“¡Presidente, necesito hablar con usted!”: perfil de Iván Duque Márquez

El candidato uribista, gran opcionado para llegar al Palacio de Nariño, ha aprovechado las oportunidades que le ha brindado la vida, con mucho estudio, creatividad, suerte y riesgos.

Silverio Gómez Carmona *
17 de junio de 2018 - 04:13 a. m.
Legalidad, equidad y emprendimiento, los tres pilares de la propuesta de Iván Duque, el candidato presidencial del Centro Democrático.  / Gustavo Torrijos
Legalidad, equidad y emprendimiento, los tres pilares de la propuesta de Iván Duque, el candidato presidencial del Centro Democrático. / Gustavo Torrijos
Foto: GUSTAVO TORRIJOS

El destino con la ayuda de la suerte es muy importante en la vida de las personas, pero siempre se necesita mucho más. Es el caso de Iván Duque Márquez, posible presidente de Colombia desde el próximo 7 de agosto, si es que se cumple lo que pronostican las encuestas, pues en todas sale como el ganador. A los 42 años sería el mandatario más joven que haya tenido el país, con una carrera política exitosa y construida en un tiempo récord.

La historia de su vida ha estado signada en su favor. Con 35 años y después de trabajar diez años (2001-2010) en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en Washington, a este abogado especializado en economía se le convirtió en una obsesión regresar a Colombia. Pensaba que era hora de aplicar lo aprendido y educar en el país a sus hijos. Y además porque, según decía a sus amigos con humor, nadie era presidente del BID siendo su empleado.

En forma paralela, muchas cosas estaban pasando aquí a finales de la década pasada. Juan Manuel Santos había llegado a la Casa de Nariño de la mano de Álvaro Uribe y Duque recibió un ofrecimiento directo del nuevo mandatario: la presidencia de Bancoldex. Pero luego el mismo Santos lo llamó para decirle que el cargo estaba comprometido y le propuso una de las vicepresidencias de la entidad, a lo que Duque respondió, palabras más palabras menos: “Tranquilo señor presidente, no se sienta obligado. Tengo ganas de regresar, pero no se preocupe”.

“¿Entonces qué quiere?”, le dijo Santos, y Duque contestó: “La dirección de Findeter, por mi experiencia en el BID sobre proyectos de desarrollo”. De nuevo Santos le dijo que ese puesto ya tenía nombre propio, y que le ofrecía la Secretaría Económica de la Presidencia. Duque no la aceptó, aplazó su regreso y siguió en el BID, al lado de Luis Alberto Moreno, jefe del organismo multilateral desde 2005. Cercano al expresidente Andrés Pastrana, Moreno ya lo conocía, pues en ese gobierno había sido asesor del mismo Santos en el Ministerio de Hacienda. Y también había sido informado por su antecesor, Enrique Iglesias, de que Duque era alguien a tener en cuenta.

No hay mal que por bien no venga, dice el adagio popular. Una vez Uribe entregó la Presidencia a Santos en 2010, el exmandatario fue integrado a un panel creado por el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon para investigar el ataque de Israel a una flota de barcos que llevaba ayuda humanitaria a la Franja de Gaza, comisión que lideró el expremier neozelandés Geoffrey Palmer. Uribe necesitaba un asistente y le pidió a Moreno que le recomendara nombres, pues no quedaba bien que el Gobierno colombiano designara a alguien.

Uno de ellos fue el de Iván Duque, a quien Uribe aceptó no sólo por las referencias recibidas, sino también por ser hijo de su paisano, Iván Duque Escobar, provinciano como él y quien llegó a ser ministro de Minas y Desarrollo, gobernador de Antioquia, presidente del ICT (Inurbe), presidente del Banco Popular y registrador nacional, entre otros cargos. Estuvo en los gobiernos de Julio César Turbay, Belisario Betancur y Andrés Pastrana. Nunca fue cuestionada su transparencia y honestidad en el ejercicio público.

