Candidatos cristianos por el liberalismo: ¿de vuelta al redil?

Sara, hija menor de la familia Castellanos, líderes de la Misión Carismática Internacional, es cabeza de lista de la colectividad roja al Concejo de Bogotá.

Fabián Alejandro Acuña*
10 de agosto de 2019 - 03:00 a. m.
Sara Castellanos en compañía del expresidente César Gaviria, director del Partido Liberal. / Cortesía
Sara Castellanos en compañía del expresidente César Gaviria, director del Partido Liberal. / Cortesía
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La noticia de que la cabeza de lista del Partido Liberal para el Concejo de Bogotá es la hija menor de la familia Castellanos, máximos líderes de una de las iglesias cristianas más grandes del país, ha producido reacciones encontradas. Hasta hace poco, los Castellanos eran aliados incondicionales del expresidente Álvaro Uribe, pero ahora se postulan por un partido que ha mantenido una abierta oposición al exmandatario. Por otro lado, el Partido Liberal frenó el año pasado la intención de la exfiscal Viviane Morales, también representante cristiana, como precandidata a la Presidencia.

Todo esto ha motivado muchos comentarios sobre la incoherencia de esta alianza, pero la historia es más compleja. En realidad, se trata de un fenómeno más amplio: la creciente influencia de agrupaciones evangélicas en la política. Al principio, algunos políticos iban a las iglesias y buscaban apoyo, pero una vez elegidos, tomaban distancia. Hoy estos grupos se han convertido en un sector decisivo en la política latinoamericana y desconocerlos puede tener altos costos políticos. De hecho, sectores de la derecha tradicionalmente asociados con la Iglesia católica han tenido un resurgimiento en alianza con los evangélicos.

En Brasil y Guatemala, por ejemplo, estos grupos han sido decisivos en la elección de presidente. Y en Colombia, el voto evangélico fue central para el triunfo del No en el plebiscito por la paz de 2016 y en la misma elección de Iván Duque.

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¿Incoherencia liberal?

Para analizar la alianza entre el Partido Liberal y los cristianos hay que tener en cuenta que, tradicionalmente, el liberalismo ha sido la colectividad con espectro ideológico más amplio y ha estado en favor del Estado laico desde su nacimiento. Esto hizo que en la reforma constitucional de 1991 estuviera del lado de un Estado multicultural y con libertad de credo. Por eso, algunos cristianos encontraron ahí una plataforma apropiada para su participación en política.

Pero, por otro lado, el año pasado Viviane Morales, que era senadora liberal y representante de los cristianos, buscó impulsar un referendo en contra de la adopción por parte de parejas del mismo sexo. Esta acción fue rechazada por el partido, y cuando Morales buscó su postulación a la Presidencia, la colectividad obligó a los precandidatos a comprometerse a respetar las libertades de las minorías.

Cambiando de camisetas

Claudia Rodríguez de Castellanos fue elegida senadora por Cambio Radical en 2018. Ahora su hija es la primera en la lista de Concejo de Bogotá por el liberalismo. No es la primera vez que esta familia participa en política por diferentes partidos. Su historia comienza con la fundación del Partido Nacional Cristiano (PNC), a finales de la década de los 80. Luego encontraron lugar en el liberalismo y allí comenzaron una relación con el entonces senador Uribe.

Con la reforma política de 2003, el PNC se afilió a Cambio Radical, de Germán Vargas Lleras, cuando era uribista. Sin embargo, en el segundo gobierno de Uribe, Vargas Lleras se distanció del presidente y los Castellanos salieron de su partido para ingresar a la U, la colectividad creada entonces para defender las ideas de Uribe y mantener su legado.

Acompañaron la elección presidencial de Juan Manuel Santos, pero cuando este se distanció de Uribe, los Castellanos salieron de la U para unirse a su aliado en la fundación del Centro Democrático (CD). En ese momento, su participación fue decisiva en el resultado negativo del plebiscito de 2016. Y después de más de una década de apoyo incondicional a Uribe se dio un nuevo distanciamiento en el proceso electoral al Congreso de 2018.

La información pública indica que los Castellanos demandaban al expresidente más y mejores lugares para sus candidatos en las listas del CD y, ante la negativa, se deslindaron de esa organización y tuvieron diálogos iniciales con el Partido Liberal, pero al final retornaron a Cambio Radical. Hoy, con el mismo reclamo por mejores lugares en la lista, la familia Castellanos vuelve al liberalismo.

¿A cambio de qué?

Los cristianos son una fuerza política que llegó para quedarse: tienen los números, votantes fieles y disciplinados, y lo mejor, no hace falta comprar sus votos. Esto hace que sean una fuerza decisiva en la elección de presidentes y autoridades locales. También que puedan imponer condiciones, y si no son aceptadas, no tienen problema en llevar sus votos a donde los acepten, lo que les da un alto grado de movilidad.

No es novedoso que estas organizaciones estén dispuestas a modificar sus principios por votos. Entonces: ¿a qué está dispuesto a renunciar el liberalismo por asegurar una alta votación en la capital? ¿Renunciará acaso a su apoyo al proceso de paz? Porque los Castellanos eran abiertamente contrarios al Acuerdo de La Habana. ¿Cambiará su orientación en defensa de la libertad de minorías? Porque, en consonancia con Uribe, también estuvieron contra de la Ley de Víctimas y de Restitución de Tierras.

Por otra parte, ¿la alianza con el liberalismo se puede interpretar como una ruptura total con el expresidente Uribe? ¿Ha cambiado en algo su postura frente al Acuerdo de Paz? ¿El retorno al liberalismo es señal de una posición más tolerante frente a otras minorías? Y, ¿por cuántos partidos más transitarán?

Reflexión para electores

Los electores creyentes suelen ser muy disciplinados y fieles a las orientaciones de sus líderes, pero no son completamente irreflexivos. La reflexión final que quiero dejar al lector es que imagine un miembro de la congregación que durante años, y por acompañar a sus líderes, ha hecho campaña por diferentes partidos y logos, cambiando de camiseta en cada elección: hizo campaña por el uribismo, luego por Santos a la Presidencia, después contra Santos, luego en contra del Acuerdo de Paz; en la elección pasada, por un partido contrario a Uribe, y ahora por el partido que más defendió lo pactado con las Farc.

En realidad, me cuesta pensar que este nivel de movilidad política e incoherencia mantenga intacta la fe ciega e incondicional de cualquier elector.

* Politólogo y analista de Razón Pública.

Esta publicación es posible gracias a una alianza entre El Espectador y Razón Pública. Lea el artículo original aquí. 

Por Fabián Alejandro Acuña*

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