por el Cambio, y Horacio Serpa, del Partido Liberal. En ese año se registraron en primera vuelta 10’753.465 votos (51,56 %), de 20’857.801 ciudadanos habilitados para sufragar. En segunda vuelta, la participación ascendió a 59,02 %. De resto, la abstención estuvo por encima de la mitad del censo electoral, llegando a porcentajes tan bajos como los de la primera vuelta de las elecciones de 1994, en la que apenas votó el 33,95 %. Ni siquiera un hecho tan trágico como el asesinato de Luis Carlos Galán, en 1989, motivó una movilización masiva en las elecciones del siguiente año.
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Por lo general, la abstención en el país se ha mantenido en porcentajes similares, a pesar de las circunstancias que han podido rodear las elecciones. Por ejemplo, en 1998, el debate electoral oscilaba entre la continuación de un enfrentamiento a fuego con las Farc y la posibilidad de una salida negociada al conflicto. De hecho, la reunión de Pastrana con los jefes del grupo armado antes de la segunda vuelta fue uno de los factores que catapultaron su candidatura. En 2006, la abstención fue del 54,94 %, es decir, ni siquiera la reelección de Álvaro Uribe, uno de los presidentes más populares de la historia de Colombia, logró reversar la tendencia.
Cuatro años después, en 2010, surgió el fenómeno de la Ola Verde, en el que tuvo que ver gran cantidad de jóvenes. Sin embargo, el apoyo en redes sociales no se convirtió en votos reales para el candidato del Partido Verde, Antanas Mockus, ni significó una mayor participación. Las cifras se mantuvieron en poco más de la mitad del censo electoral. Y así fue en las pasadas elecciones, en las que estuvo en juego la continuidad del proceso de negociación con las Farc. La participación en primera y segunda vuelta fue del 40 % y el 48 %, respectivamente. “Este es un fenómeno que viene desde el Frente Nacional. En ese período empieza a caer la participación política y luego no logra recuperarse, sino esporádicamente. Los votantes perdieron la fe en las instituciones”, señala el politólogo y exviceministro Juan Fernando Londoño.
Claramente, los más de 15 millones de personas que no se expresan en las urnas no dejan de hacerlo por sufrir de una enfermedad, estar en prisión o haber fallecido. Detrás de esos números hay varios motivos, tanto coyunturales como estructurales del sistema electoral. Según el estudio Abstencionismo electoral en Colombia: una aproximación a sus causas, de la Registraduría, el Centro de Estudios en Democracia y Asuntos Electorales (Cedae) y el Grupo de Análisis Político de la Universidad Sergio Arboleda, la elección racional de no votar tiene que ver con que “el beneficio esperado es menor a los costos esperados”.
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Y, teniendo en cuenta que gran parte del país desconfía de las instituciones electorales, cree que su voto está lejos de cambiar su realidad y está inmersa en un contexto de violencia, además de que para votar debe informarse, desplazarse, invertir una fracción de su tiempo y entrar en conflicto con quienes no piensen de la misma manera, ese cálculo costo-beneficio termina llevando a la decisión de abstenerse.
Decisión que, según Londoño, se vuelve sistemática. “Quien vota una vez, suele volver a hacerlo. Pero quien no vota una vez se vuelve un abstencionista crónico, no aprecia el valor del voto en una democracia y simplemente prefiere hacer otra cosa ese día, porque no considera que su voto tenga impacto”, asegura, con el soporte de las cifras históricas mencionadas. Esta situación, agrega el exviceministro, “le conviene a la tradición política, porque cuando la abstención es alta, el esfuerzo de la maquinaria es menor”.
La pregunta ahora es: ¿aumentará la participación en la elección presidencial, la primera vuelta, del próximo domingo? Ya hay un antecedente. En los pasados comicios a Congreso, la participación aumentó de manera considerable en Senado y Cámara, respecto a 2014 (un poco más del 5 %), posiblemente por la realización también de las consultas interpartidistas para elegir sus candidatos. “Es difícil saberlo, pero, por la tendencia que vimos en marzo, en la que pudieron incidir las consultas interpartidistas, parecería que la gente está interesada en las elecciones a la Presidencia”, comenta el analista político Yann Basset.
El fin del conflicto con las Farc y el auge de las redes sociales también auguran una mayor participación en estas elecciones. Lo primero, porque los territorios que anteriormente se encontraban en medio de la guerra podrán celebrar la jornada pacíficamente, de la mano además del cese del fuego acordado con el Eln. Lo segundo, porque las plataformas digitales se han convertido en un instrumento de socialización y politización, lo cual ha permitido motivar a nuevos y jóvenes electores. Para Londoño, esto se puede reflejar en un aumento del 3 o 5 % en la participación electoral el próximo 27 de mayo.
No obstante, no se descarta que el voto joven no pueda afectar a las campañas, sobre todo a Gustavo Petro o Sergio Fajardo. “La participación de los jóvenes es una incógnita porque, históricamente, han tenido una volatilidad muy fuerte. Aún está el recuerdo de la Ola Verde, en la que los jóvenes manifestaron una intención de voto que no se concretó en las urnas”, señala Basset. Eso podría afectar, pero se debe tener en cuenta que el electorado de Petro es mucho más diversificado que el que tenía Mockus en 2010, que era urbano y joven.
Aun así, señala Londoño, la única cura para la enfermedad del abstencionismo consiste en la educación política y eso, a corto plazo, sólo podría solucionarse a través del voto obligatorio: “Para tener un cambio efectivo en el comportamiento electoral de los colombianos hay que instalar, durante un período transitorio, el voto obligatorio con sanciones pedagógicas para los no votantes y así generar un hábito que se refleje en un ejercicio serio, fuerte y masivo de pedagogía electoral”. Esta medida se aplica en países como Argentina, Australia, Brasil y Uruguay.