Estudioso de los temas como pocos, consagrado y comprometido en sus tareas, Iván Jr. rápidamente hizo empatía con Uribe y se convirtió en su mano necesaria durante varios meses, no sólo en la misión de la ONU, sino en sus charlas y conferencias en muchos centros académicos por varios países. Además, le hizo la segunda en las denuncias contra el régimen de Hugo Chávez en Venezuela.

Terminada la misión, Duque regresó al BID a una nueva dirección de Cultura, Emprendimiento y Nueva Economía, pero mantuvo la cercanía con el exmandatario. Junto con Felipe Buitrago escribieron uno de los libros más reconocidos en el tema de la llamada “Economía Naranja”, que en el país fue lanzado en su universidad, la Sergio Arboleda, con asistencia del presidente Santos, el expresidente Belisario Betancur y Luis Alberto Moreno, entre otros. La presentación la hizo el rector Rodrigo Noguera Calderón.

Astros alineados

En enero de 2013 nació el Centro Democrático, liderado por Uribe, a esas alturas ya distanciado de Santos, quien se quedó con las mayorías del Partido de la U. Meses después el expresidente hizo contactos con distintas personas, la mayoría alejadas de la actividad política tradicional, para conformar una lista cerrada al Senado para las elecciones legislativas de 2014, sorprendiendo por la poca experiencia legislativa de muchos de ellos: Paloma Valencia, María del Rosario Guerra, Paola Holguín, Alfredo Ramos Maya y María Mercedes Gómez, por nombrar algunos.

Uribe llamó a Duque a Washington para ofrecerle un cupo en la lista y éste le pidió un tiempo para consultarlo con su familia —su esposa María Juliana y sus padres— y con el presidente Santos. A la primera persona que le confió el ofrecimiento fue a su jefe, Luis Alberto Moreno, quien compartió la idea de informarle a Santos, aprovechando que el mandatario visitaría en las siguientes semanas las oficinas del BID en Washington. Sin embargo, no contaron con que la noticia se filtrara a una cadena radial de Bogotá en Bogotá, que dio a conocer la lista al Senado del uribismo y Duque estaba ahí.

En efecto, Santos llegó a Washington y al finalizar la reunión en el BID, Duque lo abordó y le dijo: “Presidente, necesito hablar con usted”. Éste le respondió: “Yo ya sé para qué”, y no dejó seguir la conversación. En las horas siguientes Duque habló con Moreno buscando un consejo, quien le dijo con toda claridad: “No lo dude, acéptele la propuesta a Uribe”. Así lo hizo.

Renunció a su cargo y regresó solo a Bogotá para organizar la llegada de su familia. Llegó a la casa de su madre Juliana y, como cualquier colombiano de clase media, inició el proceso de conseguir vivienda para su esposa y sus hijos, colegio para ellos e iniciar una nueva etapa de la vida, con todos los riesgos que implicaba, pero que sería determinante en su futuro. Una apuesta que hoy lo tiene a las puertas de ocupar el solio de Bolívar.

No sería extraño que fuera ahora Santos quien llegara donde Duque y le dijera: “Presidente, necesito hablar con usted”.

Marcas imborrables

Iván nació el 1° de agosto de 1976, en la mitad del gobierno del “mandato claro” del liberal Alfonso López Michelsen, quien derrotó a Álvaro Gómez Hurtado, quien fue su profesor en la Facultad de Derecho de la Universidad Sergio Arboleda, casi 20 años después. Y fue él quien, después de su padre, le puso una marca, pues poco antes de ser asesinado a la salida del claustro le aconsejó continuar la carrera de derecho. Duque estaba en la universidad cuando atentaron fatalmente contra el dirigente conservador.

“A mí me marcó muchísimo su muerte”, dijo Duque al programa Zona Franca, del Canal Claro.

