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La cuenta regresiva sigue. Estamos a 21 días de la primera vuelta de la elección presidencial y, más allá de las propuestas de los candidatos —sin duda, lo más importante—, la realidad muestra que hay varios frentes abiertos en la lucha por los votos, donde unos pelean por consolidarse y otros por clasificar a la segunda vuelta que, como están las cosas, parece inevitable. Encuestas, debates, redes sociales, plaza pública y suma de adhesiones marcan hoy el ritmo de una campaña frenética, que esta semana se vio salpicada por hechos con tinte judicial, en concreto, supuestas amenazas y declaraciones de planes de atentados que la Fiscalía deberá esclarecer cuanto antes en aras de la transparencia, y en la cual se viene asomando la guerra sucia.
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Hablando de encuestas, hace algunos días fueron el blanco de las críticas por parte de candidatos como Germán Vargas Lleras, que aparece en los puestos de vanguardia, y Gustavo Petro, que va de segundo en todas. “La evidencia está demostrando que el modelo de encuestas tradicionales murió. Encuestas baratas, con pocas fuentes de información, con pocos consultados, que desconocen la conversación digital, los apoyos de los partidos, lo único que hacen es confundir al elector”, dijo con molestia el exvicepresidente, pidiéndole al Consejo Nacional Electoral (CNE) tomar cartas en el asunto. Petro, por su parte, habló de “manipulación de datos” y “diferencias considerables entre las mismas encuestas” que les quitan credibilidad.
Lo cierto es que quienes salen favorecidos en ellas permanecen en silencio, y los que no, protestan. Y traen a colación las equivocaciones del pasado, como lo sucedido en el plebiscito de octubre de 2016 para refrendar el Acuerdo de Paz con las Farc, donde todos los sondeos daban como ganador al Sí y terminó triunfando el No. “La estadística y el cálculo de probabilidades son utilizados como herramienta de soporte por las diferentes ramas de las ciencias y no sólo en el análisis político. Su valor en este campo ha sido demostrado en casi dos siglos de acertada utilización, con excepciones que no hacen más que confirmar la regla”, explica Luis Carvajal, experto en la materia.
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La tesis apunta a que las encuestas identifican el sentir de la opinión en un momento determinado. Y que, en esencia, son una herramienta de análisis e información, pero no de predicción, que no puede ser descalificada en extremo. Lo claro es que se trata de un frente de batalla que —han entendido los candidatos— se debe atender, pues existe una realidad ineludible: aparte de la función de escrutar a la opinión, se ha constatado que las encuestas también pueden crearla. Es decir, la divulgación de sus resultados puede inclinar esa opinión a favor de los “ganadores” o desanimar a quienes pierden. Está probado que en Colombia, por lo general, los indecisos se deciden por votar por quien va primero.
Y es claro que los resultados de esas encuestas son los que a la larga terminan definiendo los apoyos de la llamada maquinaria. ¿O será que algún partido o cacique político regional querrá sumarse a quien vaya de último? Por supuesto que, de labios para afuera, en esas alianzas se habla de acuerdos programáticos, puntos en común, coincidencias ideológicas —y puede que las haya—, pero al final prima la conveniencia de subirse al carro ganador, con la perspectiva de ser poder que, al fin y al cabo, es de lo que se trata la política.
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Ello explica por qué en los partidos de la U y Conservador, pese a haber llegado a consensos internos para respaldar la aspiración de Germán Vargas Lleras, persistan voces retrecheras que, en el caso de los primeros, estén pidiendo quedar en libertad para apoyar a quien quieran (léase Iván Duque, primero en los sondeos) o, en el caso de los segundos, ya hayan tomado una decisión en ese sentido. O que en el Polo Democrático haya dirigentes acompañando la candidatura de Petro y no la de Sergio Fajardo, que es con quien se hizo coalición, y que en el mismo Partido Liberal se hable de estar jugados por Humberto de la Calle, pero por debajo de la mesa muchos se estén arrimando al uribismo y al vargasllerismo.
