Samba y cine: los lados A y B de Ana Piñeres
Ana Piñeres, productora audiovisual, falleció el pasado 20 de marzo en horas de la madrugada. Su vida estuvo marcada por la música, el cine y la televisión. Entre su legado quedan películas como “Siempreviva” y “Soñar no cuesta nada”.
Daniela Cristancho
Cuando Ana Piñeres vivió en Brasil la despertaba todos los días el sonido de una ópera. Se trataba de la bullosa obertura de El holandés errante, de Richard Wagner. “Lo contaba con una gracia, y me moría de la risa pensando en cómo quedaba pegada del techo cada vez que sonaba esa obertura”, cuenta Jaime Monsalve, jefe musical de la Radio Nacional de Colombia y amigo de Piñeres.
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Cuando Ana Piñeres vivió en Brasil la despertaba todos los días el sonido de una ópera. Se trataba de la bullosa obertura de El holandés errante, de Richard Wagner. “Lo contaba con una gracia, y me moría de la risa pensando en cómo quedaba pegada del techo cada vez que sonaba esa obertura”, cuenta Jaime Monsalve, jefe musical de la Radio Nacional de Colombia y amigo de Piñeres.
Esa época, en la que Piñeres vivió en un internado en Brasil, marcó en más de un sentido su trayectoria. Entre otras cosas porque le dio “un conocimiento enciclopédico de la música popular brasileña, del samba y la bossa nova”.
“Ella me explicó que en Brasil el samba es masculino, a diferencia de la zamba argentina”, anota Monsalve. De esa fascinación musical nació Música del Brasil, el programa de Javeriana Estéreo que desarrolló Ana Piñeres junto con la actriz Victoria Rueda. La primera hacía las veces de locutora y la segunda, de programadora.
La emisora de la Universidad Javeriana, donde Piñeres estudió comunicación social, se convirtió en una suerte de refugio para ella, Monsalve y los otros compañeros con los que pasaban el tiempo entre clases metidos en una cabina de radio. “En Javeriana Estéreo se mostró como lo que siempre fue: una persona entradora, de un carácter fuerte, pero con un sentido del humor y una calidez absolutos”.
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Años más tarde su casa sería hogar para una gran colección de música de Brasil, resultado de su gusto, pero también de la herencia de Norma Ramos, una mujer brasileña y dueña de una librería en la Avenida Chile que llevaba su mismo nombre. “Ella se convirtió de alguna manera en la mentora de Ana, ella les enseñó a ella y a Vicky, y cuando murió le dejó en herencia su colección discográfica”.
Brasil fue el catalizador del que sería un interesante camino en la música. En la Radiodifusora Nacional, Piñeres creó otro programa de música brasileña y uno sobre flamenco andaluz llamado Tablao. Y bajo el nombre “Anavitrola” fue DJ y crítica de música de la revista Diners. Pero aquel país también le permitió dominar a la perfección el portugués, algo que le serviría más adelante para su otro gran amor: la industria audiovisual. Así, en 1999, vinculada como asesora de Sylvia Amaya Londoño, hizo la traducción de la Ley del Audiovisual del Brasil para el Fondo Mixto de Promoción Cinematográfica Proimágenes Colombia.
Desde Proimágenes, su vida se enmarcó, desde lo público y privado, en el mundo audiovisual y más aún en tender puentes entre los dos sectores. “Era buena gestora porque entendía las tareas del sector público, sabía exigirle y ayudarle”, cuenta Adriana González Hassig, amiga y gestora cultural. Piñeres trabajó en el Ministerio de Cultura, donde se desempeñó como realizadora, productora, asistente de dirección, editora, traductora de portugués y musicalizadora de documentales.
Su gran salto al sector privado vendría al conocer a Clara María Ochoa, cuando iba a comenzar la cinta Bolívar soy yo, de Jorge Alí Triana. “Clara es como la Rey Midas en Colombia, la productora más importante en mi país, es la señora del cine. Empecé a trabajar con ella y a los pocos meses estábamos asociadas”, contó Piñeres alguna vez en entrevista para el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana.
Así nació CMO Producciones (Clara María Ochoa), en la que Piñeres fue vicepresidenta y productora ejecutiva y creativa. Produjo películas como Soñar no cuesta nada, Esto huele mal, Siempreviva y El rey de la montaña, y series como Pálpito, Pasión de gavilanes y La venganza de Analía.
Sobre dos de estas, González Hassig tiene recuerdos muy marcados. El primero, la invitación a un equipo de 15 personas del Ministerio de Cultura al set de rodaje de Siempreviva. “Fue increíble verlas trabajar. Clara María estaba en los monitores y nos mostraba la grabación de las tomas… Ana tenía esos detalles de generosidad que ayudan a que la gente sienta mucha más empatía”, cuenta.
Recuerda también esos días pandémicos en los que La venganza de Analía supuso una gran oportunidad de respiro y distracción. Piñeres estudió un máster en escritura de guiones para cine, series de televisión y transmedia en la Universidad Autónoma de Barcelona y “arrancó a escribir series como una campeona. La escritura de La venganza de Analía es de una madurez y una maestría admirable”.
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“Era una persona más grande que la vida y hoy las personas del sector estamos inconsolables porque, además, nos hacía creer en nosotros mismos. La primera vez que tuve conciencia de sus alcances fue celebrando un gran éxito de alguien más”. La gestora habla de la premier de Escobar, el patrón del mal, cuando Piñeres se acercó a Diego Ramírez, el productor, y le dijo con mucho ánimo: “¡Ahora sí perdiste la virginidad!”. “Ella estuvo para todos, sin inseguridades ni envidias, quería que todos estuviéramos bien”.
Como productora no solo narró historias para el cine y la televisión que quedarán, como aseguró CMO Producciones, “en la memoria histórica de Colombia y el mundo”, sino que también fue, como mencionó González Hassig, un puente entre lo público y lo privado.
“Ana era como un motor que dinamizaba las apuestas que se hacían desde el Ministerio de Cultura”, aseguró Adriana Padilla Leal, amiga de Piñeres y exviceministra de Creatividad y Economía Naranja. “Siempre pensó en un bien colectivo. Decía: ‘Tenemos que pensar que si nos va bien, nos va bien a todos’. Entonces, de cierta manera facilitaba y lograba precisamente esas articulaciones público-privadas para lograr sacar normatividades, pensando en lo que necesitaba el sector, lo cual ella conocía de primera mano”.
“Ella logró entender el valor de nuestras historias y contenidos, que lo que nos hace únicos y competitivos a nivel mundial es ese potencial de creación. Siempre digo que el ser humano está lleno de historias y a partir de lo que narramos podemos cambiar cosas, y Ana logro eso, con sus historias logró dejar huella”, concluyó Padilla Leal.