“Tener más para distribuir a los demás” es una frase de Gómez Hurtado que siempre lo ha inspirado. El bienestar de una sociedad es mayor cuando se genera más riqueza, lo cual conduce a que haya menos pobreza. Ello explica su fija idea de bajar impuestos a las empresas grandes, pequeñas y medianas, para que se generen nuevos empleos y se aumenten los salarios a los trabajadores. Para él, eso no tiene visión ideológica de izquierda o derecha, sino que es una concepción moderna y pragmática de manejo de la economía para alcanzar mayor bienestar.

Su padrino de bautizo fue uno de los más importantes hacendistas del país y gran conocedor del tema cafetero, “El Cofrade”, Alfonso Palacio Rudas, gran amigo de Duque papá. Los dos temas, hacienda pública y café, son de los que más domina como candidato.

Duque no es sectario como muchos que ejercen el oficio político. No creció en el ambiente de la confrontación entre liberales y conservadores, pues la alternación entre los dos partidos en el Frente Nacional terminó en 1970. Y su padre, de estirpe liberal y muy cercano a Turbay, trabajó para los gobiernos conservadores de Belisario Betancur y Andrés Pastrana. Su abuelo Hernando Márquez Arbeláez, de Ibagué, casado con la cartagenera Estela Tono, fue viceministro de Minas del gobierno de Misael Pastrana (1970-1974). De ahí su carácter amplio y conciliador, nada radical.

La bisabuela de Iván, Luz Caicedo de Tono, fue protagonista de la música en el Tolima y determinante, sin saberlo, en la carrera política de su bisnieto: lo llevaba a tertulias con uno de los más grandes políticos liberales tolimenses, Rafael Caicedo Espinosa, quien le hablaba de López Pumarejo. “Injusto para un niño”, decían en la familia, al punto que a sus cuatro años recitaba que quería ser presidente. Por esas mismas razones también conoció al expresidente Darío Echandía. Su padre, en lugar de leerle los cuentos de Rafael Pombo, le leía los discursos de Gaitán y lo “paseaba” por los pueblos de Antioquia, echándole “vivas al glorioso Partido Liberal”.

Pero luego vino la “venganza” del joven Duque. En el colegio, se entregó al fútbol práctico y teórico: era mediocampista y sabía todo, hasta lo que costaba la ficha de Delio Maravilla Gamboa o Arturo Segovia. Cuando su padre lo llevó a un partido en El Campín, entre Millonarios y América, se quedó como hincha de La Mechita, equipo del que conoce las alineaciones con nombres de sus jugadores desde muchos años atrás. Su papá era fanático del poderoso DIM. Fracasó en su intento de convertirse en mediocampista profesional, capricho en el que no tuvo respaldo alguno de la familia, y tampoco alcanzó la idea juvenil de ser militar, tal vez por la admiración a uno de sus tíos-bisabuelos, el general Caicedo, hermano de Luz.

Duque fue un muchacho feliz como muchos de los de su época, buen bailarín de salsa y con varios compañeros montó una pequeña banda. Se mueve bien con la guitarra y con la caja.

Con su padre tuvo una relación especial desde niño, como amigo y consejero. Incluso como senador siempre lo tuvo a su lado. Visitaban juntos librerías para comprar novedades de política o incunables de historia. Frecuentaban la Librería Merlín en el centro de Bogotá y pasaban largos ratos en las estanterías, conversando con el dueño, don Célico. La muerte de Duque Escobar, en julio 3 de 2016, fue muy dura para sus hijos, pero especialmente para el ya senador, quien lo acompañó en los últimos días muy cerca de su lecho de enfermo.

Y aunque no era un estudiante de los mejores, respondía bien, con una memoria privilegiada y gracias a la lectura sorteaba situaciones complicadas en el colegio e incluso en la universidad. Eso sí, siempre muy interesado en los temas nacionales y un gran admirador de la cultura e historia estadounidenses.