Por cierto, uno de los argumentos de Vargas Lleras y Petro en contra de las encuestas está en lo que se ve en la plaza pública, donde sus manifestaciones han sido muy concurridas. De hecho, una de las piezas radiales publicitarias del exalcalde de Bogotá nombra varias de las ciudades por donde se ha paseado el candidato con llenos a reventar. Y en este punto, vale la pena tocar el tema de los debates, que por estos días pululan, a los que quienes van arriba comienzan a hacerles el feo, pues saben que serán el blanco de los ataques de sus contrincantes y que cualquier respuesta equivocada puede significar la pérdida de apoyos.
Pero hablar de la plaza pública, de las encuestas de intención de voto y de los debates presidenciales es hablar de tres plataformas distintas y, como tales, su verdadero efecto tiene que medirse por canales diferentes. Sobre el primer caso, por ejemplo, ¿influye realmente en los electores? El analista político Francisco Miranda cree que muy poco. “Es un indicador de entusiasmo, especialmente para aquellos candidatos que se encuentran en relaciones críticas con los medios de comunicación. ¿Cuáles son? Petro, Duque y Vargas Lleras. Son los tres que más se han mostrado en plaza pública, aunque cada uno con una estrategia distinta”, dice.
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La del exalcalde de Bogotá, agrega Miranda, es mantener un discurso en el que plantea sentirse perseguido por los medios de comunicación y por la clase política tradicional. Por ello reivindica ser el “candidato del pueblo”, el que llena las plazas y el que apela a las emociones. En cuanto a Vargas Lleras, su narrativa —explica el analista— “es la de argumentar que las encuestas no muestran la realidad de su campaña, que cuenta con la adhesión de muchos políticos y que está llenando plazas”. Y la estrategia de Duque, finalmente, es cobrar los resultados de las encuestas: las va liderando y quiere mantener vivo ese hervor que, de por sí, despierta el uribismo.
En su orden, de acuerdo con el experto en estrategia política, lo que más influye en el elector son las encuestas, seguidas de la plaza pública y de los debates televisados. Estos últimos porque, según Miranda, sólo sirven para consolidar el voto de los que ya lo tienen definido por uno u otro candidato presidencial. “La estrategia ahí es aguantar el ataque, no cometer errores y mantener la intención de voto. En el caso de Fajardo, por ejemplo, los debates no le funcionan bien, porque al ser moderado, centrista y académico, no se le ve cómodo cuando ataca. Sus ataques están inyectados de mucha moral que, al fin de cuentas, no despierta pasiones”, dice.
En cambio, la encuesta genera lo que los teóricos norteamericanos llaman el efecto horse race, o carrera de caballos, y ahí pueden pasar tres cosas: el votante se ratifica con su candidato —que suele ser el que va liderando la intención de voto— o, al percatarse de que su aspirante no va bien, necesita de su apoyo el día de las elecciones, o, finalmente, se abstiene de votar porque considera que la diferencia porcentual entre su candidato y el resto de aspirantes es tan alta que da por descontado su triunfo en las urnas.
Así ocurrió en las elecciones presidenciales de 2010, cuando se enfrentaron el actual jefe de Estado, Juan Manuel Santos, y el exalcalde de Bogotá y entonces candidato del Partido Verde Antanas Mockus. Las encuestas de ese año mostraban una diferencia abismal entre ambos a pocas semanas de la segunda vuelta. Mientras que Santos obtenía el 61,6 % de intención de voto, Mockus alcanzaba el 29,8 %. Y entonces, más allá del triunfo del primer mandatario, la abstención se convertiría, una vez más, en el gran ganador de los comicios.
En medio de estos escenarios de disputa, en esta elección ha emergido igualmente un nuevo frente de batalla que sin duda merece todo un artículo aparte: las redes sociales. Aunque este fenómeno se estrenó en 2010 y se profundizó en 2014, es ahora cuando se pone a prueba su incidencia en el campo electoral. Los expertos aseguran que los frutos de las estrategias digitales en esta ocasión se podrán probar. Y es que en esta oportunidad las campañas se han preparado fuertemente con estrategias digitales, lo que se ha visto reflejado en el alto tráfico de tendencias alusivas a las campañas, a tal punto que los otros tres frentes de batalla están siendo atravesados por esta nueva forma del voz a voz político. Los candidatos opinan y se enfrentan en Twitter, divulgan sus propuestas en Facebook y se muestran en cuanta red social existe. Y sus seguidores y contradictores se expresan sin filtros. La cuenta regresiva sigue.