En su corto paso por Hacienda conoció a uno de sus más grandes amigos, quien ocupaba la Dirección de Crédito Público, el tolimense Juan Mario Laserna. Duque aprendió mucha economía de él, viajaron infinidad de veces a recorrer pueblos del Tolima y se compenetró con el sector agropecuario, otra de sus pasiones que le permitió admirar a la gente que labora el agro. Una amistad que truncó el fatal accidente que en julio de 2016 le quitó la vida a Laserna, en las afueras de Ibagué. Siempre ha dicho que fue una fortuna conocerlo. Si viviera hoy y él fuera presidente, sería el primer opcionado para ser ministro.

Fabio Echeverri Correa, uno de los promotores más importantes en la carrera política de Álvaro Uribe, tomó especial cariño por Iván, no sólo por la amistad y el paisanaje con su papá, sino porque cuando Luigi, su hijo, llegó como representante de Colombia en el BID, tuvo en Iván a un gran soporte, desinteresado y comprometido. Luigi ha sido clave en la campaña presidencial de Duque como gerente y estratega, y la confianza mutua es total. Además, Echeverri Correa descubrió un gran potencial político en el hoy candidato. Muchas veces se sentó con él a platicar y contarle la realidad del manejo de los asuntos, más allá de la tecnocracia y la teoría.

Roberto Junguito, ministro de Hacienda en dos oportunidades en los gobiernos de Betancur y Uribe, ministro de Agricultura en el de Pastrana y director del Banco de la República, es otro de sus referentes. Duque tiene una admiración especial por él y ha seguido su gestión, pues considera que ha tenido bajo su responsabilidad momentos cruciales de la economía colombiana.

Y ahora, el estadista

Pese a su juventud para estar en la política, Iván Duque tiene cualidades que lo distinguen y le otorgan unas calificaciones excepcionales como ser humano y como profesional, lo que le da una integralidad para alcanzar objetivos mayores. Hijo ejemplar, papá y esposo cariñoso y juguetón, no pregona o alardea de sus cualidades y logros. Su vida familiar está por encima de los compromisos sociales y su filosofía de vida involucra la felicidad con las pequeñas cosas, como jugar en el computador, hacer deporte con su perro, cantar con un grupo reducido de amigos (…) leer, leer y leer.

La austeridad que pregona como economista, y que dice aplicará desde la Presidencia, de la República no sólo es resultado de sus estudios, sino que es una extensión de su vida, pues no es un hombre rico y su carro no tiene nada que ver con su posición. Desde siempre.

Pese a que los críticos de Uribe afirman que sería un títere, la realidad de los datos electorales parece comprobar lo contrario: ganó una consulta interna dentro del Centro Democrático con cuatro aspirantes más y luego en las primarias del 11 de marzo demostró que ha adquirido una fuerza propia en muy corto tiempo: mientras el Centro Democrático obtuvo 2,5 millones de votos en las parlamentarias, Duque pasó de los 4 millones, doblando a sus oponentes, Marta Lucía Ramírez y Alejandro Ordóñez. Ese crecimiento electoral lo demostró en la primera vuelta, con 7,5 millones de sufragios, cifra récord.

Sin duda, Duque se ha convertido en el fenómeno político moderno en Colombia, sólo comparable con Macron en Francia o Trudeau en Canadá, y el consenso es general acerca de su inteligencia y seriedad, su transparencia y decencia, sus conocimientos y su capacidad de reacción. Con esas cualidades ha logrado superar los cuestionamientos sobre la poca experiencia en el manejo de los asuntos de Estado. De hecho, conoce la historia nacional como pocos.

¿Pero qué distingue a Duque para alcanzar ese perfomance en tan poco tiempo? Sólo hay una explicación concluyente: posee una gran inteligencia emocional que le permite aprender cuando escucha, dirigir interactuando, crecer y vivir con espíritu creativo, reconocer el aporte y aceptar la superioridad de otros. Tiene un cociente emocional particular para no salirse de casillas en los momentos difíciles, incluyendo ataques muy fuertes o falsos, sin que el contrincante se sienta subestimado. Son cualidades de un político y estadista moderno. Agregando buen humor y sonrisa permanente.

Su padre, el inmolado Gómez Hurtado, Fabio Echeverri Correa, Enrique Iglesias, Roberto Junguito, Luis Alberto Moreno y Alvaro Uribe han sido determinantes en su formación personal, profesional e intelectual y en el de su carácter, lejos de autoritario, pero sí muy convincente. Tiene una gran admiración por el mayor de los Kennedy, por Luis Carlos Galán y por el maestro Darío Echandía.

Duque se ha ganado el respeto de quienes han sido sus jefes por su responsabilidad, consagración y cumplimiento, por considerar detalles y por una especial inteligencia creativa. Y no ha perdido oportunidades en la vida, algo extraño para quien tiene dotes excepcionales de liderazgo no nacidas de las dificultades o debido a pruebas de vida difíciles —a lo Nelson Mandela—, más allá de la muerte de su papá, la vivencia muy cercana de la caída de las Torres Gemelas y el asesinato de Gómez Hurtado.

Sin duda es muy humano. Un colombiano común y corriente que canta —como su papá— al lustrar los zapatos; que le encanta la comida criolla, las pastas y las ensaladas de la mamá Juliana, una politóloga de Ibagué a quien le obedece y atiende como hijo; aprendió magia con Lorgia para entretener en la sala a los amigos de su madre; tiene un gato y un perro como mascotas, Fígaro y Mile; canta en las fiestas familiares y de amigos; se sabe las canciones de los Beatles y de Silvio Rodríguez, y los tangos de Gardel.

En la campaña encantó en las plazas públicas alternando vallenatos con grandes de ese género, pese a que sus asesores le dijeron que tuviera cuidado porque podía perder “imagen”. Poco le dio importancia a la recomendación. Sus conocimientos de política, economía, relaciones internacionales, justicia, finanzas públicas, agro e industria, y de temas tan variados como cultura, salud y educación, tuvo oportunidad de mostrarlos y debatirlos y se ganó su espacio propio, superando a los demás aspirantes y sorprendiendo a propios y extraños por su capacidad para responder los ataques con claridad y contundencia, como en el debate de Barranquilla, en el que brilló frente a la “encerrona” de los otros candidatos.

Todo logró condensarlo magistralmente en tres palabras: legalidad, equidad y emprendimiento. Nadie planteó como él la importancia de la innovación en el futuro del país, definida como la combinación entre talento y tecnología. La economía de las industrias creativas, que hoy es la octava en el mundo y ocupa más de 150 millones de empleos, es una de sus promesas de desarrollo para Colombia. Y lo explicó en lenguaje sencillo, porque es obsesivo con la tecnología, nada extraño entre los jóvenes de hoy.

Como humano se le encuentran defectos, en particular en el tema político. Los principales: la lealtad extrema, sin caer en la ingenuidad, lo cual no es visto propiamente como una virtud, y no haber realizado pactos y componendas para llegar posiblemente al trofeo mayor: la Presidencia de Colombia, tampoco común en la política. Tanto en la consulta del 11 de marzo como en la primera vuelta del 27 de mayo, y muy seguramente hoy domingo 17 de junio, fue a misa porque cree en Dios. Sin esconderse ni mostrarlo, pues sencillamente lo cree.

Es Iván Duque Márquez, posiblemente el presidente más joven de la historia de Colombia, con una veloz carrera y adelantándose a muchos en la fila. La decisión de ser candidato fue muy personal, sin atender a quienes le decían que no era el momento todavía. Una de las pocas acciones de su vida en la que no atendió consejos. Confiado de sí mismo, pero sin soberbia. Práctico, amable, sin enemigos e impaciente cuando no se hacen las cosas.

* Periodista y consultor.

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